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Por Alejandro López.
Moscú ha señalado la posibilidad de que las respuestas ante la falta de compromiso occidental con los acuerdos en torno a Ucrania y la seguridad en el este vayan más allá de los pasos diplomáticos rupturistas con el orden establecido, lo cual supondría algo de mayor fuerza transformadora que la anexión de Crimea y Sebastopol en marzo de 2014. Lo que se plantea es la respuesta mediante “medidas militares y técnico-militares”. ¿Pero qué puede suponer esto?
Si la diplomacia funciona con un acuerdo en posiciones de gran cesión por uno de los actores o con un acuerdo en posiciones centristas tras la movilidad de las líneas rojas, también con la posibilidad de que se busque una escapatoria por la mínima, supondría una desescalada. Pero si no hay ningún tipo de acuerdo ni las intenciones de Rusia eran únicamente las de mostrar músculo y cerrar filas, el desacuerdo requeriría necesariamente una escalada. El momento en que se den por rotas las negociaciones es otra cuestión ya que la extensión del proceso puede por sí sola servir para agotar las expectativas de Rusia. De modo que en el mencionado caso de escalada, Rusia plantea la guerra como última opción o, como se verá más adelante, como respuesta a un ataque de Ucrania y del apoyo material militar que está recibiendo continuamente desde Occidente. Aquí se encuentran dos posibles posiciones para presionar a los occidentales a mover sus líneas rojas, aceptar un acuerdo o dejar de intervenir dando apoyo a Ucrania.
¿Hacia una crisis de los misiles en Kaliningrado?
En primer lugar, el escenario para presionar por un acercamiento con el foco en Ucrania enfatiza en la situación de las fronteras a solo 500 km de Moscú. Se podría aceptar un marco de Ucrania balanceada entre los sectores oriental y occidental pero siempre bajo una zona de amortiguación en Europa del Este que salvaguarde la distensión técnica-militar en Ucrania, Polonia, Alemania oriental y, potencialmente, los bálticos. Esto se podría conseguir apostando por los puntos del borrador de la reducción de infraestructura militar en los países OTAN post-1997, la firma de un nuevo acuerdo de control de misiles de corto y medio alcance (INF) y la renuncia a la línea roja de la expansión de la OTAN a cambio de una congelación de la entrada de Ucrania o una “neutralización”.
Sin embargo, cabe señalar que uno de los escenarios en los que descarrile el proceso de Minsk de manera definitiva o no se logre un compromiso por su implantación, complicando notablemente la entrada de Ucrania en la OTAN aun sin acuerdo Rusia-OTAN, sería el despliegue de misiles de corto o medio alcance desde la frontera ucraniana. El factor estratégico de Ucrania para Rusia entra, precisamente, por la cercanía de las fronteras orientales ucranianas -potencialmente bajo control de la OTAN como se hace con Letonia, Lituania o Estonia- a las principales capitales rusas, incluyendo Moscú, reduciendo el tiempo de reacción del Kremlin ante un lanzamiento a la mitad o incluso un tercio según la proyección. Este pensamiento de amortiguación en torno a las fronteras está fuertemente arraigado en la política rusa desde el Imperio Ruso, pero no resulta extraño tras las crisis de Barbarroja y Stalingrado durante la II Guerra Mundial, así como el peligro que resalta Rusia ante el descontrol de la gran llanura europea.
Las formas de escalar para presionar por ello sí incluyen respuestas en la categoría de “técnica-militar” ya que se habla de un aumento del despliegue ruso hasta cifras tan desorbitadas como las de enero-febrero 2022 y la apuesta por una crisis de los misiles. El supuesto de la crisis de los misiles en Europa implica que un despliegue ruso pueda hacer ver a las capitales europeas lo que una “decisión soberana dentro de su propio territorio” pueda repercutir en sentimientos de “amenazas de seguridad” en sus vecinos. Es decir, Rusia podría hacer sentir en el Báltico lo que Reino Unido critica de Rusia como falta de amenaza por la toma de decisión en defensa de un país. El enclave ruso de Kaliningrado en el Báltico es un perfecto ejemplo de área desde la que se verían comprometidos a una distancia similar a la ruso-ucraniana capitales como Berlín, Copenhague, Estocolmo, Tallin, Riga, Vilna, Praga, Varsovia e incluso Helsinki.
¿Hacia una crisis de los misiles en Bielorrusia?
