Líbano es una nación relativamente moderna cuyas artificiosas fronteras fueron moldeadas, como las de la mayoría de los países del entorno, como consecuencia de los diferentes intereses coloniales de las potencias vencedoras después de la Primera Guerra Mundial que se repartieron los despojos del caído Imperio Otomano. Los límites demarcados a partir del año 1920 obedecen a las presiones ejercidas por una de las comunidades más prósperas y llamadas a desempeñar un papel determinante en este pequeño país, los cristianos maronitas de Monte Líbano. El resto de comunidades musulmanas, la mayoría con importantes nexos y vínculos con sus homólogos de la vecina Siria, abogaban por una unión con esta nación. Las dinámicas y fricciones entre las diversas comunidades que pueblan este pequeño país mediterráneo, han forjado la identidad del Líbano que hoy en día afronta numerosos retos como es el de la definición de su propio modelo político y de gobierno, basado en un complicado equilibrio de comunidades totalmente obsoleto y desfasado. Otros desafíos son la presencia de importantes grupos armados que operan de manera paralela y con independencia del estado, así como la guerra que se ha venido produciendo en la vecina Siria. Este conflicto es un capítulo más del choque de intereses de potencias regionales, cuyo riesgo de contagio al territorio libanés no está totalmente neutralizado y que ha producido un importante flujo de refugiados que ha desbordado completamente las capacidades de acogida del país.
Perspectiva histórica
Los territorios que comprenden lo que hoy en día llamamos Líbano, tradicionalmente eran considerados como regiones administrativas diferenciadas dentro del Imperio Otomano. Una vez que éste cae después de la Primera Guerra Mundial, con los acuerdos de Sykes-Picot de 1916 se produce la división de las provincias del imperio árabe entre la zona de influencia británica y la zona de influencia francesa, quedando el área que constituye el Líbano actual bajo dominio frances.
En el año 1920 las autoridades francesas anunciaron la creación del Gran Líbano, comprendiendo los territorios del enclave cristiano maronita de Monte Líbano, que disfrutaba de cierto grado de autonomía durante la dominación otomana, junto con las ciudades costeras de Beirut, Trípoli, Sidón, Tiro y los territorios adyacentes. Estos distritos eran, con la excepción de Beirut, fundamentalmente habitados por población musulmana y habían sido administrados por los otomanos como parte de la vilayet (provincia) de Siria.
La población musulmana que habitaba en esta nueva demarcación resultante, mantenia fuertes vínculos económicos con el interior de Siria, por lo que se opuso a este “movimiento”, incluso algunos apostaron por la plena integración con Siria en lo que puede atisbarse como un incipiente movimiento nacionalista árabe. No obstante, la mayor parte de los Cristianos Maronitas, cuya propia percepción era la de una comunidad claramente diferenciada de la árabe, abogaron por un estado cristiano bajo la protección francesa. En ese estado de las cosas, el conflicto estaba servido y la acción de todas estas dinámicas iba a moldear la identidad de este pequeño estado mediterráneo.
En el año 1943, Líbano se independiza de Francia. Los líderes de aquel momento suscribieron un gran pacto informal llamado “Pacto Nacional” por el que cada grupo o comunidad oficialmente reconocida, tenía derecho a ser representada en el parlamento conforme de manera proporcional al porcentaje de su población en base al censo de 1932. Según dicho acuerdo, la presidencia estaría reservada para un Cristiano Maronita, comunidad mayoritaria por aquel entonces, el cargo de Primer Ministro para un musulmán suní y la portavocía del Parlamento para un musulmán chií. Hay que indicar que desde el censo de 1932 no se ha producido otro posterior, debido a los temores de los más que probables cambios demográficos que pudieran revelarse, perdiendo la comunidad cristiana maronita su condición de grupo mayoritario y consecuentemente, modificando todo el statu quo.
El frágil equilibrio sectario del Líbano y las fricciones que causaba, desembocó en una cruenta Guerra Civil entre los años 1975-90, que tuvo como resultado la muerte de unas 150.000 personas aproximadamente. Décadas de predominio cristiano llegaban a su fin debido a los flujos de refugiados palestinos, mayoritariamente suníes, consecuencia del conflicto árabe-israelí y por el auge de grupos y milicias musulmanas chiíes. Durante el transcurso del conflicto, tuvo un papel determinante la intervención extranjera: el ejército sirio en 1976, tropas israelíes en 1978 y 1982 y Estados Unidos en 1982. En el año 1978, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas estableció la misión “United Nations Interim Force in Lebanon” (UNIFIL) para supervisar la retirada de las tropas israelíes del sur del Líbano, lo que se llevó a cabo en el año 2000. Los soldados norteamericanos se retiraron en 1983, después de que dos atentados suicidas con camiones bomba acabaran con la vida de 241 marines.
