Primera parte / Segunda parte
Durante el periodo de 2008 a 2025 se celebran los bicentenarios de las independencias latinoamericanas. Esta conmemoración continental es un momento de gran importancia dentro de las definiciones nacionales particulares. Destacan en el primer trienio del bicentenario de 2009 a 2011, cuando se celebraron los bicentenarios de Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, México, Paraguay y Venezuela. En un segundo momento tienen importancia a nivel continental los procesos de independencia de Centroamérica en 1821, junto a Perú el mismo año, y posteriormente los casos de Brasil (1822), la efeméride de la Batalla de Ayacucho en 2024 y el bicentenario de Uruguay en 2025.
Este es por lo tanto un momento histórico de gran importancia para toda Latinoamérica, que ha tratado en este segundo centenario de dar un sentido más continental a las celebraciones. Pero cabe recordar que en esencia estas independencias son procesos de construcción nacional, en que cada país cuenta con un recorrido histórico muy distinto y particular; por lo que cualquier intento de darle un sentido más amplio al proceso tiene que verse desde la perspectiva de los intereses políticos concretos que revisten o de dar un impulso a los procesos de integración. El mejor ejemplo de ello ha sido el bolivarianismo en Venezuela y el sentido que puedan querer darle desde allí al bicentenario del Congreso de Panamá en 2026.
Para el Estado español este proceso se ha presentado como una oportunidad no exenta de peligros. En primer lugar, hay que recordar que las independencias como procesos de construcción nacional de las nuevas republicas latinoamericanas “se hicieron en general, con mayor o menor fuerza según los casos, frente a España, afirmando su propia identidad frente al pasado y lo español, como única forma de ser otros y diferentes, pero sin poder obviar sus profundas raíces hispánicas, que continúan presentes en el momento actual”. A pesar de esto, a 200 años de las efemérides el hecho sigue habiéndose presentado como un momento oportuno para dar un nuevo sentido a la celebración y hacer avanzar sus intereses mediante el poder blando.
La primera recepción de los bicentenarios (2008-2011)
La mayor parte de los países no plantearon los fastos con mucha antelación, las únicas excepciones fueron Chile y México. Esto hizo difícil la ya de por sí complicada tarea de coordinar cualquier tipo de celebración conjunta del acontecimiento. Esto se debe a que “los bicentenarios carecen, asimismo, de la trascendencia universal que tuvo el descubrimiento de América por los europeos, lo que, como se ha visto, les confiere un carácter mucho más local”. Lo cual llevó en último término a que las distintas celebraciones tuvieron un carácter marcadamente nacional.
En el caso mexicano la Comisión Nacional para el Bicentenario tuvo cinco años de preparación. La de Chile por su parte tuvo diez años, lo cual tuvo su razón de ser en un intento de la clase política por refundar la nación tras la dictadura de Pinochet. Esto explica el que las celebraciones del bicentenario todos los presidentes compartieran escenario, pues se dotó a la efeméride de un carácter excepcional. De la misma forma otros gobiernos de izquierdas, con menor consenso en el espectro político, trataron de dar ese mismo carácter de refundación nacional a la celebración. Refundación que sin embargo en Chile no terminó de soldar, pues como puede verse el país se encuentra ahora en un proceso constituyente.
El Gobierno de Caracas gracias al liderazgo del chavismo, como parte del momento político que vivía América Latina por entonces con los gobiernos de la marea rosa, intento plantear los festejos como una segunda independencia bajo la rúbrica del «Socialismo del Siglo XXI». Con esta premisa se utilizó a la organización Alianza Bolivariana para América (ALBA) como plataforma regional que sirviera para promocionar el proyecto bolivariano de la Patria Grande, pasando por encima de las patrias nacionales como proyecto de integración. De forma parecida el presidente ecuatoriano Rafael Correa trató de realzar su perfil político en medio de una intensa batalla interna con la posición y de un proceso constituyente; hizo coincidir su posesión a un segundo mandato presidencial, con la presidencia pro tempore de la UNASUR y la primera reunión del Consejo Político del ALBA-TCP en Quito junto al bicentenario de Ecuador.
Lo que vemos con estos ejemplos es que, incluso con un proyecto hegemónico como el del ALBA, la tendencia fue la de priorizar los intereses nacionales y hubo poca o escasa coordinación intergubernamental para las celebraciones. Esto se debió, como se ha dicho, a “un exceso de nacionalismo que impidió el desarrollo de cualquier propuesta de ámbito subregional”. Otra de las razones fue la gran fractura existente en la región y los conflictos bilaterales de Colombia con Venezuela y Ecuador. La creación del Grupo Bicentenario entre los gobiernos latinoamericanos consiguió impulsar ciertos éxitos, pero quedó bloqueado con las presidencias de Venezuela y Colombia en el año 2010.
En Bolivia hay que comprender la celebración del bicentenario en el marco del conflicto interno entre el ascenso de una burguesía indigenista liderada por Evo Morales y las fuerzas cruceñas de la Media Luna junto a la burguesía del altiplano por la redefinición nacional del país. Todo esto en el contexto de la nueva constitución y del debate sobre la capitalidad del Estado, en Sucre o La Paz. Por ello adquiere sentido este revisionismo histórico que trata de hacer nuevas lecturas del proceso histórico de la independencia, siendo los caballos de batalla la cuestión del indigenismo y el decolonialismo.
