Escrito por Alejandro López.
El 9 de agosto tuvieron lugar elecciones presidenciales en Bielorrusia. El país eslavo venía sintiendo la tensión de los comicios desde la campaña, donde la Comisión Electoral impidió concurrir a tres de los candidatos opositores, en combinación con sucesivas protestas de menor calado por la situación económica y el debilitamiento del “contrato social” entre las élites de la etapa post-soviética y la población. Los principales candidatos opositores Babariko y Tijanovski fueron arrestados pero el diplomático Tsepkalo quedó en libertad. La frustrada candidatura del bloguero Tijanovski fue asumida por su esposa, la que sería la protagonista del proceso electoral opositor: Svetlana Tikhanovskaya.
El fantasma de Ucrania
El proceso electoral ha resultado excepcionalmente agitado, lo cual es una situación insólita en campaña. El presidente Aleksandr Lukashenko ha aprovechado el enrarecimiento de la situación para denunciar intentos de causar un Maidán en Bielorrusia. Pero en esta ocasión las miradas se dirigían hacia Occidente y hacia Rusia. Bielorrusia no es Ucrania. Las élites bielorrusas son favorables a mantener una política similar a la de Lukashenko, que ha destacado por una cercanía y alianza con Rusia pero ha empleado a Occidente en varias ocasiones como contrapeso a las demandas rusas.
Las relaciones comerciales y diplomáticas entre Rusia y Bielorrusia no atravesaban su mejor momento, con varias disputas económicas abiertas. Tanto es así que incluso se acusó a Rusia de querer desestabilizar el país en plena campaña por la presencia de mercenarios de la PMC Wagner de paso en Bielorrusia. Los principales candidatos opositores apostaban por mantener el statu quo de alianza entre Rusia y Bielorrusia, a diferencia de lo que ocurrió en Ucrania. La diferencia radica en que la política de la ultraderecha ucraniana fue de persecución contra los sectores rusos, especialmente mediante una vertiente lingüística supremacista. En Bielorrusia no existe ese mapa étnico ni hay corrientes relevantes pro-europeas, más allá de corrientes minoritarias en las grandes ciudades. De hecho, Babariko había mantenido negocios con el banco Belgazprombank, de los que se acusó a Rusia; y Tijanovski era considerado un candidato prorruso. No se pretendía alterar el statu quo geopolítico bielorruso, la cuestión se movía en términos internos. El debilitamiento de la economía, que balanceaba el apoyo a un presidente que había impuesto restricciones en seguridad ciudadana, hizo que surgieran grietas inéditas en el país.
La no elección
La jornada electoral estuvo marcada por la afluencia, dado que incluso se formaron largas colas en los puntos de votación hasta el final del horario habilitado, y por el operativo de seguridad, incluso con despliegues militares y cortes en internet. Pero, a pesar de las solicitudes de la oposición, no se amplió el horario de votación, lo que provocaría las primeras protestas post-electorales por no haber podido ejercer el derecho al voto. Un ambiente de frustración semejante se viviría en el extranjero, donde la sensibilidad sí era claramente de activismo antigubernamental.
A lo largo de la noche postelectoral las protestas irían incrementándose con un despliegue antidisturbios que dio lugar a un saldo de unos 3.000 detenidos, 90 heridos entre policías y manifestantes, y un fallecimiento. Destacó la afluencia en el capitalino distrito de Pushkinskaya, Minsk.
Svetlana Tikhanovskaya (10’12%) rechazó la victoria de Aleksandr Lukashenko (80’1%), no reconoció los resultados y exigió un nuevo recuento. Sin embargo, no quiso sumarse a las protestas para “evitar provocaciones”. Mientras los manifestantes seguían convocando protestas y la represión encendía los ánimos de sus números, Svetlana Tikhanovskaya abandonaba el país en dirección a Lituania. La candidata pedía el cese de las protestas y se mostró a favor de aceptar la victoria de Lukashenko (aunque posteriormente se diría que fue declarado bajo presión y el vídeo presuntamente sería grabado desde su despacho en Bielorrusia). La situación de crispación durante las protestas iniciales, sobre todo en las ciudades, impulsó a la oposición a denunciar un fraude electoral. Sin embargo, la situación cambiaría a partir del día 11 de agosto cuando las plataformas vinculadas a la oposición difundieron llamados a una huelga general en el país.
