La península de los Balcanes, compuesta por doce países, posee un gran valor estratégico en la política europea. En palabras de Wiston Churchill “los Balcanes producen más historia de la que son capaces de consumir”, y es que en su diversidad cultural, ideológica y religiosa encontramos los ingredientes perfectos para su convulsa cronología. La región concluyó el S XIX con un levantamiento, empezó el XX con el preludio de la Primera Guerra Mundial y lo terminó con la descomposición de Yugoslavia y la Guerra de los Balcanes. Actualmente, tras una paz estable, vemos como los principales actores europeos, atlánticos e incluso asiáticos quieren sacar tajada de la nueva política balcánica. El futuro político de los países balcánicos puede cambiar en cuestión de años tras la nueva dirección diplomática, aparentemente común, que poseen los países.
Luz verde en Bruselas
Dos meses después de la salida comunitaria ejecutada por Reino Unido, Bruselas busca ampliarse en una zona con bastantes intereses geopolíticos. La Unión Europea, con una amplia acción diplomática en la zona, misiones militares incluidas (UE-EUFOR Althea-Bosnia y Herzegovina), espera soterrar las discrepancias políticas que aún conviven en la región. Albania y Macedonia del Norte han pasado a la mesa de negociación tras una férrea oposición liderada desde Francia. El último país en incorporarse al programa europeo fue curiosamente otro estado balcánico, Croacia el 1 de julio de 2013
Con el inicio de las negociaciones de Macedonia del Norte y Albania, y las ya en trámite de Serbia y Montenegro, son cuatro de seis países de los Balcanes Occidentales los que tienen oportunidad de integración en la Unión Europea ya que Bosnia y Kósovo siguen aún en posiciones más atrasadas y en modo de candidato potencial.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, señaló que su andadura europea se caracterizaría por “ser geopolítica”. Josep Borrell, Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, también siguió con el discurso y declaró en su primera visita oficial a Pristina, capital de Kósovo, que “la Unión Europea no está completa sin los Balcanes”, “no se puede permitir otra vez a los Balcanes separados” subrayó.
La apuesta por los Balcanes es clara y en la agenda de Borrell ya venía escrito el pensamiento de más presencia europeísta en la región balcánica para contrarrestar las intrusiones de Moscú y Pekín. Se observa el objetivo de los países que componían la antigua Yugoslavia de introducirse en la Unión Europea teniendo, por primera vez, un objetivo político común.
Pertenecer a la mesa de negociación no implica entrar directamente en la UE. El proceso lleva un arduo trabajo diplomático, así lo demuestra el caso de Turquía (2005), Montenegro (2012) y Serbia (2014). Si el país a la espera no cumple con las exigencias de los Criterios de Copenhague, ser un estado de derecho, economía de mercado eficaz y capacidad técnica para asumir y comprometer a ese estado miembro con los acuerdos comunitarios, no se procesará la entrada en la Unión Europea.
Desde Bruselas recuerdan que se han dado pasos, pero Skopje y Tirana tienen camino por recorrer de cara a la adhesión: corrupción, ajustes políticos y sociales y disponer de infraestructuras públicas listas para su operación son el mayor escoyo.
Alianza Balcánica
Otro proceso de apertura internacional, en el que muchos coincidían, fue la unión militar con Washington, suponiendo una apertura y posterior modernización. El cambio de bando incluía un movimiento de disuasión y defensa militar no visto hasta el momento, donde muchos países vieron la oportunidad de abandonar los escombros de URSS.
Una de las participaciones más sonoras de la OTAN fue en la Guerra de los Balcanes. La Alianza Atlántica, tras observar la escalada de conflictos armados y persecución sistemática ejercida por Slobodan Milosevic, bombardeó en 1995 posiciones serbobosnias que amenazaban las denominadas “Zonas Seguras” de la ONU. En el año 1999 el secretario general de la OTAN, el español Javier Solana, ordenó sin previa autorización del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas un ataque por tierra a posiciones serbiobosnias pretendiendo obligar a Milosevic a firmar la paz.
Bombardeo de la OTAN sobre la actual ciudad serbia de Novi Sad – Darko Dozet
Tras la descomposición de Yugoslavia, la caída de Milosevic y el fin de la guerra los países que componían Yugoslavia miraron progresivamente al futuro con una visión euroatlántica. El primer estado en dar el salto a la Organización Atlántica fue Eslovenia en 2004 seguida posteriormente por Albania y Croacia en 2009, Montenegro en 2017 y por último Macedonia del Norte, tras la aprobación de España, se convirtió en el 30º aliado de la Organización del Tratado del Atlántico Norte el pasado 30 de marzo.
Jens Stoltenberg, máximo responsable de la Alianza Atlántica, subrayó el pasado 18 de marzo que “la puerta de la OTAN está abierta” refiriéndose a la posible adhesión de Bosnia y Herzegovina, Georgia y Ucrania. Los movimientos de la OTAN en esta zona no son nuevos. En sus planes se sitúan anular cualquier movimiento militar y político de Rusia, cosa que de momento se resiste en Serbia y Kósovo.
