Boris Johnson dimite el 7 de julio de 2022. Una incesante cadena de renuncias, escándalos diversos entre miembros de su gobierno y una imagen en caída libre entre brexiters y su círculo más cercano ayudaron a que varios ministros intentasen forzar su caída. El caso de las fiestas ilegales Partygate en el que se ha visto sucesivamente implicado, con nuevas filtraciones en torno a su participación y conocimiento sobre las mismas, terminó por dinamitar un perfil potente como el que Johnson había representado para el Reino Unido del Brexit.
Sobrevivir a la moción
Pero la tensión interna seguiría. Si Theresa May cayó en 2019 a pesar de haber superado su propia moción interna en 2018, Boris Johnson prometía seguir en el cargo sin importar lo desgastado que hubiera quedado. Recibió el apoyo de 211 diputados conservadores (59%), con 148 votando en su contra (41%), un margen más estrecho que el de May, quien obtuvo el apoyo de 200 apoyos (63%) frente a 117 (37%). Aun así May se vio forzada a dimitir a los 6 meses con un resultado más holgado que Boris Johnson, por lo que cabía esperar que la presión contra Boris Johnson arreciase más fuertemente.
La clave de esa moción contra Johnson residía no tanto en si era derribado o no, sino en lo debilitado que se mostrase su liderazgo dentro de sus propias filas. Por ello surgían dos vertientes para los impulsores del proceso de destitución fallido: la agudización de la presión interna incluyendo el auspicio de dimisiones para aislar a Johnson en el gabinete, pretendiendo acorralar su posición hacia una dimisión, así como el cambio estatutario para permitir un nuevo voto de censura una vez constatada su debilidad. En el segundo de los casos la caída se podría dar por destitución pero también como nueva herramienta para presionar hacia la dimisión de Johnson como salida preferible a una expulsión interna. Un órdago interno contra Johnson.
Los pesos pesados del Partido Conservador
Si Johnson caía, habría que proceder a la elección de un nuevo líder entre los conservadores que heredase el cargo sin necesidad de adelantar las elecciones, aunque con la prerrogativa de llamar a un nuevo proceso. Los mejores situados para la sucesión eran Rishi Sunak, el canciller (ministro de Finanzas) del gobierno de Johnson, y Liz Truss, la secretaria de Estado para exteriores (ministra de Exteriores). De hecho cabe recordar que Dominic Raab fue el que ejerció como sustituto de Boris Johnson en funciones durante su convalecencia por COVID-19 cuando Raab ocupaba el puesto de Truss junto a otros altos cargos. Posteriormente Johnson reestructuró su gabinete desplazando a Raab del puesto que le había dado gran visibilidad, pero recuperando el puesto de viceprimer ministro, desaparecido en 2015 con el gobierno de coalición de David Cameron. Por ello, a pesar de la gran presencia de Dominic Raab, el peso interno se había desplazado hacia Truss, potenciada con la guerra de Ucrania, la revitalización de la OTAN, la voladura de las relaciones con Rusia –en la que Reino Unido jugó un papel auspiciador clave- y su papel en la crisis del protocolo de Irlanda del Norte.
Es por esta serie de hechos internos y giros de timón que Boris Johnson se había asentado frente a cualquiera que pudiera hacerle sombra. El último problema era Rishi Sunak dado que su cartera en Finanzas le había llevado a ser uno de los ministros más importantes de Europa y del mundo por su papel durante la pandemia, con programas económicos como el “Furlough Scheme” para el pago de salarios durante el parón de la actividad productiva. A pesar de conllevar ajustes antisociales, su popularidad creció entre la intervención para garantizar que no colapsase el sistema británico durante la pandemia. Según su posición a nivel interno se iba asentando como posible sucesor de Johnson a principios de 2022, aparecieron informaciones sobre escándalos fiscales de su esposa.
De hecho, Sunak había llegado a la Cancillería (Finanzas en Reino Unido) en sustitución de Sajid Javid, quien se enfrentó a Boris Johnson y su entonces asesor Dominic Cummings. Posteriormente el propio Cummings saldría de Downing Street entre polémicas públicas por la ruptura entre Johnson y su principal asesor, que posteriormente confirmaría que los eventos en el jardín con bebidas eran algo habitual. Sajid Javid pasó a Sanidad tras la salida de otro anterior contendiente por el liderazgo conservador, Matt Hancock, que abandonó el gabinete tras romper las medidas de distancia social en 2021. Entonces Johnson no solo perdía a Hancock, una cara visible durante la pandemia, sino que también lograba situar a Sunak en la Cancillería en lugar de Javid, que pasaba a sustituir a Hancock. El enfrentamiento entre Javid y Cummings había dejado a Boris Jonhson con la posibilidad de reforzar a sus fieles en puestos clave, pero varios acabarían dejándole.
