Primera parte – Segunda parte
En la parte anterior del artículo se analizó la presencia norteamericana en el desarrollo de Cuba en la primera mitad del siglo XX, pudiéndose, entonces, apreciar una estrecha vinculación con los factores que incidieron en el origen de la Revolución Cubana. En esta segunda parte, siguiendo con el propósito del análisis de la primera, pero con respecto a la segunda mitad del siglo pasado y parte del actual, se verá el papel que ha desempeñado EE. UU. en el devenir histórico de Cuba, lo que lleva a estudiar su influencia en el desarrollo y la consolidación de la Revolución.
LA REVOLUCIÓN CUBANA.
Para abordar este análisis, es necesario recordar el proceso de emancipación de Cuba respecto a España, que tuvo lugar a finales del siglo XIX y fue de gran importancia para la Historia de la isla. En él destaca la figura de José Martí, cuyo carácter nacionalista y antiimperialista siguió presente en la mayoría del pueblo cubano, incluida la organización que sería referencia en el desarrollo de la lucha armada revolucionaria contra la dictadura de Batista, el Movimiento 26 de Julio (M-26-7), y su propio líder, Fidel Castro.
El legado de José Martí y el triunfo revolucionario.
El discurso del M-26-7 apelaba al pueblo cubano, apoyándose en las ideas de José Martí, quien, a pesar de su derrota militar, había dejado una huella profunda en la isla. De su ideario se destaca la importancia que otorga a la Patria común, cuya grandeza más determinante era la libertad. En sus escritos, Martí hablaba de que Cuba quería ser libre, y su logro pasaba por el establecimiento de una República independiente. De este modo, el lema “¡Cuba quiere ser libre!” no se quedaría en una proclama contra España, sino que incluía también el rechazo al deseo expansionista de EE. UU.
Martí estaba convencido de que para garantizar la independencia política era necesario lograr la independencia económica, por lo que su pensamiento tiene una importancia que trasciende de la mera separación de España e inspiró la futura lucha antiimperialista de la isla.
De este modo, siguiendo estas ideas y adecuándolas a su momento histórico, el M-26-7 decidió unir en su programa “las demandas seculares de libertad, independencia y soberanía nacional y las demandas sociales, políticas y éticas” de los más desfavorecidos.
Además, los planteamientos de Fidel Castro y el M-26-7 se apoyaban en las experiencias recientes que otros países iberoamericanos habían tenido con EE. UU. cuando habían tratado de llevar a cabo sus proyectos reformistas. Como sucedió en Bolivia en 1952, cuando Víctor Paz Estenssoro promovió reordenar la administración, nacionalizar empresas, modernizar la agricultura… y sus iniciativas se vieron anuladas por la intervención de EE. UU.; o en Guatemala con el reformismo de Jacobo Árbenz, quien propuso una Ley de Reforma Agraria que provocó incluso su derrocamiento en 1954, lo que revolucionarios como el Che Guevara conocían bien, pues, en el caso del argentino, la represión que siguió a este acontecimiento supuso su exilio en México.
Teniendo en cuenta estos precedentes, el programa de reformas del M-26-7 aspiraba a un cambio radical, cuyo cumplimiento chocaría con los intereses norteamericanos.
Paradójicamente, fue un periódico norteamericano quien dio una mayor visibilidad a la lucha de los revolucionarios. Herbert Matthews, periodista del New York Times, realizó una entrevista a Fidel Castro cuyas fotos y artículo se difundieron por todo el mundo, presentando a Castro como protagonista político de Cuba. Herbert inició la leyenda de Castro, hablando de él como un “hombre fuerte” “de extraordinaria elocuencia”, “un gran conversador que sabe tratar muy bien con los campesinos, y paga todo lo que comen”.
Además, en los momentos en los que el régimen de Batista iba perdiendo cada vez más legitimidad, EE. UU. empezó a reducir el apoyo a la dictadura, lo que se plasmó en acciones como el embargo de armas de 1958 o la sustitución del embajador Arthur Gardner, vinculado a Batista, por Earl E. T. Smith, más alejado de sus planteamientos.
