Fratelli d’Italia y la Liga podrían gobernar el país en 2023 según las encuestas, pero su origen es muy distinto
El 22 de mayo de 2020 la líder del partido Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia), Giorgia Meloni, publicó en sus redes sociales un mensaje de homenaje al histórico líder neofascista Giorgio Almirante, con ocasión del 32 aniversario de su fallecimiento. No era casualidad. Tampoco es casual que el símbolo de Fratelli d’Italia, la llama tricolor con los colores de la bandera italiana, sea exactamente el mismo que el del Movimiento Social Italiano (MSI), que dirigió Almirante desde 1946, recién acabada la Segunda Guerra Mundial, hasta su muerte en 1988. El partido, que según la mayoría de encuestas se está disputando ser la primera fuerza con la Liga de Matteo Salvini y el Partido Democrático (PD), es heredero directo de la tradición neofascista del país y no muestra ningún interés en ocultarlo.
La particularidad de Italia es que, según los sondeos, dos fuerzas populistas de derecha –Fratelli y la Liga– podrían convertirse en primera y segunda fuerza respectivamente, sumando más del 40% de los votos entre ambos, y les bastaría el apoyo externo de otros partidos de derecha, como Forza Italia, para lograr formar Gobierno. Con todo, las elecciones italianas no se celebrarán, si se respetan los tiempos –algo que no es habitual en la Italia contemporánea– hasta 2023, pero la tendencia hacia la derecha del país en los últimos meses es clara. A pesar de que los dos partidos han mostrado una voluntad clara de entenderse si en las próximas elecciones lograran sumar una mayoría, sus orígenes, discursos y planteamientos son muy diferentes, aunque a veces se les presente a ambos con la etiqueta de “ultraderecha” sin incidir en sus particularidades.
Fratelli d’Italia: del neofascismo al euroescepticismo conservador
Fratelli d’Italia es heredero directo del Movimiento Social Italiano (MSI), partido neofascista fundado en 1946 por un grupo de exoficiales del Gobierno de Benito Mussolini y dirigido por el ya mencionado Giorgio Almirante, que había llegado a ser nombrado en 1944 jefe de gabinete del Ministerio de la Cultura Popular en la República Social Italiana (RSI) –el Estado títere de la Alemania nazi que dirigió Mussolini entre 1943 y 1945, después de que los Aliados invadieran el sur del país al final de la Segunda Guerra Mundial. El MSI gozó de cierta fuerza durante toda la democracia italiana y desde los años 50 no bajó de un millón y medio de votos en cada cita electoral, pero no llegó a condicionar ningún Gobierno. Si lo hizo, en cambio, en gobiernos regionales y alcaldías donde dio su apoyo a la Democracia Cristiana –la derecha tradicional italiana– para frenar el avance de la izquierda.
Un año antes del fallecimiento de Giorgio Almirante, en 1987, este fue sucedido como líder del MSI por Gianfranco Fini, quien impulsaría la refundación del partido en Alianza Nacional (AN) en 1995, buscando distanciarse del pasado fascista de su expartido. AN se definía como una formación nacionalista conservadora y se acercó a la derecha liberal, no en vano integró a miembros del ala más conservadora de la Democracia Cristiana –disuelta en 1994 tras el escándalo de corrupción conocido como Manos Limpias. Desde su fundación, AN se colocó a rebufo del partido Forza Italia de Silvio Berlusconi –la fuerza emergente del momento– y acudió a todas las elecciones entre 1994 y 2008 en coalición con ellos bajo distintas fórmulas electorales. En 2009, finalmente, se integró definitivamente en el nuevo partido de Berlusconi, El Pueblo de la Libertad.
La fusión duraría poco. En 2012 los antiguos miembros de Alianza Nacional se escinden de un El Pueblo de la Libertad en crisis, que estaba al borde de la disolución, y forman Fratelli d’Italia bajo la dirección de Giorgia Meloni. Meloni –quien formó parte en su adolescencia de las juventudes del MSI y, después, de Alianza Nacional– protagonizó un nuevo lavado de cara del espacio nacional-populista italiano y lo adaptó al contexto postcrisis económica, adoptando un euroescepticismo suave y oponiéndose al Tratado de Lisboa, firmado en 2009. Su programa político es nacionalista y conservador. El partido conjuga el nativismo y la prioridad nacional de los italianos con respecto a los extranjeros, con apoyos a la familia y a la natalidad, bajadas de impuestos combinadas con una defensa de la industria nacional y el rechazo hacia la inmigración irregular.
La Liga: del independentismo al nacional-populismo
El origen de la Liga es muy diferente. Mientras sus ahora aliados defendían firmemente el patriotismo italiano, la Liga Norte se fundó en 1989 como una alianza de varios grupos autonomistas e independentistas de la Padania –expresión utilizada para referirse a las regiones del norte de Italia. Dirigida por Umberto Bossi, desde sus inicios impactó con fuerza en el panorama político italiano y en las elecciones generales de 1992 se convirtió en la cuarta fuerza del país. Tras las elecciones de 1994 formó parte del primer Gobierno de Silvio Berlusconi, pero la alianza duraría poco, y tras su éxito al presentarse en solitario en las elecciones de 1996, radicalizó sus posturas y adoptó un programa puramente independentista, reclamando la secesión de la Padania.
El 15 de septiembre de 1996 la Liga Norte convocó una gran manifestación a orillas del río Po que culminó en Venecia con la proclamación simbólica de la independencia de la Padania y la convocatoria de un referéndum en 1997. Curiosamente, el mismo día de la “declaración de independencia”, Gianfranco Fini, el líder de Alianza Nacional en ese momento, convocó una contramanifestación en Milán por la unidad de Italia, lo que muestra lo alejados que estaban en ese momento estos dos espacios electorales. Dado el fracaso de su intentona secesionista, y el nulo reconocimiento internacional, la Liga Norte terminó reculando en sus posiciones y desde principios del siglo XXI comenzó a abogar por más descentralización y un sistema fiscal propio para el norte de Italia, pero sin reclamar la separación.