Y es que si durante la moción de 2022 recibió el apoyo de los pesos pesados del partido, con énfasis en Liz Truss, en la crisis que desató la caída del gabinete en julio serían precisamente Rishi Sunak y Sajid Javid los que propiciarían la ruptura con su dimisión el día 5. El momento de lealtad o ruptura sería clave para el devenir político de Sunak o Truss, quien se había mostrado como su principal apoyo. Dominic Raab, predecesor de Truss y aupado al cargo de viceprimer ministro con la llegada de Truss, se habría mostrado “leal” a pesar de haber perdido una cartera clave. El tono con el que Sunak y Javid salieron fue muy duro para Johnson, criticando el titular de Sanidad que salía porque los británicos esperaban “integridad de su gobierno”. No confiaban en el liderazgo del primer ministro y, con ellos, se extendía la desconfianza a grandes cuadros intermedios del partido y la militancia. El detonante había sido el nombramiento de Chris Pincher, acusado de mala conducta sexual en sucesivos escándalos, como importante figura (“whip” adjunto o encargado de disciplina parlamentaria adjunto). Después de numerosas acusaciones contra Pincher por su conducta sexual inapropiada, con conocimiento de Boris Johnson según su ex asesor Cummings, este terminó dimitiendo a finales de junio y desató nuevas críticas contra Johnson.
La implosión del gobierno de Boris Johnson
Ese momento fue aprovechado por Sunak y Javid para forzar al partido a liquidar la etapa de Johnson, tendencia abierta y que podría coincidir con la reforma del funcionamiento interno sobre las mociones. Johnson se mostraba seguro de su futuro a pesar de la desbandada de altos cargos que sucedieron a Sunak y Javid ya que, sobre el papel, no estaba obligado a dimitir. Y los estatutos contemplaban un plazo de un año en el cual no se podía volver a presentar una moción contra el líder tras el fracaso de la anterior. El primer ministro podía interpretar su capacidad para aferrarse un año más al cargo, pero teniendo en cuenta que en la práctica la tradición política marcaba que sin apoyo interno debían dimitir, sus opositores conservadores buscaban forzar su salida. El caso de Theresa May dejaba claro que, incluso con más apoyo que Johnson en su moción, la debilidad entre sus filas terminaría por buscar una transición en el poder.
El siguiente en salir sería el vicepresidente del Partido Conservador, Bim Afolami, junto a una veintena de cargos en las primeras 24 horas. Los más altos junto a los ministros y el vicepresidente del partido serían Will Quince, secretario de Estado de Infancia; Robin Walker, secretario de Estado de Escuelas; Victoria Atkins, secretaria de Estado de Prisiones; John Glen, secretario de Estado del Tesoro, Jo Churchill, secretaria de Estado de Medio ambiente; Stuart Andrew, secretario de Estado de Vivienda; Mims Davies, secretaria de Estado de Empleo; Rachel Maclean, secretaria de Estado de Seguridad; Mike Freer, secretario de Estado de Exportaciones e igualdad; y Alex Chalk, procurador general para Inglaterra y Gales. Junto a esa decena de altos cargos, dimitieron más de una quincena de secretarios parlamentarios privados, varios enviados comerciales (en Marruecos, Kenia, Angola, Zambia y Nueva Zelanda), varios ayudantes ministeriales y secretarios de Estado junior. El periodo de Johnson en su conjunto ya superaba las 52 dimisiones que Theresa May afrontó durante su mandato completo.
¿Qué podía hacer el Partido Conservador?
El rapidísimo ritmo de dimisiones volvía a situar a Johnson en una situación más comprometida que a la propia May, pero él aseguraba que se negaba a dimitir. Por ello parte de los políticos salientes, etc. apuntaban a una reforma que permitiera un nuevo voto de censura en unos días, en torno al día 11 de julio en el “Comité 1922”. Otra opción era que el propio Boris Johnson disolviese el parlamento y llamase a un adelanto electoral que le permitiese mantenerse en el poder, pero esa opción solo allanaría el camino a que los laboristas ganasen terreno e incluso formasen un gobierno. La última opción habría sido la propuesta de una moción de no confianza a nivel parlamentario y no partidario, pero de ese modo quedaría expuesta la legitimidad de los conservadores y habría que formar gobierno en un periodo que podría no haber permitido el cierre de la transición en el liderazgo tory. Esta última figura arriesgaría el gobierno frente a otros partidos o una elección anticipada. Esta era la opción preferida por Keir Starmer, el líder laborista que, gracias al desastre interno conservador y las sucesivas crisis en Reino Unido, se había situado como la opción preferida en las encuestas y estaba listo para unas elecciones después de haber purgado a la inmensa mayoría de cuadros izquierdistas en el Partido Laborista.
