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Los ministros de exteriores del Franquismo: De Castiella a Cortina Mauri

Castiella y Kennedy
Fernando María Castiella, ministro de exterior español, junto al Presidente de los Estados Unidos, J. F. Kennedy, en el Despacho Oval, la Casa Blanca

Fernando María Castiella fue sin dudas el Ministro de Asuntos Exteriores (1957 a 1969) más destacado que ocupó el Palacio de Santa Cruz durante el Franquismo. Aunque comenzó en Falange, e incluso estuvo en la División Azul durante la Segunda Guerra Mundial, giro hacia liberalismo conservador durante su paso por los círculos universitarios y diplomáticos. Una conversión que no fue exclusiva suya sino una tendencia dentro de aquellos que, adaptándose a los nuevos tiempos con la derrota del Eje, comprendieron que el régimen necesitaba cambiar su imagen para ser más homologable al nuevo ambiente internacional, siendo la raíz católica el mejor medio. La labor de Castiella al frente de la acción exterior española marco profundamente la orientación internacional de España, se concentró en dar un giro europeísta, impulsar la descolonización, para evitar la condena internacional y conseguir apoyos en la cuestión de Gibraltar, y renegociar los acuerdos de las bases militares de los Estados Unidos.

La diferencia fundamental entre Castiella y sus sucesores fue el tipo de perfil político. Castiella era diplomático, pero había tenido carrera política y se había escorado hacia posiciones reformistas. En cambio, López-Bravo y López Rodó tenían un perfil tecnócrata europeísta de adscripción al Opus Dei. Las posiciones de Castiella en política exterior crearon a menudo fricciones con otros pesos pesados de la administración franquista, especialmente con la «eminencia gris» de Franco: el Almirante Carrero Blanco. Alrededor de Castiella se creo un polo del Franquismo que apostaba por una liberalización del régimen y por las reformas para conseguir mejorar la imagen internacional de España que ayudará a integrar al país en las instituciones occidentales, especialmente las europeas. Por el contrario, Carrero Blanco representaba a la vieja guardia militar, más apegada al carácter conservador y anti-liberal del régimen nacional-católico, y que valoraba como imprescindible la relación con Estados Unidos.

La elección de López-Bravo en 1969 suponía por lo tanto la formación de un gobierno más homogéneo, sin tantas disputas internas, que buscaba la modernización del país, pero sin liberalización. A diferencia de Castiella los siguientes ministerios intentaron mantener una línea más pragmática y menos nacionalista, es decir, apartaron la cuestión de Gibraltar y se reusaron de hacer uso de los métodos más estridentes de su antecesor. Ese acento en las cuestiones más económicas y menores exigencias de calado político llevo a que las negociaciones con Estados Unidos sobre las bases militares se despacharan con mayor facilidad. No se mantuvo la línea de firmeza de Castiella, salvo por la cuestión del apoyo para el acuerdo preferencial con la Comunidad Económica Europea, seguramente porque era una baza muy importante y porque era una victoria importante para el nuevo ministro que quería consolidar su posición consiguiendo cerrar dos acuerdos de relevancia de la forma más rápida posible. Por esta razón el acuerdo con Estados Unidos de nuevo fue uno de tipo ejecutivo, se eliminaba la ambigua cláusula de introducida en 1963 sobre garantías de seguridad y las ayudas eran muy bajas. Aunque las bases pasaban a ser completamente de propiedad española y se eliminaba la cláusula secreta que permitía a Estados Unidos hacer un uso indiscriminado de las bases y el territorio español sin necesidad de consultas, además cualquier consulta sobre el acuerdo pasó a partir de entonces por el Comité Conjunto. Esta última cuestión fue parte de los esfuerzos de López-Bravo por centralizar la acción exterior del Estado español, evitando así los inconvenientes de antes por los que mediante el canal militar Washington solía conseguir mayores cesiones. Castiella no pudo conseguir esta centralización debido a su posición más débil e inquina con el sector «carrerista».

