Entre agosto y diciembre de 1991 la Unión Soviética aceleró su proceso de desintegración, las repúblicas se fueron declarando independientes, las instituciones soviéticas se disolvieron y Mijaíl Gorbachov perdió todo su poder
El 19 de agosto de 1991 un grupo de altos cargos del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y del Comité para la Seguridad del Estado (KGB) anunciaron que el dirigente soviético Mijaíl Gorbachov se encontraba enfermo y que había sido relevado de su cargo de presidente. No era cierto. Gorbachov estaba retenido en su dacha de Crimea, donde se encontraba de vacaciones en la víspera de la firma del nuevo Tratado de la Unión, prevista para el día 20, un documento con el que no estaban de acuerdo los dirigentes golpistas ya que disolvía de facto la Unión Soviética. Para ese entonces, Mijaíl Sergeievich Gorbachov llevaba algo más de seis años ostentando la secretaría general del PCUS, desde el 11 de marzo de 1985, y su designación como dirigente había supuesto una autentica renovación generacional en el seno de un Partido acostumbrado a la gerontocracia.
Tras acceder al cargo, Gorbachov, consciente del estancamiento del sistema soviético, había iniciado una serie de medidas reformistas a nivel económica (la perestroika o reestructuración del sistema), a nivel informativo (la glasnost o transparencia) y a nivel político y social, intentando una liberalización de las estructuras estatales. Además, había impulsado una actitud dialogante y conciliadora con respecto al exterior y, particularmente, en relación a su antagonista histórico, los Estados Unidos, que ayudaría a poner fin a más de cuatro décadas de Guerra Fría y a alejar el peligro de una guerra nuclear del planeta. No obstante, la actitud en ocasiones dubitativa y contradictoria del dirigente soviético –que quería reformar el sistema socialista pero no destruirlo– dificultaría la tarea reformista, ya no convencía ni al sector reformista radical ni al sector ortodoxo del PCUS. La apertura informativa y del debate político propiciaron la aparición de una oposición, tanto dentro como fuera del Partido, que defendía mayor velocidad en las reformas, y la exacerbación del sentimiento nacionalista en las distintas repúblicas, mientras la vieja guardia se iba haciendo fuerte y Gorbachov quedaba en un punto medio, oscilando entre reformistas radicales y conservadores según el momento.
Uno de estos virajes hacia el sector conservador, a finales de 1990, propició el acceso a puestos de responsabilidad política de miembros del sector más ortodoxo, que aprovecharían el intento de firma de un nuevo Tratado de la Unión –un intento de Gorbachov para mantener cierta cohesión entre las repúblicas– para promover un golpe de Estado en agosto de 1991. Una intentona golpista que solo terminaría por acelerar el proceso de desintegración del país. No en vano, años después, el reformista radical Alexander Yakovlev diría al secretario de Estado norteamericano, James Baker: “los golpistas hicieron por nosotros en tres días lo que hubiéramos tardado en conseguir quince años”.
El intento de golpe de Estado de agosto de 1991
El 19 de agosto de 1991 la agencia de noticias oficial soviética TASS anunciaba que Gorbachov era “incapaz de asumir sus funciones por razones de salud” y que había sido reemplazado por un Comité Estatal para el Estado de Emergencia, dirigido por Guennadi Yanáyev, que había sido nombrado vicepresidente de la URSS por el propio Gorbachov en diciembre de 1990, en uno de esos acercamientos al sector más conservador del PCUS. Menos de una hora después de este anuncio, carros de combate y camiones militares tomaban las calles de Moscú, y se dirigían hacia la icónica Plaza Roja de la capital soviética. Posteriormente, el Ejército se fue haciendo con el control de los principales edificios oficiales, se declaró prohibida la actividad de los partidos políticos y se estableció el estado de emergencia en el país. Los miembros del Comité Estatal para el Estado de Emergencia consideraban que la firma del nuevo Tratado, prevista para el día siguiente, era la gota que colmaba el vaso de una serie de reformas que nunca habían visto con buenos ojos y que permitiría a corto plazo la independencia de algunas repúblicas, además de acabar con el papel preponderante del PCUS en la vida política soviética.
Pero la reacción de la población no fue la que los dirigentes golpistas esperaban. Después del despliegue de los efectivos militares y carros de combate en Moscú, miles de ciudadanos se lanzaron a las calles de la capital soviética para mostrar su rechazo al golpe y para apoyar a Gorbachov, en ese momento retenido por agentes del KGB en su dacha de Crimea. La imagen de los manifestantes enfrentándose a los militares y sacando por la fuerza a los soldados de los tanques daría la vuelta al mundo. El momento más importante y de mayor angustia se vivió cuando miles de ciudadanos bloquearon con trolebuses, en la plaza Manezh, junto a los muros del Kremlin, el paso de los carros de combate. A mediodía, el entonces presidente de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia, y líder de los reformistas del partido, Boris Yeltsin –que se encontraba atrincherado en la sede del Parlamento ruso– salió a la calle y se subió a uno de los carros de combate para arengar a las masas que le ovacionaban, llamando a la “resistencia civil” contra el golpe.
