La urbe se vacía cuando comienza el toque de queda y reina una falsa sensación de calma que se desvanece con el sonido de las alarmas antiaéreas
Los voluntarios del grupo “Costa Sur” acuden cada noche a una de las comisarías del popular distrito de Moldavanka. Es el barrio de los “mafiosos” de Odesa. El edificio está bien protegido por barricadas y en sus inmediaciones hay varios erizos antitanques que cortan parte del tráfico de una calle mal iluminada. Destaca bajo la débil luz de las farolas un mural de los tiempos soviéticos que ha soportado bien el paso del tiempo.
El ambiente es distendido entre estos civiles -algunos son veteranos de la guerra de Donbás- que ahora asumen labores de la policía militar. Se saludan, charlan e incluso hay lugar para alguna broma. La mayoría destacan con orgullo su idiosincrasia, propia de Odesa, y muy distinta a la de otras partes del país. Alí -uno de los voluntarios de origen musulmán- enfatiza que esta urbe es multicultural desde su fundación y precisa que aquí tienen un carácter muy parecido al de España.
Mientras apuran sus cigarrillos, un policía avisa que es el momento de comenzar el trabajo. El toque de queda sigue vigente en todo el país, aunque con diferentes horarios. En Odesa comienza una hora antes de medianoche y termina a las 5 de la mañana.
La sala principal de la comisaría está presidida por un gran retrato de Tarás Shevchenko, el gran poeta de Ucrania y fundador de su literatura moderna. Grupos de personas entran y salen del lugar de forma continua. Algunos son policías, otros miembros de las Fuerzas de Defensa Territorial y el resto son los forman parte de Costa Sur, una organización privada -integrada por ucranianos y ucranianas- que opera tanto en Kiev como en Odesa.
El jefe de policía organiza las rutas y reparte los coches. Esta noche le toca trabajar a Ana, una joven oficial a la que encanta su trabajo, afirma. Antes de salir a patrullar intercambia mensajes con su madre, que se ha ido al Finlandia al inicio de la guerra. No es fácil estar separada de sus seres queridos pero su lugar está en Odesa, dice Ana.
Las tareas ya se han distribuido. Anton y Victoria se suben a una furgoneta plateada. “Este es nuestro mejor coche, su fabricación es rusa pero lo hemos mejorado con piezas americanas”. Llevan varias armas de repuesto guardadas en el interior, nunca se sabe si esta noche las podrán necesitar. El gris metálico del vehículo, con un aire ciberpunk, destaca por las carreteras ya vacías mientras no dirigimos hacia el lugar asignado. Suena en la radio una versión electrónica de Gangsta’s Paradise y durante el trayecto comentan como fue la noche anterior. Aparcan en una gasolinera situada en un cruce con bastante movimiento, ya que hay un hospital cercano y lo atraviesa una de las rutas de entrada a la ciudad.
Victoria sale cada noche a patrullar con su esposo Anton. Antes del 24 de febrero los dos eran profesores de fitness. A pesar de que las mujeres pueden salir del país ella decidió quedarse y luchar. “Esta es mi ciudad, no puedo irme a otro lugar ¿quién la defenderá entonces?”. Anton dice con orgullo que siempre están juntos, “antes éramos una familia de deportistas”. Ahora pasan las noches en vela vigilando Odesa. Sus hijos viven en Alemania con la madre de Anton, se fueron cuando empezó la invasión. Victoria comenta que aprendió a usar las armas tras el inicio de la guerra y me muestra un vídeo de sus entrenamientos disparando un kalashnikov automático.
La noche estaba tranquila hasta que se escucha una explosión a lo lejos, “la defensa antiaérea ha funcionado”, apunta Alí. “Esto es lo normal, cada noche escuchamos ese sonido varias veces”. La semana pasada varios misiles atacaron el puerto de la ciudad y también un aeródromo militar. Las alarmas suenan cada día varias veces día y noche.
Los vehículos pasan lentos cuando se aproximan al control. El tráfico se resume a camiones que transportan productos para las necesidades normales de cualquier localidad, vehículos militares, policiales… A la solidaridad también se le permite saltar el toque de queda. El dueño de una panadería sale todas las noches en su coche blanco para entregar pan caliente y dulces en los diferentes puestos de control.
