La relación sino-taiwanesa se encuentra en un momento crítico desde que Tsai Ing-wen, líder del Partido Democrático Progresista (PDP), ganara las elecciones generales en 2016 y enero de 2020. Su rechazo a suscribir el Consenso de 1992, considerado como la base de los vínculos bilaterales, y la ambición de Beijing de reunificar la “provincia rebelde”, con el uso de la fuerza si fuera necesario, han provocado un profundo distanciamiento entre ambos lados del estrecho.
Antecedentes históricos
Representados por el Partido Comunista Chino (PCCh) y el Kuomintang (KMT) respectivamente, el origen de la relación sino-taiwanesa se puede remontar a 1924, cuando ambos partidos decidieron establecer el Primer Frente Unido con el objetivo de poner fin a la Era de los señores de la guerra y materializar la reunificación del país. Previamente, se produjeron tres acontecimientos relevantes que marcaron el transcurso de la nueva China.
- Entre 1911 y 1912 se produjo la Revolución de Xinhai, movimiento social que derrocó a la dinastía Qing (1644-1912), fuertemente debilitada por el retraso económico, tecnológico y militar, así como por la progresiva pérdida de soberanía desde la Primera Guerra del Opio (1839-1842). Tras la abdicación de la familia real, se proclamó la República de China bajo los “Tres Principios del Pueblo” -a saber, nacionalismo, democracia y prosperidad- promovidos por Sun Yat-sen, fundador de grupos revolucionarios como la Sociedad para Revivir China o la Alianza Revolucionaria, germen de la creación del Partido Nacionalista (KMT) en 1912.
- Si bien se puso fin a más de dos milenios de sistema imperial, China quedó divida en múltiples regiones controladas por antiguos militares del Ejército de Beiyang -creado por la dinastía Qing a finales del siglo XIX- en lo que se conoce como la Era de los señores de la guerra (1916-1928). Otras zonas del país, como Hong Kong, Macao o Manchuria, fueron cedidas a potencias extranjeras que aprovecharon la debilidad de China a través de los Tratados Desiguales.
- En 1919 estalló el Movimiento del Cuatro de Mayo en Beijing, protestas estudiantiles que rechazaban las condiciones desfavorables del Tratado de Versalles. Consideraban que su firma supondría una humillación al tener que ceder la provincia de Shandong a Japón. Muchos de aquellos jóvenes empezaron a interesarse por las ideas marxistas publicadas por Chen Duxiu y Li Dazhao, quienes dos años después, bajo la dirección del COMINTERN soviético, fundaron el Partido Comunista Chino.
No obstante, el idilio entre el KMT y el PCCh no fructífero. Chiang Kai-shek, ferviente anti-comunista, se convirtió en el líder del Kuomintang tras la muerte de Sun Yat-sen en 1925. Dos años después, organizó en Shanghái una brutal purga contra miembros del PCCh que provocó la fracturación de su base urbana y obligó a sus líderes a reorganizarse en las zonas rurales. Asimismo, el inicio de la guerra civil china (1927-1949) imposibilitó cualquier cooperación entre los nacionalistas, quienes intensificaron la campaña de cerco sobre el Sóviet de Jiangxi fundado por Mao Zedong en 1931, y los comunistas, que se vieron obligados a iniciar la Larga Marcha “hacia la liberación”.
Entre 1935 y 1937, tres sucesos relevantes empujaron a Mao Zedong y Chiang Kai-shek a crear el Segundo Frente Unido. Primero, el Movimiento del 9 de Diciembre en Beijing demandando al gobierno chino una mayor implicación contra la expansión militar nipona en el noreste del país. Segundo, la detención de Chiang Kai-shek por dos generales nacionalistas que le exigían interrumpir la guerra contra los comunistas para centrarse exclusivamente en repeler la agresión de Tokio -Incidente de Xi’an-. Tercero, el inicio de la Segunda guerra sino-japonesa (1937-1945). Si bien los dos primeros años la cooperación resultaron satisfactorios, la desconfianza existente y el progresivo debilitamiento de las fuerzas japonesas condujeron a la reanudación de las hostilidades entre ambos partidos.