El “contrato social” de Bielorrusia
A pesar de la fuerte presencia agrícola, de la que viene Aleksandr Lukashenko, el tejido empresarial bielorruso está concentrado en las corporaciones públicas o de participación pública, destacando la capacidad industrial en grandes empresas de titularidad del pueblo bielorruso. Del amplio logro en las tasas de empleo en el país provenía gran parte del apoyo popular al gobierno, con tintes sociales a pesar del tumulto nacionalista en el que se resquebrajó la URSS en los años 90. Lukashenko encadenó cinco mandatos desde 1994, cuya base se concentraba en las áreas rurales, por la pervivencia agrícola, y en los trabajadores de las corporaciones públicas. La extensión de las protestas hacia esos sectores demográficos ha supuesto el gran desafío para Lukashenko. No hay precedentes de una movilización tal en pequeñas localidades como fue ocurriendo a partir del día 11 de agosto. Además se registró un primer uso de armas de fuego en la ciudad occidental de Brest, cerca de la frontera con Polonia.
La huelga, sin seguimiento masivo, se fue haciendo eco entre algunos trabajadores de fábricas como las de tractores MTZ, la electrotécnica Kozlov, los ferrocarriles en Minsk, los taxis en Brest, cocinas de Gefest o la fábrica de camiones BelAZ. Precisamente en un centro de esta última empresa, el alcalde de la pequeña ciudad de Zhodino se sumó a los huelguistas, retirando a los antidisturbios y negándose a entregar los camiones a las fuerzas estatales. En otros procesos electorales había habido protestas pero la base social de Lukashenko estaba, por primera vez, en entredicho. El presidente trató entonces de mediar en los sectores obreros y ordenó investigar las detenciones. La siguiente cifra ofrecida por el Ministerio del Interior ya hablaba de 700 nuevos detenidos en las protestas y comentaba el carácter progresivamente debilitado de las mismas. Se liberarían más de un millar de detenidos y, días más tarde, se aseguró que habría investigaciones sobre los posibles abusos policiales una vez se estabilizara la situación política.
La punta de lanza del espacio post-soviético
El día 14 de agosto hubo un punto de inflexión en la estrategia opositora, con el anuncio de la candidata Tikhanosvskaya de la creación de un Consejo de Coordinación para realizar las negociaciones políticas necesarias para una transición del poder. A pesar de que originalmente no se plantearía a sí misma como líder, más tarde se mostraría abiertamente dispuesta a asumir responsabilidades de liderazgo transicional. Las protestas continuaron, tomando como símbolo la bandera rojiblanca, lo cual implicaba un paradigma de cambio de régimen que iba más allá de la caída de Lukashenko. La prensa occidental se encargó de magnificar el calado de las protestas, pero también la rusa, al menos inicialmente. Esa suspicacia con la falta de apoyo ruso provocaría sendas llamadas entre Lukashenko y su aliado, Vladimir Putin. El bielorruso había puesto en la picota la pervivencia de todo el espacio post-soviético si Bielorrusia caía. Sus advertencias a Rusia se fundaban en sus declaraciones sobre una movilización de tropas de la OTAN que estaría teniendo lugar cerca de sus fronteras. En ese contexto, Rusia habría garantizado asistencia militar a Bielorrusia en caso de ser solicitada y siguió apoyando la necesidad de impulsar el Estado de la Unión.
Para saber más: 100 años de gobierno bielorruso en el exilio.
