Resultado del proceso de descolonización acaecido durante el siglo pasado y por el cual las fronteras estatales de África y Oriente Medio fueron acordadas entre las potencias europeas junto con el concurso de aquellas élites nativas con fuerza suficiente para prevalecer sobre otras y ser tenidas en consideración por parte de las primeras, los recién nacidos Estado de estas regiones quedaron en líneas generales caracterizados por una heterogénea composición nacional e imposibilidad de ejercer control sobre todo su territorio, así como para encuadrar a nuevos sectores sociales dentro de las estructuras estatales sin a la vez perturbar la correlación de fuerzas dentro de la clase política existente.
Situación que, dada la falta de legitimidad interna y su marcada dependencia del apoyo internacional, permitió que quienes en su momento no habían sido incluidos en el reparto de las cuotas de poder encontrasen un terreno fértil donde utilizar la desconexión social con respecto al nuevo juego político y el descontento social existente como medio de presión de cara a un reordenamiento del equilibrio entre la nueva clase política y hacer así valer sus demandas.
En este sentido, Hezbollah es expresión de todo este proceso de reordenamiento e integración de un sector previamente excluido del Estado libanés, demostrando una más que notable capacidad para conectar con las demandas de la población tanto chiita como cristiana como vía para obtener mayor representatividad dentro del Estado a la par que igualmente encuadraba a esos sectores sociales dentro del anterior.
De esta forma, dentro de las particularidades sociales y políticas del Estado libanés, es inevitable destacar como Hezbollah no sólo ha funcionado como un actor generador de conflictos sociales que ha aprovechado en beneficio propio los vacíos de poder existentes con objeto de generar sus propias estructuras paraestatales como medio para fidelizar una base social propia, sino que, al contrario, Hezbollah también se ha presentado como una perfecta correa de transmisión entre el Estado y la sociedad civil libanesa, funcionando como parte de la solución frente a un problema tal y como es el de la legitimidad del Estado contemporáneo y su profunda dependencia de la sociedad civil para asegurar su dominación.
La relación entre Hezbollah y el Estado libanés es el reflejo de la capacidad del Estado para digerir aquellos movimientos sociales que surgen en su margen y redirigirlos hacia cauces estatales a través de los cuales se vea reforzado mediante concesiones que aseguren una tranquilidad social donde una relativa estabilidad económica queda también asegurada.
Así, al igual que el resto de organizaciones políticas y en contra de lo que argumentos sesgados puedan afirmar, Hezbollah ha quedado progresivamente subordinado al Estado, deviniendo una herramienta más del último, pese a, por otra parte, mantener una autonomía relativa sustentada gracias a la existencia de su propio brazo armado, el cual actúa como fuente de poder al margen del Estado, quien ve el monopolio de la fuerza claramente disputado.
No obstante, toda esta mencionada integración de Hezbollah dentro del juego político del Líbano a través del cual lograr un mayor arraigo en la sociedad civil requiere, por un lado, del compromiso del primero para con respecto a unas reglas de juego que suele ir aparejado al abandono de ciertos objetivos de su programa, y, por otro, una confianza por parte en el Estado en dicho actor que en muchas ocasiones ha sido más cuestionable.
1. Hezbollah: Algo más que una marioneta iraní
La definición de Hezbollah puede ser fácilmente una de las cuestiones más complicadas de abordar y, sin embargo, igualmente necesaria a la hora de explicar su papel en la sociedad libanesa. No es un grupo terrorista ni un movimiento islámico ni una milicia, tampoco un partido político, pero simultáneamente comprende todo ello.
Es de hecho esta complejidad la fuente que le ha otorgado una elevada capacidad de adaptación y maniobrabilidad en las situaciones que la intrincada sociedad libanesa presenta desde que se constituyó en 1985 como respuesta a la invasión de territorios libaneses por parte de Israel. En su carta abierta, Hezbollah se definía a sí mismo como un “movimiento de lucha formado por leales libaneses que creían en el islam y perseguían la liberación de su tierra, la cual únicamente podía posibilitarse a través de la constitución de un Estado Islámico en el Líbano en cuanto único sistema capaz de poner punto final a las interferencias extranjeras”.
