Escrito por Alejandro López.
Prólogo
Montenegro ha buscado desde su mirador en el Adriático una identidad nacional que su población no compartía de manera férrea. Y la ha buscado en Occidente. La primera posición del Partido de los Socialistas Democráticos de Montenegro (DPS) en las elecciones parlamentarias de agosto de 2020 ha supuesto un viso de fracaso amargo en la senda marcada por el presidente Milo Đukanović, especialmente desde que inició su último mandato presidencial en 2018. La sensación de amargura oficialista se debe a que la oposición ha logrado la mayoría y cambiará el color del gobierno, aunque deba llegar a acuerdos internos. Pero el acuerdo más importante está sobre la mesa: expulsar al DPS y su senda del poder. Una senda que podría quedar truncada por las elecciones de 2020, la división interna, las protestas que se viven desde la polémica abierta con la iglesia serbia y un nacionalismo propio que hace tiempo dejó al socialismo muy lejano.
Un partido para gobernarlos a todos
El Partido de los Socialistas Democráticos (DPS) es heredero de la Liga de Comunistas de Yugoslavia cuando Montenegro era una república federal más junto con las otras entidades federativas: Serbia, Bosnia, Croacia, Eslovenia, Macedonia y las regiones autónomas serbias de Kosovo y Vojvodina. Con la desaparición del contexto yugoslavo, la región entró en una turbulenta vorágine de nacionalismos por doquier. El escenario montenegrino quedó dividido, pero mayoritariamente cercano a Serbia ya que étnicamente apenas existían diferencias ni movimientos identitarios segregacionistas. Hasta tal punto era real la conexión entre las dos regiones que se mantuvo la República de Yugoslavia cuando solo estaba formada por ellas, para luego pasar a denominarse Serbia y Montenegro. La división oficial tuvo lugar en 2006 pero, efectivamente, lo que se creó fue una división interna en Montenegro ya que solo el 55% de la población apoyó la independencia.
Los regímenes se sucedían. Pero algo permanecía: el partido. Aunque el contexto geopolítico hacía tiempo que empujó a Montenegro a la democracia burguesa y el multipartidismo, el partido heredero, el DPS, gobernó de manera ininterrumpida desde 1990 hasta 2020. Con la última legislatura ganada hasta 2020, el partido alcanza los 30 años seguidos en el poder. Sin embargo, las sensibilidades sí habían cambiado en su seno. Uno de los partidarios más fuertes del Estado montenegrino fue, precisamente Milo Đukanović, quien fue pasando por la jefatura del Estado (1998-2002; 2018-2023) y del Gobierno (1991-1998; 2003-2006; 2008-2010; 2012-2016) alternativamente en toda su historia. El haber superado las Guerras de los Balcanes en el lado serbio, retrasó la llegada de un nacionalismo exacerbado propio que era la tónica en todas las repúblicas de nuevo cuño.
En busca de la identidad perdida
Hasta los últimos años, especialmente desde el último mandato presidencial de Đukanović en 2018, no había una estrategia nacional tan potente. La entrada en la OTAN fue el primer contencioso popular a batir, ya que suponía un alejamiento de una Serbia que seguía descarnada por el recuerdo de los bombardeos de Belgrado. Pero estratégicamente fue un punto claro de alejamiento de Rusia, la hermana mayor eslava de lo que ya eran los restos de una lejana Yugoslavia. Incluso podía verse una agresión a Rusia por la continua fagocitación atlantista de Estados del Bloque del Este, que parecía no tener fin y ya ponía sus ojos sobre Macedonia. En este debate, la oposición fue frontal. El conservador Frente Democrático se opuso al ingreso en la OTAN y comenzó a contemplar la realización de referéndum de adhesión por el país. Sin embargo, en el año 2017, Montenegro ingresaría en la organización atlántica.