En los días siguientes, la situación continuaría empeorando para Lukashenko al unirse a la huelga trabajadores provenientes de la aerolínea Belavia, la empresa MKZT de camiones y suministros militares, la minera Belaruskali y la televisión pública; aunque el seguimiento seguía sin ser masivo. El 16 de agosto tuvo lugar un hecho poco habitual en un país europeo. Se produjo una manifestación de apoyo a un gobierno, no solo en ejercicio, sino en abierto cuestionamiento interno. Muchos trabajadores de empresas públicas quisieron mostrar su apoyo a Lukashenko para no dejar la visión única en manos de los compañeros que protestaban, movilizados por formaciones cercanas a Lukashenko. Por la realidad laboral de Bielorrusia, gran parte de los trabajadores en favor y en contra iban a formar parte del sector público. Lukashenko aprovechó el evento para dar un discurso reivindicando su resultado electoral como demasiado holgado para contemplarse un fraude, así como para acusar a los opositores de iniciar la violencia. “Si aceptamos nuevas elecciones, perderemos el país”. Ese mismo día tuvo lugar una manifestación opositora que resultó en una de las mayores concentraciones históricas de Bielorrusia. La masificación de las protestas opositoras desbordó las previsiones y se le fue de las manos al presidente. Las demandas sobre la liberación de los detenidos, la crítica por el proceso electoral y el descontento por la situación económica habían trascendido y los sectores más críticos de las grandes manifestaciones estaban ya en el cambio de régimen y la bandera rojiblanca se izaba en varios edificios estatales.
La injerencia de la Unión Europea
La Unión Europea es, después de Rusia, el actor externo de mayor relevancia a la hora de plantear el panorama en el que se encuentra Bielorrusia. Inicialmente la reacción a los acontecimientos vino de la mano de los países miembros. República Checa fue uno de los primeros países que no consideró que las elecciones en Bielorrusia hubieran sido libres y democráticas. Polonia, por su parte, pidió la convocatoria de una reunión de la Comisión Europea sobre Bielorrusia. Pero posteriormente, la Unión Europea recogió el guante y advirtió sobre la represión pero no tomó medidas políticas previas a la cumbre de líderes. La líder de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, anunció la unanimidad de los miembros para sancionar a Bielorrusia por los hechos, tras una reunión de emergencia del comité de exteriores de la Unión. Estados Unidos no tardó en llegar, bajo una declaración de Mike Pompeo siguiendo las críticas de los países europeos, pero esta vez desaparecido de la vanguardia.
El embajador de Bielorrusia en Eslovaquia y el exembajador en Francia se mostraron a favor de las protestas de manera aislada pero reivindicando su carácter pacífico. Sin embargo, cabe destacar que desde el equipo de Svetlana Tikhanosvkaya, se reconoció la complicación en las negociaciones y el carácter lesivo que arrojarían unas eventuales sanciones europeas contra Bielorrusia para la población común. Ucrania ha criticado sin paliativos la represión y llamó a consultas a su embajador en Bielorrusia. Y desde el Parlamento Europeo, los líderes de cinco grupos (PPE, S&D, Renovar Europa, Verdes/EFA y ECR) han declarado no reconocer a Lukashenko como presidente de Bielorrusia y le han nombrado “persona non grata”.
La transición de Lukashenko
Ante el incremento de la presión en las calles y desde Occidente, el propio presidente Lukashenko, consciente de que su pilar es el apoyo entre los trabajadores de las empresas estatales, discutió con varios de ellos en las instalaciones que visitó. Concretamente destaca el caso tras el discurso en la planta de MZKT, donde recibió gritos de rechazo exigiendo su marcha. En sus declaraciones rechazó la convocatoria de elecciones poniendo su muerte por delante. Pero en conversación con un trabajador, Lukashenko propuso la aprobación de una nueva Constitución en un referéndum, tras la cual sí aceptaría la realización de nuevas elecciones presidenciales y parlamentarias, pero que iría en la dirección de reducir el poder presidencial acumulado. El presidente reivindicó así la posibilidad de realizar una nueva Constitución pero sin recibir presiones ni entregar el país a fuerzas extranjeras. No peligraba su posición de liderazgo hasta que la contestación creció por la represión más que por el apoyo a la oposición, especialmente al registrarse finalmente más de 7.000 detenciones y dos fallecimientos.