No obstante, diferenciándose de movimientos fundamentalistas tales como al-Qaeda o el DAESH, Hezbollah propugna que la construcción de dicho Estado islámico debe ser una obra de carácter pacífico donde la propia sociedad tenga la oportunidad de defender su creación o, en cambio, la rechace. En palabras de Naim Qassem, uno de los hombres dentro de Hezbollah más importantes:
“Si el islam se convirtiera en la opción de la mayoría, sólo entonces sería implementado. En caso contrario, continuará coexistiendo con las demás religiones sobre las bases de mutuo entendimiento, utilizando medios pacíficos para alcanzar soluciones pacíficas”.
Como el lector atento y con conocimiento en la historia de la región habrá observado, además de utilizar una discursiva marcadamente revolucionaria en cuanto que se presentaba como un movimiento de liberación nacional, es más que notable la influencia que la Revolución Islámica Iraní tuvo en los orígenes y desarrollo ideológico de Hezbollah. Dicha influencia no sólo se mostraba en cuanto que la rama del islam a la que se adscribían era el chiismo, sino que asimismo reconocían a Rohullah Khomeini como la autoridad universal en asuntos tanto seculares como religiosos.
Como resultado, no en pocas ocasiones, dada las raíces ideológicas de Hezbollah y la financiación recibida por el país persa, un gran número de autores se han no sólo cuestionado si Hezbollah es realmente resultado de la invasión israelí y por tanto una organización puramente libanesa, sino también si más bien es un proyecto geopolítico iraní con el objetivo de satisfacer exclusivamente los intereses de Teherán.
Aunque más adelante será tratada esta cuestión, es capital señalar el carácter unilateral y sesgado de estas explicaciones, las cuales colocan a Hezbollah como una marioneta iraní sin autonomía o agencia alguna. Afirmaciones que chocan frontalmente con los hechos.
Volviendo sobre la clasificación de Hezbollah y su objetivo de construir una república islámica, a pesar de no haber sido abandonado este ideal, la situación socioeconómica libanesa y la necesidad de expandir sus bases sociales forzaron a Hezbollah a transformar esta reivindicación en una abstracta, llegándose al punto de incluso obviar mencionarla en su manifiesto de 2009.
El arrumbamiento de la construcción de un Estado islámico no implicó sin embargo un idéntico abandono de los elementos de carácter islámico puesto que una de las bases teológicas sobre las que Hezbollah se apoya es la doctrina teológica Vilayat-e faqih, según la cual un jurista tiene la capacidad de anular ciertos principios ideológicos en favor de otros intereses que sirvan mejor al islam y con el fin de proteger a la gente que vive en un Estado. De este modo, lejos de abandonar por completo su carácter islámico, Hezbollah más bien se aprovecha del mismo para lograr un gran margen de maniobra.
Por otro lado, aunque Hezbollah puede ser traducido como el partido de Dios, no fue hasta 1992 que la actividad política fue tenida en consideración como medio para denunciar el sectario sistema político libanés y su sesgo hacia ciertos grupos sociales mientras la gran mayoría de la población quedaba relegada a un segundo plano.
Como se hemos mencionado antes, en sus orígenes, Hezbollah también se presentó como una milicia que luchaba por la liberación de los territorios ocupados por Israel, zona ocupada por población principalmente chiita, lo que, ante la ausencia directa del Estado libanés en la zona y su relativa pasividad con respecto a Israel, permitió a Hezbollah desarrollar un poder paralelo con respecto tanto a Israel como al propio Estado y encuadrar a importantes sectores de la población dentro de las nuevas estructuras generadas.
Por último, Hezbollah ha sido igualmente caracterizado como organización terrorista. No obstante, su posición con respecto al terrorismo como herramienta para provocar la caída del Estado resulta diametralmente opuesta de la sostenida por al-Qaeda o el Estado Islámico y la narrativa construida alrededor del mismo. Las operaciones terroristas llevadas a cabo por parte de Hezbollah han sido generalmente dirigidas contra objetivos militares, trabajadores de las Naciones Unidas y periodistas extranjeros, teniendo especial cuidado en evitar bajas civiles y restringiendo sus operaciones a territorio libanés mayoritariamente.
