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Mosul: cuatro años después de la ocupación del Estado Islámico

Hoy toca hablar de una ciudad que fue portada en los periódicos hace cinco años, pero que poco a poco ha sido olvidada por la gran mayoría de la gente. Hoy nos acordamos de Mosul, en el norte de Irak, una de las ciudades más grandes del país, un lugar en el que las minorías religiosas convivían pacíficamente con la mayoría suní, un lugar que solía rebosar de vida. Hasta que fue abducida por el califato en 2014. Durante el gobierno del Estado Islámico la ciudad fue testigo de prohibiciones medievales, de éxodos masivos, de todo tipo de pillajes y, sobre todo, de una de las mayores destrucciones arquitectónicas de la historia contemporánea.

Cartel de una peluquería femenina tachado de negro por los milicianos del Estado Islámico durante su ocupación, en el centro de Mosul. Fuente: Dídac Medrano

Este octubre de 2021 hemos podido visitar la ciudad, después de que el gobierno iraquí facilitase la entrada a los visitantes foráneos, simplificando la obtención del visado. Esto ha permitido que podamos ver más de cerca una ciudad que fue el mayor feudo de los yihadistas desde 2014 hasta 2017, siempre sin olvidar la importancia simbólica de su capital, Raqqa. En pleno siglo XXI nadie pensaba que una ciudad del tamaño y la importancia de Mosul fuera a caer en las garras de un poder político y religioso de tales características, pero así fue y la historia de Mosul dio un giro de 180 grados.

La captura del Estado Islámico y la batalla de Mosul 

A principios de 2014, el mundo miraba con incredulidad el rápido avance de un autoproclamado califato, el Estado Islámico, que cruzó la frontera siria con Irak para comenzar a adentrarse en el país mesopotámico. La provincia de Al-Anbar fue la primera en caer, junto con ella, la ciudad de Faluya, conocida por ser uno de los feudos de la insurgencia en la lucha contra los Estados Unidos a principios de siglo. Tal era la rapidez de los integristas que el ya mermado gobierno de Nouri al-Maliki se vio incapaz de frenar el avance, lo que provocó la caída de una de las ciudades más pobladas: Mosul. El Estado Islámico se hizo con un tercio del país, con la zona mayoritariamente suní, por lo que tenía carta blanca para imponer sus leyes en una gran parte de la población que, dada la rapidez de los sucesos, no había tenido tiempo de abandonar la ciudad.

Estado actual de la Mezquita al-Nuri de Mosul. Fuente: Dídac Medrano

Según me cuenta Abdalrahman, uno de los habitantes de Mosul durante el gobierno del EI (que acaba de cumplir la mayoría de edad), durante el califato existían infinidad de normas: las mujeres no podían salir de casa solas, fumar estaba totalmente prohibido (un simple cigarrillo podía llegar a costar 50.000 dinares iraquíes -30 euros-) y los hombres no se podían afeitar de ninguna de las formas. Además, la educación estaba plenamente planificada por los fundamentalistas, según nos cuenta Fatin, de 26 años, provocando que muchas familias decidiesen no llevar a sus hijos al colegio. Finalmente, Brahim, de 27, nos cuenta que los yihadistas ejecutaban públicamente a personas en los semáforos de la ciudad, que hoy en día rigen el tráfico, como en una ciudad más.

El gobierno fundamentalista sobre Mosul duró casi dos años, hasta julio de 2017, cuando el ejército iraquí, junto con la ayuda de las milicias chiíes (que después adquirieron un pseudo- estatus de oficialidad) y de la coalición internacional, acabó de liberar la ciudad después de varios meses de combates. Los arduos combates que tuvieron lugar en Mosul implicaron la aniquilación del centro histórico, que hoy en día todavía sigue en cuidados paliativos, con gran parte de los edificios destrozados y con explosivos y cadáveres aún escondidos bajo las ruinas.

