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El inevitable camino a la derecha del Partido Laborista británico

Keir Starmer y Rebecca Long-Bailey. Foto: Modificado de Morning Star.

Escrito por Alejandro López.

El Partido Laborista se ha visto envuelto en una vorágine de ataques internos entre las corrientes de izquierda y derecha del partido, las cercanas a los líderes Jeremy Corbyn y Tony Blair, respectivamente. En los últimos meses, el partido se ha dirigido hacia un cambio de liderazgo consolidando el ala derechista en la figura de Keir Starmer, quien trató de hacer ver que el partido realmente mantendría una postura conciliadora con sus rivales para crear unidad en su seno. Las candidatas de las primarias que mantuvieron la contienda con Keir Starmer recibieron la oferta de incorporarse al gobierno en la sombra de Starmer pero detrás de las cortinas la pelea intestina seguía siendo convulsa.

La publicación de una serie de filtraciones dejaron en evidencia que la secretaría general del Partido Laborista había estado maniobrando secretamente para boicotear el desempeño electoral de Jeremy Corbyn, para después buscar su caída. Una vez Corbyn se marchó tras años de conspiración sin éxito, desapareció el izquierdismo del liderazgo del partido. Las acusaciones de antisemitismo no lograban su propósito: situar a los antisionistas como enemigos de la tolerancia y objetivo de purga necesaria. Corbyn cayó por el Brexit y no por el antisemitismo de falsa bandera, cuya realidad sigue sin investigarse decididamente en las entrañas del partido, más allá de una ligera ventilación con objetivos políticos evidentes. Con la salida de la secretaría general de Iain McNicol, envuelto en el boicot derechista contra los corbynistas, parecía que las aguas volverían a su cauce pero la realidad es que Jennie Formby no logró airear las oficinas laboristas. Con la salida de Corbyn, después se produjo la salida de Formby en mayo de 2020, quien no compartía el proyecto de la dirección. La nueva secretaría general estaría ocupada por David Evans, otro moderado para decantar la dirección meridianamente hacia el blairismo junto al proyecto de Starmer.

Para saber más: Los papeles de los Laboristas.

La unidad ornamental

De cara a la galería todo se veía normal. Se renovaban liderazgos y con ellos los principales cargos, así como se apostaba por una continuidad ideológica del proyecto en la secretaría general. Las ex candidatas a las primarias se unían al gobierno en la sombra y las salidas se vendían como renovaciones ordinarias. Pero el partido ya había cambiado y la izquierda no pudo hacer nada más que vender conciliación mientras sus miembros desaparecían de la primera línea.

Pero en las cuitas internas, Keir Starmer nunca tuvo la intención de integrar a los corbynistas en su proyecto político. Sus rivales políticas en las elecciones primarias obtuvieron carteras destacadas: Asuntos Exteriores recayó sobre Lisa Nandy, Comercio Internacional sobre Emily Thornberry y Educación sobre Rebecca Long-Bailey. Pero aunque Long-Bailey fuera la candidata más a la izquierda y encontrara su hueco en el gabinete en la sombra, los gestos de Starmer destacaron hacia el centrismo. Angela Rayner, de centro pero más a la izquierda que Starmer, ocuparía la segunda posición de liderazgo del partido y la Secretaría de Estado del gabinete en la sombra; mientras que Ed Miliband, antiguo líder laborista, ocuparía la cartera de Estrategia Empresarial, Energética e Industrial. Un reparto equilibrado y compensando sensibilidades. Pero había algo escondido para los corbynistas.

Angela Rayner, segunda de Keir Starmer en el liderazgo del Partido Laborista.

La candidata corbynista era Rebecca Long-Bailey, quien quedó segunda en las primarias, por lo que su presencia en el gobierno en la sombra se antojaba irrenunciable para asentar el liderazgo de Starmer bajo una pátina de centralidad y unidad de sensibilidades. Long-Bailey había prometido continuar el legado de Corbyn en el partido al apostar por la reconversión económica verde, el Green New Deal y políticas de intervención pública para reactivar la economía. A pesar del cuestionable papel socialdemócrata a la hora de intervenir la economía, el plan corbynista era lo más a la izquierda que el partido había logrado situarse en décadas, apostando por la nacionalización de sectores estratégicos como el agua y los ferrocarriles. Starmer buscaba contentar al sector izquierdista y dar imagen de unidad por lo que decidió incluir a Long-Bailey en un puesto destacado pero sin importancia en su programa, como es Educación, que no ponía nervioso a ningún dirigente blairista y no representaba una amenaza socialista al programa de Starmer.

