Keir Starmer, líder del Partido Laborista británico. Foto: modificado de Tim McDonagh.
Por Alejandro López.
La filtración de un informe interno está haciendo tambalearse mediáticamente al Partido Laborista británico, justo cuando parecía estar pasando página tras la debacle electoral continuada, con la elección de su nuevo líder: el moderado Keir Starmer. El documento muestra explícitamente el sabotaje interno que los miembros derechistas del partido realizaron al partido durante la etapa de Corbyn.
El texto se titula “El trabajo de la Dirección y la Unidad Jurídica del Partido Laborista en relación con el antisemitismo, 2014-2019” y desgrana en sus más de 850 páginas cómo realmente el ala ‘blairista’ conservadora del partido, la corriente del ex Primer Ministro Tony Blair, fue la responsable de torpedear las investigaciones por antisemitismo, culpando al gabinete de Corbyn. El informe se centra en la responsabilidad del personal de la sede laborista, liderado por el Secretario General, Iain McNicol hasta 2018, cuando fue sustituido por Jennie Formby; y en la Unidad de Gobierno y Asuntos Legales (GLU). La figura del Secretario General representa los asuntos legales en nombre de los miembros el partido. La GLU no habría actuado en la gran mayoría de quejas relacionadas con el antisemitismo, produciéndose una acumulación masiva. De ello se acusó a Jeremy Corbyn por sus críticas hacia el sionismo. La principal filtración bebe de 10.000 correos electrónicos y de dos grupos de mensajería instantánea con miles de mensajes, donde se encontraban los líderes de organización del partido: uno con 6 miembros, incluidos Iain McNicol y Emilie Oldknow –influyente en aquel momento en el partido-, y otro con el mismo equipo junto a otros directivos del partido. Se apunta a que su filtración proviene de uno de los miembros del grupo. Tuvieron lugar faltas en el tratamiento de las quejas por antisemitismo, críticas contra el propio partido en campaña electoral y abierta hostilidad en términos personales contra miembros del partido.
El informe fue recopilado en el contexto de una investigación de la Comisión de Derechos Humanos e Igualdad sobre el partido en cuanto a la gestión de las numerosas acusaciones de antisemitismo, especialmente durante el liderazgo de Corbyn entre 2015 y 2018.
Antisemitismo
Se desmiente, principalmente, la acusación contra Jeremy Corbyn de amparo del antisemitismo en el bloqueo de las investigaciones, así como contra su equipo cercano. Se especifica que el sector ‘blairista’ bloqueó la investigación sobre las acusaciones de antisemitismo, que después serían asociadas a Corbyn y ampliamente difundidas por la prensa británica. Con la llegada en 2018 de la nueva secretaria general, Jennie Formby, se vio la acumulación de casos sin progreso o, directamente, clasificados como spam. Según declaraciones de Sam Matthews, quien era jefe de la GLU, solo se iniciaron investigaciones en 34 de las más de 300 quejas recibidas en relación con el antisemitismo, en ocasiones tratándose de casos extremos, siendo el resto ignoradas. También se producen fallos a la hora de investigar y calificar los casos de racismo como “racismo”. Los grupos cercanos a Tony Blair en el partido forman cuadros de apoyo al sionismo, ya que el ex líder laborista es miembro de la asociación de Amigos de Israel del Partido Laborista.
Un caso de octubre de 2017 muestra a un miembro del partido que había compartido en internet pensamientos negacionistas del Holocausto y no fue suspendido. Se admite que muchas de las denuncias internas por antisemitismo eran falsas y su origen provenía de fuera del partido. Sin embargo, no se trataría de una afirmación sobre que tal realidad no existiera en el Partido Laborista, sino sobre que su desproporción fue auspiciada para un sabotaje fratricida. En esa estrategia destaca la unión de las críticas por antisemitismo como tal, junto a las críticas al Estado de Israel, sustentado en políticas sionistas.
