En el artículo que da inicio a esta serie se ha intentado ofrecer una perspectiva a vista de pájaro de los cambios sufridos por la sociedad marroquí a raíz de la dominación europea. La colonización, hecha oficial en 1912 con el Tratado de Fez, se concretaba en la alianza entre el capital francés y la gran burguesía terrateniente nativa –también conocida como compradora por su carácter importador de bienes de lujo–. Veíamos que el caciquismo y las redes clientelares permitían asegurar el orden colonial y daban cobijo a innumerables sanguijuelas. En el mismo sentido se apuntaba hacia la pequeña y mediana propiedad rural que surge de la colonización agraria: miles de ciudadanos franceses obtienen parcelas en Marruecos, de modo similar a lo vivido en Argelia –sin perjuicio de la aparición de una pequeña y mediana burguesía rural nativa–.
Todos estos sectores, pese a sus diferencias, constituyen el bloque favorable al sistema del Protectorado y por tanto a la sumisión política respecto a Francia. Para que surja y progrese el movimiento nacional éste deberá hacer frente a la resistencia que oponen todos ellos. De cómo sucede esto es de lo que nos encargaremos en este segundo artículo. Antes que nada, ¿por qué situamos el nacimiento del movimiento nacional en la época del Protectorado, y no antes?
Desde el mismo siglo XIX se dan varias rebeliones dirigidas por diversos grupos que se alzan en protesta por los efectos que la influencia europea tiene en sus condiciones de vida: los artesanos contra la importación de manufacturas, los campesinos frente a su migración forzada a las ciudades, ciertos personajes religiosos por la perversión de las costumbres, etcétera. Se pueden considerar resistencias anticoloniales, pero en ninguno de ellos encontramos la aspiración de apelar al conjunto del pueblo. Además, antes que defender la modernización del país para hacer frente al poder europeo, estas rebeliones buscaban tirar de la historia hacia atrás.
Sólo los cambios producidos por la colonización, especialmente a partir de 1920, darán cabida a un sector social dentro de la propia burguesía nativa en el que coincidan el interés objetivo de oponerse a la dependencia con un programa modernizador que busque construir un Estado nacional propio. A este grupo favorable a la industrialización y modernización política del país, que con el tiempo irá separándose de la burguesía terrateniente colaboracionista, nos referiremos con el nombre de burguesía nacional. Y será esta fracción de la burguesía la que aspire a liderar las protestas de las masas en el Protectorado, dándoles un alcance verdaderamente nacional en el sentido contemporáneo de la palabra.
La burguesía nacional no surge directamente a partir de la entrada del capital francés, ni brota ya acabada de la cabeza de algún intelectual de la época. Se va conformando a partir de ciertos estratos que crecen a partir de 1912, adquiriendo una unidad social y política gradualmente: principalmente la pequeña y mediana burguesía urbana. Esta fracción encontrará sus representantes en funcionarios, profesores, abogados y periodistas, estudiantes… sectores que tenían acceso a la primera mediación imprescindible en la creación de cualquier movimiento político: la educación y los círculos intelectuales.
Sin embargo, no sería honesto diferenciar a la burguesía nacional tajantemente de los sectores colaboracionistas. Al principio no conformaba una fracción plenamente diferenciada. En primer lugar fue creando una corriente ideológica más proclive a criticar aquellos efectos del colonialismo que impedían el desarrollo de un capital nacional de tipo industrial. Ahora bien, ¿con qué referentes se realiza tal crítica?
Los círculos de propaganda
La administración colonial estableció escuelas primarias y secundarias como los Collèges Musulmans de Fez, con el fin de proveerse de burócratas locales. Los hijos de la burguesía marroquí entraron en contacto de este modo con las ideas europeas de nación, soberanía y pueblo; algunos realizaron sus estudios universitarios en Francia, donde fueron influenciados por la izquierda gala. Los que optaron por universidades árabes como la de El Cairo también volvieron con una ideología moderna que dominaría el movimiento nacional: el salafismo, principalmente en su vertiente reformadora.