Asimismo, Hezbollah ha condenado de forma reiterada ataques terroristas tales como el 11-S, los ataques al convoy de la UNIFIL en 2007 o los que tuvieron lugar en Luxor, Egipto, en 1997. De la misma forma, ha rechazado atentar contra ciudadanos estadounidenses y judíos que viven en el Líbano.
Todo ello no impidió, sin embargo, que Estados Unidos designara a Hezbollah como la segunda organización terrorista más peligrosa del mundo, decisión muy polémica no sólo en el Líbano y dentro del mundo musulmán, dando buena cuenta del prestigio que Hezbollah goza, sino también para la Unión Europea, la cual rechazó aceptar la lista propuesta por Estados Unidos.
Como veníamos diciendo, la relación entre Hezbollah y el terrorismo dista bastante de ser la convencional para una organización terrorista. Pero no sólo eso, sino que la definición de Hezbollah como organización terrorista es aún menos precisa si entendemos este concepto como la acción de un sector social minoritario que emplea la violencia debido a su incapacidad para establecer sólidos vínculos con el resto de la sociedad, de forma que este recurso se presenta como única posibilidad para convencer a la población de sus objetivos, esperando que espontáneamente esta muestre su apoyo ante las “heroicas acciones” de este reducido grupo.
La capacidad mostrada por Hezbollah para conectar con los sectores libaneses desconectados del juego político y mostrarse como una alternativa real capaz de ofrecer un mejor futuro que el ofrecido por el Estado hacen que en todo caso Hezbollah deba ser descrito como organización insurgente en lugar de terrorista.
Esta dificultad para conceptualizar Hezbollah no impide que todos estos elementos se encuentren interrelacionados en tanto que su base teológica imbrica con la estructura social libanesa y la posición subordinada que tanto chiitas como cristianos ocupan. El marco táctico y estratégico de Hezbollah encuentran su denominador común en el ámbito geográfico, demarcado por las fronteras estatales libanesas en cuanto que movimiento de liberación nacional. Así, ha sido su capacidad para moverse a través de este y desarrollarse lo que ha determinado su supervivencia, cuestión que ha ido de la mano de su implantación en la sociedad libanesa y posterior integración dentro de las estructuras estatales del Líbano.
Sin embargo, esto no significa que el territorio por sí mismo posea una cualidad propia que asegure la supervivencia y legitimización de Hezbollah, sino que más bien es resultado del uso que el anterior ha hecho del primero, tanto de recursos que se encuentran en el terreno como de la población que en él habita.
2. Pragmatismo o principios
Como antes comentábamos, Hezbollah surgió aprovechando el vacío de poder que la invasión de Israel deja en el sur del Líbano y tras lograr vehicular las demandas sociales de la población chií en el país. No obstante, desde un principio Hezbollah debió disputar la hegemonía del movimiento chií a otras organizaciones que buscaban también ganarse a los sectores chiís, entre ellas la más importante, Amal.
De esta forma, la comunidad chií en el Líbano no estaba, como podría pensarse, huérfana políticamente, sino que Hezbollah tuvo que disputarle a Amal sus bases sociales, lo cual generaría una serie de tensiones entre ambas organizaciones que, sumada a la situación del país, inmerso en plena guerra civil desde 1975, acabaría en un conflicto abierto entre ambas organizaciones por todo el país en 1987.
Sin embargo, antes de tratar esta disputa por la dirección del movimiento chií, es necesario abordar el desarrollo de Hezbollah en cuanto organización, siendo 1989 punto de inflexión para la misma una vez los Acuerdo de Taif fueron firmados y por los cuales la Guerra Civil libanesa llegaba a su fin.
Como ya hemos adelantado, el desgaste de las estructuras estatales resultado de la Guerra Civil propició el surgimiento de Hezbollah como respuesta por parte de un sector social que no había sido tenido en cuenta dentro un sistema sectario caracterizado por una distribución de poder basado en el despotismo, el clientelismo y la corrupción.
Ese desgaste de los mecanismos de encuadramiento de la sociedad civil libanesa dentro del área de influencia de Estado dio lugar a una desconexión del juego político por parte de amplios sectores sociales que veían la política como algo ajeno a ellos y donde nada tenían que ganar. Esa brecha entre Estado y sociedad civil se tradujo posteriormente, por un lado, en una progresiva deslegitimación del modelo estatal mismo y, por otro lado, en una serie de vacíos de poder que facilitaron el surgimiento de Hezbollah y la consolidación de aquellas estructuras paralelas al Estado desarrolladas por esta organización y desde las cuales poder encuadrar a sus bases sociales en ellas.