Terrorismo
En mayo de 2017 tuvo lugar el atentado en el Manchester Arena. Corbyn mantuvo un discurso contra las intervenciones en el extranjero como explicación de estos atentados, ante lo cual desde el aparato ‘blairista’ se apuntaba a los ‘corbynistas’ como “oportunistas, viles e imbéciles”, así como se esperaba que los votantes laboristas se echaran encima de Corbyn porque “ellos culpan a la inmigración, no a las intervenciones en el extranjero”. Se buscaba aprovechar el shock para mover al líder y recuperar el partido, pero se ponía como obstáculo entre la militancia “a los comunistas y a los verdes”. Existen comentarios celebrando unas declaraciones de Nia Griffith, Secretaria de Defensa en el gobierno en la sombra de Corbyn, que le enmendaban en cuestiones de política exterior. Uno de los comentarios califica a Griffith de “heroína sangrienta” por “apuñalar a Corbyn”. Es patente la enemistad en el aparato.
Elecciones
En agosto de 2015, ante la victoria de un por aquel entonces prometedor Jeremy Corbyn, el ala moderada llegó a plantear la cancelación o retraso del proceso secretamente, mediante la confabulación del resto de candidatos, que retirarían su candidatura, o alegando la falta de recursos para su realización. Para ello se plantea asumir las posibles escisiones que pudiera haber en el partido, como la desvinculación que pudiera suceder por parte del influyente sindicato Unite. En octubre de 2015 ya se plantea la necesidad de “deshacerse de Corbyn en los próximos meses para evitar que [los trotskistas] se hagan con el [partido]”. Se ponían como meta haberse deshecho de él para el verano de 2016 como muy tarde. Querían evitar que acabara siendo el candidato del Partido Laborista en las elecciones. Al llegar junio de 2016 y ver cómo Corbyn seguía en su puesto a pesar de la oposición que hacían desde dentro del partido, se clamaba porque “[Corbyn] debía irse, aunque fuera por la fuerza”.
También en febrero de 2017 se reportan conversaciones sobre cómo retrasar procesos de elección internos, de modo que pueda ganar su facción frente a la oficialista en aquel momento. Destacan una serie de conversaciones sobre reemplazar a Jeremy Corbyn. Iain McNicol asegura haber contactado con Tom Watson –líder adjunto de los Laboristas junto a Corbyn- para que se prepare para un liderazgo interino previo a una nueva elección. Se llamó Operación Cupcake. Posteriormente habría hecho falta financiar al propio Watson para que no perdiera su escaño en las legislativas. Igualmente se leen cifras de decenas de miles de libras desviadas hacia la campaña de los miembros conservadores para favorecer a la facción ‘blairista’ bajo un código secreto. En abril de 2017 la consigna es clara: una gran derrota electoral, podría “salvar [al partido]”.
En junio de 2017, Jeremy Corbyn logró darle la vuelta a las encuestas y el Partido Laborista creció hasta 29 escaños en las elecciones legislativas, quedándose tan solo a un 2% de la entonces titular del Ejecutivo, Theresa May. En los chats del equipo de los laboristas, sin embargo, comenzaron a sucederse las apelaciones a la necesidad de asesoramiento, se vivía una atmósfera “terrible” y se mostraban “aturdidos y tambaleantes”. Durante la campaña, las encuestas favorables para el Partido Laborista eran recibidas con escarnio en la sede. La sorpresa era mayúscula. Otra figura de alto nivel habría reportado el contraste que se vivió entre los ‘corbynistas’ y los laboristas de la sede de Secretaría General, donde “estaban en silencio y con caras largas”, declarando el resultado electoral como “contrario a lo que se ha estado tratando de lograr en los últimos dos años”. Iain McNicol se quejaba de que iba a ser “una noche larga” y la recomendación era ocultar su decepción porque era poco probable la renuncia de Corbyn. Ya habían surgido las voces que querían liquidar el proyecto de Corbyn para recuperar el partido desde el ala de la derecha liberal. Aquella noche supuso una gran prórroga para el líder laborista. No obstante, ya se buscaba cómo evitar que la aliada de Corbyn, Rebecca Long-Bailey, pudiera llegar a obtener un asiento en los órganos de gobierno del partido. Esto último es de especial importancia dado que Long-Bailey ha sido una de las rivales de Keir Starmer en 2020.