La presión militar y el abandono de EE. UU. forzaron a Batista a dejar Cuba en la madrugada del 31 de diciembre de 1958. Así, los revolucionarios se hicieron durante los primeros días de enero de 1959 con los principales centros del poder militar y político de la capital y Fidel Castro fue recibido entre las aclamaciones de multitudes jubilosas en La Habana.
La consolidación de la Revolución
La Revolución dio sus primeros pasos hacia la consolidación bajo el liderazgo de Fidel Castro, que debía definir su proyecto político ante la expectación de EE. UU.
Enseguida se elaboraron las primeras leyes sociales y algunas medidas económicas que permitieron aumentar el poder adquisitivo de la población, y las tasas de crecimiento económico general un 10% a pesar de la reducción de las importaciones norteamericanas, por lo que, inicialmente, los sectores reformistas de la burguesía cubana apoyaron la Revolución.
No obstante, la medida más importante de esta época fue la ley de Reforma Agraria de 1959 (complementada en 1963) y la consiguiente creación del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA), que se encargó de organizar la dimensión de las propiedades territoriales, lo que provocó la hostilidad de la burguesía cubana y del Gobierno estadounidense.
Paulatinamente, se fue produciendo la “radicalización” del sistema, que se evidenció en un mayor intervencionismo estatal en la economía, la intensificación de las expropiaciones ordenadas por la Reforma Agraria y el inicio de las relaciones diplomáticas y tratados comerciales con Moscú.
Paralelamente, ante al rumbo que iba tomando la Revolución, se fue formando un movimiento contrarrevolucionario, externo e interno, que trató de derrocar al gobierno cubano. Son destacables los planes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), que reconoció años más tarde “apoyar en Cuba a elementos opuestos al Gobierno de Castro al tiempo que hiciéramos parecer la caída de Castro como resultado de sus propios errores.”
Asimismo, el gobierno norteamericano suprimió la cuota azucarera de la isla, a lo que los cubanos reaccionaron nacionalizando sus grandes compañías industriales y agrarias y confiscando todos sus bancos, lo que llevó a la imposición norteamericana de un bloqueo económico, comercial y financiero de la isla en 1960 y a la suspensión de las relaciones diplomáticas entre ambos países en enero de 1961.
Ese mismo año, el 16 de abril, Castro proclamó el carácter socialista de la Revolución y días después una tropa de exiliados cubanos, entrenados y armados por la CIA desembarcó en la ciénaga de Zapata por Playa Larga y Playa Girón, aunque en 72 horas las milicias obreras y campesinas y el Ejército Rebelde les frenaron en Bahía de Cochinos. Este acontecimiento provocó que se llevase a cabo la desarticulación de la contrarrevolución interna con la detención, el exilio o la expulsión de sus miembros, mientras que las organizaciones rebeldes que habían luchado contra Batista se reagruparon en las ORI (Organizaciones Revolucionarias Integradas), de cuyo seno surgiría en 1963 el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC), que pasó a llamarse definitivamente en 1965 Partido Comunista de Cuba (PCC) y constituyó un Comité Central para lograr la unidad revolucionaria.
Entre 1962 y 1970 se pusieron en Cuba las bases del Estado socialista, siempre enfrentado a los planes de desestabilización norteamericanos, los bloqueos comerciales y económicos, y el aislamiento diplomático que padeció tras su expulsión en 1962 de la Organización de Estados Americanos (OEA) por la presión estadounidense. En octubre de ese año tuvo lugar la crisis de los Misiles, que enfrentó a EE. UU. y la Unión Soviética (URSS) por la instalación en la isla de misiles soviéticos de alcance medio para neutralizar la posible invasión militar norteamericana en la isla. La situación llevó al mundo al borde de una guerra nuclear, pero se resolvió mediante una negociación entre las dos potencias de la que Cuba quedó al margen. No obstante, Castro había logrado poner al país bajo la protección soviética, y consiguió que EE. UU. descartase intervenir militarmente en la isla.
