Los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial fueron muy agitados para todos los países europeos. El shock causado por la guerra, la propaganda nacionalista del Estado y de distintos grupos políticos, junto a la difusión, en parte gracias a la guerra y en parte gracias a las décadas de esfuerzo estatal, de la lengua italiana por un país en el que gran parte de la población seguía comunicándose en dialectos generaron una enorme tensión en el Reino de Italia. Estos factores explican, al menos en parte, los sucesos acaecidos durante los primeros años de posguerra y que permitieron que el personaje -entiéndase este término en su significado más teatral- de Gabriele D’Annunzio (1863-1938) cobrara una sorprendente e imprevista relevancia política.
A lo largo del siguiente artículo dibujaremos un perfil del poeta italiano y después introduciremos la problemática de Fiume, la ciudad balcánica que fue escenario de un experimento político sin precedentes al acabar la Primera Guerra Mundial.
D’Annunzio
La figura de D’Annunzio es profundamente controvertida. Si bien alcanzó la fama en Italia por su poesía, sus novelas le llevaron a ser reconocido como uno de los grandes literatos de Europa. Su obra es un reflejo fiel de su personalidad: elitista, pomposa, erótica, tremendamente escandalosa, inspirada en los grandes escritores y filósofos de la época, desde Byron y Dostoievski a Nietzsche, pasando por los grandes poetas italianos. Su coqueteo con la política se produjo al iniciarse el S. XX, cuando es elegido diputado tras presentarse a las elecciones como el “candidato de la belleza”. Sin embargo, su presencia en la Cámara de los Diputados es efímera, ya que sus excesos le acaban forzando a dimitir. Viviendo siempre por encima de sus posibilidades económicas, a pesar de ser hijo de un rico terrateniente, entre drogas, viajes y aventuras con mujeres, acaba huyendo a Francia para alejarse de unos acreedores cada vez más insistentes.
Aunque ya se había consagrado como poeta nacionalista con anterioridad, es en los albores de la Gran Guerra cuando se convierte en uno de los grandes estandartes del nacionalismo italiano más militante, reemplazando al fallecido Giosué Carducci. Tras volver a Italia y hacer campaña por la entrada del país en el conflicto del lado de los imperios francés y británico, se alista en el ejército como aviador voluntario y protagoniza alguno de los logros que le alzarán a la categoría de héroe nacional. El más sorprendente es quizá el vuelo sobre Viena, donde arroja octavillas con la bandera de Italia y un texto redactado por él mismo. En esta época se intensifican sus textos más sangrientos, que loan a la violencia, a la juventud y a la muerte heroica, en línea con el Manifiesto Futurista de Marinetti, que por otro lado y salvo algunos detalles describe bastante bien la ideología -o más bien el modus vivendi- d’annunziano, especialmente en su noveno punto:
“Queremos glorificar la guerra –única higiene del mundo– el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los libertarios, las bellas ideas por las cuales se muere y el desprecio de la mujer”.
El individualismo del poeta, su nacionalismo militante y su culto a la estética en general y a la guerra en particular explican también su insistencia en el concepto del sacrificio:
“Los soldados que luchaban y morían en aquellos profundos cortes practicados en el terreno eran como hijos de la tierra, que ahora les reclamaba. La tierra era una fundición en la que se desmenuzaba para poder forjar una raza nueva: era la diosa que exigía su muerte en el Holocausto. La matanza era el necesario preludio del renacimiento”.
El fin de la guerra trae consigo, sin embargo, una circunstancia inesperada: las reclamaciones italianas en el Adriático no iban a ser satisfechas por los aliados en Versalles. Los nacionalistas italianos, apoyados por numerosos veteranos que se sentían traicionados y no veían compensados sus sufrimientos en el frente se sentían indignados, D’Annunzio empezó a hablar de Vittoria Mutilata, y a Italia empezó a llamársele “perdedor honorífico” de la Gran Guerra. En medio de la profunda exaltación nacionalista destacaba Benito Mussolini, director del Popolo d’Italia y fundador de los Fasci di Combattimento, con quien el poeta tenía buenas relaciones.
La ocupación de Fiume
En este contexto la ciudad de Fiume -hoy Rijeka, Croacia- es colocada en el centro del debate político, pues en Roma se temía que fuera anexionada al nuevo Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos. La ciudad se encuentra en el extremo sur de la península de Istria, en el Adriático nororiental, un territorio también reclamado por el nacionalismo italiano. La ciudad había sido la principal salida al mar del Reino de Hungría.
La guarnición de la ciudad estaba compuesta por franceses e italianos. Los primeros simpatizaban con la causa croata, y una refriega entre estos y un grupo de nacionalistas italianos respaldados por soldados del mismo país dejó cuatro franceses muertos. La expulsión de la ciudad de parte de la guarnición italiana generó indignación entre la población de la misma nacionalidad y entre los soldados, que tras acuartelarse en el municipio de Ronchi escribieron una carta a D’Annunzio, que ya era la figura protagonista en el debate sobre Fiume en el país, para que les liderara en la ocupación de la ciudad. El poeta, organizado con la Asociación Nacionalista Italiana partió hacia Ronchi el 11 de septiembre de 1919. El día 12 salió de la población mientras se le unían militares y civiles camino a Fiume, a pesar de las advertencias del gobernador local. Alcanzó la ciudad ese mismo día, de la que tomó posesión en nombre del Reino de Italia.