Descalificaciones
Para comenzar, sorprende el extendido uso del término ‘trots’ (trotskistas) sobre los miembros izquierdistas del partido pero también con calificativos contra Ed Miliband, el líder del Partido Laborista entre 2010 y 2015, y de perfil mucho más moderado. Se insinúa que Ed Miliband realmente es un izquierdista que “ama a Jeremy [Corbyn]”. A este grupo de personas se les acusa de ser “inútiles” por no haber lanzado un golpe contra Corbyn. Se considera trotskista a cualquier persona situada a la izquierda del ex presidente ‘blairista’ Gordon Brown y se habla de un proceso de “caza de trots” a modo de purga del partido.
Es destacable que la GLU profirió los mismos comentarios descalificativos por los que desde GLU se suspendió a miembros del equipo laborista en 2016 mediante expedientes disciplinarios abiertos, sin tomar mayores acciones cuando los mismos provenían desde el interior de la Unidad de Gobierno y Asuntos Legales. De hecho, en septiembre de 2015 hay registro de un envío de un vídeo donde se mostraba a Jeremy Corbyn caracterizado como Adolf Hitler lanzando comentarios de contenido sexista y homófobo, que fue compartido por varios miembros del equipo.
Lo más grave es la conversación sobre Corbyn, quien “[debería ser] colgado y quemado”, bajo palabras del equipo, mientras sus seguidores dentro del partido deberían ser “expulsados y fusilados”, ya que “la muerte en el fuego sería demasiado indulgente para ellos”. En otra ocasión sí se menciona cómo les gustaría ver “morir en el fuego” a un joven activista, además de otras consideraciones que no vamos a reproducir, entre burlas ante enfermedades mentales. Igualmente se habla de que el miembro del equipo que jaleó el discurso de Corbyn con un grito “debería ser disparado”. El director de comunicaciones, Seamus Milne, es calificado de “loco”, “Drácula”, “pirado total” y “rencoroso y malvado”, así como se busca limitar su promoción dentro del partido. La dirigente Emily Oldknow expresa abiertamente burlas contra la parlamentaria negra de ascendencia jamaicana, Dawn Butler, por plantear que pudiera haber racismo dentro del partido, utilizando insultos raciales como “pube head” (asociado en inglés al pelo rizado). También se critica a la laborista negra Diane Abbott: “es realmente repulsiva”. Emily Oldknow se despacha también sobre otras mujeres del partido como Katy Clark, secretaria política de Corbyn, llamándole “vaca maloliente”. Karie Murphy, jefa de gabinete de Jeremy Corbyn, es nombrada como “monstruo Medusa”. Pero también se recogen críticas por la apariencia de las mujeres, sobre la ropa de la propia Katy Clark y otras miembros del partido como Diane Abbott, que tampoco vamos a reproducir por la explicitud.
Investigación interna
La conclusión central del informe filtrado desmiente las acusaciones de amparo del antisemitismo por los Laboristas británicos. No se niega la realidad del problema pero sí se señala a los moderados como responsables del bloqueo en las investigaciones. La cuestión del antisemitismo, bajo este informe, no queda anulada por una cortina de humo como podría ser el boicot interno a las corrientes anti-sionistas, sino que el propio documento resalta la realidad del antisemitismo dentro del partido en un párrafo: “los hallazgos del informe prueban la magnitud del problema y podrían ayudar a poner fin al negacionismo entre los miembros del partido”. Se retrata el sabotaje a los procesos de asuntos internos, a la campaña electoral del propio partido y al sector del líder izquierdista, especialmente en lo que a sus críticas contra el Estado de Israel se refiere. Una de las atacadas, Diane Abbott, ya ha expresado su rechazo a que Emily Oldknow pueda acceder a la secretaría general, cuya intención de concurrir también fue publicada tras la filtración. Ella misma, junto a otros 28 diputados laboristas, ya ha firmado una petición en un comunicado del Grupo de Campaña Socialista para que se convoque un Comité Ejecutivo Nacional para tratar e investigar el asunto, así como para que el partido publique el informe completo de manera oficial. Otras voces solicitan que los miembros expuestos por el informe sean expulsados del partido.
