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Rusia y Europa, un caso de interdependencia fallida

EU/Russia terrain crack

“China y Rusia proveían las bases de nuestra prosperidad. Este es un mundo que no existe más”. Con esta sentencia tan maximalista Josep Borrell daba la bienvenida a los embajadores de la Unión Europea en la Conferencia Anual de este pasado 10 de octubre. Aunque exagerada, esta frase muestra la idea de haber confiado demasiado en determinadas naciones para algo tan esencial como es el desarrollo económico. Esta declaración representa tan solo una de las últimas que han realizado políticos europeos, en las que se habla de un cambio en la lógica internacional.

En marzo, interviniendo en el Parlamento Europeo, también Josep Borrell expusó: “No podemos seguir confiando en que apelar al estado de Derecho y desarrollar relaciones comerciales van a convertir al mundo en un lugar pacífico”. Alrededor de estas declaraciones de intenciones iniciales pasamos a plantear una cuestión que va a dar mucho más de qué hablar en los próximos años de lo que lo hacía hasta ahora: la interdependencia como vulnerabilidad, y cómo la constatación de este hecho ya está cambiando determinadas dinámicas internacionales. Vamos a ver ahora cómo la guerra de Rusia contra Ucrania ha sacado a relucir todo esto, principalmente desde el punto de vista de la Unión Europea.

Antes de la invasión, el 45% del gas que importaba la Unión venía de Rusia (ahora está cifra es del 9%). Siendo el gas una de las principales fuentes de energía para la UE, se daba una relación de dependencia grande de un solo suministrador. ¿Hasta qué punto era dependiente Europa? Un dato que nos sirve como muestra de la magnitud: 108.000 millones de euros en compras de energía en 2021 (habiendo llegado a 173.000 millones en 2012). Pero esto va en ambos sentidos, pues Rusia también tenía una dependencia de los mercados europeos, y sin capacidad de cambiar de maniobra de forma rotunda, ya que los gasoductos están construidos con destino a Europa, no a Asia. Las relaciones económicas entre ambas partes van más allá de la energía, por supuesto, pero esta es la más relevante de todas ellas, y la razón por la que afirmamos con rotundidad la interdependencia.

Una herramienta que va a ser clave para entender lo que está pasando es el discurso político. Un discurso político que es seguido por acciones reales que tienen repercusión. Las retóricas de la UE alrededor de las relaciones energéticas con Rusia (que recordemos suponen la base para la interdependencia) se pueden dividir claramente en tres: 1) integración, 2) liberalización y 3) diversificación.

El discurso de integración argumenta que la colaboración con Rusia es positiva porque ambas partes son complementarias y se ven igualmente beneficiadas por esta relación. Este discurso está apartado de la mesa hoy en día. Aún así, antes de la crisis de 2014 era el discurso más presente en los documentos oficiales, aunque pareciese que en el debate público el discurso de diversificación, el siguiente que comentaremos, era el más extendido. Sin duda este había crecido en los últimos años, pero seguía sin ocupar un lugar tan importante, como sí que lo tiene ahora.

El discurso de diversificación se basa en el planteamiento en el seno de la Unión Europea de que, para evitar la asimetría con Rusia, se debían buscar otras fuentes para suplirse. También ha tenido mucho que ver las muestras de creciente inseguridad que el

suministro ruso suponía, y que se han ido incrementando desde comienzos de los años 2000. Un ejemplo relevante son los países del Mar Caspio, como Irán pero principalmente Azerbaiyán, que son de gran interés para la Unión Europea desde hace años. El gas natural licuado (GNL) también ha supuesto una gran oportunidad en este sentido. Este discurso es el que claramente se va a desarrollar y cimentar a partir de ahora.

Exportaciones de gas ruso a países europeos en 2021. Vía la BBC

El discurso de liberalización es el que estaba extendido en Europa hasta el inicio de la guerra este año. La Unión Europea pensó efectivamente que mediante relaciones económicas habría paz. Para poner en contexto, esta idea ha sido utilizada en muchas otras ocasiones, como en la expansión de las relaciones energéticas de occidente con Europa del Este o la búsqueda de que China entrase en la OMC. Este discurso nos dice que al crear interdependencias las probabilidades para un conflicto se reducen. Las bases de estas ideas están enraizadas en el pensamiento capitalista primigenio ya desde Adam Smith y por lo tanto han cogido agarre en las sociedades occidentales. Este argumento hoy día se ve contrapuesto con los conflictos emergentes en el mundo.