El presidente Đukanović, como se dice, es el gran valedor de la transformación de la identidad serbia montenegrina en una puramente montenegrina, aspirando a seguir la estela de los Estados-nación que protagonizan la escena balcánica ideológicamente –aunque no siempre se materialice en el mapa-. La limpieza étnica de Eslovenia, los éxodos croatas y serbios, la federalización étnica de Bosnia, los conflictos entre albaneses y serbios por Kosovo, así como las aspiraciones de formar una Gran Albania en Macedonia, Kosovo y partes de la misma Montenegro. Son numerosos los ejemplos de la evolución del fuerte nacionalismo desde el desgarro interno y externo de Yugoslavia, pero el caso montenegrino se postergó por la falta de base popular identitaria.
Para saber más: Kosovo y el eterno retorno de los partidos de la guerra.
La identidad en el espacio post-yugoslavo se ha construido a marchas forzadas. El cambio de bandera eliminando los colores del paneslavismo fue un punto muy importante en la sucesión. Pero lo mismo ocurrió con la lengua. El serbocroata era junto al esloveno, el albanés y el macedonio, una de las lenguas oficiales de la Yugoslavia federal. Sin embargo, en la construcción de los distintos Estados-nación, especialmente en Croacia, se ha vivido la división lingüística de los dialectos serbio, croata, bosnio y montenegrino. La diferencia entre los católicos de Croacia y parte de Bosnia y Montenegro, favoreció que se apostara más por una escritura latina y occidental frente a las regiones ortodoxas y étnicamente serbias de estos tres países y la propia Serbia –y sus provincias-. En todas ellas destaca el uso de la lengua con el alfabeto cirílico.
Las reliquias de la Iglesia
El progresivo alejamiento de Serbia sería visto por la oposición como algo negativo debido al importante hecho arrastrado desde 2006 de que la independencia de Montenegro se aprobó con un sufragio extremadamente disputado y en cuestión por las personas que pudieran votar desde países extranjeros como Bosnia-Herzegovina. En 2019 llegaría el punto clave de la disputa interna: el conflicto con la Iglesia ortodoxa serbia. Un 44% de la población hacía solamente una década mantenía lazos tan estrechos con la identidad serbia que había votado por formar parte del mismo país. Y en esa década la sensibilidad nacionalista no había variado ostensiblemente como para apoyar un nuevo conflicto intra-ortodoxo.
La Iglesia ortodoxa es política pura, aun en un panorama donde todas las religiones tienen fuertes vínculos políticos. Pero el resquebrajamiento de su área de culto desde los años 90 ha acelerado los conflictos como el ruso-ucraniano. La república de Đukanović aspiraba a emplear la consolidación de una iglesia de jurisdicción propia para vertebrar una identidad nacional. En este punto confluyen las aspiraciones del nacionalismo con la contienda canónica previa. Desde la década de 1990, la Iglesia ortodoxa de Montenegro comienza a buscar una presencia propia y separada de la Iglesia ortodoxa de Serbia, que considera Montenegro como territorio bajo su jurisdicción. Sin embargo, la irrupción de la parte montenegrina en el espectro religioso no tuvo impacto de calado, ya que poco después de la independencia del país, la inmensa mayoría de la población se adscribía a la Iglesia serbia, por una pequeña proporción que decía profesar la fe bajo jurisdicción montenegrina. Los gobiernos sucesivos fueron modulando sus relaciones con las distintas iglesias, rotas entre sí, ya que la montenegrina solo mantiene reconocimiento por la Iglesia ortodoxa macedonia, también enfrentada a la serbia; y por la Iglesia ortodoxa ucraniana, enfrentada a la rusa.
Sin embargo, el empujón legislativo montenegrino hacia su pretendida autocefalia llegó en un momento muy propicio a nivel geopolítico dentro de la estructura eclesiástica ortodoxa. Y es así porque precisamente bebía de los ánimos advenidos tras la admisión por el Patriarcado Ecuménico de la autocefalia de la Iglesia ortodoxa ucraniana y el conflicto durante el cual hubo tres iglesias ortodoxas al mismo tiempo en Ucrania. Pero los vientos no soplaban solo desde Constantinopla: el patriarcado de Bulgaria había realizado en 2017 un conato de reconocimiento y de jurisdicción sobre la Iglesia ortodoxa macedonia. El Patriarcado Ecuménico tenía varios frentes abiertos y la Iglesia montenegrina podría aprovechar la coyuntura. No se puede hablar de situación de cisma a gran escala porque el conflicto ha quedado soterrado en los Balcanes y no ha supuesto una ruptura abierta entre Moscú y Constantinopla, como sí ocurrió en el caso ucraniano.