Fiume: Política de masas y religión secular
Allí se construyó la Utopía d´annunziana. La ciudad fue escenario de continuos eventos: desfiles, discursos del Duce desde el Palacio del Gobernador, recitales de distintas clases… el término que usan algunos estudiosos para describir estos encuentros de masas es “carnavalesco”, por las muy distintas procedencias de sus participantes: había arditi; soldados de asalto italianos conocidos por su valor, que encajaban perfectamente en la retórica d´annunziesca de la “bella morte”; había militares de muchas clases, estudiantes, adolescentes, hasta dos veteranos combatientes de las campañas de Garibaldi; cuya figura era pertinentemente reclamada por el poeta, ya que sus campañas contra la Roma pontificia ofrecían un antecedente legitimador para su ocupación de Fiume.
La importancia que le dio D’Annunzio a estos eventos subraya uno de los factores más relevantes de la experiencia de Fiume: la completa estetización de la política, que en la ciudad se desarrolló, por un lado, en la forma del diálogo del Comandante con las masas, que adopta una forma ritual. La trascripción de los discursos, de hecho, es muy similar a una representación teatral en la cual se produce una interacción entre dos personajes, el Comandante y el Popolo. Por otro lado, los desfiles, marchas y representaciones que ocuparon casi sin detenimiento las calles de la ciudad convirtieron a Fiume en un enorme escenario de teatro. La litúrgica d’annunziana rompe así con los rituales de iniciación decimonónicos, profundamente elitistas, que habían señalado a los activistas políticos en la vieja sociedad de notables, muy presentes en la Italia de la reunificación. Los reemplazó por rituales de masas, abriendo las puertas de Italia -y de Europa Occidental- a la que sería la praxis política de lo que el historiador Eric Hobsbawm llama el Siglo Breve, el XX, que según él empieza precisamente al acabar la Primera Guerra Mundial.
Los mencionados frecuentes rituales que se produjeron en Fiume introducían de manera definitiva una nueva transcendencia a la vida política italiana. La unión de la comunidad en aquellos actos de evidente cariz religioso recreaba la experiencia católica del Corpus Christi, pues durante la celebración de los mismos el participante podía dejar de imaginarse la existencia de una unidad cultural abstracta que fuera también unidad política -la nación- para tener la sensación de verla y oírla coreando al unísono los mismos salmos seculares. El médium con la nueva transcendencia en que se convertía la patria se visibilizaba a través de los funerales a los caídos. Se materializaba a través de lo que Ballinger llama “neo-tradiciones”, que son algo común para todos los nacionalismos que buscan darle una antigüedad legitimadora a determinadas prácticas. En el caso de Fiume fueron implantadas con extremada rapidez y con un elevado cariz religioso -y a la vez secular-. A D’Annunzio se le apodó Vate, que es la consideración que Dante da a Virgilio, el antiguo poeta romano que le guía por el infierno, el purgatorio y el paraíso en la Divina Comedia. Imbuido en este aura religiosa, el poeta ejercía de sumo sacerdote. Entre otras prácticas también sacralizaba objetos, como la bandera del aviador fallecido Giovanni Randaccio, que se convirtió en una reliquia. El uso por D’Annunzio de términos y conceptos religiosos durante la regencia, unido al culto a la violencia y la muerte heroica explican la insistencia del poeta en hablar de “sacrificio”, usando recurrentemente la palabra Holocausto. Así, el poeta se refiere a Fiume, paradógicamente, como cittá holocausta y cittá di vita.
Política exterior
La política exterior fiumana merece una mención por lo contradictoria y peculiar que resultó ser. Si bien la intervención militar de D’Annunzio en Fiume se llevó a cabo para presionar a la Sociedad de Naciones y al gobierno de Roma y anexionar la ciudad a Italia, los primeros grandes esfuerzos del URE -Ufficio di Relazioni Estere- parecieron concentrarse, sobre todo en un primer momento, en establecer relaciones con “otros pueblos oprimidos”. Se identificó al Imperio Británico como enemigo, el Talasócrata Dentado, como le había llamado D’Annunzio. Se produjeron contactos con irlandeses, egipcios, croatas, macedonios, montenegrinos, alemanes que habían quedado bajo administración polaca y alsaciano-loreneses, entre otros. En Fiume se decidió tratar hasta con los bolcheviques porque, al fin y al cabo, en Moscú se había producido una revolución, como en su ciudad. Además, los bolcheviques podrían suministrar a la ciudad determinados recursos estratégicos. Bajo el liderazgo de uno de los grandes ideólogos de esta política, el poeta belga Léon Kochnitzky, se intentó organizar la llamada Lega di Fiume, en oposición a la Sociedad de Naciones. Con un discurso casi tercermundista y antimperialista, esta línea de actuación no pudo sino contrastar con la línea más puramente d´annunziana: la necesidad de anexionar la ciudad de Fiume, Istria y Dalmacia a Italia.