Así pues, la guerra civil continuó durante cuatro años más, hasta que Mao Zedong proclamó la República Popular China (RPCh) en la plaza Tiananmén tras “eliminar al gobierno reaccionario nacionalista”. En consecuencia, Chiang Kai-shek se retiró a la isla de Taiwán donde estableció, con la inestimable ayuda de Estados Unidos, la República de China bajo un sistema dictatorial conocido como el Terror Blanco. Desde Formosa buscaría revitalizar el Kuomintang e iniciar la reconquista de la China continental. En su primera incursión, en marzo de 1950, logró capturar la ciudad de Sungmen, a 300 kilómetros de Shanghái, pero los “agresores comunistas” consiguieron repeler la invasión tras varias semanas de enfrentamientos. Como réplica, el Ejército Popular de Liberación (EPL) bombardeó en 1954 y 1958 las islas de Quemoy y Matsu, controladas por el KMT -Primera y Segunda Crisis del Estrecho-.
Durante las dos primeras décadas de postguerra las relaciones entre ambas orillas del estrecho eran casi inexistentes. Chiang Kai-shek prohibió todas las comunicaciones con el continente y llevó a cabo numerosas redadas, detenciones y ejecuciones con la intención de eliminar todo atisbo comunista de la isla. Asimismo, matizó que no había “ninguna posibilidad de ningún compromiso entre la China Libre y los comunistas chinos”. Mientras tanto, el maoísmo se asentaba en el continente con sus claroscuros, adoptando una retórica agresiva e intimidatoria hacia Taipéi y Washington. En 1956 el ministro de Exteriores, Zhou Enlai, declaró que “la ocupación armada” de Estados Unidos era “la raíz” de los problemas en el estrecho y subrayó que el pueblo chino recuperaría Taiwán “por medio de la guerra o por medios pacíficos”.
No fue hasta la muerte de Chiang Kai-shek en 1975 y el posterior ascenso al poder de Chiang Ching-kuo, su hijo, cuando se produjo un tímido acercamiento. Así, por ejemplo, se consintió el comercio indirecto -que aumentó de 77.8 millones a 2.720 millones de dólares en apenas 10 años- o el KMT derogó la prohibición de viaje al continente, permitiendo visitar a familiares “por sangre o matrimonio”. No obstante, durante este periodo, Beijing y Taipéi nunca renunciaron a sus aspiraciones de recuperar el territorio controlado por el otro; Deng Xiaoping, con una retórica mucho menos agresiva que la de Mao, ideó el principio “un país, dos sistemas” con el que se buscaba la “reunificación pacífica de Taiwán” concediéndole un “alto grado de autonomía”. El plan fue rechazado por Chiang Kai-shek, motivado por su política de presentarse como el legítimo gobernante de toda China, con la adopción de la doctrina de los “tres noes”: no al contacto directo, no al comercio directo y no a la negociación directa con el PCCh.
“Taiwán es parte del sagrado territorio de la República Popular China. El cumplimiento de la grandiosa obra de la reunificación de la patria es un deber sagrado de todo el pueblo chino, incluidos nuestros compatriotas de Taiwán”; constitución de 1982 de la RPCh
A partir de 1988 -coincidiendo con la política de reforma y apertura en China y el inicio de la democratización en Taiwán- la relación entró en una nueva dimensión de entendimiento. Así, en los noventa ambas administraciones crearon la Fundación para los Intercambios en el Estrecho (SEF) y la Asociación para las Relaciones a través del Estrecho de Taiwán (ARATS) orientados a gestionar asuntos bilaterales como el comercio o el turismo. Estas dos instituciones lideraron el diálogo que culminó en el Consenso de 1992 que, si bien es interpretado de forma diferente, suscribe el principio de que ambas partes forman una sola China.