El salafismo se presentaba como un retorno –en realidad una reinterpretación moderna– a la pureza de los padres de la religión. Rechazaba el credo de los ulemas –sacerdotes– de vieja escuela, siervos de los grandes terratenientes. Al mismo tiempo veía la religión rural con desprecio, considerando que estaba plagada de supersticiones ajenas al espíritu islámico original. Confrontaba al mismo tiempo con las viejas maneras y con las novísimas cadenas de la dominación occidental. La incipiente burguesía nacional comulgó rápidamente con este discurso. Y al tiempo que se articulaba la plataforma ideológica para las aspiraciones de esta clase, no pudo más que mostrar las limitaciones inherentes a ella.
En el nacionalismo marroquí anticolonial era innegable un fuerte contenido democrático. Pero la inconsistencia de la burguesía nacional se reflejaba en su línea ideológica; a la liberación nacional y el esfuerzo desarrollista se unían necesariamente la mistificación del espíritu nacional y de la figura del monarca. El moderantismo y la apelación a valores religiosos estaban ligados, en el subconsciente colectivo, a la figura del sultán; el mismo sultán que firmaba los decretos que le ponían los franceses en la mesa. Cuando la Corona se vuelva en contra del Protectorado y tome partido por la independencia, la lucha anticolonial tendrá un liderazgo bicéfalo, ambiguo, entre ambos actores. Y los nacionalistas nunca romperán decididamente con la monarquía.
Por otro lado, insistimos, esto no era más que un reflejo de su debilidad económica, de la indecisión a la hora de oponer sus intereses a los de los grandes terratenientes, y por tanto a los intereses del capital francés; no hay que morder la mano de quien te alimenta. Retomemos el hilo. A lo largo de la década de 1920, los salafistas fundaron –o influenciaron– varias escuelas y universidades, independientes del sistema educativo francés, en las que se ofrecía una enseñanza islámica y en árabe. En estas escuelas se educaría la mayor parte de los líderes nacionalistas.
En 1925 se formó el primer círculo de estudio y propaganda en la Universidad –mezquita de Qarawiyyin, seguido rápidamente por otros en Rabat, Tetuán y Tánger–. La mayoría fueron hegemonizados por el salafismo bajo el liderazgo de Allal el Fassi, hombre fuerte del nacionalismo, aunque existían núcleos secularistas como el fundado por Ahmed Balafrej en Rabat. Los círculos de estudio y propaganda constituían el embrión del nacionalismo. En ellos se dirimió la crítica del colonialismo y del atraso del país, organizando el núcleo teórico-práctico inicial del nacionalismo.
La identidad nacional marroquí debía basarse en el sultanato y el Islam, no en un sentido tradicional, sino entendidos como mediaciones hacia una modernización de la sociedad. Al nuevo Marruecos se llegaría a través de una serie de reformas que garantizaran la autonomía del país. El grueso de los nacionalistas se unió en torno a esta línea en 1927.
El Comité de Acción Marroquí
El conflicto provocado por el llamado Dahir berbère –ley bereber– en 1930 sirvió para lanzar la primera incursión en la política de masas. La ley decretaba que a los amazigh –etnias no árabes– se les aplicase una ley propia en lugar de la sharia o ley islámica. Para el proyecto árabe e islámico del nacionalismo, esto era un atentado inaceptable contra la unidad nacional. Los nacionalistas encabezaron protestas masivas en su contra, destacando la movilización a través del rezo de los viernes en las mezquitas. Esto les permitió construir un incipiente vínculo para con las masas urbanas, gracias a lo cual el movimiento alcanzó una unidad superior, materializada en la publicación de un periódico conjunto en 1933, l’Action du Peuple.