¿Por qué los países del lado occidental aceptaban esta serie de interdependencias que nos han llevado a la situación en la que estamos? Podemos dar tres razones: posibilidad de economías de escala, el logro de objetivos que de otra forma sería imposible (veamos aquí los materiales raros necesarios para las energías renovables) y por otra parte, la integración de proyectos políticos (uno de los tres discursos mencionados en este artículo). Hay estudios que nos apuntan hacia qué puede fallar en esta serie de ideas. Y es que, no todas las interdependencias crean paz, algunas crean guerra.

La clave es que la interdependencia solo funciona cuando no es en una esfera crucial. En este caso esto no se cumple. Por qué ocurre esto: porque cuando la interdependencia se da en un ámbito estratégico delicado, como es el caso, las vulnerabilidades aparecen, dado que cada parte puede ser más afectada por las acciones de la otra. Cuando la relación en general no es buena, se exacerba la realidad de la vulnerabilidad.

La situación descrita es la que ha ocurrido en el caso entre Rusia y la Unión Europea, ya que aunque ha habido intentos de acercamiento, como representa el discurso integrado anteriormente expuesto, en general las buenas relaciones no se han cimentado, y desde 2008, coincidiendo con la Guerra de Georgia, se empezaron a hacer explícitas las diferencias hasta llegar a la situación en la que estamos hoy. Hay un mitigante en el caso de Rusia y la Unión Europea, que es que la relación económica era bastante simétrica. Esto es una diferencia con la circunstancia de Ucrania, donde Rusia tenía claramente la voz cantante, como se comentará brevemente después.

Hasta aquí hemos aclarado la realidad de la interdependencia y hemos visto los principales discursos que buscaban darle un sentido a la relación Rusia – Unión Europea. Ahora veremos la crónica de cómo el discurso liberalizador se ha roto.

Lo primero que tenemos que decir es que aunque sí lo ha hecho principalmente, la guerra no ha sido la única razón de ruptura, sino que la pandemia también tuvo algo que ver, aunque en menor medida. La pandemia del COVID es importante porque se pudo comprobar la dependencia de terceros y corroborar que cuando hay un problema a nivel global estas dependencias se exacerban. Durante la pandemia se dieron rupturas decadenas de suministro y países que se cerraban sobre sí mismos y que incluso requisaban material que era destinado a otros países. Sin embargo el verdadero shock vino sin duda con el estallido de la guerra, cuando las potencias europeas se dieron cuenta de lo dependientes que eran energéticamente de Rusia.

La mayoría de los hechos sociales no tienen una delimitación clara. Así, el discurso de la UE ha ido cambiando con el paso de los años, como ya hemos anticipado. El cambio de tendencia de percepción sobre Rusia ya es evidente si comparamos dos documentos de la Comisión Europea, uno en 2004 y el otro en 2008. El de 2004 hablaba de Rusia como “la esperanza futura para el suministro de energía europeo”. El de 2008 ya mostraba preocupaciones sobre la posible inestabilidad de los suministros rusos a Europa. Entre medias, la importante crisis en 2006 entre Moscú y Kiev por el precio del gas. Desde entonces ha habido una progresiva separación entre las posiciones de Rusia y Europa. Desde hace ya más de 10 años se empezó a diversificar el suministro energético, pero el punto de inflexión ha ocurrido este año con la guerra en Ucrania, y desde entonces todos los documentos y declaraciones han cambiado el tono.

La Brújula Estratégica aprobada este año por la UE es un documento elaborado entre todos los Estados Miembro que plantea la dirección que se quiere para la Unión para los próximos diez años en materia de seguridad y defensa. En esta se dice que la Unión está preparada para acabar con la “dependencia excesiva” en importaciones de energía de Rusia. Más allá, hay un “claro compromiso de aprender las lecciones correctas de la crisis y la utilización bélica de la interdependencia. Es hora de ponernos serios sobre amenazas a nuestros intereses estratégicos que hemos sabido pero contra los que no siempre hemos actuado”.