Creado como organización-paragua que agrupaba a otras 13 organizaciones menores que habían decidido crear un frente común a través del cual luchar contra la ocupación israelí debida la situación de indiferencia del Estado libanés para con la situación de la población chií, Hezbollah se amparó en la resolución 425 del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, según la cual la ocupación de los territorios libaneses por parte de Israel era ilegal, para proclamarse como un movimiento de liberación nacional con el objetivo de expulsar a Israel del territorio libanés.
Simultáneamente, esta declaración sentaba las bases para una ampliación de la base social de esta organización más allá de la población chií en la medida que reclamaba para sí la tarea de liberar al Líbano del yugo extranjero, una tarea basada en el desarrollo positivo de la identidad nacional libanesa donde la religión pasaba a un segundo plano.
Sin embargo, durante la Guerra Civil Libanesa, a pesar de una incipiente expansión de la esfera de influencia de movimiento, Hezbollah fue incapaz de disputar la hegemonía a Amal ni debilitar su base social, así como tampoco fue capaz de conectar con grupos sociales diferentes a los chiíes, quienes desconfiaban profundamente de la influencia que Irán podía ejercer sobre Hezbollah. Recelo completamente fundado si tenemos en cuenta que por aquel entonces el grueso de ingresos provenía del país persa.
De hecho, como previamente mencionábamos, no en pocas ocasiones la influencia iraní sobre Hezbollah ha sido descrita como un completo control del segundo por parte del primero, anulando cualquier agencia de aquel y quedando reducida a un espejo de los intereses de Irán en el Líbano.
Aunque no es menos verdad que la implicación de Irán para con Hezbollah ha ido más allá del puro voluntarismo, buscando a través de esta organización lograr un firme control, o al menos condicionar, el juego político libanés, bajo ningún pretexto esto debe ser entendido como esa mencionada dependencia absoluta de Irán. De hecho, la diferencia de intereses dentro de Hezbollah entre diferentes corrientes se ha mostrado en ocasiones a través del rechazo a la influencia de Irán sobre la organización en tanto que se presentaba como un obstáculo para la consumación de sus objetivos y cuyo primer requisito pasaba por la vinculación a aquellos sectores sociales libaneses descontentos con el modelo político existente de cara a dirigir un movimiento social de forzar al Estado a aceptar una serie de demandas.
Así, la evolución de Hezbollah ha estado determinada por la necesidad de la organización de adaptarse a las demandas de la sociedad libanesa y acomodarse a la convulsa situación política del Líbano. A riesgo de redundar en lo ya dicho, la evolución de Hezbollah no obedece a lo exigido por Irán, sino que ha sido resultado del descontento social para con el Estado desatado tras la invasión de Israel y la incapacidad del anterior para digerirlo. De la misma manera, es la propia naturaleza del movimiento dirigido por Hezbollah y la forma en la que se vinculaba con la sociedad libanesa lo que determinó el recorrido del Hezbollah y su desembocadura en el Estado, siendo ésta la única opción posible.
En síntesis, Hezbollah no es más que una organización resultado de una situación de crisis política generada por la erosión de las estructuras estatales libanesas que vinculaban la sociedad con el Estado y cuya guía ideológica se encontraba en los principios que habían sustentado la Revolución Islámica de 1979 y cuyo desenlace no podía superar la barrera del Estado.
El desarrollo de las primeras estructuras organizativas de Hezbollah tuvo lugar en un contexto marcado por una guerra civil y la disputa por la dirección de un mismo movimiento de masas entre este y Amal y donde la lucha contra Israel le sirvió al primero para lograr un notable apoyo social. Sin embargo, este apoyo únicamente se manifestó de forma consistente en los suburbios de Beirut, quedando el sur del país todavía bajo una indisputable influencia de Amal debido a un mayor desarrollo de los servicios ofrecidos y al rechazo de la población que allí habitaba por considerar a Hezbollah culpable de los ataques israelís.