La potencial cesión de Lukashenko puede entenderse como una forma de negociar con la oposición, aprovechando su consenso geoestratégico aparente y posibilitar su salida ordenada del poder, pero también puede entenderse como una transición completa de régimen dada la creciente contestación en sus áreas base de apoyo –rural, pequeña localidad y clase trabajadora- no solo contra él sino contra el régimen de 1994. En principio no había una intención de privatización masiva de empresas por parte de la oposición. Tikhanovskaya presentó un programa donde sí abría la puerta a la creación de empresas de pequeño y mediano tamaño con iniciativa privada, así como una reforma de las estatales no rentables, pero de manera vaga ya que su principal propuesta electoral –en coordinación con los equipos de Babariko y Tsepkalo- era la realización de nuevas elecciones libres, auditadas internacionalmente y con organismos reguladores depurados. Tampoco era explícita la intención desde los sectores opositores por aproximarse a la Unión Europea, pero la llegada de Tikhanovskaya a Lituania encendió de nuevo los ánimos y la declaración báltica azuzó el fantasma de la invasión rusa. Y en ese contexto, hizo su aparición la OTAN. La organización atlantista, sin peso efectivo en el caso, hizo declaraciones procedimentales de crítica política sobre el proceso. Pero los actores clave detrás de la misma ya se habían movilizado y es que Polonia, en pleno proceso de absorber el contingente de tropas norteamericanas procedentes de Alemania, comenzó a coordinarse con Letonia, Estonia y la punta de lanza en Lituania. Las primeras banderas europeas aparecieron de manera aún residual en Bielorrusia tras las protestas donde la población hablaba ruso y no había reivindicación europeísta alguna. De nuevo, cabe resaltar que el caso de Bielorrusia no es el de Ucrania con el rechazo de Yanukóvich a un acuerdo de cooperación con la Unión. Pero la frontera oriental europea con Rusia es un frente en disputa desde los años 90 y Tikhanovskaya ya prepara en Lituania su Consejo de transición con hasta 70 personalidades bielorrusas.
La mirada de Rusia
El descontento de los trabajadores ante la crisis económica se enmarca, entre otras cosas, en la grave crisis del precio del petróleo, que Bielorrusia refinaba y exportaba tras importar la materia prima barata de Rusia. La ruptura del idilio comercial con Rusia hizo no solo que Bielorrusia tuviera que aceptar la maniobra fiscal para acarrear en la importación los impuestos de exportación, que perjudicarían gravemente a la parte bielorrusa, sino también el conflicto por la eliminación de Bielorrusia como parte del “mercado interno” ruso para pasar a tener que pagar precios internacionales por el gas y el petróleo. De nuevo, podemos enmarcar estas presiones para torcer el amago de equilibrio bielorruso y las resistencias de Lukashenko en el marco de las negociaciones por el Estado de la Unión.
La crisis económica incrementada por la sanitaria, dada la extrema negligencia del gobierno bielorruso en su estrategia contra la pandemia de COVID-19, y el cierre de fronteras han dejado muy dañada la economía nacional, de la que dependen parte de las empresas públicas, por su escasa rentabilidad por intereses financieros y su papel como generador de empleo masivo. Asimismo, Lukashenko cambió el gobierno justo antes de las elecciones presidenciales, mejoró los gestores técnicos y se había comprometido a un alza de las pensiones y de inversión en vivienda social. Rusia miraba hacia el oeste esperando un relevo que pudiera acercar a Minsk la influencia del Kremlin tras las resistencias que Lukashenko ofreció durante las negociaciones por el Estado de la Unión. El renovado compromiso de Rusia con su vecina blanca comenzó a entrar en práctica tras las llamadas mantenidas entre Putin y Lukashenko. Actualmente el líder ruso ha cambiado su estrategia para no dejar que la Unión Europea y la OTAN -Lituania y Polonia por delante- derriben la puerta de Bielorrusia. Así se lo hizo saber Putin a los líderes europeos Merkel, Macron y Charles Michel –presidente del Consejo Europeo- en sendas llamadas donde el jefe del Estado ruso advirtió del carácter inaceptable de cualquier interferencia y presión europea sobre Bielorrusia. La reducción de la capacidad de las arcas públicas ha facilitado un conflicto que era puramente interno y que la retórica política podría convertir en externo.