En el año 1989, las partes en conflicto firmaron los Acuerdos de Taif, comenzando así un proceso que culminó con la terminación del conflicto al año siguiente. Con estos acuerdos, se institucionalizó el reparto de poder confesional en el Líbano, apuntalando un complicado y frágil equilibrio, sometido constantemente a presiones tanto internas como externas. Los acuerdos de Taif establecieron que las milicias libanesas tenían que desmovilizarse aunque alguna como Hezbollah rehusó hacerlo argumentando como legítima su presencia en el sur debido, a la amenaza militar israelí.
En tiempos más recientes, un hecho violento sacudió el panorama político de este pequeño estado. En 2005 se produce el asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri por la explosión de un coche bomba. Destacado miembro de la comunidad suní, empresario con importantes vínculos con Arabia Saudí y conocido por su discurso anti-sirio, su asesinato iba a desencadenar una ola de protestas callejeras contra la presencia militar siria en el país, en lo que se vino a llamar la “Revolución de los Cedros”. Finalmente, Siria retiró sus tropas concentradas en el valle de la Bekaa aunque continuó influyendo en la política interna del Líbano.
Con la desaparición de Hariri, el panorama político libanés se segmentó en dos bloques rivales, situación que llega hasta nuestros días: Coalición del “8 de marzo” y Coalición del “14 de marzo”, aglutinando bajo sus siglas diferentes fuerzas políticas en función de su alineación sectaria y con otras potencias en el plano exterior. Dicho asesinato determinó igualmente la creación en el año 2009 del Tribunal Internacional Especial para el Líbano (STL).
En el año 2006 se desatan las hostilidades entre Hezbollah y el poderoso Tzáhal de Israel. El conflicto desatado en julio de ese año tuvo una duración de 34 días con el resultado de más de 1000 libaneses muertos, un cuarto de su población desplazada así como graves daños a las infraestructuras civiles. El propósito israelí de mermar la potencia militar de Hezbollah no sólo no se vió alcanzado sino que este grupo consiguió lanzar miles de misiles sobre Israel, acabando con la vida de 163 personas. La guerra terminó con la mediación de Naciones Unidas.
A finales de 2006, una trifulca política a costa del Tribunal Especial para el Líbano sumió a Líbano en una nueva crisis que duró 18 meses, provocada por la salida de Hezbollah y su aliado político Amal del gobierno. La situación se agravó en mayo de 2008, ya que una decisión del gobierno dirigida a eliminar la red de comunicaciones privadas de Hezbollah llevó a miembros de esta milicia a ocupar determinados sectores de Beirut. Resurgieron los temores a que se desatara una nueva guerra sectaria aunque finalmente, el conflicto se desactivó gracias a la mediación de Qatar, materializada en lo que se ha venido a denominar Acuerdo de Doha, suscrito el 21 de mayo de 2008, trayendo de vuelta la calma entre las diversas facciones políticas libanesas.
Más traumático para el país del Cedro han sido los acontecimientos acaecidos en la vecina Siria a partir de 2011. La milicia Hezbollah se apresuró en acudir a salvar al gobierno de Asad de una más que probable caída, combatiendo mano a mano con el ejército sirio contra los rebeldes. En la frontera libanesa era constante el trasiego de combatientes de uno y otro bando hasta que el ejército sirio, con la asistencia de Hezbollah, selló prácticamente la frontera en la batalla de Al Quseyr en abril de 2013. Desde entonces, las Fuerzas Armadas Libanesas y la milicia Hezbollah han trabajado codo con codo para mantener a raya a grupos extremistas como el Estado Islámico y el Frente Al Nusra, en la región este del país. La constante afluencia de refugiados procedentes del vecino país árabe, amenaza con desestabilizar el ya de por sí precario equilibrio político y demográfico libanés.
Retos y desafíos
Llegados a este punto, Líbano se encuentra en estos momentos en una situación como la que da nombre a este artículo: de equilibrio dentro del caos. Las constantes injerencias externas tampoco ayudan mucho a calmarla. El pasado 4 de noviembre, el primer ministro libanés Saad Hariri anunciaba de manera sorpresiva y desde Arabia Saudí su dimisión. Hariri aducía como motivos para tomar tan extrema decisión la supuesta existencia de un complot contra su vida así como la constante injerencia iraní en la política doméstica libanesa.