Sin embargo, las similitudes entre la política exterior de Castiella y López-Bravo también abundan, pues este recogió buena parte del legado que le dejó su antecesor y fue continuista con muchas de sus políticas, aunque con su propio tono. Gibraltar dejó de ser la prioridad iniciándose una distensión, pero continúo el acercamiento a Europa que fue la marca de inicio de Castiella, recuperar y mejorar las relaciones con occidente e intentar apoyarse en Europa (europeización de la diplomacia), especialmente con De Gaulle (aquel eje Madrid-París-Bonn), para tratar de balancear la relación con los estadounidenses. López-Bravo también se esforzó por diversificar las relaciones diplomáticas de España, profundizando en las relaciones con el bloque del Este o participando en la Conferencia Europea de Seguridad (embrión de la OSCE), pero manteniendo al mismo tiempo las líneas tradicionales de política exterior definidas por Castiella: Iberoamérica y mundo árabe (que habían permitido diversificar las relaciones por primera vez y romper el aislamiento internacional), la relación bilateral con Estados Unidos (punto de partida de toda la política exterior española y referencia de su éxito) y el Portugal del Estado Novo (siempre presente por los servicios prestados en el peor momento, la confluencia ideológica y como país OTAN, era el único que apoyaba abiertamente la entrada de España a la organización atlántica).

Nixon y López-Bravo, durante la visita a España del presidente de los Estados Unidos
Nixon y López-Bravo, durante la visita a España del presidente de los Estados Unidos en 1970. A la izquierda, portada del ‘Diario de Burgos’ de junio de 1973 que da cuenta de la composición de un nuevo Gobierno de España, presidido por Carrero Blanco y del que se queda fuera López Bravo. | Biblioteca digital de la Universidad de Alcalá / El País

López-Bravo fue destituido en 1973 de nuevo por la influencia de Carrero Blanco que veía en su fulgurante carrera una amenaza. Lo cierto es que sus numerosos viajes y su imagen pública lo habían convertido en una de las principales figuras en la carrera para la sucesión de Franco, como certifican las grabaciones de la Casa Blanca. El embajador estadounidense en Madrid, Robert C. Hill, le diría al Presidente Nixon en junio de 1971: “López-Bravo es el futuro de España si es capaz de dejar de mirarse tanto en el espejo”.

Laureano López Rodó fue el recambio a López-Bravo y siguió la misma línea que éste, pero con un perfil más bajo. Al igual que su antecesor fue continuista con las políticas desarrolladas por Castiella y el cambio de prioridades establecido en la política exterior: énfasis en Europa y diversificación de las relaciones, pero siendo más cauto en los contactos con el bloque del Este, para dar mayor libertad e independencia a la acción exterior española. El incidente más importante con el que tuvo que lidiar López Rodó fue la guerra de Yom Kippur en 1973, en la que los estadounidenses volvieron a hacer uso de las bases sin autorización, como era habitual se trazo una línea favorable a Estados Unidos contra la influencia soviética en el mundo árabe, pero resaltando la amistad hacia los países árabes y marcando que era necesario apoyar las resoluciones sobre los refugiados palestinos en la ONU tras la derrota. Una posición no muy diferente de la que habría adoptado Castiella.

El último ministro de exteriores del Franquismo fue Pedro Cortina Mauri (enero de 1974 – noviembre de 1975), volvió de cierto modo a las líneas marcadas por Castiella pues era un colaborador cercano suyo, fue embajador ante Francia de 1966 a 1974. Con Mauri se vivió la crisis del Sáhara Occidental en las postrimerías del régimen, trató de volver a la senda de la autodeterminación ya que con la muerte de Carrero Blanco en diciembre de 1973 había desaparecido un importante obstáculo para esta opción, pero era demasiado tarde y los tiempos se aceleraron con el deterioro de la salud del Caudillo.

La acción de los últimos ministros de exteriores del Franquismo y su relación con la desarrollada por Castiella muestran sin duda una consolidación y maduración de la política exterior española. Las bases que asentó Castiella durante sus 13 años al frente del Palacio de Santa Cruz sirvió de continuidad no sólo para sus sucesores, sino también para los ministros que siguieron a la Transición.

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