Fiume era, en realidad, la única ciudad de la costa adriática con una mayoría clara italiana, pues el área era étnicamente compleja y varias culturas convivían en la zona. La presión ejercida por la presencia de D’Annunzio en Fiume era sin duda elevada, al estar el gobierno italiano todavía sentado en la mesa de negociaciones para dilucidar qué territorios se anexionaría el país. Al fracasar la primera idea del poeta de anexionar la ciudad de inmediato, promulgó la “Regencia de Fiume” y una Constitución: La Carta del Carnaro, proclamándose por lo tanto como país independiente. La Regencia llegó a planear un desembarco en la península itálica para dar un golpe de estado que nunca se llegó a materializar.
Los conflictos internos y sobre todo la firma del Tratado de Rapallo debilitaron aún más su posición, ya que se entregaba a Italia parte de Dalmacia e Istria, aunque no Fiume, que quedaría bajo control internacional. La ciudad fue desalojada finalmente en enero de 1921, cuando el gobierno italiano decidió expulsar a los irredentistas por la fuerza durante la última semana de diciembre de 1920. D’Annunzio, uno de cuyos eslóganes más coreados era Fiume o Morte! rindió la ciudad y se confinó en un retiro de oro en el Vittoriale degli Italiani, su residencia palaciega, hasta su fallecimiento.
Fiumanesimo y Fascismo
Es común el hecho de describir a D’Annunzio y a su régimen en Fiume como proto-fascista por determinados parecidos entre su régimen y el de Mussolini. Tanto estéticamente como en la práctica: un corporativismo capitalista, el militarismo y el culto a la violencia, la existencia de un líder político-espiritual indiscutido, la sacralización de determinados símbolos, la acuñación de tradiciones nuevas, la estetización extrema de la vida política, el culto a un supuesto pasado glorioso e incluso un desdén respetuoso solo en lo oficial con la religión católica, a la que se trata de sustituir. Sin embargo, el Fiumanesimo presenta características específicas que le diferencian del fascismo de Mussolini. En la experiencia de Fiume nunca existió una organización partidista estructurada, sino que la vida política de la ciudad fue tan heterogénea que permitía que individuos provenientes de tradiciones políticas tan distintas como el sindicalismo y el escuadrismo fascista pudieran coincidir en un mismo acto. En el fascismo la tensión entre imperialismo y antimperialismo no existe, y de hecho cuando el propio D’Annunzio, desde su jaula de oro en el Vittoriale, celebra la conquista italiana de Etiopía lo hace habiendo asumido ya hacía muchos años que Mussolini era el líder indiscutible de los irredentistas italianos. De hecho, será el dictador fascista el que consiga anexionar Fiume a Italia en 1924, obteniendo una enorme victoria simbólica capaz de borrar cualquier esperanza que el poeta pudiera haber tenido de restablecer la Regencia a nivel nacional.
Por último, el futuro político de Fiume estaba muy abierto. Era difícil saber qué podía depararle a la población de la ciudad un régimen que entraba en el siglo XX sin acabar de salir del XIX, sin un programa claro y compuesto de individuos venidos desde las tradiciones políticas más dispares, más allá de efervescencia nacionalista y un carnaval armado continuo. Lo que es seguro es que Mussolini estudió y aprendió de los errores y aciertos del Vate.
La caída de la Regencia de Fiume dejó a D’Annunzio fuera de juego. Mussolini fue posiblemente el gran beneficiado del fracaso de la aventura del poeta. El auto confinamiento del mismo apartaba a un poderoso rival que competía con él por el mismo espacio político, mientras sus Fasci di Combattimento se hacían fuertes a la sombra del anticomunismo. Tras la Marcha sobre Roma y la toma del poder del fascismo, D’Annunzio se convirtió en el poeta del régimen, volviendo a una vida desenfrenada que, según se dice, en realidad también vivió en Fiume.
Bibliografía:
Ballinger, P. Rewriting the Text of the Nation: D’Annunzio at Fiume, Quaderni. Vol XI, 1997, pp. 117-155.
Carta del Carnaro.
Cuzzi, M. “La Nostra Bandiera é la piú Alta”: la política esteriore di D’Annunzio e la Lega di Fiume.
Hipermedula.org: El Manifiesto Futurista: http://hipermedula.org/navegaciones/marinetti-el-manifiesto-futurista-textos-documental-y-videos/
Hosbawm, E. Il Secolo Breve, BUR Biblioteca Univ. Rizzoli. 2014.
Lozano, A. D’Annunzio: sexo, política y fascismo, Revista de Libros, 2014: https://www.revistadelibros.com/articulos/el-gran-depredador-gabriele-dannunzio-emblema-de-una-epoca
Noto, A. G. D’Annunzio e il mondo balcanico, HUMANITIES. Num. 5, 2014, pp. 1-14.
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