“Considero que es mi deber superar el obstáculo de la simple proporcionalidad lo antes posible y tengo la intención de que podamos celebrar elecciones el 25 de junio”, en estos términos se expresaba en la mañana del lunes el primer ministro griego Kiriakos Mitsotakis, gran ganador de las elecciones generales del pasado 21 de mayo, que buscará revalidar su mayoría absoluta para gobernar en solitario.
Mitsotakis vence a una Syriza en crisis
Pero si bien paso por las urnas el pasado domingo no servirá para formar gobierno, sí redibujó el mapa político heleno. Nueva Democracia (ND) no da por buena su amplísima victoria –40.79% y 146 escaños–, por no alcanzar una mayoría absoluta que tiene prácticamente asegurada con una repetición electoral donde el partido ganador recibirá una prima de diputados. “El pueblo ha elegido la opción de una Grecia dirigida por un gobierno mayoritario y por Nueva Democracia sin la ayuda de otros”, aseguró el mandatario.
Tan solo mayor que la victoria de ND fue la derrota de Syriza, relegada a un pobre 20% del voto y 71 escaños, menos de la mitad que el apoyo recibido por Mitsotakis y un tercio menos de votos que hace cuatro años. En Koumoundourou, cuartel general de la formación, las caras durante el recuento eran de sorpresa. Ninguna encuesta preveía este escenario; todos los estudios demoscópicos subestimaron el rendimiento de ND –casi 5 puntos por encima de la media– y sobre todo inflaban a Syriza –más de 7 puntos por debajo–.
Lejos quedaba la hipótesis de una gran alianza de izquierdas –Syriza, Pasok y Mera-25–. Durante gran parte de la campaña los estudios demoscópicos veían factible este escenario y señalaban al Partido Comunista de Grecia (KKE) como potencial árbitro. Nada de eso ocurrió.
Con quien si acertaron las encuestas fue con el rejuvenecido PASOK, que obtuvo un esperado 11.4% y 41 escaños. Una tercera posición modesta y alejada de la época dorada de los socialdemócratas helenos pero que fue recibida con una euforia contenida. El 11% les sitúa aún lejos de Syriza pero, en mitad del terremoto, la sensación es que ellos han resistido y crecido respecto al 2019 mientras que Tsipras se desinfla. Cuestión de tendencias; poco que importa que hace un año, en pleno proceso de refundación, las encuestas les situasen en un hoy lejano 17%. La media sonrisa del líder Nikos Androulakis solo se explicaba porque una crisis en Syriza permite volver a soñar con ser la fuerza mayoritaria de la izquierda.
Los 300 asientos del Consejo de los Helenos terminan de completarse con un KKE reforzado, que ocupa la cuarta plaza con un 7.23% y 26 escaños –su segunda mayor bancada en la historia–. Detrás la formación ultranacionalista “Solución Griega”, una amalgama de euroescepticismo, conservadurismo religioso y discurso antiinmigración. La formación de derecha populista radical sube levemente respecto a las últimas elecciones.
La barrera electoral del 3% privó, por pocos votos, a tres formaciones de entrar en el Parlamento. Mera-25, del exministro de Finanzas Yanis Varoufakis, no revalidó la presencia conseguida hace cuatro años (2.63%). La también escisión de Syriza, “Navegación por la Libertad” de la mediática Zoe Konstantopoulou, fue una de las sorpresas de la noche con 2.89%. La formación abandonó a Tsipras en 2015, cuando el ejecutivo Syriza-ANEL aprobó el paquete económico diseñado por la Unión Europea. La fórmula, que nunca ha gozado de representación institucional, ha quedado a un puñado de votos de obtener representación.
Pero todos los partidos extraparlamentarios quedaron opacados por NIKI (Movimiento Patriótico Democrático – Victoria) y su 2.92%. Un partido que hasta un mes antes de las elecciones no figuraba en las encuestas y que hereda parte del electorado del ya proscrito partido neo-nazi Amanecer Dorado. Niki nació en 2019 como respuesta en clave ultranacionalista al acuerdo Prepsa entre Grecia y Macedonia del Norte. Además de exacerbar el sentimiento nacional, la formación guarda relación con los sectores más radicalizados de la iglesia ortodoxa y en su lista acoge a destacados activistas del movimiento antivacunas tal y como publicó recientemente Kathimeriní. Una combinación de conspiracionismo, ultranacionalismo y religión que podría conseguir escaños el próximo mes.
Con este contexto, Mitsotakis rechazó si quiera tratar de formar gobierno. La presidenta del país ya ha nombrado un gobierno interino y fijado el 25 de junio como fecha para volver las urnas. La nueva ley electoral, que entrará en vigor en estas elecciones, justifica la decisión de conservadora. De repetirse los resultados –e incluso bajando varios puntos– ND conseguiría la mayoría absoluta gracias al cambio en sistema de reparto, que pasa de “proporcional” a “proporcional reforzado” para “favorecer la gobernabilidad”.