No obstante, este acercamiento se ralentizó rápido con la Tercera Crisis del Estrecho -acción militar del EPL como respuesta a las ambiciones independentistas de Lee Teng-hui- y el mandato del Partido Democrático Progresista (PDP), favorable al distanciamiento con Beijing, entre 2000 y 2008. Precisamente en este periodo, en 2005 para ser exactos, la Asamblea Nacional Popular del gigante asiático aprobó la controvertida Ley Anti-secesión que permitía el uso de “medios no pacíficos y otras medidas” para “proteger la soberanía y la integridad territorial de China en caso de que las fuerzas secesionistas actúen para provocar la división de Taiwán”.
La relación volvió a dar un giro de 180 grados con la vitoria del KMT en las elecciones generales de 2008 y la firma del Acuerdo Marco Cooperación Económica (AMCE), similar a un tratado de libre comercio enfocado a fortalecer las relaciones en diversas materias como el mercantil, el académico o el de transporte. En los siguientes ocho años, el comercio bilateral se incrementó notablemente, alcanzando su pico en 2014 con 133.962 millones de dólares, se realizaron 40.000 intercambios estudiantiles y más de 25 millones de chinos visitaron la isla de Formosa.
La relación con Tsai Ing-wen
“Como presidenta de la República de China, debo enfatizar solemnemente que nunca hemos aceptado el Consenso de 1992. Quiero reiterar que Taiwán no aceptará en absoluto la fórmula de un país, dos sistemas diseñada por las autoridades de Beijing. La gran mayoría de la opinión pública también se opone”. Esta firmeza utilizada por Tsai Ing-wen, presidenta de Taiwán, durante un discurso público en 2019 es un fiel reflejo del progresivo deterioro que ha experimentado la relación sino-taiwanesa desde la victoria electoral del PDP en 2016. Ya en su toma de posesión, si bien reconoció el “hecho histórico”, Tsai Ing-wen se negó a aceptar el Consenso de 1992, postura que el PCCh condenó enérgicamente.
Como represalia ante la negativa de la nueva administración de rubricar la “piedra angular de las relaciones entre ambos lados del Estrecho”, Beijing ha adoptado diferentes medidas coercitivas en los últimos cuatro años. Primero, la Oficina de Asuntos de Taiwán anunció la paralización de las comunicaciones con la isla. Segundo, el Ministerio de Cultura y Turismo suspendió la emisión de permisos para realizar viajes turísticos a Taiwán -los turistas chinos representan el 8,2% del PIB taiwanés, lo que equivale a 44.000 millones de dólares-. Tercero, el gigante asiático utiliza su poder político-económico para mermar los apoyos diplomáticos de Taipéi -durante el primer mandato de Tsai Ing-wen la lista de países que reconocen a Taiwán se ha reducido de 22 a 15- y evitar que participe en organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS) o la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI).
Por último, el Ejército Popular de Liberación ha incrementado los entrenamientos militares en el Mar del Sur de China y las incursiones en la Zona de Identificación de Defensa Aérea (ADIZ) de Taiwán. Según el ministerio de Defensa taiwanés, un total de 279 aviones militares del EPL han entrado en su ADIZ entre el suroeste de Taiwán y las Islas Pratas desde principios de año. Se especula con que China establecerá su propia ADIZ en esta zona del Mar Meridional, de gran importancia estratégica puesto que se trata de la ubicación donde el ejército taiwanés podría bloquear el paso de buques y submarinos del EPL en un hipotético conflicto bélico.
Tsai Ing-wen, por su parte, prohibió a los altos funcionarios y oficiales del ejército retirados asistir a eventos organizados en el continente, paralizó la adquisición del 20% de Taiwan Powertech por parte de la empresa estatal Qinghua Unigroup -la compra hubiera servido para promover la estratégica industria de semiconductores en China- o inauguró una oficina especial de apoyo para ayudar a los hongkoneses que deseen abandonar la excolonia británica. Asimismo, el PDP también ha reforzado sus lazos con Estados Unidos durante el mandato de Donald Trump, de quien ha recibido jugosas concesiones como contratos mil millonarios de armamento, la aprobación de la Ley de Viajes o visitas de alto nivel de políticos estadounidenses.