El cambio de escenario

Lo que nadie pudo prever fue la llegada de la pandemia de COVID-19 que dejó Reino Unido como uno de los países que peor ha gestionado la crisis sanitaria. Keir Starmer inicialmente dejó fuera a Rebecca Long-Bailey de su comité especial para la respuesta a la crisis, pero entre quejas tuvo que aceptar la nueva importancia cobrada por el departamento educativo dentro de la gestión de la pandemia.

En ese contexto, un errático Boris Johnson, que había sido muy crítico con la toma de medidas para cerrar la economía, recibió un misiva del sindicato docente NEU donde se pedía información sobre la reapertura de los centros escolares, la publicación de las medidas previstas y el fin de la especulación sobre el asunto. Ante la falta de planificación, la oposición pudo mostrar fortaleza en educación como un asunto que se había convertido en capital durante esas circunstancias. Keir Starmer, sin embargo, abogó por priorizar la reapertura de los centros escolares para paliar la desigualdad de la que adolecían los estudiantes en la modalidad telemática en función de sus recursos, ya que llevaban cerrados desde el 23 de marzo. Aquel posicionamiento supuso un primer enfrentamiento en la estrategia política de los laboristas. Rebecca Long-Bailey, como encargada del área, se posicionó en favor del sindicato NEU y otros muy relevantes en el espectro laborista como Unite. La Secretaria de Educación del gobierno en la sombra de Starmer declaró públicamente y escribió en redes sociales en contra de la reapertura precipitada. “Solo deben reabrir las escuelas cuando sea inequívocamente seguro para los estudiantes, el personal y las familias, junto con pruebas sistemáticas [de COVID-19], seguimiento y estrictas medidas de seguridad”. Estas fueron las palabras de Rebecca Long-Bailey. El sindicato exigía que la reapertura esperase a un número mucho más bajo de casos de COVID-19, la aprobación de un plan nacional para el distanciamiento social, el acceso integral a tests de COVID-19 por parte de la comunidad educativa para evitar que los centros se convirtieran en puntos calientes, la aprobación de protocolos de seguridad y la protección de las personas de riesgo o que convivan con personas de riesgo. Aquellas demandas lograron un fuerte apoyo durante los meses de abril y mayo, incluso por parte de la segunda del partido, Angela Rayner, amiga cercana de Long-Bailey. Keir Starmer desdeñó en todo momento la adscripción a las demandas educativas y no confrontó estos puntos con Boris Johnson. Rebecca Long-Bailey le contradecía en pleno auge del debate nacional sobre la reapertura educativa y se había convertido en un contrapeso interno desde un área diseñada para ser ornamental.

La condena al ostracismo

En el mes de mayo, el Partido Laborista decidió apartar a Long-Bailey de los focos y, en su lugar, se ofreció una portavocía mediática más moderada que apuntalase el mensaje de Starmer. La desautorización a su secretaria de Educación se prolongó durante la crisis hasta mandar mensajes de seguridad y urgencia en la reapertura de los centros escolares, mostrando la decisión como falta de riesgos sanitarios e incluso contradiciendo las declaraciones de la Asociación de Médicos en favor de las demandas del NEU. Rebecca Long-Bailey decidió tomar las riendas de la oposición a la reapertura educativa y amplificó las demandas del NEU en redes sociales pidiendo a los miembros del Partido Laborista que firmaran en favor de las exigencias del sindicato. Su postura fue especialmente discordante al tratarse de la única que alzó la voz del gabinete en la sombra, quien confrontó a la prensa de derecha en sus ataques a los educadores y quien combatía el argumentario del gobierno de Boris Johnson mientras el equipo de Keir Starmer se puso de perfil para no salir perjudicado en el debate.