Esta norma fue aprobada por ND en 2020, pero la Constitución griega contempla que estos cambios entren en vigor en la legislatura posterior a su aprobación. De esta manera, las actuales elecciones se celebraron bajo la ley proporcional aprobada por Syriza en 2016, y en las del próximo junio se aplicará una normativa que otorga 20 escaños extra al partido ganador a partir del 25% de los votos y hasta 50 asientos extra si se supera el 40%.
Detrás del terremoto electoral, ¿reconfiguración de la izquierda?
La traumática crisis de 2008 alteró los equilibrios políticos de Grecia; el PASOK entraba en una crisis que parecía que podría llevar a su desaparición o a la marginalidad política –en las elecciones de 2015 cayó a la séptima posición con un 4.7% del voto–, ND se veía señalada por la ciudadanía y obtenía sus peores resultados electorales de la historia, y Syriza emergía como alternativa rompiendo sucesivamente sus techos electorales.
Hoy ese escenario está seriamente amenazado sino acabado. Mitsotakis ha conseguido uno de los mejores resultados históricos para ND, recuperando un rendimiento electoral previo a la crisis. Y el PASOK, se permite aspirar a volver a “su lugar natural” como hegemón de la izquierda griega.
¿Pero que explica la derrota de Tsipras? Detrás está un sentimiento de apatía y desconfianza generalizado que golpea especialmente al espacio de la “izquierda radical”. De los más de 2.1 millones de votos que este espectro político tenía hace tan solo cuatro años –Syrza + Escisiones: Mera25 + Navengando a la Libertad–, más de 600.000 papeletas se han perdido por el camino.
Es una realidad heterogénea pero mayoritariamente hablamos de un votante cansado que vuelve a la abstención tras activarse electoralmente con el discurso rupturista de Syriza en la crisis económica. La derrota de Tsipras no la canaliza ninguna de sus escisiones –y tampoco el ortodoxo KKE, cuyo crecimiento es de poco más de 100.000 votos–. Estamos ante un retroceso del espacio político en su conjunto, aunque sea Syriza, por su condición de locomotora, quien lo encarna con mayor intensidad.
Este fenómeno se ve con claridad en los barrios obreros de las grandes urbes; bastiones donde Syriza edificó su victoria electoral en 2015 y se mantenía como primera fuerza en 2019. Comparando los resultados de hace cuatro años con los de ahora: en sector oeste de Atenas pasan del 38,6% al 22,7%; en Piraeus II del 38.22% al 20.75%; en Agia Varvara el 43.56% del 2019 se ha convertido en un 24.69%.
Peristeri, barrio de la periferia ateniense donde priman las capas populares, es uno de los colegios electorales más grandes del país con 112.000 personas censadas. Allí se ve bien esta tendencia. En 2019, Syriza ganó hace con un 39,4%, esta vez solo alcanzó el 23.47%; ND creció hasta la primera plaza con un 34.1%. También lo hizo PASOK (del 5.5% al 8.4%), KKE (8.73% a 11.5%) y Navegando por la Libertad (1.61% a 4.04%). Es decir, el descenso en 16 puntos de Tsipras se traduce en algo menos de un 9% de trasvase a otras fuerzas de izquierda.
¿Dónde fue el resto del voto? Previsiblemente a la abstención, aunque aquí se da la paradoja de que en estas elecciones el porcentaje de votantes ha aumentado hasta el 60.94% (+3,16). Esto quiere decir que la derecha ha conseguido rescatar a votantes abstencionistas, probablemente gente que retiró su apoyo a ND durante una crisis que ya ven pasada, y la izquierda –por el contrario– ha mandado allí a parte de sus votantes, hastiados tras un gobierno fallido y la falta de concreción.
La apatía y la decepción explican este fenómeno. El voto global de la izquierda radical –y a la izquierda en su conjunto– ha caído; y esto se debe a que las pérdidas de Syriza solo se han traducido parcialmente en trasvases a PASOK, KKE y escisiones. La otra gran parte de quienes votaron a Tsipras en el pasado, ahora se han ido a la abstención.
Con Mitsotakis acariciando cuatro años más en la Mansión Máximos, el imponente palacio neoclásico que hace las veces de residencia oficial de los primeros ministros, la gran duda para este 25 de junio es que pasará con Syriza.