Estados Unidos ha sido el principal aliado diplomático y militar de Taiwán desde 1950, cuando Harry Truman ordenó a la séptima flota repeler cualquier ataque del EPL sobre la isla. Desde entonces, las políticas de Washington respecto al Estrecho han repercutido considerablemente en las dinámicas de la relación sino-taiwanesa
Paradójicamente, el comercio es la única área que no se ha visto perjudicada por la disputa entre el PCCh y el PDP. Los intercambios superaron los 149.000 millones de dólares en 2019 y el gigante asiático se consolidó, de nuevo, como el primer socio comercial de Taiwán, adquiriendo el 40,2% -incluyendo Hong Kong- de sus exportaciones. En este contexto, Taipéi busca diversificar sus ventas para reducir su extrema dependencia de China, vulnerabilidad que puede ser utilizada por Beijing como estrategia de presión y ahogo económico.
El sueño chino de Xi Jinping: la reunificación nacional
Xi Jinping eligió el Museo Nacional de China, lugar donde se exhibía una muestra sobre la historia del gigante asiático desde la Primera Guerra del Opio hasta la Segunda Guerra sino-japonesa, para pronunciar su primer discurso público acerca de la estrategia del sueño chino. En este escenario, debidamente planificado, aludiendo a las “dificultades y los sacrificios inusuales” experimentados por el pueblo chino durante el siglo de la humillación, el líder del PCCh llamó a superar los lastres del pasado y materializar la “gran revitalización de la nación china” para transformarla en un “país socialista moderno, próspero, poderoso, democrático, civilizado y armonioso”.
Lejos de ser un discurso meramente propagandístico, la doctrina del “sueño chino” se ha consolidado como la principal hoja de ruta para la formulación y articulación de las políticas, tanto internas como externas, del gigante asiático. Si bien el concepto tiene una definición ambigua, que concede a Beijing laposibilidad de reconfigurarla en base al contexto del país, el sueño chino podría resumirse, en gran medida, como la ambición del PCCh de convertir China en una nación “moderadamente acomodada” para 2021 y una nación “plenamente desarrollada” en 2049, fechas que conmemoran los centenarios del partido y de la República Popular, respectivamente.
En este contexto, un “requisito inevitable” intrínseco a la noción de la “gran revitalización de la nación china” es concluir la reunificación de Taiwán. Esto es, la materialización del sueño chino será inalcanzable a menos que Beijing logre recuperar el control de Formosa antes de 2049. Esta es la estrategia que ha defendido Xi Jinping ante la opinión pública de ambos lados del estrecho desde que asumió el cargo de presidente, para impulsar el sentimiento nacionalista en la sociedad china, por un lado, y para intentar convencer a los taiwaneses de que la reunificación es la mejor opción, por otro.
Así, por ejemplo, durante la visita de una delegación taiwanesa en febrero de 2014, encabezada por el presidente honorario del Kuomintang, Lian Chan, el mandatario subrayó que la reunificación era parte esencial del sueño chino y afirmó que “ningún poder” podría separarlos. En 2019, asimismo, en el 40º aniversario del primer “Mensaje a los compatriotas en Taiwán”, Xi Jinping aseguró que “China debe ser y será reunificada” a través de cauces pacíficos puesto que “es una conclusión histórica extraída durante 70 años de desarrollo de las relaciones a través del estrecho y una necesidad para el gran rejuvenecimiento de la nación china en la nueva era”. En este mismo discurso, si bien aseguró que “los chinos no luchan contra los chinos”, el líder del PCCh advirtió que no prometían “renunciar al uso de la fuerza” para eliminar las “actividades separatistas que solamente originan desastre”, adoptando una retórica agresiva inusual en el oficialismo chino de las últimas cuatro décadas.