Desde los inicios la organización intentó contrarrestar el poder de la URSS y desde su desmembración lo ha conseguido con gran facilidad. Bulgaria, Rumania, los países bálticos, Polonia… El choque histórico cultural entre ambas potencias está aún latente. Miembros de la Alianza poseen enclaves estratégicos en pleno corazón de los Balcanes.
Estados Unidos tiene uno de los mayores complejos militares del mundo: la base de Camp Bondsteel en Kósovo, a menos de 200km de la frontera serbia. El enclave es totalmente estratégico ya que controla cualquier rincón de los Balcanes causando los recelos de Serbia y seguidamente de Rusia.
El Kremlin y su amor por los Balcanes
Desde Moscú los planes pasan por recuperar la presencia en la zona. Serguéi Lavrov, ministro ruso de Exteriores, en una visita a Sarajevo tachó a la Unión Europea y la OTAN de “presionar a la gente para posicionarse contra Rusia”. Las declaraciones se enmarcan en el contexto del avance de Montenegro y Macedonia del Norte en las negociaciones de adhesión de la Unión Europea y sus respectivas entradas en la OTAN.
Mural prorruso en Kósovo – Bujar Terstena (RFE/RL)
Desde hace varios siglos Rusia ha tenido presencia en los Balcanes. Sus movimientos se deben a mantener las posiciones en una zona de gran valor estratégico.
Desde el apoyo al dictador Tito (artífice de la unión yugoslava), hasta la ayuda después de la descomposición de la propia Yugoslavia, el gobierno ruso ha encontrado en la península balcánica su principal foco de poder y presión en el corazón de Europa.
La falta de oportunidades en los Balcanes Occidentales puede ser aprovechada por el gobierno de Putin para ampliar sus lazos en el sur del continente, aunque la colaboración se base principalmente en Bosnia, la República de Srpska, una región proserbia dentro de Bosnia, y Serbia. Las relaciones se basan en acuerdos comerciales, militares y apoyos a sectores políticos contrarios a la Alianza Atlántica y la Unión Europea. Todo con el fin de derribar el avispero balcánico y mover los cimientos de la Unión, aunque en el marco de relaciones lleva años de desventaja respecto a la UE y OTAN. Lo que es innegable es que la presencia rusa en el mundo de la cultura, economía y política es bastante latente, considerando los Balcanes zona de especial importancia.
Desde Pekín pasando por Riad
Tras comprobar los factores políticos y sociales comprobamos otro eslabón clave en la historia de los Balcanes: la religión. En diversos países conviven grandes comunidades de católicos, ortodoxos, musulmanes… Los Balcanes forman un gran mosaico religioso que ha derivado en frecuentes enfrentamientos entre pueblos e incluso persecuciones como el genocidio de Srebrenica, liderado por el general Ratko Mladić, exjefe del Estado Mayor del Ejército de la República de Srpska, costándole la vida a más de 6000 bosnio musulmanes bajo la polémica vigilancia de los cascos azules neerlandeses.
Arabia Saudí, aprovechando la amplia población musulmana, enfoca numerosas relaciones comerciales con países de la región. Sucede en el caso de Bosnia. En un reportaje de France 24 se muestran las inversiones sauditas en Sarajevo anteponiendo las obligaciones religiosas como la construcción de centros comerciales donde se prohíbe la venta de alcohol. No faltan las mezquitas, que durante los conflictos balcánicos fueron financiadas y acompañadas de milicianos, y las urbanizaciones de lujo para personas del Golfo.
China no se ha querido quedar atrás y tras sus notables movimientos por África salta a los Balcanes desembolsando grandes sumas de dinero. Tras la firma en Croacia de rutas comerciales y turísticas, el gigante asiático desembarcó en países como Serbia, Bosnia, Montenegro, Macedonia del Norte, Albania y Kosovo donde sus inversiones alcanzaron más de 12.000 millones de euros. Su gran proyecto, la Nueva Ruta de la Seda, con el Nuevo Puente Terrestre Euroasiático, pretende llegar hasta el corazón de Europa, incluido Balcanes.
Actualmente los Balcanes ocupan las agendas de los grandes actores internacionales. Washington, Bruselas, Moscú, Riad y Pekín quieren su participación en esta región tan rebelde e independiente del sur de Europa. Con la actual pandemia de COVID-19 la región, y el planeta entero, sigue con su convulsión geopolítica y la ayuda de Rusia y China a Serbia ha sido clara y rápida. En el marco regional Albania también ha proporcionado ayuda a Italia.
Nos encontramos ante un mundo cambiante, en los próximos meses el tablero internacional sufrirá cambios y esta región no pasará desapercibida.
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