Finalmente la lucha, sostenida durante cuatro años, forzó al gobierno colonial a derogar el decreto en 1934: el nacionalismo había conseguido su primera gran victoria política. La consecuencia más destacable de este proceso es que por fin pudo dotarse de una organización partidaria a nivel estatal, el Comité de Acción Marroquí (CAM). La línea política del CAM viene sintetizada a grandes rasgos en el Plan des rèformes, entregado ese mismo año al Residente General francés y al sultán. Este programa político exigía la restauración de la autoridad del sultanato y el inicio de una relación en condiciones de igualdad con Francia “que permita la introducción de reformas y asegure el desarrollo económico del país”, como se afirmaba en el Tratado de Fez.
Es decir, el Plan se planteaba como una revisión de la forma en que se interpretaba y aplicaba el sistema del Protectorado, sin atreverse aún a plantear la independencia como parte del programa inmediato. Al fin y al cabo, el nacionalismo apenas entraba a su adolescencia, y su rebeldía no alcanzaba a oponerse frontalmente a la autoridad del Protectorado. Como decíamos más arriba, la apelación al sultán y al Islam como símbolos de unidad nacional eran desde un primer momento una expresión ideológica de la debilidad política y económica de la burguesía nacional, debilidad que se mostrará con crudeza una vez conseguida la independencia. Pero no adelantemos acontecimientos.
Por aquel entonces, la metrópolis también atravesaba una fuerte crisis política que reverberó en Marruecos. El gobierno del izquierdista Frente Popular (1936-37) parecía ofrecer esperanzas para el diálogo… que nunca se concretaron. La formación de un nuevo gabinete por parte de los Radicales –derecha– en 1937 vino a confirmar la línea dura en política colonial y segó esas esperanzas de golpe.
Las manifestaciones y huelgas anticoloniales, que se extendían desde el Maghreb hasta Siria, fueron reprimidas a sangre y fuego. En Marruecos se produjeron grandes disturbios en las ciudades de Meknes, Marrakech y Khemisset; los estudiantes de la Universidad de Qarawiyyin se unieron en masa a las protestas. Y cuando los mineros entraron en huelga, se les respondió enviando al ejército. En estas circunstancias, el nacionalismo buscó hegemonizar el movimiento espontáneo de las masas urbanas, organizándose para la agitación y la propaganda en unas condiciones de gran represión: el CAM fue ilegalizado en 1937, y la prensa nacionalista se vio obligada a evadir el escrutinio de los censores y la persecución policial.
Todas estas condiciones exigían una forma de organización centralizada que permitiera funcionar en la clandestinidad. Los nacionalistas se inspiraron en el partido de tipo bolchevique, construyendo una organización con diferentes niveles. La vanguardia del movimiento estaba constituida como núcleo totalmente clandestino de revolucionarios profesionales; a partir de éste se crearon organizaciones de masas que llevan a cabo la lucha legal, y al frente de ellas se situaba un cuerpo intermedio de activistas y agitadores a modo de correa de transmisión de la vanguardia entre las masas. Por supuesto, la inspiración fue ante todo organizativa, e incluso en esto las formas son propias: el modelo de frente de masas de los nacionalistas imitaba el de las órdenes religiosas tradicionales.
Todo este recorrido, primero de elaboración ideológica (años 20), más adelante de lucha política abierta (1930-1938), había hecho madurar al movimiento nacional. Había ido separando –hasta cierto punto, como veremos– a la burguesía nacional del colaboracionismo de los grandes terratenientes, formando un programa político propio. Y el proceso de conformación del programa político nacionalista fue asismismo el proceso de organización de un incipiente movimiento nacionalista de masas. Pero por el momento, la fuerte represión de 1937 pareció haber conseguido su objetivo. Una engañosa calma cubrió el país bajo su manto a finales de década. Los nacionalistas se habían dividido en dos: el mayoritario Partido Nacional por la Realización de Reformas, liderado por Allal El Fassi, y el Movimiento Nacional de Wazzani, agrupación secularista. Ambas se veían obligadas a mantener un perfil bajo y no parecían representar un peligro inmediato.
Sin embargo, el estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939 vuelve a dar un vuelco a la situación. La historia se estaba acelerando y no había lugar para el estancamiento.
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