Hoy el grupo es más numeroso de lo normal en este punto; por seguridad cambian las rutas y no suelen juntarse tantas personas en el mismo sitio. “Si estamos muchos, somos más visibles” señala Antón. No hay lugar que pueda estar en paz en país en guerra. “Podría empezar en cualquier momento. Odesa es una ciudad estratégica y los rusos quieren tomarla. La flota del Mar Negro no está lejos de aquí”, explica Alí.
La principal tarea de los voluntarios es registrar que todos los papeles de los conductores estén en regla y tengan los permisos oportunos para poder circular por la noche. Aunque no siempre cumplen. De repente un pequeño camión pasa de largo sin hacer caso a las indicaciones de los voluntarios y se adentra en la gasolinera. Dos uniformados corren tras el. Lo registran y encuentran varios puñales. Unos cinco minutos más tarde llegan un par de policías para anotar todo lo sucedido. Es un trabajo en equipo. Poco tiempo después otro turismo se para en el checkpoint. Son dos mujeres jóvenes e informan a los voluntarios que vienen de Rumanía donde habían estado refugiadas. Vuelven porque ya no podían continuar allí, manifiestan.
“Si no se respeta la ley y falla la seguridad no podremos ganar, por eso es necesario nuestro trabajo”, razona Alí; asegura que en tiempos de crisis y conflicto siempre se incrementa el consumo de drogas. “Mucha gente es débil y termina perdiéndose en las drogas”. Odesa es una ciudad cercana a la frontera y el contrabando sigue siendo un asunto que necesita vigilancia constante. Además, también hay que evitar que los grupos criminales se aprovechen de la situación y sigan con sus actividades.
Otra de las cuestiones fundamentales en el trabajo de estos hombres y mujeres es controlar que no haya problemas con las armas que se han distribuido a los civiles. Al inicio de la invasión rusa, el gobierno decidió entregar armamento a los ciudadanos para aumentar la capacidad de protección del país frente a las tropas de Rusia. Un asunto delicado que necesita atención para evitar problemas derivados de ello.
La noche continúa su curso mientras algunos camiones van y vienen. De repente los voluntarios reciben una señal de la policía y se dirigen hacia el sitio indicado. Allí han detenido a dos hombres y los están interrogando. Se saltaron el toque de queda y llevaban drogas -aunque no especificaron qué tipo de sustancia-. Tras revisar su teléfono y hacer algunas preguntas los trasladan a una comisaría donde ya los conocen. El relato de los arrestados no había convencido a los agentes. Pasarán la noche allí y al día siguiente tendrán que realizar labores de limpieza en edificios militares. Es más que probable que les caiga una multa.
La noticia política de la semana ha sido el estatus de candidato a Ucrania. Sin embargo, a pesar de la rapidez de Bruselas para pronunciarse a favor de la posible entrada de Ucrania en la Unión Europea, los voluntarios lo comentan con cierta apatía: “Son solo palabras”. Entienden que la gente debería abrir los ojos y ser conscientes de que será un camino largo y quizás no lleguen nunca a ser parte de la UE. Su realismo es apabullante. Tienen muy presente que no solo se trata de Ucrania, “en esta guerra están implicados los grandes poderes del mundo”, subraya Alí, quien se ha interesado siempre por la geopolítica.
Después de cuatro meses de invasión rusa, los sonidos de las alarmas antiaéreas se han infiltrado en lo cotidiano de esta metrópoli. La falta de turistas deja una estampa de vacío evidente y profundizará los problemas económicos los habitantes de Odesa. La mayoría de las personas tratan de mantener sus rutinas diarias. El frente de guerra no está lejos, pero hay que seguir viviendo, trabajar y también relajarse cuando se puede. Las cafeterías y restaurantes del centro son lugares concurridos, aunque la parte histórica y monumental ha sido bloqueada y es imposible acceder. El mar que baña Odesa está ahora más lejos que nunca y se ha convertido en una trampa minada para todo aquel que se atreva a refrescarse en sus aguas. Un hombre falleció mientras nadaba cuando explotó una mina; se había saltado la prohibición de acceder a la playa.
El día y la noche son casi dos mundos, dos realidades distantes y distintas. En cuestión de pocas horas la ciudad se transforma. De los parques abarrotados donde se combate el calor mientras los niños juegan con aviones de plástico, a una noche casi muda vigilada por los ojos de los defensores. Son casi las 5 de la mañana, ya es de día. Los voluntarios van replegando de sus puestos de control y suena de nuevo una alarma antiaérea.
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