Sin entrar a valorar dichas aseveraciones, lo cierto es que revelan una clara realidad y es que el destino de Líbano se encuentra atrapado entre los designios de Irán y Arabia Saudí. Es innegable la existencia de fuertes vínculos entre Irán y la milicia Hezbollah. Los vínculos del clan Hariri con Arabia Saudí no son nuevos: el padre de Saad, Rafik, también ex primer ministro asesinado en 2005, fue el empresario fundador de la empresa constructora Saudi Oger Limited (hoy en bancarrota), con sede en Ryad, con importantes relaciones con la familia real saudí. El propio Saad Hariri nació en Ryad y ostenta la doble nacionalidad saudí y libanesa. Las influencias externas condicionan completamente la realidad política en el Líbano, en función de las maniobras que los patronos externos despliegan para tratar de contrarrestar la actividad del grupo rival. La actual crisis política generada por la dimisión del primer ministro ha abierto un período de total incertidumbre en la que, a corto plazo, no se vislumbra una clara solución. Existen no obstante, otro rango de amenazas de carácter interno que analizo seguidamente.
La complicada convivencia entre grupos
Un país tan complejo y diverso étnica y culturalmente como Líbano genera importantes retos de cara a la convivencia y al mantenimiento de la seguridad. De hecho, la masiva afluencia de refugiados de la vecina Siria no ha hecho sino poner de relieve la enorme brecha social existente y la marginalización de determinados sectores dentro la sociedad libanesa.
La falta de cohesión social y la proliferación de grupos armados dentro del país no han facilitado la creación de una identidad común y han traído como resultado la existencia de un estado débil, incapaz de llevar a cabo sus objetivos más básicos.
Importantes regiones fronterizas con Siria, con escasa presencia del estado, han servido de refugio para grupos extremistas de todo tipo como Estado Islámico o Ha´yat Tahrir al Sham (anteriormente Frente Al Nusra).
La propia naturaleza endeble del estado libanés ha propiciado que determinadas funciones exclusivas del mismo como la Defensa, hayan tenido que ser compartidas con la mejor equipada y organizada milicia de Hezbollah. Se han producido numerosos atentados suicidas contra áreas de población chií, como los atentados suicidas perpetrados por el Estado Islámico en noviembre de 2015 en Burj al Barajneh (Beirut) o la ola de atentados perpetrados en la localidad cristiana de Al Qaa en junio de 2016.
Existen multitud de grupos extremistas que operan desde territorio libanés, entre los que cabe mencionar las Brigadas de Abdallah Azzam (AAB), vinculadas con Al Qaeda y designadas como organización terrorista por algunos países. Existen otros grupos extremistas suníes como el Frente Popular para la Liberación de Palestina (PFLP), Jihad Islámica Palestina, Fatah al Islam o Jund al Sham. Estos grupos operan fundamentalmente desde los 12 campos de refugiados palestinos que hay en el Líbano. Estos campos de refugiados funcionan como entidades autónomas, ajenas a cualquier tipo de control por parte del estado, en los que la seguridad corre a cargo de milicias locales. Esto es posible gracias a un acuerdo entre el último líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) Yasser Arafat y el gobierno libanés, por el que las fuerzas armadas no intervienen dentro de los campos y se limitan a instalar checkpoints fuera.
Otro factor añadido y que redunda en la complejidad de la cuestión es la herencia tribal árabe y los fuertes lazos sociales que generan, que persisten en la sociedad libanesa aún hoy en nuestros días. El funcionamiento de los clanes es ajeno a la autoridad estatal: forman sus propias milicias e imparten la ley. Y es que los clanes y tribus libaneses poseen una rica historia, estableciéndose principalmente en la región del Valle de la Bekaa. Compartiendo un ancestro tribal común como es el Hamadiyeh, éste se subdivide a su vez en dos ramas que son Chamas y Zaaitar.
En la rama Zaaitar podemos encontrar los clanes Meqdad, Haj Hassan, Noon, Shreif y el Jaafar. Dentro de la rama Chamas, están los clanes Allaw, Nassereddine, y Dandash.
Algunas fuentes indican que los clanes más poderosos son los Jaafar, Shammas y Shreif, los cuales al parecer estarían detrás del lucrativo negocio del cultivo de sustancias ilícitas en la zona (principalmente opio y hachís). Tradicionalmente, este ha sido uno de los motores de la economía de la región. El estallido de la guerra en la vecina Siria, lejos de afectar negativamente a este negocio, ha provocado un florecimiento del tráfico de ciertas sustancias como la anfetamina conocida como “captagon”. Dicha sustancia producida fundamentalmente en Siria, como consecuencia de la caótica situación de seguridad -aunque también en el propio Líbano- viaja a través del Líbano y Jordania hacia los lucrativos mercados del Golfo Pérsico. Por otro lado, no son infrecuentes los secuestros y las vendettas entre grupos rivales en la zona.