Para saber más: Cisma ortodoxo.
En el año 2019, el DPS se sirvió de su mayoría parlamentaria para aprobar la Ley de libertad religiosa, con pelea física en la sesión plenaria incluida, expulsión de los opositores del Parlamento y detención por la policía. Las protestas dieron el pistoletazo de salida en diciembre de 2019 con el bloqueo de calles en la capital, Podgorica, pero se movieron entre los lugares religiosos donde se requirió a causa de la inminente intervención: en Tivat para defender el baptisterio del monasterio de San Miguel Arcángel, o en Ulcinj, donde se derribó la residencia del monasterio de San Basilio de Ostrog. Incluso ocurrieron movilizaciones en Belgrado, pidiendo ayuda a Serbia y ésta lo comunicó a Rusia. El argumentario esgrimido en su favor claramente teñía la ley de laicismo por su disposición para hacer públicos del Estado montenegrino todos los bienes eclesiásticos cuya propiedad no pueda ser demostrada con fecha pretérita a la anexión de Montenegro al Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos. Es decir, 1918 como fecha desde la que los templos pudieran haber sido objeto de sustracciones patrimoniales por la identidad religiosa ortodoxa serbia. El fuerte vínculo de la población ortodoxa montenegrina por la institución serbia, la segunda más importante del mundo tras el Patriarcado de Moscú, permitió la crítica generalizada de la Ley de libertad religiosa, ya que iba en la dirección de apropiarse de numerosos templos y reliquias sagradas que se encontraban en ese momento bajo el control de la Iglesia ortodoxa serbia.
Elecciones del futuro pasado
La campaña electoral se ha movido, bajo estrategia de Đukanović, en una discutible disyuntiva entre la estrategia de futuro de aproximación a Occidente –especialmente en el proceso de integración europea- o una previsión sombría bajo el pasado eclesiástico en la relación con Serbia. Las protestas llegaron hasta las elecciones de 2020 con el único paréntesis de la pandemia. Pero el principal conjunto de partidos opositores había forjado una coalición que aspiraba por primera vez a arrebatar la mayoría al DPS. Esta coalición cercana a los sectores serbios y a la Iglesia ortodoxa serbia era ‘Por el Futuro de Montenegro’, protagonizada precisamente por el conservador Frente Democrático que se había opuesto al alejamiento de Serbia y a la entrada en la OTAN. Pero esta coalición, dirigida por el profesor Zdravko Krivokapić, también comprendía otros partidos socialdemócratas como el Partido Popular Socialista y otros conservadores de menor peso. Según Krivokapić, la coalición defendía una identidad multiétnica del Estado montenegrino, así como el respeto por todas las religiones y sensibilidades nacionales. La tercera fuerza en las elecciones, la coalición moderada ‘La Paz es Nuestra Nación’ también se mostraba cercana a la Iglesia ortodoxa serbia.
La defensa de los postulados de los primados serbios y la capitalización del descontento de la población ante la controvertida ley religiosa de 2019, confrontó a Milo Đukanović con estos partidos, a los que acusó de querer “iluminar el camino hacia el futuro [de Montenegro] con los dogmas medievales de la Iglesia”, enmascarándose en la pátina secularizadora que vendía. También resaltó el interés común de la oposición y de la Iglesia ortodoxa serbia por socavar el Estado montenegrino.