Aunque en Bolivia, por su demografía, es donde con más intensidad se ha dado este proceso de la inclusión de un sector, antes marginalizado, a las élites del país mediante una redefinición del propio Estado hay una raíz común de fondo en Latinoamérica. Su razón es sin duda la crisis que vive desde hace décadas el Estado liberal moderno (y que tampoco resolvió el Estado de bienestar socialdemócrata de pos-guerra ni las dictaduras militares). Pero la última estría de esta crisis vino con el consenso neoliberal de 1980-1990. En este contexto adquieren sentido las nuevas lecturas de los bicentenarios, así como la creación de Estados plurinacionales, interculturales y postcoloniales.
Este revisionismo indigenista es el correlato del ascenso de una nueva burguesía que reclama su lugar en el Estado y es aceptada para resolver la crisis interna; mediante mecanismos corporativistas y discursos sobre la especificidad pacífica y asamblearia del indígena, que puede aportar a la sociedad como amortiguador del conflicto social. Evo Morales era muy claro en 2005: “Gracias al MAS no hay un Sendero Luminoso en Bolivia, si no fuera por el MAS con seguridad habría un levantamiento armado en Bolivia. Gracias a la lucha sindical bien organizada, no hay levantamiento armado”.
El discurso indigenista sobre los bicentenarios necesita para articularse plantear en un primer lugar la idea de un pasado idílico exento de conflicto, en el que se llega a decir que la américa precolombina era una Arcadia: “El discurso indigenista viene acompañado de una profunda revalorización, idealización y exaltación de los denominados valores tradicionales”. En segundo lugar, el indigenismo (junto en general el Socialismo del Siglo XXI) trató de plantear los bicentenarios como independencias inacabadas. Como procesos de emancipación aún abiertos por la falta de participación indígena y por ser un fenómeno liderado por un elemento criollo y mestizo español, imbuido por “los esquemas del colonialismo”. Así este sector social plantea que para alcanzar la verdadera independencia es necesario este proceso de “descolonización” de la sociedad, señalando a las raíces de la colonización española, mientras la mayor parte de las comunidades indígenas ven su situación social inalterada.
También se ha podido ver con estos discursos por lo tanto que a veces se negaba la continuidad histórica de las revoluciones atlánticas, tratando de resaltarse únicamente la excepcionalidad nacional en un claro sesgo por reducir esta experiencia a un hecho nacional o pan-latinoamericano. Hay que recordar que América en el imaginario europeo fue el horizonte que permitió plantear la revolución liberal, al ser una tierra “virgen” que permitía pensar en una sociedad distinta fuera de las ataduras del Antiguo Régimen. En este sentido si existe un germen común de liberación en ambas orillas del Atlántico. En un sentido liberal, tanto españoles como criollos americanos se liberaban del yugo del Antiguo Régimen por lo que la guerra revolucionaria en España puede entenderse como continuidad de un proceso histórico:
“Los mulatos esclavos que hicieron la guerra al lado de Washington enviados por los franceses desencadenaron a su regreso a las Antillas la primera revolución triunfante de esclavos en el mundo, que elevó al poder a Toussaint de L’Overture y abolió la esclavitud. Los nacidos en el Perú no fuimos solo receptores, sino que formamos parte de ese proceso como actores. Una línea de continuidad lleva de la guerra norteamericana a la revolución de Túpac Amaru, de la Revolución francesa a la de Haití, al periodo napoleónico, la ocupación de España por los franceses, la prisión de Fernando VII, las juntas de gobierno y las guerras americanas de independencia. La revolución también salió de aquí con los alzados andinos y regresó con los expedicionistas ingleses, argentinos y chilenos”, como explica Milagros Varela.
Pero el reconocer la continuidad histórica de estos acontecimientos de emancipación no niega tampoco el hecho de que las nuevas repúblicas criollas por su propio carácter más español que indígena sufrieron de una clara discriminación social hacia ciertos grupos marginados y negados de participar completamente en la vida pública por su lugar en la sociedad. Pero lo que se empezaba ha desenvolverse en las nuevas repúblicas eran unas clases sociales que atendían al modo de producción y propiedad que las sostenía; “en realidad, como en la colonia, dos repúblicas: la de los indios continuaba dominada por señores latifundistas en vez de caciques y curacas. La de españoles se convirtió en república de criollos y señores de la tierra”. Y esta condición no se resuelve por ninguna “descolonización”.
De la misma forma se deben leer los intereses del Estado español en los bicentenarios, pues tuvieron un claro ánimo político. El Gobierno español trató de imponer su idea de Comunidad Iberoamericana de Naciones, proceso que no pudo impulsar. Esto se debió a que el Grupo Bicentenario defendió la postura consensuada de que cada país celebraría su bicentenario siguiendo sus intereses nacionales y en el marco de una conmemoración Latinoamericana. Lo contrario habría supuesto:
“fortalecer gratuitamente la actual geopolítica española, y a que los países latinoamericanos fueran llevados al ridículo de condenar la invasión francesa a España, que en su tiempo fue la coyuntura externa más favorable a la emancipación, y a celebrar el restablecimiento de Fernando VII en el trono, suceso nefasto que desencadenó la reconquista de las colonias sublevadas.”.
Madrid terminó por optar por la posición de “acompañar” los bicentenarios, estrategia que tuvo más éxito. No hubo por lo tanto al final celebraciones latinoamericanas ni iberoamericanas en este segundo centenario. Tampoco grandes sorpresas ni serios desafíos a los intereses de españoles en Latinoamérica.
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