La orilla oeste del río Tigris, todo un panorama de desolación 

El panorama que nos encontramos en Mosul es sin lugar a dudas desesperanzador, puesto que por su estado parece que los combates fueran hace pocos meses y no precisamente hace cuatro años. La orilla occidental del río Tigris, donde se encuentra el casco antiguo, se encuentra completamente destrozada. El panorama que se puede contemplar desde el lado oriental es una de las mayores estampas de destrucción arquitectónica de lo que llevamos de siglo. Un amasijo de casas destrozadas, una al lado de la otra, como si de un efecto dominó se tratase. Tal es la destrucción que en lugar de una ciudad, la silueta que se distingue es la de un cúmulo de ruinas.

Adentrándonos en el centro histórico nos encontramos con la mezquita de Al-Nuri, conocida por ser el lugar en el que Abu Bakr al-Baghdadi proclamó el Estado Islámico en 2014. Hoy en día esta mezquita apenas se aguanta en pie y si lo hace es gracias a las estructuras de madera que han puesto las diferentes organizaciones que trabajan en su conservación. En el recinto encontramos la base del que fue el minarete torcido de al-Hadba, durante más de 900 años, destrozado por el califato en su retirada y con ello acabando con uno de los mayores símbolos de la ciudad. Intentamos acceder pero se nos deniega el acceso, ya que es necesario obtener un permiso con anterioridad.

Uno de los carteles que avisan de la presencia de explosivos entre los restos de las casas derruidas. Fuente: Dídac Medrano

Prosiguiendo con nuestra visita al centro histórico podemos ver cómo se reiteran las casas derrumbadas, que a duras penas conservan su estructura, mientras que en los aledaños de los amasijos de piedras vemos carteles que avisan de la existencia de posibles explosivos sin detonar. Los carteles, a pesar de estar desgastados por el paso del tiempo, siguen avisando de un peligro real, puesto que hay ruinas que aún no se han tocado desde los combates, implicando la existencia también de cadáveres enterrados.

Algunos son, sin embargo, los brotes de vida que aparecen debajo de las ruinas. Encontramos alguna tienda de víveres, algunas casas con la puerta abierta de las que emana algo de vida y algunos niños pequeños correteando por las destartaladas callejuelas. Mehdi, un hombre de avanzada edad que sufrió de primera mano la ocupación del califato, se ofrece para mostrarnos los rincones del casco antiguo. Allí nos encontramos con un hombre que nos explica que perdió a 8 hijos a causa de un bombardeo del ejército iraquí, a pesar de haber escrito en la entrada de su calle que había personas vivas dentro. Las paredes de su casa, como muchas otras, parecen una barriga a punto de explotar, puesto que han perdido la mayoría de su sustentación y yacen a merced de cualquier movimiento que haga que se derrumben por completo.

Una comunidad cristiana exiliada y una visita simbólica del pontífice

Una de las confesiones religiosas más afectadas por la llegada del EI en Mosul fueron sin lugar a dudas las minorías cristianas. Antes de la llegada del EI, en Mosul vivían un millar de familias cristianas, mientras que hoy apenas encontramos una docena. La llegada del EI implicó que muchas de ellas se fueran de la ciudad, temiendo represalias por parte de los fundamentalistas islámicos. Gran parte de estas se fueron al Kurdistán Iraquí, donde reinaba una relativa paz.

Hoy en día en Mosul encontramos numerosas iglesias, pero su estado de conservación no es precisamente bueno, si es que tuvieron la suerte de quedar en pie. Actualmente los campanarios cristianos, la mayoría dañados o repletos de marcas de bala, solamente sirven como lugar de aposento para varias bandadas de pájaros, que hace años que no se espantan por el sonido de las campanas, las cuales ya no suenan en Mosul.