El 1 de junio, Boris Johnson comenzó su plan de reapertura mediante un gradualismo aplicado en las escuelas de Inglaterra. Gales, Escocia e Irlanda del Norte comenzarían a abrir tras las vacaciones de verano. Sin embargo, el plan fracasó y se dejó en manos de los expertos la decisión de adaptar cada centro a una posible reapertura o directamente no volver hasta septiembre. Aunque el Partido Laborista en su conjunto se arrojó la victoria sobre Boris Johnson en este asunto, la postura de la reapertura siguió siendo sostenida por el grueso de exponentes políticos. Toda la operación para apartar a Long-Bailey pasó desapercibida ya que durante el mes de mayo de 2020 fue cuando se produjo el relevo en la Secretaría general, la dimisión de Jennie Formby a principios de mes y la elección del moderado David Evans a finales de mes. Evans contaba con el apoyo de Keir Starmer, Angela Rayner y el sector blairista del partido, ya que había ocupado la subsecretaría del partido entre 1999 y 2001.

David Evans
David Evans, nuevo secretario general del Partido Laborista.

La última purga

Rebecca Long-Bailey fue destituida de su cargo en el gobierno en la sombra el 25 de junio. El motivo no tenía nada que ver con sus discrepancias en Educación ni con la confrontación vivida estos meses. Se acudió al eterno comodín para justificar que una persona incómoda del ala corbynista debiera salir. El antisemitismo. Long-Bailey compartió en redes sociales una entrevista en la que se criticaba el papel de las fuerzas policiales de Estados Unidos en el homicidio de George Floyd y su vínculo con la policía israelí, que emplearía las técnicas brutales a las que hacía referencia. Una vez más, una crítica a un aspecto de una política sionista era visto como antisemitismo. La falta de base jurídica para una investigación contra Long-Bailey hace ver que se trataba de una destitución ordenada por el contexto sanitario, que había acelerado los ritmos de limpieza ideológica en el partido. En cualquier caso, la política redactó una aclaración consensuada con el equipo laborista para evitar cualquier tipo de escándalo por antisemitismo.

Al día siguiente el Grupo de Campaña Socialista se reunió con Keir Starmer y ofreció una declaración de repulsa sobre la expulsión de Rebecca Long-Bailey, la necesidad de criticar la política de Israel y la inminente anexión de Cisjordania, así como una fuerte preocupación sobre las filtraciones sobre el sabotaje electoral interno contra Jeremy Corbyn y las descalificaciones, especialmente contra los negros. Este mismo grupo ofreció una declaración para el reconocimiento de Palestina, firmada por el propio Jeremy Corbyn. Por si fuera poco, Long-Bailey recibió el apoyo de sectores judíos calificando su despido como “desproporcionado y un ejemplo más de cómo se utiliza a los judíos en el juego político para luchar contra la izquierda y crear división entre la comunidad”.

Keir Starmer llegó vendiendo su intachable trayectoria jurídica, con una gran ola de popularidad auspiciada por la rama mediática liberal moderada, pero sin hacer frente a su pobre trayectoria en realidad política. Ha desempeñado el puesto en el gabinete en la sombra de Corbyn para el Brexit entre 2016-2020, empujando al partido hacia la irrelevancia en el debate y propiciando el tropiezo de Corbyn en esa idea de ambivalencia fuera de la línea plebiscitaria en que se movía el debate público. La postura de permanencia en la Unión Europea y el segundo referéndum acabó por desdibujar completamente al Partido Laborista en la estrategia política británica. Se ha mostrado muy tímido a la hora de apoyar las movilizaciones sindicales y las protestas de base laborista, apostando más por instrumentos policiales; pero vende una oposición que no es tal al proyecto blairista a raíz de sus críticas a la intervención militar que el Primer Ministro laborista británico auspició contra Irak. A pesar de todo, Sir Keir Starmer está logrando asentar su liderazgo, no por su fortaleza interna ni en cuanto a sus propuestas sino por la redirección de centro-derecha que está forjando desde su liderazgo, con el apoyo del establishment británico. Y claramente apoyado por el demérito del gobierno del Partido Conservador. Hasta tal punto resulta que tras estos acontecimientos y más debido a la crítica gestión de la pandemia que ha realizado Boris Johnson, el Partido Laborista ha conseguido recuperar parte del terreno demoscópico perdido, haciendo frente a los tories pero sin alcanzar la popularidad de Corbyn en 2017.

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