Para ampliar: El inevitable camino a la derecha del Partido Laborista británico
Cabe recordar que el presidente del Partido Conservador, Oliver Dowden, ya había dimitido dos semanas antes a causa de los malos resultados electorales donde los tories perdieron en un bastión como Tiverton & Honiton ante los liberales y en Wakefield, norte de Inglaterra, ante los laboristas. Ya venían de la derrota ante los liberales en North Shropshire, otro bastión de Inglaterra. A estas derrotas se unían crisis con el que fue el gran pilar de Boris Johnson, el Brexit. La reescritura unilateral del Protocolo de Irlanda del Norte que anunció Liz Truss volvía a tensar las relaciones con la UE por la previsión de que la frontera del mar de Irlanda se trasladase a una frontera física con la República de Irlanda que rompiese los Acuerdos de Viernes Santo pero acabase con la tensión con los unionistas. Y es que estos bloqueaban la formación de gobierno en Irlanda del Norte desde las últimas elecciones donde el Sinn Féin ganó por primera vez en la historia. La decisión de organizar un Brexit duro sin medidas como este protocolo, que en la práctica dejaba a Irlanda del Norte dentro del mercado común europeo, fueron el gran pilar con el que Johnson se asentó frente a May. Si esto fallaba y la base brexiter dura se diluía, Johnson quedaba como un líder conservador sin proyecto.
Especialmente claro se hacía cuando el caso del independentismo en Escocia afloraba de nuevo, tras el refuerzo que supuso la salida de la UE –contrariamente a lo que esperaba Escocia cuando votó por su permanencia en el Reino Unido- y como se pudo ver también en las últimas elecciones regionales, con una abrumadora mayoría. Nicola Sturgeon también aprovechaba el momento de debilidad de Boris Johnson y proponía un nuevo referéndum de independencia para Escocia en octubre de 2023, el cual era rechazado por escrito por el primer ministro el mismo día de las dimisiones de sus ministros de Finanzas y Sanidad. Sturgeon dudaba de la continuidad de Johnson en el ejercicio y aseguraba que habría oportunidad para elegir en Escocia.
Para ampliar: Los conservadores pierden en North Shropshire. Johnson en la cuerda floja
For Boris Johnson the party is over
Por otro lado, junto a Liz Truss, el otro gran apoyo de Boris Johnson sería Priti Patel, su secretaria del “Departamento del Hogar” (ministra de Interior), que se encargó de defenderle durante los momentos de debilidad interna. Ben Wallace, el secretario de Defensa, era la otra gran figura del gabinete impulsada por las tensiones internacionales pero destaca el papel pujante de Truss, en el punto de mira solo desde septiembre de 2021. Nadine Dorries, ministra con un perfil menor desde Cultura y Deporte, se posicionó tan a favor de Johnson como Truss y fue ganando peso en el gabinete de manera temporal según se marchaban sus compañeros. Tanto Patel como Dorries acudieron el día 6 a Downing Street. La segunda llegó para mostrar su más firme apoyo a Boris Johnson, mientras que la primera habría acudido en una delegación para solicitar la renuncia a Johnson. Esa delegación, según Sky News, habría estado dirigida por el nuevo ministro de Finanzas entrante, Nadhim Zahawi.
Se recrudecieron las especulaciones sobre una ruptura entre Patel y Johnson, así como la conveniencia de Zahawi para derribar a Johnson justo después de haber sido nombrado canciller. Junto a ellos se encontrarían los ministros de Transporte (Grant Shapps), Comercio internacional (Anne Marie Trevelyan), Comercio (Kwasi Kwarteng), Irlanda del Norte (Brandon Lewis) y Gales (Simon Hart), así como el secretario de Estado de Policía (Kit Malthouse). Llama la atención la reacción del sindicato de transportistas RMT al sorprenderse de que el ministro de Transportes, Grant Shapps, entonces sí estuviera dispuesto a negociar cara a cara, pero no con ellos. También Michael Gove, ministro de Vivienda y Relaciones Intergubernamentales (Cohesión territorial), habría pedido la salida de Johnson del gobierno ese mismo día. En cualquier caso entre los dimisionarios y los que pidieron la salida de Johnson en persona, el grupo de díscolos era tan grande que se hacía complicada la continuidad del gobierno, pero Boris Johnson se enrocó y propuso nuevos nombramientos para cubrir los puestos del gobierno.
