Con las negociaciones en Doha avanzando a paso firme, un acuerdo de paz entre Estados Unidos y los Talibán ya no es una cuestión de ‘sí o no’ sino de ‘cuándo’. Los norteamericanos quieren llegar a un acuerdo que les permita retirar sus tropas de Afganistán y salvar la cara ante su opinión pública interna para que no parezca que 17 años de guerra y miles de muertes fueron en vano.
Atrás quedó esa conferencia de 2004 en la que el entonces presidente George Bush anunció la victoria definitiva contra los Talibán y Al Qaeda en Afganistán. Lejos de un clima victorioso, la situación para los estadounidenses se asemeja más a las negociaciones en París con Vietnam del Norte -las que acabaron con la retirada estadounidense y la eventual conquista de Vietnam del Sur-.
Los Talibán por su parte, no pueden más que estar encantados de cómo van las negociaciones. Llegar a un acuerdo que les permita sacarse de encima a la primera potencia militar del mundo para concentrar sus esfuerzos en el débil estado afgano es como un deseo hecho realidad.
Negociaciones
La idea de negociar con los Talibán no es nueva. Los primeros intentos de establecer discusiones de paz formales de alto nivel comenzaron en el 2009, auspiciadas por Arabia Saudita y Pakistán. En este caso, se iniciaron conversaciones entre representantes del gobierno afgano y los insurgentes. Las mismas no prosperaron.
Cabe destacar que en esta ocasión Estados Unidos se negó a darle el visto bueno a los esfuerzos de paz, incluso cuando los taliban se comprometieron públicamente a no usar Afganistán para lanzar ataques al exterior -una forma encubierta de anunciar que no darían refugio a ningún grupo terrorista que quisiera usar Afganistán como base-.
En 2016 hubo una nueva ronda de negociaciones auspiciada por Pakistán, China y Estados Unidos entre los Talibán y el gobierno afgano. Enviados de ambas partes se reunieron en Qatar para tratar de alcanzar un alto al fuego, aunque sin éxito.
Las negociaciones terminaron incluso peor que como empezaron. Los Talibán acusaron a las autoridades afganas de ser meros “títeres” de Estados Unidos; en tanto que el presidente afgano, Ashraf Ghani, declaró que nunca más volverían a negociar con ellos.
La vuelta al diálogo parecía algo imposible hasta que en diciembre de 2018 el portavoz Talibán informó que había accedido a negociar con Estados Unidos. Desde enero que enviados de los Estados Unidos, liderados por Zalmay Khalilzad, y los Talibán se reúnen periódicamente en Doha, la capital de Qatar.
Si bien aún no hay acuerdo sobre las dos cuestiones cruciales -retirada de tropas extranjeras de Afganistán y garantías concretas de que los Talibán no van a cooperar con Al Qaeda- ambas partes expresaron en distintas ocasiones su satisfacción en cómo van las discusiones.
Alrededor de la mesa
Pero lo importante no es sólo lo que pasa en la mesa de negociaciones, sino lo que las rodea. Es en el contexto de las negociaciones en donde se hace evidente que la decisión de Estados Unidos de aceptar negociar con los Talibán es resultado de su desesperación y frustración con la experiencia afgana.
La aceptación estadounidense de negociar sin la presencia de autoridades afganas ya es un indicativo. Construir la legitimidad del nuevo estado afgano como un actor autónomo y no como un ‘títere’ fue una parte integral de la estrategia norteamericana en Afganistán.
Ahora, al aceptar negociar sobre el futuro de Afganistán sin el gobierno afgano están tirando todo ese esfuerzo por la ventana. Es cierto que los delegados estadounidenses han planteado que es necesario que haya además un acuerdo de paz intra-afgano, pero en otra ocasión nunca se hubieran sentado a negociar sin un acuerdo precedente entre afganos.
Más aún, los estadounidenses están dispuestos a negociar incluso cuando los Talibán atentan contra la vida de altos funcionarios afganos. Por ejemplo, a fines de marzo un convoy que transportaba al vicepresidente afgano, Abdul Rashid Dostum, fue atacado por un grupo de militantes cuando salía de un mitin político. 4 guardaespaldas de Dostum murieron. Al día siguiente, Khalilzad llegó a Kabul, la capital afgana, para reunirse con altos funcionarios y contarles los progresos en las negociaciones de paz.
El otro gran indicativo de la desesperación estadounidense es sentarse a negociar cuando el control de sus aliados afganos sobre el terreno está en retroceso. Según el Inspector Especial para la Reconstrucción de Afganistán, el gobierno afgano ha perdido el control de un 20 por ciento del territorio que controlaba en 2015.