Igualmente, durante estos años la base social de Hezbollah resultaba altamente volátil, sin llegar a conectar con otras comunidades diferentes de la chií debido al empleo de la coerción para con ellas en cuanto que única forma de relación entre la organización y sectores sociales no chiíes, así como debido a su caracterización como movimiento islámico. De esta manera, para 1989 Hezbollah se mostraba incapaz de desarrollar y mantener zonas seguras en el sur, lo que agravaba aún más su situación debido a los disturbios y combates desatados en Beirut entre sendas organizaciones en 1987 y que resultaron en la pérdida de la mayoría de las bases de apoyo de Hezbollah en la capital libanesa.
No obstante, el fin de la Guerra Civil en 1989 y la firma de los Acuerdos de Taiff dieron paso a un nuevo contexto social donde el equilibrio de fuerzas entre aquellos sectores que pugnaban por acceder al reparto de cuotas dentro del Estado fue reestructurado de acuerdo con la nueva correlación de fuerzas. Este periodo que se abría permitió a Hezbollah mejorar la forma con la que se relacionaba con el resto de la sociedad libanesa, así como simultáneamente permitía comenzar su integración dentro del Estado en la medida que dentro de ese nuevo consenso Hezbollah era partícipe.
Progresivamente, el discurso de Hezbollah fue normalizado y una vez firmado los acuerdos de 1989, la organización quedó reconocida por el Estado libanés como una fuerza paramilitar cuya lucha contra Israel era legítima mientras parte del territorio nacional continuase ocupado. Así, las acciones de Hezbollah pasaban a ser reconocidas como las acciones de un grupo de liberación nacional contra un invasor y sancionadas por el propio Estado.
De esta forma, Hezbollah continuó presentándose como un movimiento de liberación de nacional mientras llevaba a cabo un proceso de transformación y adaptación dentro del Estado, aunque siempre manteniendo su autonomía gracias a su brazo armado, independiente de las Fuerzas Armadas del Líbano.
Simultáneamente, Hezbollah continuó desarrollando una mejora de los servicios sociales básicos en distintos puntos del país que, junto a un desplazamiento de su discurso externo hacia la idea de justicia social, le permitió expandir notablemente su base social a lo largo de todo el país.
Así, mientras la fraseología islámica era dejada en un segundo plano y reproducida principalmente dentro de las estructuras organizativas, el acento social permitía a Hezbollah en 1992 presentar su primer programa político basado en el islam político y cuyo elemento distintivo era el bienestar de las distintas comunidades del Líbano y esa mencionada justicia social a la vez que se insistía en la lucha armada como medio para liberar el sur del país.
Esta inteligente combinación le permitió a Hezbollah lograr 12 asientos en el Parlamento. Sin embargo, el Parlamento continuó siendo vista por la organización como un elemento complementario de manera que sus esfuerzos siguieron centrados en el suministros de recursos básicos para la población libanes hasta tal punto que para mitad de los 90 Hezbollah era considerado por la población como un Estado dentro de un Estado en las zonas con mayoría chií, ofreciendo servicios básicos y aplicando ellos mismo su propia ley de modo que en zonas bajo su control se ofrecía una seguridad que ni siquiera el Estado era capaz de proporcionar.
Así, gracias a una elevada jerarquización y a la dirección por una competente burocracia, todas estas actividades mejoraron la reputación de la organización a la par que aseguraban la lealtad de sus miembros y bases sociales.
Por otro lado, aunque con los Acuerdo de Taiff en 1989 se puede afirmar que da los primeros pasos para integrarse dentro del Estado libanés, no fue hasta 1996 con la tregua firmada entre el Líbano e Israel y donde Hezbollah era reconocido por ambos países como un beligerante más en el conflicto que queda plenamente reconocido por el Estado libanés cuando el anterior queda plenamente integrado dentro del último, formando efectivamente parte de la clase política libanesa.
Un reconocimiento por parte del Líbano que vino como consecuencia de la expansión que Hezbollah había logrado en cuatro años, logrando atraer a la comunidad cristiana. Éxito que, como antes decíamos, comenzó tras el fin de la Guerra Civil al conseguir expandir sus estructuras por toda la sociedad libanesa, encuadrando en ellas tanto a la comunidad cristiana como chií.