El informe filtrado parece ir dirigido por ocasiones directamente hacia la Comisión de Igualdad y Derechos Humanos (EHRC), pero parece que los abogados del partido recomendaron a la secretaria general, Jennie Formby, sucesora de McNicol en febrero de 2018, no presentar el mismo ante la EHRC por temores a resultar en un incremento de la gasolina sobre el incendio que ya azota al partido. Se asegura que ya hay sobrada información presentada ante la EHRC, sin necesidad de aportar este documento. Miembros del equipo cercano a Corbyn, ante el escándalo, exigen, ya fuera del control del partido, que “la verdad salga a la luz”, dado el patente “sabotaje por parte del equipo de McNicol”. El que fuera Canciller de Hacienda en el gobierno en la sombra de Corbyn, John McDonnell, ha pedido directamente la suspensión de los miembros expuestos, así como que “[Starmer] vaya más allá” en la investigación y entregue el informe ante la EHRC. El propio Iain McNicol ha respondido ante la publicación criticando que el tiempo invertido en la recopilación de 10.000 correos podría haberse empleado en la investigación del antisemitismo, que es un problema real en el partido, y se pretende desviar la atención del tema central. A continuación reiteró el apoyo a los miembros de su equipo tras 7 años y medio de trabajo conjunto. Sam Matthews, quien lideraba la GLU, siguió la línea y afirmó que una facción del partido estaba descontenta y trataba de culparles a ellos para distraer de los asuntos investigados por la EHRC, confiando en el giro que Keir Starmer le pueda dar al “daño que [Corbyn y sus seguidores] han causado […] mediante el veneno del racismo antijudío que estaba creciendo bajo su liderazgo”.
El futuro del partido
Lo que parece claro es que, un Boris Johnson superado por la crisis sanitaria y económica más grave en un siglo, no solo no tiene una oposición enfrente sino que su apuntalamiento en la defensa de los intereses británicos por el Brexit le ha hecho arrebatar grandes feudos laboristas como los del histórico cinturón industrial del norte de Inglaterra. El nuevo líder, Keir Starmer, quiso llegar abanderando la moderación para coser el partido entre ‘blairistas’ y ‘corbynistas’ y, para ello, reivindicó ambas figuras como históricas para el Partido Laborista. También ha incluido en esta intención de normalización de las relaciones internas a Ed Miliband, que ahora formará parte de su gobierno en la sombra (entidad de mayor importancia en la política británica) junto a otros rivales de Starmer en la carrera primaria -Rebecca Long-Bailey, Emily Thronberry y Lisa Nandy-. La cuestión es que los candidatos a liderar el partido habían apoyado a los laboristas expuestos en el informe antes de su publicación.
Además, Starmer hizo un cerrado apoyo al sionismo y al Estado de Israel una vez accedió al liderazgo del partido. El 13 de abril, él y su líder adjunta, Angela Rayner, aseguraron que se había puesto en marcha una investigación sobre el informe filtrado, poniendo énfasis en cómo se produjo la filtración, aunque también se investigaría el contenido. Sin embargo, nuevos reportes indicaron el día 14 que Keir Starmer conocía el contenido del informe hasta una semana antes de su filtración, pero no tomó acciones hasta su publicación. Ahora la unidad pretendida en el partido se hará por el centro, ya que los ‘corbynistas’ no eran partidarios en su momento de confrontar con los moderados de Iain McNicol por el miedo a la división definitiva del partido. Las grietas en el partido eran y siguen siendo profundas, no solo a nivel organizativo sino ideológico. Starmer pretende mover la definición del partido hacia un claro europeísmo, ya que Corbyn cometió el error de no entrar de lleno en el debate más importante de la historia reciente de Reino Unido, el Brexit. Así se perdió la batalla discursiva elección tras elección al no entender que la demoscopia se movía en los términos de un plebiscito. Starmer busca cambiar en el marco de la negociación por el acuerdo de relación con la UE, que deberá entrar en vigor en 2021, ganándose a los ‘blairistas’. A su vez, ha mantenido algunas propuestas de Corbyn, que causaron furor en las bases laboristas como la eliminación de las tasas universitarias o la nacionalización de ciertos sectores productivos. Por ahora, las encuestas no le acompañan.
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