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Refugiados sirios y el fin de la guerra: retrato de un éxodo

Casi 8 años después del estallido de la Guerra mas mortífera del Siglo XXI, miles de refugiados han salido de Siria en dirección a Europa transitando viejas rutas de refugiados de África y Asia Central. Descifrando la Guerra ha estado en unos de los barrios atenienses que más ha sentido el impacto de este nuevo flujo migratorio.

NÉSTOR PRIETO
Exarcheia (Atenas, Grecia) / 15 de julio de 2018

Cronología de la migración

Pasan las ocho de la noche en el céntrico barrio ateniense de Exarcheia, cuna del movimiento anarquista griego y lugar de paso de miles de refugiados que sobreviven repartidos en decenas de squads (edificios okupados) o en la calle. Al caer el sol se reúnen en la plaza decenas de migrantes afganos, palestinos, siros, eritreos, iraquíes o pakistanís… No se escucha griego, solo árabe, farsi o kurdo. Una imagen ya habitual en varias zonas de la ciudad desde el año 2015, cuando comenzaron a llegar en masa miles de refugiados de Oriente Medio y África.

Desde ese año más de un millón de refugiados han entrado en el país heleno según datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Una cifra muy elevada, más aún teniendo en cuenta que la llegada al viejo continente es solo posible para aquellos que puedan costearse los pagos a las mafias, cifras asumibles solo para un pequeño porcentaje de la población de estos países en conflicto.

La inmensa mayoría de los refugiados llegados a Grecia lo hacen a través de dos rutas. O bien por las islas del Egeo, tras viajes en barcazas desde las costas de Turquía o Libia; o a través de la frontera terrestre greco-turca. Aunque tras la entrada en vigor del acuerdo UE-Turquía de 2016, por el que el gobierno de Erdogan frena el flujo migratorio reteniendo a los migrantes en suelo turco, el número de llegadas ha descendido. No obstante, se han abierto rutas alternativas y aún quedan por resolver miles de solicitudes de asilo previas a la entrada en vigor del pacto.

Grecia. Llegada de afganos solicitantes de asiloesperan por la llegada un autobus de la UNHCR en Lesbos. © UNHCR/A.Zavallis

En el caso sirio, el conflicto ha generado más de cinco millones y medio de refugiados según datos de ACNUR en el 2018. Una cifra que, desglosada, muestra cómo la presión migratoria ha recaído sobre los países del entorno -Turquía (con algo más de tres millones), Líbano (con alrededor de un millón censados), Jordania (con setecientos mil) -, y no sobre Europa como parece reflejarse en el imaginario colectivo.

La cifra, que no ha dejado de crecer desde el inicio de las protestas armadas en 2011, parece ahora estancarse y hasta decrecer conforme la guerra llega a su “fin”. Incluso pareciese comenzar a verse, aunque aún de manera escasa, el regreso a Siria desde estos países cercanos.

Líbano y Siria están desarrollando ya planes de retorno de refugiados empujados por el “fin” de la guerra y la situación límite de Beirut, donde se estima que la población refugiada llegó a suponer un quinto del total del país.

¿Cómo se ve la guerra desde Grecia?

Mahmoud es uno de los refugiados llegados a Grecia antes de la entrada en vigor del acuerdo UE-Turquía. Licenciado en Matemáticas por la Universidad de Damasco, no llega a los 30 años y es lo que se conoce como doble refugiado. Natural de Palestina, huyó del apartheid sionista a Siria, al igual que hicieron otros 518.949 compatriotas según el censo de UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo) en 2013. Una vez asentado en Damasco, comenzó sus estudios superiores, pero en 2015 con el inicio del conflicto decidió abandonar el país.

“He nacido en el infierno, he vivido en el infierno, sobre bombas”, responde al ser preguntado por su lugar exacto de residencia en Palestina. Ahora, desde Atenas, espera a que su situación sea regularizada para poder llegar al Norte de Europa. Sus años en Grecia han transcurrido en campos hacinados o en edificios okupados donde la comida escasea y la higiene plantea un auténtico problema, reviviendo infecciones y enfermedades insospechadas en la Europa del siglo XXI.

Preguntado por la guerra en Siria, hacia la que ha adoptado una posición de desdén, espeta un seco “maldita Rusia, y doblemente malditos sean los Estados Unidos y su presidente, que es la auténtica representación del mal”. Intenta evadir las preguntas y solo suelta un “aún tengo familia allí, no quiero hablar”.

Sentado en un portal junto a él se encuentra Nizar, de pelo corto rizado, ojos grandes y oscuros, y excesivamente flaco. Sus abuelos, también de descendencia Palestina, vivieron varios años en el recientemente liberado campo de refugiados de Yarmouk, a escasos ocho kilómetros de Damasco. Nizar desertó del ejército sirio en los primeros compases de la guerra “huyendo de esa pesadilla”. Al preguntarle si está feliz por los avances gubernamentales que parecen allanar el camino para el fin del conflicto responde “estoy contento de que la guerra termine, me gustaría volver a Siria, pero para mí es imposible, ya no puedo volver”.

Imagen del campo de refugiados de Yarmouk en el sur de Damasco, controlado entonces por el Estado Islámico, antes de ser liberado por el Ejército Sirio / Foto: Moayad Zaghmout/Reuters

Nizar, aficionado al ajedrez, asegura que lo que peor lleva es “el no hacer nada, aquí no podemos trabajar o estudiar, solo ver pasar el tiempo”. Actualmente vive en Skaramagas, uno de los campos de refugiados más grandes de Grecia, a las afueras de la capital. Pese a no tener medios con los que trasladarse, Nizar se “escapa” con frecuencia del campo para visitar a sus amigos en Exarchiea, aunque ello suponga dormir en la calle. “Ahora estoy contento”, confiesa, “tengo tarjeta, –en referencia a la tarjeta de 150€ mensuales que otorga ACNUR a los refugiados con el procedimiento más avanzado- amigos y un sitio donde dormir”. Tras dos años de espera confía recibir en los próximos meses la ciudadanía griega. “Quiero quedarme aquí y estudiar, aprender griego y poder trabajar en Atenas”.