A pesar de que los golpistas elaboraron varios planes de asaltar el Parlamento ruso donde se encontraban los líderes reformistas, los intentos fueron en vano, y cada vez se contaban en un mayor número las unidades del Ejército que desertaban de la intentona para ponerse de lado de los manifestantes. Finalmente, en la madrugada del 21 al 22 de agosto, después de que el Comité Estatal para el Estado de Emergencia asumiera su fracaso, Gorbachov y su familia fueron conducidos en avión a la capital y el presidente soviético fue restituido en el cargo. Al día siguiente, en una imagen icónica en el Parlamento, un envalentonado Yeltsin, tras su triunfo contra los golpistas, forzó a Gorbachov a prohibir el PCUS en Rusia, a pedir al Comité Central del partido que se disolviera y a cerrar el diario Pravda, el histórico periódico comunista. Gorbachov se mostró arrepentido por haber nombrado para puestos clave a los hombres que habían intentado derrocarle, pero no fue suficiente, en solo dos días su poder había disminuido considerablemente mientras Yeltsin se convertía en la figura en ascenso.
El proceso de desintegración se acelera
El fracaso del golpe de Estado de 1991 supuso el principio del fin de la Unión Soviética. El 27 de agosto de 1991 la Comisión Europea reconoció la independencia de los países bálticos –Estonia, Letonia y Lituania– que se habían declarado independientes el año anterior pero que antes del golpe encontraban aún ciertas reticencias a la hora de obtener reconocimiento, ya que la comunidad internacional temía que el proceso yugoslavo se repitiera en la URSS. El 30 de agosto de 1991, Azerbaiyán proclamó su independencia de la URSS. Días antes lo habían hecho Bielorrusia, Ucrania y Moldavia. Poco después le seguirían Kirguizistán y Uzbekistán. La desintegración territorial fue unida a la disolución de muchas de las instituciones soviéticas. El 28 de agosto Gorbachov declaró disuelta la junta directiva del KGB y ordenó transferir sus tropas al Ejército y, un día después, el Soviet Supremo de la URSS se disolvió y congeló la actividad del PCUS en todo el territorio de la URSS, ya no solo en Rusia.
A principios de septiembre, en un intento de salvaguardar una parcela de unidad entre las repúblicas, Gorbachov propuso la creación de un “espacio económico único”, que finalmente no llegaría a buen puerto. El día 2 se disolvieron los órganos del poder central de la URSS y se declaró la apertura de un período constituyente, y tres días después el Congreso de los Diputados del Pueblo aceptó una nueva estructura de los órganos dirigentes del Estado que ponía el poder en manos de las repúblicas. El 6 de septiembre de 1991 la propia URSS terminaría reconociendo la independencia de Estonia, Letonia y Lituania. Las consecuencias de este proceso tuvieron también amplias repercusiones en la política exterior del país y en la actitud de las potencias extranjeras hacia la URSS. El 11 de septiembre Gorbachov anunció la salida de Cuba de todos los soldados soviéticos y dos semanas después el entonces presidente norteamericano George H.W. Bush anunciaría una drástica reducción unilateral del armamento atómico, al ver que la potencia de su antiguo antagonista se desvanecía.
Gorbachov respondió a la iniciativa de Bush y a principios de octubre aseguró que la URSS liquidaría su arsenal nuclear táctico, ofreciendo además una moratoria unilateral de un año sobre sus pruebas nucleares. Mientras, el desmantelamiento institucional continuaba, y el día 11 de octubre el Consejo de Estado de la URSS aprobaba la definitiva abolición del KGB. A mediados de ese mes, la URSS acepta un plan de estabilización económica y propone un amplio programa de reformas que permitiera al país ingresar en el Fondo Monetario Internacional (FMI). Una reestructuración económica que se completaría a finales de noviembre, cuando el Banco de Comercio Exterior suspendió la entrega de moneda extranjera a los ciudadanos del país y el Banco del Estado anunció que se suspendían todos los pagos presupuestarios, a lo que Yeltsin respondió asumiendo el control económico de la URSS y garantizando créditos al Banco del Estado para afrontar los gastos mínimos del trimestre, a cambio de duras obligaciones para las repúblicas.
El 2 de diciembre Ucrania se independiza, tras la abrumadora victoria de los independentistas en el referéndum celebrado en el país y Leonid Kravchuk, el nuevo presidente, anuncia que su país no firmará el nuevo Tratado de la Unión, desligándose tres días después del tratado fundacional de la URSS. Los últimos intentos del todavía presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov, de mantener cierta unión entre las repúblicas resultaban infructuosos. El día 8 de diciembre los presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia crean la Comunidad de Estados Independientes (CEI) y dan por finalizada la existencia de la URSS y sus instituciones, una decisión ratificada por el Parlamento ruso cuatro días después. El día 13 cinco de las antiguas repúblicas de Asia Central: Kazajstán, Kirguizistán, Tayikistán, Uzbekistán y Turkmenistán acuerdan sumarse a la CEI. Una semana después el Gobierno ruso solicita el ingreso del país en la OTAN.
El día 25 de diciembre Gorbachov, superado por los acontecimientos, dimite en su cargo de presidente de la URSS y traspasa el botón nuclear soviético al jefe de las fuerzas armadas de la CEI. Esa noche, en un gesto de importantísima carga simbólica, la bandera con la hoz y el martillo es arriada del Kremlin y sustituida por la rusa. El 31 de diciembre de 1991 la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas deja oficialmente de existir como país después de 69 años de historia. Los hechos que sucedieron en estos cuatro meses en la Unión Soviética –precedidos del proceso que vivieron sus países satélites entre 1989, con la caída del Muro de Berlín, y 1991– marcarían el final de un modo de entender el mundo que permanecía inmutable desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
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