Desde hace muchos años la ciudad japonesa de Kioto constituye un importante centro turístico y cultural, siendo de hecho una de las urbes más visitadas del país. Sin embargo, en fechas recientes la antigua capital nipona copó los titulares mediáticos por la precaria situación de las finanzas municipales, con una gigantesca deuda y la posibilidad de la quiebra.
Una urbe con mucha historia
La ciudad de Kioto fungió como capital de Japón durante más de diez siglos, concretamente entre los años 794 y 1868. Durante aquel largo período constituyó el principal centro político del país, siendo testigo de numerosos eventos ligados a la historia nipona. Incluso durante el período Tokugawa, cuando la sede del gobierno feudal se encontraba en Edo, la ciudad de Kioto continuó siendo un importante centro cultural y religioso para el Japón de la época. De ello dan buen testimonio los numerosos templos y santuarios que se levantaron. En 1868, bajo el reinado del emperador Meiji, la capital del país se trasladó a Edo (ciudad que pasó a ser conocida como Tokio).
Sin embargo, con posterioridad a 1868 la ciudad de Kioto ha continuado teniendo una posición importante debido a su pasado, además de su prolífico patrimonio artístico y su vida cultural. Numerosos palacios, templos y santuarios inundan el paisaje kiotense, dando forma a una fisonomía urbana que contrasta claramente con la presente en otras urbes niponas, como Osaka o Tokio, en las cuales prevalece una arquitectura moderna. Dentro de Kioto sobresale el histórico distrito de Gion, con sus viviendas tradicionales y las casas de Geishas. Todas estas circunstancias han convertido a la antigua capital nipona en un importante destino turístico, una particularidad que ha ostentado desde comienzos del siglo XX.
Problemas estructurales
La sorpresa llegó en el otoño de 2021, cuando el alcalde kiotense, Daisaku Kadokawa, anunció en una inusual rueda de prensa que la ciudad afrontaba una grave situación financiera. Kadokawa, un político de perfil independiente, señaló sin ambages que Kioto podría tener que “declararse en quiebra durante la próxima década”. La noticia cogió por sorpresa a muchos habitantes de la antigua capital, en un contexto en que la urbe turística por excelencia de Japón sufría los efectos de la pandemia del Covid-19. Para entonces la deuda acumulada de las arcas públicas kiotenses era de unos 860 millardos de yenes, una cifra muy elevada para una administración de ámbito local.
Una parte considerable de esa deuda procede de las inversiones en infraestructuras que se realizaron a finales del siglo XX. Tras el éxito que habían tenido los ferrocarriles metropolitanos en Tokio y Osaka, la antigua capital japonesa no quiso ser menos y en la década de 1970 acometió la construcción de su propia red de metro. En 1981 se inauguró la línea Karasuma, seguida por la línea Tōzai en 1997. El proyecto, que ya en su época fue bastante costoso, se ha revelado con los años como una mala inversión debido a su baja utilización por los kiotenses. Para más inri, tampoco es un medio de transporte especialmente empleado por los turistas que visitan la ciudad. Esto ha significado que su explotación sea ruinosa, con frecuentes números rojos en las cuentas.
Dentro de esta dinámica, el turismo también ha tenido un lado negativo. Como ya ha ocurrido en muchas ciudades europeas, este sector ha afectado singularmente a Kioto por la presión del sector hotelero y la especulación urbanística. Por un lado, la presión ha supuesto un incremento considerable del precio del suelo, lo que ha dificultado el acceso a la vivienda. Por otro lado, esta dinámica ha empujado a muchos habitantes a trasladarse a otras áreas fuera del municipio. Todo ello ha contribuido a alterar el equilibrio demográfico de la ciudad, al tiempo que ha afianzado al turismo como uno de los principales motores económicos de la zona.
Durante las últimas décadas, mientras Kioto se consolidaba como un importante destino turístico, la ciudad también se ha convertido en un importante centro de estudios superiores. Cada año muchos jóvenes japoneses deciden cursar estudios en alguna de sus más de cuarenta universidades. Debido a ello, la antigua capital japonesa cuenta con una importante población joven. De forma similar a la dinámica demográfica que opera en el resto del país, la tercera edad tiene una gran presencia en Kioto. En términos fiscales, ambos grupos (que vienen a constituir un 40% de la población) disfrutan de numerosas exenciones fiscales. Esto ha supuesto un serio desbarajuste para las finanzas locales, ya que en la práctica solo una parte de los kiotenses (un 43% de los residentes) carga con el peso de contribuir al sostenimiento de la Hacienda local.
El impacto de la pandemia
Aunque todos estas circunstancias venían produciéndose desde hacía años, no ha sido hasta fechas recientes cuando han salido a la luz con la crisis del Covid-19 como telón de fondo. El estallido de la pandemia golpeó pronto a Japón y provocó que las autoridades optasen por cerrar las fronteras del país, en un intento de limitar la importación de contagios. Esto supuso un duro golpe para la industria turística nipona, precisamente en el año que debían celebrarse los Juegos Olímpicos de Tokio. Para hacernos una idea del impacto de esta medida basta con decir que cerca de 32 millones de turistas extranjeros visitaron Japón en el año 2019. El turismo nacional también se resintió en un primer momento con las restricciones al movimiento que impuso el gobierno.
En el caso de Kioto, las cifras hablan por sí mismas: durante 2019 más de cincuenta y tres millones de personas visitaron la ciudad. En cuanto a las cifras económicas, los turistas se gastaron en Kioto el equivalente a unos 8.500 millones de euros. Pero un año después, con las restricciones en vigor, prácticamente desapareció esta fuente de ingresos para la otrora capital nipona. En consecuencia, la economía local se había resentido de forma notable y ello se ha hecho notar en la caída de ingresos a las arcas municipales, agravando la crisis que ya vivía la administración local.
Conscientes del impacto que el cierre de fronteras estaba teniendo la industria turística nipona, el gobierno encabezado por Yoshihide Suga lanzó un plan especial con el objetivo de estimular el turismo interior. Gracias a ello se consiguió paliar en parte la regresión que vivía este sector. Sin embargo, para el otoño de 2021 en lugares como Kioto la ocupación hotelera solo era un tercio de la cifra que se alcanzó en el año 2019. En la actualidad continúa habiendo fuertes restricciones para acceder al país del Sol Naciente, por lo que el turismo extranjero en Japón está todavía lejos de recuperar los niveles previos a la pandemia del Covid-19.
Recortes y un futuro incierto
Conscientes del abultado déficit que viven las finanzas de la ciudad, la administración local de Kioto ha implementado una serie de medidas para la contención del gasto público. Por un lado, se ha aplicado una política de recortes para los sueldos de los funcionarios, al tiempo que se han incrementado las tasas de transporte. Dentro de esta política de recortes públicos incluso el zoo municipal se ha visto forzado a buscar la donación de alimentos entre empresas privadas. Pero no es suficiente y desde la administración se están buscando otras posibles vías de ingresos para cuadrar las cuentas públicas. No han faltado las críticas de la población, pues muchos consideran que esta línea de actuación va a ahondar el éxodo a otras ciudades.
El caso de Kioto viene a simbolizar las consecuencias que está teniendo la crisis provocada por la pandemia del Covid-19. Algunos problemas crónicos, ya fueran de carácter político o económico, se han visto considerablemente exacerbados hasta romper el equilibrio existente. En definitiva, que el regreso a la situación previa al Covid está lejos de ser un proceso óptimo y manejable.
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