Así las cosas, la explicación de este éxito la encontramos en la capacidad de maniobra obtenida por Hezbollah una vez Hassan Nasrallah fue nombrado Secretario General, así como cabeza del Consejo religioso-judicial de la organización, permitiendo a la organización la recolección de un impuesto religioso y el control directo de los ingresos obtenidos, previamente competencia de Irán. De esta forma, los ingresos eran destinados a la creación de una serie de redes de servicios sociales que, como decíamos antes, el Estado no había sido capaz de desarrollar.
Con esta maniobra, los lazos entre las comunidades chiíes y cristianas con la organización desarrollaron una resiliencia altamente superior en comparación con la década de los 80. Una resiliencia que se evidencia en la Guerra de Julio de 2006 al lograr las estructuras básicas de Hezbollah permanecer intactas al ataque israelí.
Esta resistencia, sumada al hecho de haber sobrevivido al intento de Israel de destruir la presencia de Hezbollah en el Líbano acabó por reforzar la narrativa de Hezbollah acerca de las justificaciones por las que este último, a pesar de haberse integrado dentro del Estado, mantenía su propio brazo armado en tanto que elemento disuasorio con respecto a la política israelí y frente a la pasividad del Estado libanés, incapaz de organizar defensa alguna.
4. Conclusiones
Hezbollah se ha mostrado desde finales del siglo XX como un actor fundamental y con capacidad de influencia en el desarrollo de la vida política libanesa. Su desarrollo muestra la evolución de un sector social que privado del acceso al poder político, a través de la dirección de diferentes demandas de la sociedad, logra integrarse dentro del Estado en cuanto organización política capaz de hacer valer sus intereses por encima del resto de fracciones que pugnan por el poder gracias a la existencia de su propio brazo armado, mucho más competentes que las fuerzas de seguridad del propio Estado.
El final de la Guerra Civil del Líbano fija una nueva correlación de fuerzas dentro de la clase política, con nuevos actores entrando a formar parte de ella y dando lugar a un nuevo consenso político. Hezbollah ha dejado de ser un actor ajeno al Estado libanés y en lucha contra él, convirtiéndose en un oponente más dentro del juego político, pero, simultáneamente algo más que otro actor más en tanto que ha sido capaz de generar su propia estructura clientelar paralela -e incluso más efectiva- al Estado.
Asimismo, Hezbollah en su evolución como organización política ha demostrado una elevada capacidad de adaptación al cambio y las demandas de la sociedad libanesa de cara a lograr referencializarse ante ellas como único actor capaz de satisfacer dichas demandas. Así, en el juego político, los ideales son aplastados por el pragmatismo y el posibilismo y lo sagrado, frente a lo urgente, es profanado en favor de una mejor posición, aunque sea momentánea, dentro del Estado.
Finalmente, sin embargo, es importante destacar que Hezbollah no se ha integrado plenamente dentro del Estado libanés dada, como justo acabamos de comentar, la existencia de su propio brazo armado, que funciona como fuente de poder autónoma al Estado, proveyéndole de un significativo margen de maniobra en su actuación en comparación con otros actores políticos.
Es decir, aquella máxima de que el poder nace de la boca del fusil, que la violencia es elemento básico, aunque no único, sobre el que cualquier poder organizado es desarrollado, se confirma de manera tajante con el estudio de la evolución de Hezbollah en la medida que esta organización jamás habría logrado su éxito si no hubiese sido a través de la lucha armada y la existencia de ese brazo armado que le permitía hacer valer sus demandas incluso cuando ni siquiera el Estado era capaz de defender sus propios intereses.
Para ampliar:
Chevaliéras, A. (1997). Le Hezbollah, une force politique. Revue Stratégique, 145-160.
Lucic, A. (2009). Hezbollah: An Iranian Project? National Security and the future, 77-88.
Szekely, O. (2012). Hezbollah’s Survival: Resources and relationships. Middle East Policy, 110-126.
Van Engelan, A. (2008). Hezbollah: From a terrorist group to a political party – Social Work as a key to politics. In A. Van Engeland, & R. M. Rachel, From terrorism to politics (pp. 29-49). Burlington: Ashgate.
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