Este artículo representa las opiniones del autor que no necesariamente concuerdan con las del equipo de Descifrando la Guerra.
Rusia ha invadido Ucrania y en el proceso Moscú ha dinamitado el orden internacional post-Guerra Fría. Estados Unidos y la OTAN ya no son los garantes de la seguridad del mundo. Estamos en una nueva etapa, un mundo multipolar regido por la competencia entre grandes potencias. Una etapa para la cual la Unión Europea no está diseñada. Es el momento de que el proyecto europeo dé un paso adelante ambicioso, puesto que su futuro depende de las decisiones que se tomen en este momento.
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El nuevo orden mundial multipolar
El sistema multipolar actual surge tras una breve fase de incontestada dominación estadounidense, el denominado periodo unipolar, establecido en los años siguientes al hundimiento de la Unión Soviética, ocurrido entre 1989 y 1991, que llegaría tras décadas de enfrentamiento bipolar durante la Guerra Fría. Sin embargo, ese nuevo orden se ha ido agotando progresivamente desde aproximadamente el 2008 (algunos analistas escogen el momento antes y otros después). Y es que desde este período Washington ha sido consciente de la ascensión de China, potencia que podría disputarle la hegemonía mundial. En ese sentido, Estados Unidos ha buscado ir replegándose de diversos escenarios, por ejemplo, Oriente Medio o más recientemente Afganistán, con el objetivo de centrar sus recursos en Asia-Pacífico.
En las últimas décadas, bajo su sistema de socialismo con características chinas, China ha demostrado en las últimas décadas un ritmo de crecimiento económico sin precedentes. Pero no solo en el terreno económico-comercial Pekín ha experimentado un salto, sino también en el ámbito militar, buscando alcanzar la hegemonía militar en Asia Oriental, con un continuo rearme y modernización de sus Fuerzas Armadas.
En un segundo escalafón tendríamos a potencias como Rusia, que a pesar de su aparente “debilidad económica”, en los últimos años se ha conseguido afirmar como un actor clave en el sistema internacional con derecho propio. Esta posición se debe, en parte, a sus éxitos en materia de política exterior y militar desde 2008: la intervención de Georgia de 2008; la anexión de Crimea en 2014; la intervención en Siria de 2015; el realineamiento de Minsk tras la crisis de 2020; la diplomacia efectiva tras la Guerra de Nagorno Karabaj; o la primera intervención de la CSTO (alianza militar liderada por Moscú) en Kazajistán, además del aumento de la influencia rusa en África en detrimento de Francia. Ahora, además, Moscú ha dado un golpe sobre la mesa con su ataque a Ucrania, que si bien está lejos de ser una jugada asegurada, demuestra la asertividad rusa en contraposición con años anteriores.
Se podría decir que la Unión Europea, Japón o India entrarían en un tercer escalafón, eso sí, con una Nueva Delhi con mucha potencial. Su alineamiento futuro podría ser clave para el orden mundial que se avecina.
Una Unión Europea no tan unida
En este contexto de competición entre potencias nos encontramos a una Unión Europea que no tiene las herramientas, o quizá incluso la voluntad, para afrontar el juego de poder internacional. Y es que, aunque la UE ostenta un gran poder comercial, lo cierto es que en términos de política exterior y militar es un actor débil. ¿Por qué? Debido principalmente a su gran división interna. Hay que recordar que la Unión nació como un proyecto comercial-económico que ha ido evolucionando sobre la marcha hacia una mole burocrática cuyo papel no es del todo claro. Internamente hay muchas divergencias sobre qué tipo de actor debe de ser la UE, si seguir siendo una potencia económica-comercial (Liga Hanseática), una potencia más geopolítica (Francia) o un apoyo dentro de la OTAN (Polonia).
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Cabe destacar que los 27 no comparten muchas veces los mismos intereses estratégicos; Polonia y los bálticos tienen una posición muy agresiva hacia Rusia, mientras que Francia y Alemania han buscado normalmente un entendimiento. España mira principalmente hacia el Magreb, Grecia y Chipre hacia Turquía, y así un largo etcétera. Además, el mecanismo de unanimidad en el Consejo Europeo impide que desde Bruselas se puedan tomar decisiones fundamentales y rápidas cuanto los intereses o soberanía europeas se encuentran en peligro.
Otro problema que se añade a la larga lista es el ámbito militar. Actualmente las fuerzas armadas europeas no gozan de una buena salud, y uno de los principales problemas a los que se enfrenta es su baja inversión. Solo un puñado de estados miembros llegan al 2% de presupuesto en Defensa (Francia, Polonia, Grecia, Bálticos). Tras el período de crisis financiera que comenzó en 2008, el presupuesto en defensa de los países europeos ha decrecido notablemente. Tampoco es que las diversas iniciativas políticas para crear una fuerza conjunta hayan resultado en avances, más bien al contrario, han resultado en sonoros fracasos.