Entre 2001 y 2006 volvió a presentarse en coalición con Berlusconi y formó parte de su Gobierno, y lo mismo sucedería entre 2008 y 2011, hasta el desalojo definitivo de Berlusconi del poder. En 2012 el partido sufrió una dura crisis interna que desembocó en la dimisión de Bossi y el ascenso al liderazgo de Matteo Salvini. Con Salvini al mando el partido dio un giro euroescéptico y comenzó a cooperar con otros nacional-populistas europeos como la francesa Marine Le Pen o el holandés Geert Wilders. Además, el partido incrementó su mensaje contra la inmigración ilegal y comenzó a dejar de lado el autonomismo del norte para defender el patriotismo italiano, lo que desembocaría en un cambio de nombre de cara a las elecciones generales de 2018: de Liga Norte pasó a ser Liga a secas. La mutación dio sus frutos. Entre 2018 y 2019, Salvini ocupó el cargo de ministro del Interior –en el Ejecutivo de coalición con el Movimiento 5 Estrellas– llevando a cabo duras políticas contra la inmigración irregular.
Diferencias y similitudes
La salida del Gobierno de la Liga en 2019, tras la ruptura del pacto con el Movimiento 5 Estrellas, supuso el inicio del declive de este partido como punta de lanza de la derecha populista italiana, y el inicio del ascenso de Fratelli d’Italia, que hasta entonces había jugado un papel discreto. Sus votantes comenzaron a castigar lo que consideraban como logros insuficientes en la participación de Salvini en el Gobierno. Además, el inicio de la pandemia de la covid-19, en marzo de 2020, desgastó aún más a la Liga y Salvini –acostumbrado a los exabruptos y a las formas extravagantes– no supo encontrar su espacio en un momento en el que los italianos buscaban más que nunca consensos y discursos tranquilizadores.
Mientras que la Liga con Salvini adoptó un populismo exacerbado como forma de hacer política, rozando a veces la extravagancia –como cuando Salvini apareció haciendo de DJ en la playa de Milano Marittima–, Giorgia Meloni se presenta como una mujer seria, con un discurso más tradicionalista conservador y con formas rectas. Además, la Liga, después de su paso por el Gobierno y la decepción de su electorado, ha comenzado a ser vista como un “partido tradicional” y, de hecho, forma parte del Ejecutivo tecnócrata de Mario Draghi. Fratelli, en cambio, es el único partido con representación parlamentaria que está fuera del Gobierno y cuenta con una cómoda posición en la oposición, lo que le facilita presentarse como la única alternativa al statu quo. Además, los italianos están premiando la coherencia de Meloni, que se ha mantenido en la línea nacional-populista mientras que Salvini forma parte de un Gobierno dirigido por el expresidente del Banco Central Europeo (BCE), una de esas instituciones que el líder de la Liga presentaba hace años como poco menos que demoníacas.
Esta situación ha provocado que la Liga de Salvini, viendo que Fratelli se ha convertido en la punta de lanza del nacional-populismo en Italia, esté cada vez más interesada en ocupar el espacio de Forza Italia, la formación de centroderecha dirigida históricamente por Silvio Berlusconi. El pasado 21 de junio ambas formaciones anunciaron que concurrirán juntas a las elecciones de 2023 a través de una fusión entre ambos partidos, aunque no especificaron si se tratará de un partido único o de una federación de partidos. “Ayer tuve una larga reunión con Salvini. Y puedo decir que estamos de acuerdo en todo”, afirmó Berlusconi en un mitin de su formación, consagrando a Salvini como su sucesor en el liderazgo de la derecha italiana.
Mientras que el caladero de votos de la Liga sigue estando fundamentalmente en el norte del país, a pesar de su intento de expansión al resto de Italia, los votantes de Fratelli d’Italia se concentran en la región del Lacio –donde se encuentra Roma, ciudad de origen de Giorgia Meloni– y en las regiones del sur del país. El sur de Italia ha sido tradicionalmente el caladero de votos tanto del MSI como de su sucesora Alianza Nacional y lo conforman regiones más tradicionales y conservadoras –en el referéndum sobre la monarquía celebrado en 1946, al término de la Segunda Guerra Mundial, en estas regiones ganó la opción monárquica–, donde la influencia de la Iglesia católica está aún muy presente. Además, el hecho de que el sur de Italia concentre las regiones más pobres y con mayores índices de paro –el desempleo es tres veces superior en el sur que en el norte y el 10% de la población se encuentra en una situación de pobreza absoluta en el sur frente al 6% del norte, según datos del Instituto Oficial de Estadística– le ha convertido en un territorio abonado para las promesas populistas de Fratelli d’Italia. A esto se suma la apatía política y el descontento con el sistema de una población que se ha visto abandonada desde que se fundó la República.
A pesar de tener un origen diametralmente opuesto y de su estrategia cada vez más diferenciada, tanto Fratelli d’Italia como la Liga coinciden en su oposición a la inmigración y su defensa del control de fronteras, una política exterior más escorada hacia Rusia –aunque en este aspecto Salvini es más entusiasta y nunca ha ocultado su admiración por Vladimir Putin–, sus críticas hacia la Unión Europea, la defensa de la familia tradicional y de las raíces cristianas de Italia –aspecto en el que incide más Meloni– y cierto proteccionismo económico. Si los votantes italianos así lo deciden, los dos partidos que se manifestaron el uno en contra del otro en 1996 podrían verse obligados a entenderse para formar Gobierno.
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