La segunda opción para desarrollar una crisis de los misiles en Europa que mueva la coerción del escenario ucraniano a una zona de amortiguación general en el este implicaría otro escenario cercano a Rusia: Bielorrusia. El tablero de Kaliningrado tiene otras complicaciones, al igual que el de Ucrania, como exacerbar las tensiones con Suecia en Gotland y su continua promoción interna de un sentimiento favorable a la entrada en la OTAN que tradicionalmente no es correspondido con el favor demoscópico. Un despliegue en Bielorrusia es posible desde la ruptura de lazos que la Unión Europea –Polonia y Lituania a la cabeza- fomentó con sus sanciones contra Lukashenko. A pesar del éxito del mandatario bielorruso para que la UE volviera a considerarle un interlocutor válido durante la crisis de migración artificial que creó contra Polonia, Lukashenko sigue siendo fuertemente dependiente de sus lazos con Rusia, fortalecidos desde esa ruptura con Bruselas, ya que antes Bielorrusia mantenía una geopolítica de equilibrios. Además de los 28 acuerdos suscritos en el marco del Estado de la Unión con Rusia, Bielorrusia suscribió otros acuerdos como los de cooperación militar y, más allá de lo firmado, lo más prometedor de los acuerdos era el camino que abrían: unión política.
Los ejercicios de febrero de 2022 y la asistencia a las “fronteras del Estado de la Unión” ya suponen la presencia de tropas rusas en Bielorrusia, pero para una verdadera crisis de los misiles, que vaya más allá de la completitud del despliegue en torno a Ucrania, hacen falta varios elementos. El primero de ellos es el fin de la moratoria rusa al tratado INF para los misiles balísticos y de crucero nucleares de corto y medio alcance, ya que la cifra de 500 km a partir de la cual el acuerdo cubría dicha tecnología y la ruptura unilateral del tratado por Donald Trump son cuestiones que con esta moratoria quedan desbalanceadas en favor de Washington.
La cuestión nuclear también puede escalar más que el simple fin del INF –fácilmente negociable con una administración como la de Biden-, puesto que con la reforma constitucional bielorrusa, programada para ser refrendada en febrero, Bielorrusia deja de ser un país no nuclear. Un despliegue de misiles en Bielorrusia sería una opción, no tan sencilla pero que a buen seguro movería la coerción desde forzar a los occidentales a sentarse en la mesa de negociación a hablar sobre Ucrania hacia forzar a Estados Unidos a un nuevo acuerdo de control de armamentos. Rusia en 2022 dispondrá, además, de armas hipersónicas funcionales en camino a la evasión del escudo antimisiles, y de procesos en Occidente que podrían dificultar la unidad de respuesta o, al menos, la unidad de negociación: las midterm en Estados Unidos y el potencialmente controvertido nuevo gobierno de Francia. Estos acontecimientos favorecen una negociación más laxa por la falta de fuerza conjunta y, por tanto, una negociación ajustada a términos técnico-militares podría no ser torpedeada por los más antirrusos de la organización atlantista como Londres o Varsovia.
¿Hacia una crisis de los misiles en América?
La posibilidad del alcance de una nueva crisis de los misiles se adscribiría a Europa ya que, a pesar de lo mostrado en prensa occidental, los ofrecimientos de Venezuela y Cuba son sobre la mejoría de los lazos y cooperación militar. En ningún caso los líderes rusos han mostrado su disposición a trasladar esta crisis al Mar Caribe, aunque por distancias surtiría para Estados Unidos un efecto equiparable al de Kaliningrado. La rumorología ha crecido pero su origen se sitúa en dos entrevistas donde se preguntaba al Viceministro ruso por dicha posibilidad y él se limitaba a “no confirmar ni desmentir” este extremo. No es una propuesta que haya salido desde el Kremlin.
En cualquier caso, según las decisiones soberanas de cada país defendidas por Washington y Londres esto no debería suponer una “amenaza” igual que se argumenta que la misma posición en Ucrania no lo supondría para Rusia. Evidentemente sí supondría una amenaza para Estados Unidos. Además, la crisis de los misiles en Cuba, Venezuela o incluso Nicaragua no sería un escenario nuevo ya que, al calor de la Guerra Fría, precisamente el despliegue soviético en Cuba vino acompañado de cierta reciprocidad a la cercanía de los misiles estadounidenses de medio alcance en Turquía y en Italia.
No obstante, aunque las posibilidades en torno a un acuerdo balístico son una realidad, ampliable a un acuerdo por la zona de amortiguación, parece poco probable que un despliegue del insólito calibre como el que protagoniza Rusia no busque algo más ambicioso o, al menos, centrado en la cuestión del arreglo político para Ucrania. Y ese arreglo puede ser negociado con un nuevo marco, con una guerra limitada, con una guerra total o con un renovado compromiso sobre un marco pretérito válido como el de Minsk.
Para saber más: La seguridad europea en la encrucijada: los riesgos.
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