La cuestión es que cada estado miembro está pagando por un ejército completo, lo que lleva a un desperdicio de recursos y fragmentación. La Unión Europea gasta colectivamente unos 200.000 millones de dólares al año en Defensa, un gasto muy superior al ruso, pero debido a que este gasto se reparte entre todos los estados miembros, la Unión es mucho más débil que la suma de sus partes. Y es que, por poner un ejemplo ilustrativo, los países de la UE operan 37 tipos de diferentes de tanques y 19 aviones de combate diferentes, lo que hace que operar juntos sea muy difícil. Desarrollar una industria militar común y así poner en marcha economías de escala tendría que ser una prioridad, pero, como es natural, esto choca con los intereses nacionales de cada estado miembro. Cuando se ha intentado hacer un proyecto conjunto, como el caso del avión Eurofighter, las diferencias entre los distintos países se hacen patentes. Francia, por ejemplo, no se sumó ya que significaría hacer competencia a su modelo Rafale. Europa no es capaz de poner en marcha operaciones importantes militares, la evacuación de Kabul no habría sido posible sin Estados Unidos. El pasado reciente no es diferente, en Yugoslavia o en Libia, tuvo que ser Washington quien interviniera para dar una solución militar.
Cabe mencionar también limitaciones de las capacidades de las fuerzas armadas de los principales miembros. Francia, supuestamente el estado de la Unión más fuerte militarmente hablando, no está preparado para un conflicto de alta intensidad, o eso aseguran sus propios líderes militares franceses: el General Pierre Laval ha declarado que “hoy el ejército francés es hermoso, pero en un conflicto de alta intensidad, ¿podría aguantar más de 48 horas?”. El estado mayor francés parece pensar que no es el caso. Tampoco es que en un conflicto de baja intensidad los franceses hayan sabido desenvolverse mejor. La Operación Barkhane en el Sahel se ha demostrado como una aspiradora de recursos que no ha alcanzado un objetivo final.
Y es que, aunque se alcance dicha suma de esfuerzos en el aspecto militar, sigue habiendo un problema que es esencial para desplegar una fuerza militar: una política exterior común con una estrategia detrás.
El paso adelante
En este contexto de lucha entre potencias la UE debería empezar a desarrollar su propio hard power. No se defiende la idea de que sea necesario declarar la guerra a Rusia, empezar a bombardear terceros países o reclutar masivamente soldados, sino darse cuenta de que es necesario crear poder de disuasión ante amenazas externas. Y es que el territorio europeo tiene amenazas en sus fronteras. Turquía en el flanco del Mediterráneo Oriental en su pugna con Grecia y Chipre, además de tener la amenaza constante de abrir las fronteras a millones de refugiados. Por la zona del Magreb está Marruecos, cuya proactividad ha aumentado en los últimos años, y que disputa la soberanía española sobre Ceuta y Melilla. Y en el este, con Rusia y Bielorrusia. Moscú ya ha lanzado su apuesta, mientras que Minsk causó una fuerte crisis de refugiados en noviembre.
Quizás una cuestión que se debería recalcar es el hecho de que -por suerte- los europeos occidentales estamos acostumbrados a vivir en paz. Y eso es una anomalía en la historia y en el mundo actual. Sin embargo, esa situación es susceptible de que cambie, puesto que el abrigo protector de Washington no va a estar indefinidamente. Los europeos deben entender que no se puede depender en demasía de potencias externas -en el ámbito de seguridad de Estados Unidos, y en el energético de Rusia- porque entonces esos actores tienen poder sobre ti, y pueden tomar decisiones que no te interesen.
En ese sentido, la Unión debe dar un paso adelante, una reforma del proyecto europeo para afrontar los desafíos que vienen. Con la crisis de la pandemia se cruzó el Rubicón de la deuda con el Fondo de Recuperación, y hoy estamos ante una crisis de una magnitud similar, o incluso mayor. Es hora de que la UE se tome en serio su propia soberanía. El primer paso debe ser reformar los tratados y eliminar el mecanismo de unanimidad en materia de política exterior en el Consejo Europeo. Agilizar la toma de decisiones es vital, pero es preciso diseñar un plan estratégico común europeo. Seguidamente, habría que mentalizarse en aumentar las inversiones en defensa en Europa, y, sobre todo, unificar la industria de defensa en la medida de lo posible, es altamente beneficioso para todas las partes. No solo vale con aumentar la financiación, sino desarrollar un plan eficaz militar. Es un reto sin precedentes, pero a situaciones drásticas, medidas drásticas.
Precisamente, el canciller alemán Olaf Scholz, ha declarado a día 27 de febrero, que el mundo “entra en una nueva era” tras el ataque ruso en Ucrania. Scholz ha anunciado el aumento al 2% del PIB en defensa (reclamación de la OTAN) además de la creación de un fondo estratégico de 100.000 millones de euros con el objetivo de modernizar el ejército. La Ministra de exteriores alemana, Annalena Baerbock ha afirmado que “si tu mundo es diferente, tus políticas tienen que serlo también”.
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Ya no valen las medias tintas, Europa se juega mucho. Este es el momento de dar un paso adelante. Hay 27 estados miembros, y quien no se quiera subir al barco, que no se suba. La UE debe decidir qué tipo de actor quiere ser en el sistema internacional, o jugador o terreno de juego.
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