No obstante, al menos hasta la fecha, Beijing es consiente de que no es el momento apropiado de tomar riesgos innecesarios que puedan modificar el estatus quo a favor de las aspiraciones independentistas de Taipéi o que amenacen la propia estabilidad socio-económica de China. El gigante asiático aún debe hacer frente a grandes desafíos domésticos que le impiden afrontar un conflicto mayor con Taiwán y, por consiguiente, con Estados Unidos. De este modo, los líderes chinos desde Deng Xiaoping han preferido fortalecer la integración económica, forzar la dependencia de la isla hacia el continente o, como mucho, llevar a cabo una campaña de presión e intimidación político-militar.
Por otro lado, la reunificación de Taiwán tendría innumerables implicaciones geoestratégicas que favorecerían la materialización de la “gran revitalización de la nación china”:
- Primero, controlar la isla de Formosa facilitaría las operaciones militares de Beijing en el Mar del Sur de China y el Mar de China Oriental, permitiendo aumentar su influencia en la región y proyectarse hacia la “segunda cadena de islas”.
- Segundo, China tendría mayor control sobre las críticas rutas comerciales del Mar del Sur de China. Cabe recordar que hasta el 80% de las importaciones de gas y petróleo procedentes de Oriente Medio y África atraviesan estas aguas antes de llegar a las costas del gigante asiático.
- Tercero, fortalecería sus aspiraciones territoriales en el Mar del Sur de China. El PCCh estaría en una situación más ventajosa para hacer valer sus reclamaciones de la “línea de los nueve puntos”.
- Cuarto, el gigante asiático pasaría a controlar una de las economías más industrializadas y avanzadas del mundo -su PIB supera los 500.000 millones de dólares-, con un potente sector tecnológico.
- Quinto, impediría que Estados Unidos utilice la isla para cercar militarmente a China en un hipotético conflicto bélico.
En definitiva, el PCCh ha optado por elaborar una estrategia que combina diversos elementos: la defensa del Consenso de 1992, denunciar activamente las interferencias en sus “asuntos internos” -especialmente por parte de Washington-, reforzar los lazos comerciales bilaterales, mermar los apoyos internacionales de Taiwán y llevar a cabo acciones militares en la Zona Gris.
La nueva identidad de Taiwán
En 1986, 1987 y 1988, las reformas políticas promovidas por el KMT, el fin de la Ley Marcial que dominó la isla desde 1949 y la muerte de Chiang Ching-kuo, respectivamente, dieron inicio a la Tercera Oleada de Democratización de Taiwán. La consecuente libertad de expresión y la mayor participación de la sociedad en la vida política tuvieron un gran impacto en la identidad nacional -esto es, en la forma en que los taiwaneses se perciben a sí mismos como ciudadanos y como nación-, especialmente debido al auge de movimientos nacionalistas e independentistas taiwaneses.
Esta nueva corriente tuvo su representación en el Partido Democrático Progresista (PDP), formación que promovió la idea de “volver a las Naciones Unidas con el nombre de la República de Taiwán” y celebrar un referéndum de autodeterminación. No obstante, la retórica soberanista no cuajó en una sociedad que todavía tenía una identidad mixta -o, en menor medida, china- tras cuatro décadas de dictadura y campaña de sinización del KMT. Así pues, en las elecciones a la Asamblea Nacional de 1991 el PDP tan solo obtuvo el 23% de los votos -frente al 69% que cosecharon los nacionalistas-, obligando a sus líderes a moderar el mensaje independentista.
Esta coyuntura experimentó una progresiva transformación con la nueva estrategia desinizadora de Lee Teng-hui, primer presidente elegido por voto popular (1996-2000) y miembro del KMT. Pese a que en un principio defendió que ambos lados del estrecho “eran parte indivisible del territorio de China”, acabó promoviendo activamente el nacionalismo taiwanés a través de la doctrina “comunidad de destino”, provocando una división en el seno del partido. De hecho, poco después de perder la presidencia en las elecciones generales del 2000, fue expulsado de la formación nacionalista y fundó la Unión Solidaria de Taiwán, que ha mantenido su apoyo al PDP hasta ahora.