Los insurgentes hoy controlan totalmente 51 distritos afganos (el 13 por ciento), en tanto que disputa el control en 205 (el 52 por ciento) según revelaciones de la Foundation for Defense of Democracies. Desde la invasión internacional a Afganistán en 2001 que los Taliban no tenían tanto despliegue territorial. 45 mil afganos miembros de las fuerzas de seguridad y las fuerzas armadas han muerto en combate desde 2015.
No hay tampoco ningún indicio de que la tendencia vaya a revertirse. Apenas a fines de marzo una operación militar del Talibán concluyó con la captura de 150 soldados afganos como prisioneros, el mayor número de capturados de cualquier bando desde que comenzó la guerra en Afganistán.
La única razón lógica para negociar desde una posición de debilidad es el querer abandonar Afganistán lo más rápido posible.
Que Estados Unidos esté presuroso por dejar Afganistán no quiere decir que se vaya a firmar un acuerdo de paz en lo inmediato. Por un lado, los estadounidenses ya dijeron que no van a firmar nada si no está medianamente avanzo algún tipo de acuerdo entre los Talibán y el gobierno afgano sobre el futuro del país.
Por el otro, los Talibán no va a comprometerse a nada antes de saber quién será el nuevo presidente -las elecciones presidenciales son en septiembre-. La postura del nuevo presidente para con los Talibán será clave a la hora de negociar un acuerdo de paz intra-afgano -aunque se especula que los primeros contactos informales fueron a mediados de abril-.
A futuro
Obviamente es imposible saber exactamente cuándo se firmará un acuerdo de paz entre Afganistán y Estados Unidos así como tampoco se puede saber exactamente qué tendrá. Pero sí es posible hacer un estimado.
Como se explica más arriba, el cuándo no será antes de las elecciones presidenciales en Afganistán. De la misma manera, es válido suponer que, si las negociaciones siguen al ritmo actual, habrá un acuerdo antes de noviembre de 2020, fecha de las elecciones presidenciales en Estados Unidos.
Ante el estancamiento de las negociaciones con Corea, la gestión Trump va a querer algún logro en política internacional para mostrar a los votantes. Un acuerdo de “paz” en Afganistán -con un reaseguro en papel de que los talibanes no cooperarán con Al Qaeda- cumple muy bien ese papel, por más poco confiable que sea la contraparte.
Igualmente, los Talibán no van a querer arriesgarse a un cambio de administración hacia una más hostil, que busque mejorar la posición de negociación con victorias militares sobre el terreno o que se ponga más exigente con las condiciones.
En cuanto al contenido, hay dos cuestiones centrales que definitivamente estarán. La retirada de tropas extranjeras de suelo afgano y la promesa de no permitir a Al Qaeda y el ISIS operar en Afganistán -reclamo central de los estadounidenses-. También habrá algún tipo de acuerdo sobre la incorporación de los Talibán a la arena política legal. El acuerdo gira en torno a estas cuestiones, son el motivo por el que se está negociando.
Seguramente haya hermosas promesas de respetar valores democráticos, los derechos de las mujeres y de las minorías étnicas, pero al final del tratado serán relleno. Letra bonita sobre la que los Talibán no tienen ningún interés ni razón para cumplir ni los estadounidenses interés en controlar su cumplimiento. Una vez que esté el tratado, ningún presidente norteamericano va a mandar a un estadounidense a morir por un hazara.
¿Qué pasará una vez que se selle el acuerdo? El fortalecimiento de los Talibán es lo más evidente. Cuando se incorpore como partido político regular, estarán mucho mejor posicionados que sus rivales. Es un movimiento altamente organizado con una estructura que le permite hacer presencia en casi todo el país y que cuenta con funcionarios experimentados con experiencia en gestión pública y prestación de servicios. Más aun, el acuerdo con Estados Unidos le proporcionará un gran espaldarazo propagandístico.
Realmente, si los Talibán son capaces de moderar medianamente sus posturas es muy probable que en 3 elecciones presidenciales el próximo presidente salga de las filas de los Talibán. Si no quieren moderarse igual serán una fuerza política formidable, con gobernadores y peso en el parlamento.
El acuerdo también les será útil en caso de que su intención final sea ganar tiempo para prepararse para lanzar una ofensiva militar contra Afganistán. Sin tanto escrutinio sobre sus espaldas, les será más fácil mover armas y municiones a través del país e incrementar su infiltración del aparato de seguridad afgano.