Para saber más: Lukashenko busca su sexto mandato presidencial en medio del descontento social y las protestas.
La sonrisa de Lituania
Svetlana Tikhanovskaya sirvió como cabeza visible de la oposición, pero desde que Lituania abandera la vanguardia europea contra Lukashenko, la conformación del Consejo de Coordinación para la transición bielorrusa se ha tornado convulsa y ella está fuera. La aparición de los primeros símbolos pro-europeos fue un revulsivo en las protestas y un sector de la dividida oposición bielorrusa pretendía capitalizar el descontento hacia posiciones cercanas a la Unión Europea. Según el propio Lukashenko, los comités de coordinación organizados por la oposición suponían “un golpe de Estado y un intento para derrocar al gobierno” integrado por miembros “nazis que planean cortar las relaciones con Rusia e ingresar en la UE y la OTAN”. Además Lukashenko disparó el miedo a la cancelación de los procesos de integración con Rusia en el Estado de la Unión. Así hizo también con la pervivencia de su país en organizaciones internacionales si los opositores se hacían con el poder como sería el caso de la OTSC, la alianza militar con Rusia, Armenia, Kazajistán, Tayikistán y Kirguistán. Sin embargo, la exjefa de campaña de Babariko cuando era el favorito entre los opositores, Maria Kolesnikova, negó tal posibilidad y fue elegida miembro del Consejo de Coordinación: “No hay intención de abandonar los acuerdos internacionales con Rusia”, incluido el Estado de la Unión, firmado en 1999.
Según el medio ruso Kommersant, Angela Merkel habría hablado con Putin sobre la posibilidad de establecer una coordinación sobre las acciones en Bielorrusia. Asimismo, la posibilidad de una intervención rusa bajo demanda bielorrusa se reforzó con la movilización propia de unidades de combate en la frontera occidental con la Unión Europea. De hecho, la nueva situación hizo requerida una renovada conversación telefónica Putin-Lukashenko el día 18 de agosto. De ahí la situación llegó al mismo Donald Trump, quien declaró que trataría el tema con Vladimir Putin y con el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, a propuesta de Estados Unidos y Estonia.
Letonia y Lituania pidieron a la UE y la OTAN, desde las posiciones de sus parlamentarios, que no se reconociera a Lukashenko como jefe de Estado, así como la imposición de sanciones. La cumbre monográfica de la Unión Europea del día 19 de agosto trataría esa cuestión. Por su parte, Lukashenko comenzó a subir el tono frente al izado de banderas rojiblancas en la ciudad occidental de Grodno, a las que calificaba de “banderas polacas” por su empleo durante la soberanía de la República Polaca sobre Bielorrusia Occidental. En las orientales ciudades de Gomel y Mogilev, sin embargo, se realizaron concentraciones a favor del presidente. Por último, cabe mencionar el nuevo movimiento de Tikhanovskaya pidiendo a la Unión Europea que no reconozca los resultados electorales, tras quedar la candidata fuera del organismo de transición.
La magnitud del viraje opositor por capitalización de los injerencistas dependerá de lo rápida y clara que sea la estrategia de transición que Lukashenko y las élites equilibristas de Europa del Este sepan tratar entre Rusia y la oposición favorable al mantenimiento del statu quo. Si la represión se descontrolase o estos planes no fructificaran, las posiciones occidentales podrían escalar aún más en la oposición desde Lituania.
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