Mahmoud y Nizar pasan la noche sentados en un portal fumando y bebiendo. “En Siria solo fumaba sisha” confiesa, ahora devora cigarrillos y en el rato que charlamos fuman un par de porros. “No sé porque fumo, me gustaría dejarlo, pero no veo razón” asegura Nizar. El problema de la droga ha golpeado de lleno a las zonas marginales de Atenas, especialmente a los refugiados.

“Existe un problema con la heroína como hubo en España en los 80 aunque este mucho más delimitado a las zonas pobres de transito de migrantes”. La droga, controlada por mafias, es una salida que ven muchos a su situación de completa desesperación. Asociaciones de médicos voluntarios se encargan de distribuir semanalmente jeringuillas nuevas y limpias, “lo ideal sería desintoxicarlos, pero no tenemos medios ni estamos preparados para hacerlo. Desinfectamos sus heridas, y al menos intentamos evitar el contagio de enfermedades” cuenta una voluntaria del proyecto.

Buena parte de los refugiados, sin ningún tipo de ingresos finalizan en el negocio y consumo de las drogas y la prostitución.

Annas, excombatiente del Ejército Libre Sirio, abandonó las armas tras la caída de Alepo en 2016. La ciudad, símbolo durante años de la resistencia contra Al Assad, fue el principal bastión del ELS y otros grupos como el Frente Al-Nusra (ahora Hayat Tahrir al-Sahm), es decir, Al Qaeda en Siria. Annas, de estatura media, educado y con una barba cuidada, muestra orgulloso fotografías del frente sosteniendo un AK-K7.

“Tras la caída de Alepo todo está perdido, por eso me he ido” contaba al ser preguntado por la guerra, confirmando así la importancia que tuvo la conquista gubernamental de la ciudad. Una derrota que relegó a una ya debilitada y fragmentada “oposición”, a la provincia de Idlib, donde parece que se librará la última gran batalla de Siria.

Una visión diferente del conflicto ofrece Yamal, natural de Damasco que cree sin duda que “la victoria de Bashar Al-Assad es la mejor opción para Siria”. Desde Grecia sigue diariamente la guerra y celebra el retroceso de los “terroristas” en los distintos frentes. “Cuando todo comenzó, en el 2011, todos los viernes la gente iba a las manifestaciones después del rezo” recuerda en referencia a las protestas que precedieron al estallido del conflicto armado. “Yo nunca fui” puntualiza. “Pero al poco tiempo la mayoría se dio cuenta de que eso no era bueno, no era lo que contaban, y muchos dejaron de ir”.

Yamal dejó en Siria mujer e hijos, era deportista profesional y huyó ante las presiones de rebeldes y gobierno para que accediese a entrenar sus tropas. Se mantiene cuidado y realiza deporte casi a diario, recientemente ha conseguido el pasaporte griego y quiere montar un bar.

Tras los últimos avances en las cercanías del Golán y ante el inminente asalto al último gran bastión de Idlib, Yamal se muestra reticente sobre el fin de la guerra. “La guerra va a terminar, pero ahora, cuando ya no haya batallas, la gente en las ciudades va resolver por su propia mano los asesinatos cometidos en el pasado. Los próximos años habrá venganzas por los crímenes perpetrados durante este tiempo, mucha violencia entre hermanos y vecinos. Terminar con la guerra es fácil, lo difícil comienza después”, sentencia.

“Yo soy de Alepo. De Alepo Este claro, en el Oeste no había problemas” dice otro refugiado en referencia a la división que sufrió la ciudad en 2012. Año en el que la urbe, que fue la más poblada del país, quedó virtualmente dividida en dos: Noroeste-Gobierno y el sureste para los grupos armados contrarios.

Momento en el que autobuses comienzan a evacuar a los grupos armados de Alepo Este y sus familias.

El hombre, que prefiere no dar su nombre, alecciona a una voluntaria española sobre sus comentarios respecto a la guerra, en uno de los corrillos que se forma en la plaza de Exarchiea: “Se ha mentido mucho sobre Siria y sobre Al-Assad, es importante escuchar a los sirios, nosotros sabemos bien lo que ocurre allí. No podéis fiaros de lo que dice la prensa”.

El refugiado, que ha visitado España, ahora trabaja como profesor de informática para otros migrantes en un centro social cercano. “Quiero ayudar a los míos. Aquí hay muchos suicidios, droga, delincuencia… no hay nada que hacer, por eso hace falta que hasta que lleguen a otros países tengan actividad diaria en algún lugar”.

Él no volverá a Siria, espera comenzar una nueva vida en Europa, pero se muestra esperanzado con el final de la guerra. “Nuestra generación está rota”, asegura el joven de 27 años, “aunque todo termine hacen falta una o dos generaciones para recuperar el país”.

Parece evidente que el fin de la guerra, ya cuestión de meses, va a dar lugar a un escenario quizá más complejo e incierto que el actual: reconstruir un país completamente devastado y superar las rencillas personales y sectarias que, tras la guerra, pueden sumir a la población en una nueva escalada de violencia. Todo ello, en un complejo escenario geopolítico, confluyendo en Siria los intereses de potencias regionales y globales que pueden alargar, más de lo que el pueblo sirio querría, este calvario.

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