Asimismo, en los años setenta se implantó el modelo económico soviético de planificación y centralización que, junto a la adopción de planes quinquenales, favorecieron una evidente mejora en la economía cubana, con la casi total eliminación del desempleo y un importante incremento del nivel de vida de la isla.
Esos estrechos vínculos que Cuba mantuvo con la URSS durante décadas, consecuencia de la afinidad ideológica y del aislamiento internacional que ha padecido la isla, junto a la necesidad de sortear las dificultades que le ha generado el bloqueo norteamericano desde 1960, arrastraron a la nación a uno de los periodos más críticos cuando se produjo la caída del Muro de Berlín (1989) y el posterior hundimiento del bloque soviético (1991). El país entró entonces en el llamado “Periodo Especial”, marcado por una depresión económica y una crisis social que se prolongó hasta comienzos del siglo XXI, y que obligó a introducir reformas en los principales sectores productivos. Aprovechando ese contexto, EE. UU., por su parte, reforzó el embargo a la isla en 1992 con la Ley Torricelli y endureció las restricciones en 1996 con la ley Helms-Burton.
De la Historia a la actualidad…
Durante la presente centuria se ha vivido el momento de mayor acercamiento entre EE. UU. y Cuba, con Barack Obama y Raúl Castro al frente de sus respectivas administraciones. Tras su anuncio un año antes, en 2015 se restablecieron las relaciones entre ambos países, más de cinco décadas después. Anteriormente, en Cuba ya se habían empezado a introducir reformas económicas, como la eliminación de algunas restricciones sobre las pequeñas empresas, lo cual era visto con buenos ojos desde Washington, y, con la llegada de Obama a la Presidencia, se impulsaron, entonces, medidas dirigidas hacia la “normalización” de las relaciones. De este modo, se autorizó poder realizar algunas inversiones en la isla e incluso se volvieron a ofrecer, medio siglo después, vuelos comerciales entre ambos países.
En esta coyuntura, en octubre de 2016, EE. UU. se abstendría por primera vez en la votación de la ONU de poner fin al bloqueo a Cuba. No obstante, lo que fue un claro gesto diplomático, no trascendió al plano jurídico y las sanciones económicas contra la isla no se anularon.
Con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, el acercamiento diplomático entre Cuba y EE. UU. ha vivido un retroceso desde 2017. El nuevo endurecimiento de la ley Helms-Burton, con más sanciones, y medidas como la prohibición de cruceros a la isla o la limitación de remesas ponen de manifiesto la postura que Trump ha querido adoptar en la política hacia Cuba. Todo ello ha aumentado la presión económica sobre La Habana, lo que se evidencia en el clima de malestar que impera, también, al considerar esas medidas como un nuevo ataque a la soberanía de la nación. Por su parte, esa actitud hacia Cuba ha ayudado al candidato republicano a obtener el apoyo de buena parte de la comunidad cubana que habita en Miami, lo que ha contribuido de forma importante en sus dos victorias en Florida, si bien esta última no ha sido suficiente para que Trump conservase su mandato.
Hace apenas unos días se confirmó el triunfo en las elecciones presidenciales del demócrata Joe Biden, con el que se abre un nuevo capítulo en la Historia entre EE. UU. y Cuba. En cualquier caso, lo estudiado en este artículo puede ayudar a comprender mejor la situación actual de la isla y su relación con Norteamérica, y, por ende, los acontecimientos que se puedan ir desencadenando al respecto.
De este modo, se puede concluir que la realidad más actual no se entiende sin el estudio de la Historia. Así, en el tema que en este artículo se trata, se termina apreciando que, mientras EE. UU. mantiene el embargo comercial, económico y financiero que impuso a la isla hace 60 años, Cuba continúa con un proceso revolucionario, ya institucionalizado, de carácter socialista y profundamente antiimperialista. Y todo ello no es sino el resultado de toda una serie de acontecimientos políticos, económicos y sociales que comenzaron a finales del siglo XIX, y en los que ha influido (e influye) notoriamente la presencia norteamericana.
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