La crisis de los refugiados
El conflicto de la vecina Siria ha provocado un importante flujo de refugiados hacia Líbano que ha desbordado completamente la capacidad de acogida. Localidades como Arsal, de mayoría suní y próximas a la frontera siria albergan más refugiados sirios que lo que constituye la propia población autóctona libanesa. La situación de seguridad en Arsal ha mejorado después de que las Fuerzas Armadas Libanesas desplegaran en Agosto de este año la operación Fajr el-Jouroud (Amanecer en las Afueras), desplazando a los combatientes de ISIS fuera del entorno de la ciudad. No obstante, las circunstancias acaecidas en dicha población son paradigmáticas de la problemática de los refugiados en todo Líbano. Según datos de la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), Líbano alberga a día de hoy aproximadamente 1.500.000 refugiados, de los cuales 1.000.000 se encuentran registrados. Si tenemos en cuenta que la población libanesa asciende a 4.400.000 habitantes y que Líbano acogía anteriormente una población refugiada de origen palestino de 300.000 habitantes aproximadamente, nos encontramos con que la población total refugiada en Líbano constituye casi un cuarto de la población total. Líbano ostenta el récord mundial de población refugiada per cápita, lo que nos da cierta idea de la magnitud del problema.
Los atentados que se han venido produciendo de manera periódica contra determinados grupos confesionales como los chiíes o los cristianos, han desatado los peores temores de reeditar un nuevo conflicto sectario y han llevado a muchos ciudadanos y líderes políticos a reclamar el retorno de los refugiados sirios a su país de origen. Inicialmente, se optó por una política de fronteras abiertas, lo que provocó que un buen número de refugiados se establecieran en el país. En mayo de 2015, el ACNUR suspendió el registro de nuevos refugiados atendiendo a los requerimientos del gobierno.
La enorme afluencia de refugiados ha puesto de relieve las carencias en infraestructuras de este pequeño país, aflorando una creciente reticencia hacia los refugiados por parte de la población local ya que les culpan del alza en los precios de los alquileres así como de optar a empleos ofreciendo salarios más bajos. Por ello, desde mayo de 2014 el gobierno ha impuesto restricciones fronterizas, prohibiendo la entrada de refugiados palestinos procedentes de Siria y exigiendo el visado a los refugiados sirios dentro de una serie de categorías entre las que no se encuentra el desplazamiento por motivo de la violencia.
La población refugiada en Líbano es percibida como una amenaza desde diversos sectores ya que en la memoria colectiva aún persiste como la militarización de los refugiados palestinos en 1970 fue uno de los desencadenantes de la sangrienta guerra civil que padeció el país. Además, líderes cristianos y chiíes temen que la afluencia masiva de refugiados suníes podría poner en peligro el frágil equilibrio sectario del estado.
Desafíos económicos
Los principales puntos de apoyo de la economía libanesa son el sector servicios, que constituye casi el 70% del Producto Interior Bruto, junto con el de los servicios bancarios y financieros así como un floreciente sector turístico. El país afronta toda una serie de retos económicos, algunos derivados del conflicto en la vecina Siria, de los que no es el menos importante el desempleo, como en la mayor parte de los países de la región. El gobierno libanés es incapaz de proporcionar unos servicios públicos adecuados tales como electricidad, agua potable, tratamiento de aguas residuales, transporte y comunicaciones. La consecuencia directa es que muchos ciudadanos libaneses se ven abocados a acudir a terceros agentes para poder disfrutar de estos servicios básicos, agentes generalmente vinculados con partidos políticos, lo que fomenta las redes clientelares y debilita el poder el estado.
Líbano presenta algunos indicadores económicos muy preocupantes. El Producto Interior Bruto subió ligeramente respecto a 2015, cifrándose éste entre los 50 y 60 billones de dólares. No obstante, el déficit fiscal total del estado alcanzó en 2017 la cota del 10% del Producto Interior Bruto. La deuda pública subió hasta el 150% del Producto Interior Bruto. La economía libanesa se ve igualmente muy afectada por las fluctuaciones en las relaciones con las monarquías del Golfo, que son clave en los sectores del turismo, inversión extranjera y ayuda financiera.