Para el establishment político afgano la situación es completamente diferente. La entrada de los talibán a la política legal implicará menos poder y espacios para repartirse. Esto es un gran problema para los partidos afganos, quienes dependen del clientelismo para atraer simpatizantes y sostener sus estructuras.
Quienes sí se verán fortalecidos son los dirigentes del establishment que se apoyan fuertemente en las minorías étnicas de Afganistán, como el vicepresidente Dostum, líder de la minoría uzbeka. Preocupadas por el ascenso de los Talibán -durante el período en que ejercieron total control sobre Afganistán, los talibanes cometieron varias atrocidades contra grupos minoritarios, especialmente los hazara- las minorías se volcarán hacia quienes crean capaces de protegerlas de eventuales abusos.
Para los Estados Unidos, será un resultado amargo. Un compromiso a que Afganistán no sea una base para organizaciones terroristas garantizado por el grupo que llevan 17 años tratando de destruir no es un gran resultado.
Puede alegarse que la intervención estadounidense devolvió a las mujeres afganas un lugar activo en la sociedad, similar al que tenían bajo el socialismo, y que fue vital para la reconstrucción de la sociedad civil afgana.
Sin embargo, la retirada de tropas estadounidenses y la entrada del Talibán a la política “legítima” ponen todo esto en serio riesgo, dada la hostilidad del Talibán para con la participación de las mujeres en la esfera pública y con las organizaciones de la sociedad civil.
Con el eventual acuerdo, dos actores ya presentes en Afganistán verán muy modificada su posición: Pakistán y la India. Pakistán será, después del Talibán, el gran ganador. Los pakistaníes han sido aliados del Talibán desde mediados de los 90, proveyendo inteligencia, asesoramiento militar, dinero e incluso refugio. Ese apoyo no termina con el acuerdo de paz, por el contrario, aumentará hasta colocar (ya sea vía elecciones o no) un talibán en el Palacio de Arg.
Y es que Pakistán tiene mucho para ganar si sus aliados talibanes se hacen con el poder: concesiones privilegiadas para las mineras pakistaníes para explotar recursos minerales; detener la creciente influencia india en Afganistán para evitar verse “rodeado” por dos países hostiles; y hasta conseguir una declaración formal afgana de reconocimiento de la Línea Durand como demarcación del límite entre Pakistán y Afganistán; entre otras.
Además, dada la influencia pakistaní sobre los talibanes y las escasas relaciones del movimiento extremista con otros estados y actores privados, cualquiera que quiera comerciar con un Afganistán gobernado por el Talibán deberá antes recurrir a los favores de Pakistán para un primer acercamiento con las autoridades talibanas. Ese rol de intermediario le puede reportar enormes beneficios a Pakistán.
La India, por el contrario, tiene todo para perder. Hoy la India es un gran aliado de Afganistán, a quien provee de inversiones, obras de infraestructura y asistencia militar. Hindúes y talibanes, por otra parte, son enemigos acérrimos.
Y es algo que viene incluso desde antes de que exista el Talibán como movimiento organizado. Mientras que los fundadores del Talibán (y quienes ocupan hoy dirigen al grupo) combatieron como muyahidines contra los gobiernos socialistas de Afganistán, la India fue uno de los principales sostenes de los regímenes socialistas.
Por supuesto que también las diferencias religiosas, la estrecha relación entre talibanes y pakistaníes (eternos enemigos de la India) y la sospecha hindú de que los talibanes asisten a grupos terroristas que actúan en la India son factores que contribuyen a esa enemistad.
Lejos de abandonar Afganistán tras un acuerdo de paz, los hindúes deben redoblar su apoyo a sus aliados afganos. Si no pueden evitar la legalización de los talibanes al menos pueden intentar mantenerlos alejados del poder, y la mejor forma de hacerlo es contribuyendo a que sus aliados sean atractivos para el pueblo afgano. Aumentar las inversiones productivas, ofrecer becas de estudio, asistir en la capacitación de los empleados públicos son algunas iniciativas que van en ese sentido.
Es imposible saber cuánto durará esta etapa del Talibán como fuerza política legalizada dentro del esquema de república islámica y si efectivamente los talibanes se mantendrán como partido político o preferirán volver a las armas una vez que el último estadounidense abandone Afganistán. Mucho menos saber qué vendrá después. Afganistán es un estado que ha pasado por todas las configuraciones posibles: desde teocracia a república unipartidaria socialista, pasando por todo lo que hay en el medio. Pero si algo enseña la historia, es que ninguna dura para siempre.
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