Otro documento clave en el que se muestra la ruptura es el Discurso de la Unión (SOTEU) que Ursula von Der Layen pronunció este año, donde la presidenta de la Comisión Europea expresa que “teníamos que haber escuchado a quienes nos advertían sobre Putin”. El cambio en las estrategias militares se tiene que estudiar aparte, pero lo que muestra esta frase es una vez más el fracaso del discurso liberalizador utilizado previamente.

Porcentaje de las importaciones de gas natural ruso a la Unión Europea. Vía New York Times.

En este mismo discurso se encuentra la clave para entender lo que supone el giro estratégico tomado. El proceso de globalización se ve transformado, porque ahora más allá de relaciones e interdependencia, se habla claramente de soberanía. Desde la Comisión se hizo una llamada para potenciar la fabricación y el procesamiento de minerales raros. Von der Layen argumentó que “en la actualidad, China controla la industria transformadora mundial. Casi el 90 % de las tierras raras y el 60 % del litio se procesan en China. Por eso, hoy anuncio una Ley Europea de Materias Primas Fundamentales. ”La elección de este ámbito no es casualidad. Los minerales raros, esenciales para la producción de energías renovables, se encuentran desproporcionadamente en China, aún más en el procesamiento, como hemos visto. Parece que la Unión Europea no está dispuesta a cambiar una dependencia por otra.

Una declaración que nos sirve para enfocar el modo en el que la soberanía se va a incrementar es la siguiente, también del mismo discurso de la presidenta de la Comisión: “Definiremos proyectos estratégicos a lo largo de toda la cadena de suministro, desde la extracción hasta el refinado, desde la transformación hasta el reciclado. Y crearemos reservas estratégicas allí donde el suministro esté en peligro.”

Como ocurrió con el cambio de discurso respecto a Rusia, la concienciación sobre la necesidad de diversificación a nivel general también ha ido transformándose con el tiempo. Ya hace cinco años, se puso en marcha la Alianza de Baterías, que tendrá como consecuencia que pronto dos tercios de la demanda de baterías se producirán en Europa. El año pasado se creó la Ley Europea de Chips, y como consecuencia la primera gigafábrica estará en funcionamiento en los próximos meses. Todo esto busca aumentar determinantemente la soberanía en un ámbito que se ve estratégico. Algo que se ve clave ahora más que nunca. Y lo que es aún más importante, no parece que se vaya a volver a la situación previa nunca más.

Mark Leonard, el cofundador y director del think-tank Consejo Europeo de Relaciones Internacionales (ECFR), expone que: “la interdependencia, antaño anunciada como barrera para el conflicto, se ha convertido en una divisa de poder, ya que los países tratan de explotar las asimetrías en sus relaciones. Muchos han entendido que el truco es hacer a tus competidores más dependientes de ti que tú lo eres de ellos, y usar esa dependencia para manipular su comportamiento”. Hay un hecho factual, y es que se ha roto la confianza en que los intercambios comerciales traerán la paz.

En este artículo se han adelantado tres puntos sobre esto, que son los siguientes: los Estados emergentes buscan establecer sus propias lógicas; se certifica la posibilidad muy real de la ruptura de cadenas de producción (y suministro) “accidental”; y el tercer punto que tiene que ser escuchado, y es que no toda interdependencia es válida.

Las consecuencias para el futuro son muy amplias. Se trata de un cambio de estrategia que tiene como acontecimiento decisivo la guerra de Rusia contra Ucrania, pero cuyas repercusiones van mucho más allá. El discurso liberalizador cede terreno determinantemente ante el de diversificación. Nadie habla de autarquía, aunque sí un cambio de lógica que afecta a la diversificación y a la soberanía. El énfasis en la idea de soberanía es un paso más hacia la política de bloques que se está asentando en el mundo. Los derroteros a los que nos lleven estos fenómenos solo se podrán ver en el futuro, pero ahora tenemos una clave importante para analizar lo que ocurra.

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