De este modo, la identidad nacional continuó experimentando una taiwanización con las victorias del PDP en las elecciones del 2000 y 2004. Asimismo, en 2014 se produjo el Movimiento Girasol, protestas estudiantiles que ocuparon el Yuan Legislativo y el Yuan Ejecutivo para mostrar su rechazo contra el controvertido Acuerdo de Comercio de Servicios negociado entre el KMT y China, considerado como una estrategia del PCCh para aumentar su influencia en la isla. Las manifestaciones masivas provocaron la paralización del proyecto y evidenciaron la polarización de la sociedad taiwanesa entre los partidarios de una mayor cooperación con Beijing, representados por el KMT, y los simpatizantes de reducir los lazos con el continente o, incluso, de establecer un Estado independiente de iure, liderados por el PDP.
Esta última corriente ha prevalecido con la reelección de Tsai Ing-wen en las elecciones de 2020 debido, en parte, a dos factores. Primero, el discurso agresivo pronunciado por Xi Jinping en enero de 2019 no fue bien recibido en la sociedad taiwanesa. Aumentó la desconfianza respecto a las ambiciones territoriales de Beijing y el temor a una posible invasión del Ejército Popular de Liberación. Segundo, la líder del PDP supo sacar rédito político de las protestas en Hong Kong, presentándose ante el electorado como la defensora de la democracia taiwanesa frente a China, subrayando que el principio de “un país, dos sistemas” no funciona y argumentando que unas relaciones estrechas con el continente son perjudiciales para Taiwán. Así, Tsai Ing-wen, pese a un primer mandato impopular, llegando incluso a perder las elecciones municipales de 2018, consiguió cosechar el 57% de los votos en los últimos comicios.
Las últimas encuestas publicadas sobre la identidad nacional también son muy significativas; según un sondeo realizado en julio de 2020 por la Universidad Nacional de Chengchi, el 67% de los entrevistados se consideran únicamente taiwaneses frente un 27,5% que optan por una identidad mixta y un 2,4% que se sienten solamente chinos. Un panorama completamente diferente a los datos registrados en 2018; un 54,5%, 38,2% y 3,7%, respectivamente.
En este contexto, el propio KMT ha tenido que reiventarse y adoptar una estrategia más pro-taiwanesa para recuperar el apoyo popular. En 2018, el expresidente taiwanés Ma Ying-jeou aseguró que mantener el estatus quo a través de la política de los “tres noes” -no a la reunificación, no a la independencia y no al uso de la fuerza- representaría mejor los intereses de la isla. En 2019, Han Kuo-yu, el entonces alcalde de Kaohsiung subrayó que “nunca habrá un país, dos sistemas en suelo taiwanés”. Asimismo, el actual presidente del Kuomintang, Chiang Chi-cheng, aboga abiertamente por mantener una línea más dura con Beijing.
En definitiva, esta transformación de la identidad nacional, fundamentada en principios y valores distintos a los continentales, se presenta como un gran obstáculo para las ambiciones territoriales de los líderes chinos, que ven como su estrategia largoplacista de interdependencia económica no da los resultados deseados. Por otro lado, el PCCh ya no ve al KMT como un socio fiable para la reunificación debido al giro que ha experimentado el partido bajo la nueva presidencia. Beijing ni siquiera felicitó a Chiang Chi-chen tras ganar las primarias en mayo, hecho simbólico que refleja la ruptura existente entre ambas formaciones.
El PDP de Tsai Ing-wen, por su parte, opta por el pragmatismo manteniendo el status quo -independencia de facto-, y por adoptar una agenda claramente pro-taiwanesa. En enero de 2020, la presidenta declaró a la BBC que no tenía la necesidad de declarar “un estado independiente” puesto que Taiwán ya funcionaba como tal.
Suscríbete y accede a los nuevos Artículos Exclusivos desde 4,99€
Si escoges nuestro plan DLG Premium anual tendrás también acceso a todos los seminarios de Descifrando la Guerra, incluyendo directos y grabaciones.
Apúntate a nuestra newsletter
Te enviaremos cada semana una selección de los artículos más destacados, para que no te pierdas nada.