El día 6 acababa con más de 40 dimisiones tras sumarse cuadros medios y nuevos secretarios parlamentarios privados. Pero el contragolpe sería finalmente la destitución de su cercano aunque históricamente crítico desde dentro, Michael Gove, quien favoreció la victoria de Theresa May en el intento de Johnson de saltar a Downing Street. Boris Johnson se apresuró a destituir a Gove como crítico interno incluso en un momento de gran necesidad de perfiles en el gabinete, lo que demuestra la importancia que Gove tenía para Johnson. Y es que el primer ministro pretendía reformar su gobierno nombrando perfiles cercanos para sustituir a los que se marchaban o le pedían la renuncia. Poco antes de su caída al día siguiente, Johnson nombraba a Greg Clarke, ex ministro de Comercio con May, como sustituto de Gove.
Pero ante la imposibilidad de conversar con los que pedían su dimisión, se terminaron de romper los puentes con los que habían tratado de convencerle de escenarios pactados. Caía inmediatamente el ministro para Gales, Simon Hart, el tercer ministro dimisionario junto a Sunak y Javid, el cuarto caído junto con Gove. Junto a él se iba el secretario de Estado de Sanidad y los pedidos de dimisión contra Boris Johnson ya llegaban hasta a la fiscal general, quien se propuso como nueva líder.
La caída de Boris y la sucesión
La brecha abierta entre los ministros que buscaban la salida ordenada de Johnson llevó a que el primer ministro negociase con el nuevo canciller Zahawi una reducción de impuestos con la que granjearse de nuevo las simpatías del partido. Pero el intento por retener al canciller, clave para no perder la imagen en su capacidad de “rehacer” un gobierno tras la salida de Sunak, apenas duró un día. El día 7 Zahawi volvía a pedir su dimisión. Y junto a él también Boris Johnson perdía la confianza de otro peso, Ben Wallace, el ministro de Defensa. Wallace excusó su permanencia en el gabinete porque su labor conlleva “obligaciones para mantener el país seguro, no importa quién sea el PM”. Wallace pedía responsabilidad en las labores de gobierno a sus colegas, prefiriendo apostar por mecanismos de derribo interno que no dejen el gobierno desierto.
Pero ese día siguió el rosario de dimisiones, comenzando por el importante y cercano ministro para Irlanda del Norte, Brandon Lewis, seguido un par de horas más tarde por la ministra de Educación, Michelle Donelan, que llevaba en el cargo apenas unas horas tras sustituir a Zahawi cuando pasó a ser el canciller. Junto a ellos caían otra decena de altos cargos: Helen Whately, secretaria de Estado del Tesoro; Damian Hinds, secretario de Estado de Seguridad; George Freeman, secretario de Estado de Ciencia; Guy Opperman, secretario de Estado de Pensiones; Chris Philip, secretario de Estado de Tecnología; James Cartlidge, secretario de Estado de Tribunales; y Rebecca Pow, secretaria de Estado de Medio Ambiente. Junto a ellos seguían cayendo secretarios privados, adjuntos al liderazgo del Partido Conservador o un nuevo enviado comercial en Indonesia, Malasia, Filipinas y la ASEAN.
Boris Johnson ya se abría a dimitir. Sería anunciado en unas horas. El debate era si dimitiría como líder del partido o también dejaría el puesto de primer ministro. En un principio Johnson se decantaba solo por la primera opción, abriendo el proceso de búsqueda de un relevo durante los siguientes meses para organizar su transición en el gobierno de cara a octubre. Pero el reguero de dimisiones continuaría mientras no se aclarase la situación, alcanzando las 60, y todo quedaba claro: si Johnson no se marchaba, los conservadores cambiarían los estatutos en menos de una semana para poder realizar un nuevo voto de no-confianza y los laboristas planteaban una nueva moción en el parlamento. Johnson seguía planeando nombramientos para mantenerse en interinidad pero sin agujeros en el gabinete, como sería la llegada de James Cleverly al Ministerio de Educación, el tercer ministro en tres días, de Shailesh Vara al Ministerio para Irlanda del Norte o Robert Buckland al Ministerio para Gales.
Las quinielas ya hablaban de los favoritos a la sucesión: Penny Mordaunt, secretaria de Estado de Comercio; Liz Truss o los propios Rishi Sunak, Ben Wallace o Sajid Javid. Otra opción era buscar un primer ministro interino, para lo cual también Dominic Raab sonaba como posible opción válida, pero él mismo se descartó. De hecho la idea que parecía estar más extendida era la conformación de un gabinete interino que no implicase la permanencia de Boris Johnson tres o cuatro meses más. Así lo convino con el representante del Comité 1922, dejando el liderazgo del partido y el puesto de primer ministro, pero con su interinidad en el cargo hasta la elección de un sucesor. En cualquier caso el tumultuoso proceso de implosión del gobierno dejaría una seria huella en los conservadores para el año y medio que quedaba por delante de legislatura.
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