Iglesia con el campanar acribillado en el centro histórico de Mosul. Fuente: Dídac Medrano

Sin embargo, el proceso de reconstrucción se está centrando en algunas de ellas. Pudimos entrar en una de las obras que se estaban llevando a cabo, en la que vimos las antiguas cruces apoyadas en la pared, a la espera de tener un altar en el que ser postradas. Se nos prohibió hacer fotografías, sin argumentar razón alguna. Una de nuestras sospechas es la utilización de los fondos, que quizás no se destinan completamente a la reparación de la iglesia, implicando una reconstrucción de menor tamaño.

Uno de los pasos más simbólicos para impulsar el retorno de los cristianos fue sin lugar a dudas la visita a la ciudad del Papa Francisco este mismo marzo de 2021. En una visita histórica, el pontífice argentino hizo saber a la comunidad cristiana que contaba con el apoyo de la máxima institución eclesiástica, además de financiamiento para la reconstrucción de las iglesias dañadas. Son muchas las iglesias que esperan ser reconstruidas, por lo que la previsión es a muy largo plazo. Además, es difícil realizar una reconstrucción cuando la gran mayoría de la población cristiana ha huido y se muestra reticente a volver a la que ha sido su casa durante tantos años, donde siempre ha convivido con la mayoría suní. La población cristiana no solamente decae en Mosul, sino que también es una tónica que se repite a lo largo de Irak, dada la violencia sectaria de los últimos años.

El lento proceso de reconstrucción de la ciudad

Se suele decir que un día de guerra implica semanas o meses de reconstrucción. Mosul da la impresión que, dada la lentitud de la reconstrucción, ya se ha acostumbrado a vivir en este panorama. En el casco histórico nos topamos con una estampa de máxima desolación que convive con la vida diaria de los mercados, en los que los locales compran sus víveres para seguir con su cotidianeidad, a pesar de que su ciudad sigue hecha pedazos cuatro años después. La falta de liquidez de un gobierno fragmentado, el centralismo de Bagdad y la situación de inestabilidad política crónica del país son los principales motivos de la demora en la reconstrucción.

Una mañana de ajetreo en el mercado de pescado de Mosul, uno de los lugares con más vida de la ciudad. Fuente: Dídac Medrano

Muchos son los edificios de cemento gris que empiezan a asomar poco a poco de las ruinas, además de la presencia de excavadoras, que se han convertido en asiduos actores de la vida diaria de Mosul. El sonido de los martillos pilones y la charlatanería de los obreros son una de las bandas sonoras de la ciudad hoy en día. En los alrededores de la ciudad la reconstrucción es más visible que en el centro histórico, puesto que los combates en esta parte de la urbe no fueron tan duros. En la periferia son bastantes los bloques de pisos de hormigón armado que pueblan lo que antes fuera un enorme descampado.

Pero la reconstrucción va a durar años. Así como en la cercana Beirut aún vemos marcas de bala de la guerra de los años noventa, en Mosul tiene toda la pinta que va a ocurrir lo mismo, mientras no haya un gobierno solvente que sea capaz de aportar la mastodóntica inversión que necesita la ciudad del norte del país. Ningún gobierno prevé una guerra, ni mucho menos una reconstrucción. De momento Mosul parece que ha recuperado la vida cotidiana: la gente hace vida en la calle hasta tarde, son comunes los grupos de gente jugando al dominó mientras toman narguile o bien grupos de jóvenes yendo a las cadenas de comida rápida como lo hace cualquier grupo de amigos de Barcelona, Roma o Nueva York. A pesar de la desolación la vida en Mosul continúa.

A Mosul siempre le quedará sus ciudadanos

Varias son las organizaciones que trabajan en recuperar la actividad económica y la formación académica de los habitantes de Mosul, algo que se derrumbó con el colapso de la ciudad. A lo largo de nuestra visita pudimos conocer dos organizaciones que se dedican a potenciar la innovación y la creatividad de los ciudadanos, generalmente de forma gratuita, gracias al financiamiento de organizaciones como ACNUR o el gobierno francés. Una de ellas es el Mosul Space, en el que encontramos varias salas con ordenadores, además de una sala para formaciones y un espacio con impresoras 3D. Sus responsables nos dan la bienvenida y nos enseñan todo el edificio, abierto hasta la noche.