A principios de 2016, Arabia Saudí canceló una línea de ayuda financiera por importe de 4 billones de dólares (de los cuales 3 eran para las fuerzas armadas) por desacuerdos relacionados con la política regional, revelándose una vez más la pugna entre Irán y Arabia Saudí por ganar adeptos e influencia en la región. Más recientemente, las cuatro monarquías aliadas del Golfo: Arabia Saudí, Emiratos Árabes, Kuwait y Bahrein, han recomendado a sus ciudadanos que abandonen Líbano inmediatamente, en un lance más del permanente tira y afloja suní-chií anteriormente descrito.
Si tenemos en cuenta que la diáspora libanesa, sólo en Arabia Saudí asciende a 160.000 ciudadanos (aunque en otras estimaciones esta cifra se eleva hasta los 300.000) y que otros tantos residen en el resto de países del Golfo, alcanzando las remesas económicas que envían los 4 o 5 billones de dólares, nos podemos hacer una ligera idea de la relevancia que tienen las relaciones multilaterales entre estas naciones.
Por último, no menos relevante en este apartado sería mencionar las potenciales reservas de gas y petróleo que al parecer esconde el subsuelo marino adyacente a Líbano, cuyos derechos de explotación podrían comenzar a adjudicarse a finales de este mismo año por la entidad reguladora libanesa. Los yacimientos de combustible se extienden por toda la cuenca del Levante, incluyendo áreas de la costa siria, Líbano, Israel, franja de Gaza y Egipto. En este sentido, Israel y Líbano mantienen un contencioso sobre la delimitación de las fronteras marítimas. Tampoco parece descartable que el convulso clima de inestabilidad política generado al mismo tiempo que el gobierno tenía que tomar tan relevantes decisiones, se deba a presiones e injerencias externas por este asunto.
Conclusiones
Oriente Medio es una región muy aficionada a la elaboración de las más variopintas teorías conspiratorias ante cualquier suceso que se produce. Las más pesimistas anunciaban una inminente guerra en suelo libanés alentada por Arabia Saudí e Irán a través de sus respectivos proxies. Según estas tesis, existiría una especie de acuerdo tácito incluso entre Israel y Arabia Saudí para atacar Líbano con el objetivo de debilitar el creciente poder de la milicia Hezbollah en este pequeño país mediterráneo.
Teorías aparte, en mi opinión Israel ya tiene su propia agenda para la región y aunque considere claramente a Hezbollah y su principal valedor Irán como enemigos a combatir, atacará o no en función de sus propios intereses y no por una situación coyuntural generada en el reino saudí. En todo caso, pienso que desestabilizar Líbano por la vía militar, lejos de ser el mayor de los males para Hezbollah, puede crear una situación favorable y en la que se sienta incluso más cómodo. Además, podría suponer un peligroso factor de desestabilización para toda la región. Hezbollah ha adquirido gran experiencia en combate durante los casi 7 años que dura ya la guerra en Siria y posee mejores armas y equipamientos. Además, una agresión a Líbano por parte de Israel, a buen seguro atraería las simpatías de otros colectivos como los cristianos que se unirían ante la presencia de un enemigo común. Arabia Saudí tiene además otras poderosas herramientas de presión a su alcance para conseguir sus objetivos como pueden ser la de cerrar el grifo a la línea de financiación o dificultar la inmigración laboral de los trabajadores libaneses.
Lo cierto es que la dimisión (forzada o no) de Saad Hariri ha abierto un período de gran incertidumbre para el Líbano, aquejado ya de por sí de los males descritos a lo largo del presente artículo. Este movimiento ha venido a demostrar que los “mecenazgos” externos se pagan caro, y no parece casual que el imperio inmobiliario del clan Hariri (Saudi Oger Limited) tuviera que echar el cierre a finales de julio de este año, debido fundamentalmente a las deudas contraídas con la Casa Real Saudí, o que incluso la dimisión del ex premier libanés estuviera conectada con la macro purga llevada a cabo supuestamente contra la corrupción, por el rey y su hijo el príncipe heredero Mohammad Ben Salman, por los excesivos compromisos del gobierno libanés con Hezbollah.
Líbano se encuentra hoy en día más si cabe en un complicado equilibrio dentro del caos y deberá afrontar con rigor los importantes desafíos que tiene delante planteados por el conflicto en la vecina siria, además del complejo panorama económico y la carencia de una identidad nacional y un estado fuerte. Desafortunadamente, todos estos retos deberá afrontarlos en un clima de turbulencias políticas que amenazan con frustrar cualquier intento de reconducir la situación.
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