La entrada en la Unión Europea era el objetivo final, no solo para Montenegro sino para todos los países de la región. Tras la entrada de Croacia, los Balcanes se preparaban en masa para ofrecer su candidatura. Occidente se ha ofrecido económicamente a sostener estos anhelos desde que surgió la oportunidad de expandir su influencia –menguante- sobre el este del continente. Macedonia del Norte, Albania, Bosnia-Herzegovina, Serbia y Kosovo. Estos dos serían los últimos pendientes de un arreglo diplomático que les permita avanzar en la integración europea, tras los acuerdos por la frontera entre Kosovo y Montenegro o por la identidad de Estado entre Macedonia del Norte y Grecia. Sin embargo, las sensibilidades internas con respecto a la Unión Europea no ha supuesto tal choque como el de la OTAN. Los acuerdos de posguerra, en la práctica, supusieron un punto de inflexión en la entrada financiera de los países europeos en una Yugoslavia ya de por sí abierta a las particularidades de mercado en su etapa socialista. Incluso la coalición de partidos liberales que apoyaba a la Iglesia ortodoxa serbia frente a Đukanović, ‘La Paz es Nuestra Nación’, comparte la visión de Estado sobre la Unión Europea. A pesar de todo, los ánimos europeístas en los Balcanes han sido bastante fluidos, dada la distancia que tomó Serbia a principios de año y su continuo acercamiento a China o el euroescepticismo que se agita en Hungría. Una vez retirada la negativa de Francia a la ampliación de la Unión, todos los países de la región se prepararon internamente para avanzar en sus respectivos procesos. Y Montenegro va a la cabeza.
En cualquier caso, el carácter europeísta de los partidos liberales menores o en coalición iba a impedir la ruptura del consenso en ese aspecto. Del mismo modo, la presencia en la OTAN tampoco parecía suponer un choque más que retórico ya que la aritmética apostaba por la necesidad de coaligar a multitud de partidos contrarios al DSP, pero el Partido Socialdemócrata –que ha sido socio del DSP- se presentaba por separado esta vez y no parecía que fuera a apostar por contradecir su postura atlantista. Además, también cabía la posibilidad de depender de las minorías étnicas albanesas, croatas y bosnias –partidarias del gobierno- en caso de abrirse la única e imprevisible ventana de oportunidad para echar al DSP. Finalmente, la minoría croata no ha logrado entrar al Parlamento. El único elemento capaz de unir a los partidos que querían ventilar el gobierno nacionalista de Montenegro, tras 30 años de partido único en la práctica, era precisamente el que más había separado al país en los últimos años: la Iglesia ortodoxa serbia.
Epílogo
A pesar de todo, estas elecciones sí han supuesto realmente un punto clave en la historia democrática de Montenegro, dado que la distribución parlamentaria y la correlación de fuerzas ha logrado la mayoría suficiente para desbancar por primera vez en 30 años al DSP y al primer ministro Duško Marković. Para ello era importante contemplar el sistema electoral montenegrino, donde el umbral mínimo se situaba en el 3% de voto popular representativo porque se juega con una circunscripción única a nivel estatal, repartiendo los 81 escaños del legislativo bajo el sistema D’Hondt. No obstante, se contemplaba la salvedad de las minorías étnicas, para las que el umbral se sitúa en el 0’7%. En el caso de no alcanzarse este mínimo, se contemplaba que un escaño fuera a la minoría croata si supera la mitad de ese umbral, el 0’35% de los votos.
Bajo el esquema de desgaste por la pandemia, la corrupción y la olvidada situación económica, Milo Đukanović se jugaba la continuidad de su eterno partido, con Duško Marković a la cabeza del gobierno, y ha acusado a la oposición de hacer resurgir las tensiones nacionales por su apoyo a los sectores serbios. Finalmente ha perdido. La oposición ha logrado 41 escaños en conjunto: 27 para ‘Por el Futuro de Montenegro’, 10 para ‘La Paz es Nuestra Nación’ y 4 para ‘Acción de Reforma Unida’. “El régimen ha caído”, despachaba Krivokapić a pesar de las diferencias estratégicas entre los presumibles socios de gobierno. De hecho, Đukanović había apostado por la abstención como posible salida del descontento, descartando el apoyo a las posturas pro-serbias. Pero la participación subió (75,9%), especialmente a primeras horas y en un contexto de pandemia nada favorecedor. Esta confabulación multipartidista ha resultado en un choque con el presidente, quien parece ver el nacionalismo serbio en el ojo ajeno pero no el montenegrino en el propio.
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