Uno de los escenarios es que la coalición de izquierdas siga perdiendo apoyos, un escenario deseado por el PASOK, a quien el rodillo de ND le pesa menos sabiendo que la crisis de Syriza le abre una ventana de oportunidad inimaginable hace solo dos años. El objetivo de los socialdemócratas ante la repetición electoral es convertirse en la principal fuerza de oposición, “en una oposición de Estado, responsable y con programa”. Un eje discursivo que busca confrontar con la idea de Syriza como fuerza “irresponsable e incapaz de gobernar”. En declaraciones públicas el Androulakis aseguró que en el gobierno “deberían acostumbrarse a la oposición documentada del PASOK-Movimiento de Cambio. El período en que la oposición actuaba como su patrocinador dorado ha terminado”. Si las diferencias entre ambos se redujesen estaría en juego ganar el relato sobre quien es la oposición real a un gobierno de mayoría absoluta.
En Syriza, la trascendental reunión de su Comité Central –varias veces pospuesta– sirvió para que Tsipras entonase el mea culpa y apelase a cerrar filas para dar “la última batalla”. Todos dentro de la coalición han coincidido en que a un mes de las elecciones no hay margen para improvisaciones y lo más conveniente es esperar a que pase la “segunda vuelta” para depurar responsabilidades y renovar “aquello que sea necesario”. Esto hace que Tsipras repita como candidato, aunque algunas voces dicen que “no puede ser un tabú hablar de cambios también en la dirección del partido”.
Con tono calmado y durante más de media hora el exprimer ministro sostuvo que “la responsabilidad de los ciudadanos que no votaron por nosotros es nuestra, que no logramos convencerlos. El resultado fue un shock doloroso. Y la responsabilidad es principalmente mía”. En términos internos, el dirigente aseguró que “después de tres días de dificultad, tristeza y reflexión, ha llegado hoy el momento, en el Comité Central, de declarar el fin del luto y dar la alerta de batalla. Esta es nuestra responsabilidad hoy: reagruparnos, reagruparnos inmediatamente. Ahora. Sin demora alguna. Y peleemos la nueva batalla electoral”. El discurso acabó con el auditorio en pie y sin que ningún miembro del órgano solicitase su derecho a réplica, una muestra de una unidad que ha escaseado el último año.
De fondo, el debate por la identidad. El cambio de “Coalición de Izquierda Radical” a “Alianza Progresista” representa a la perfección el giro estratégico de la formación, que creyó necesario presentarse a la sociedad griega como una fuerza política seria, capaz de gestionar el país, y por extensión alejada de todo conato de radicalismo.
Mientras en la izquierda las elecciones se afrontan con gran incertidumbre, Mitsotakis se muestra sobradamente confiado en su victoria. El conservador se ha impuesto con claridad pese a las polémicas que han rodeado su mandato. En febrero de este año un accidente de tren que segó la vida de 57 personas desató una ola de protestas que terminó convocando la mayor huelga general de los últimos años. Las movilizaciones, que ponían el foco en el mal estado de las infraestructuras, eran en el fondo una enmienda a la totalidad al premier. Aquella crisis le costó el puesto al entonces ministro de Transporte, Kostas Karamanlis, que acaba de ser reelegido estas elecciones como diputado.
No menor fue la crisis por espionaje cuando en verano de 2022 se conoció que los servicios secretos griegos –el EYP– tenía monitoreados los móviles de periodistas y políticos opositores. Un escándalo, todavía por esclarecer, que afectaba, entre otros, al líder socialdemócrata Androulakis. También entonces el primer ministro consiguió eludir responsabilidades en primera persona forzando la salida de Panayotis Kontoleon, jefe del servicio secreto, y Grigoris Dimitriadis, jefe de gabinete de Mitsotakis y su sobrino.
El contexto regional e internacional no fue más complaciente. La crisis del COVID-19 dejó a Grecia con una de las mayores tasas de mortalidad de la Unión Europea, y la débil economía helena se mostró especialmente sensible a la crisis inflacionaria provocada por la guerra de Ucrania y su derivada energética.
Pese a todo, el buen resultado de ND no solo se explica por demerito de sus oponentes. Las cifras macroeconómicas y la “estabilidad social” parecen dar tranquilidad a un país fatigado tras casi dos décadas de inestabilidad. Mitsotakis dejó de lado la ortodoxia económica y aplicó algunas medidas de corte estatista, subvencionando productos básicos y subiendo varias veces el salario mínimo. Un guiño a una golpeada clase trabajadora que ha perdido la confianza en Syriza.
En menos de un mes Grecia volverá a las urnas, y aunque la victoria conservadora parece clara, será determinante ver el rendimiento del resto de partidos. Esta “segunda vuelta” puede suponer el fin de un ciclo que llevó a Syriza al poder y después a convertirse en la pata izquierda de un nuevo bipartidismo que el 25 de junio podría acabar.
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