Dos obreros restauran la pared de un edificio del centro histórico de Mosul. Fuente: Dídac Medrano

Otro de los lugares que están participando de este renacimiento de la ciudad es la Fundación Bayta, regentada por Mohammed, quien nos muestra las instalaciones, compuestas por un café en la parte superior y por un museo dedicado a Mosul y a Irak en la parte inferior. El edificio de Bayta, igual que la calle en la que se encuentra, está completamente renovado y restaurado, aunque han dejado uno de los agujeros de metralla del techo a modo de recordatorio. La fundación es autosuficiente y ha recibido la visita de varias personalidades del país, además de contribuir en actividades de ayuda a la comunidad, como celebraciones por el Ramadán o todo tipo de colaboraciones en la reconstrucción. La Fundación Bayta es, sin lugar a dudas, uno de los proyectos que insisten en impulsar la identidad y la cultura de Mosul en estos momentos tan complicados para la ciudad.

Las organizaciones internacionales, como hemos subrayado, también tienen un papel importante en el proceso de reconstrucción, aunque según nos comenta Fatin, que trabaja para la ONG francesa Le Triangle, Mosul ya no es considerada zona de máxima importancia, puesto que ya no está en guerra. Eso implica que las organizaciones internacionales vayan abandonando progresivamente la ciudad, sin haber cumplido con los objetivos pactados, para dirigirse a lugares que están en actuales conflictos. Sin embargo, me comenta que su organización aún mantiene diferentes proyectos en la ciudad, generalmente enfocados hacia la supresión de la pobreza infantil, la prevención de abusos sexuales y el potenciamiento de la higiene, los cuales citamos en las fuentes.

Por último, Fatin nos cuenta que en Mosul existen muchos niños que no tienen acceso a papeles porque sus padres eran yihadistas del Estado Islámico. La legislación iraquí establece que para que un niño tenga papeles precisa de la firma de la figura paterna, mientras que solamente con la de la madre es imposible. La discriminación estructural cae con todo su peso sobre estos niños, los padres de los cuales, o están muertos o en una prisión iraquí. Esta problemática habrá que afrontarla de alguna forma en el futuro, porque la cantidad de niños que se encuentran en esta situación es considerablemente grande.

Conclusión

Mosul hace mucho que no está en los telediarios, pero eso no significa que se haya recuperado. En Mosul hay mucho trabajo por hacer y una ciudad que levantar, además de una sociedad que sigue con el recuerdo reciente de una etapa negra, donde era posible que tu vecino fuera colaboracionista y que hoy siga siendo un actor más de tu vida diaria. La población sigue haciendo vida normal en la medida de lo posible, sí, pero romantizar esto es un error. Mosul necesita volver a ser una ciudad y dejar de ser el cúmulo de ruinas que es hoy en día, donde, a parte de necesitar una reconstrucción arquitectónica, hace falta una reconciliación social y una terapia colectiva sobre lo que pasó en la ciudad hace poco más de cuatro años.

Una de las salas en las que se imparten formaciones. Fuente: Dídac Medrano

Las previsiones para la reconstrucción son más que pesimistas, puesto que, aunque poco a poco se vayan levantando edificios, la mayoría del lado oeste del Tigris está destrozado: campos de fútbol con el techo ametrallado, puentes derruidos -sustituidos por estructuras provisionales-, mezquitas e iglesias por reconstruir y, sobre todo, muchos explosivos por limpiar. Los ciudadanos tienen un papel importante en esta dura reconstrucción, pero necesitan de un gobierno solvente que les ayude, además de soporte internacional, algo que, en lugar de llegar, parece que cada vez está más lejos.

Para ver más: Fotogalería: huellas del califato y la guerra en Mosul.

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