Las pretensiones norteamericanas sobre la península de Baja California y los estados mexicanos del norte parecían enterradas con el fin de la guerra entre Estados Unidos y México en el siglo XIX pero podrían estar más vivas de lo que parecía.
El interés por Baja California
La expansión de los Estados Unidos de América se ha sustentado no solo en la ampliación de sus límites territoriales mediante la guerra sino también mediante la compra a otras grandes potencias de territorios cuya importancia geoestratégica no recibía tal consideración. Entre ese nutrido grupo se encuentran Alaska (comprado por 7 millones de dólares al Imperio ruso), Luisiana (comprado por 23 millones de dólares a Francia cuando abarcaba más de 2 millones de km2), el sur de Arizona y Nuevo México o las islas Vírgenes. Cabría sumar en 2019 la propuesta de Donald Trump para la compra de Groenlandia a Dinamarca, como ya ofreció Harry Truman.
El conflicto por Baja California se remonta a la guerra entre Estados Unidos y México entre los años 1846 y 1848 por el apoyo de los primeros a la independencia de Texas para realizar una ampliación territorial. La firma del tratado de paz Guadalupe-Hidalgo en 1848 se saldó con la anexión estadounidense de un territorio que abarca los actuales Texas, California, Nevada, Utah, y Nuevo México, así como partes de Colorado, Wyoming, Oklahoma, Arizona y Kansas. Pero México logró retener Baja California y un corredor terrestre que uniera la península con el estado mexicano de Sonora, a pesar de la negativa norteamericana en 1847. Se realizaron nuevos intentos de anexar Chihuahua y Sonora, como el realizado en 1854 con la proclamación de la República de Sonora que abarcaba el territorio de Sonora y Baja California, pero no prosperó. Igualmente se alentó el temor a una anexión en 1911 con el periodo revolucionario que recordaba a la anexión de Texas que dio origen a la guerra.
Una nueva colonización
Los intereses en Baja California se centran en la realidad económica y cultural actual de la península, pues existe un fuerte intercambio comercial y demográfico entre la Alta y la Baja California. La región presenta un alto valor estratégico para Estados Unidos pues es una región rica en reservas de combustibles fósiles como el petróleo y el gas natural. A nivel energético han desarrollado grandes inversiones en infraestructuras y se ha realizado la compra de grandes territorios para ciudadanos norteamericanos.
Asimismo, tras la firma del acuerdo de paz, México nunca reclamó las aguas de Golfo de California, por lo que se consideran aguas internacionales. De hecho, EEUU dispone de servidumbre de paso en el golfo de California por el río Colorado y, la península queda soberanamente separada del resto del continente por mar. México no ha iniciado los trámites en la ONU para reconocer su soberanía sobre el golfo de California, ni figura en ninguna de las sucesivas constituciones que ha promulgado desde su fundación, aunque hubo un intento de reforma para incluirlo en 1966, tumbado por el PRI.
La separación entre la península y el resto del continente se ha hecho más notoria tras una serie de medidas tomadas por el gobierno de Enrique Peña Nieto. A la prohibición parcial de la pesca comercial en el norte del Golfo de 2015, se une un decreto de salvaguarda para la explotación de hidrocarburos en 2016 y la inclusión de las Islas y Áreas protegidas del golfo de California en la Lista del Patrimonio Mundial en Peligro de la UNESCO, especialmente buscando la protección de la vaquita marina. El cierre de la industria pesquera se ha realizado a la par que se favorecen los grandes desarrollos mineros, turísticos e inmobiliarios norteamericanos en la región de Baja California. Las protestas de los trabajadores en la zona defienden la pervivencia de modelos laborales tradicionales frente a lo que consideran se ha convertido en un protectorado norteamericano de facto y se ha ejercido el control de la disponibilidad de agua.
Fue clave en todo este desarrollo la renegociación del acuerdo de libre comercio con México y la crisis migratoria existente entre ambos países. Trump decidió romper y renegociar el TLCAN, así como proponer a México como ‘tercer país seguro’ para asumir el gran flujo migratorio proveniente del triángulo centroamericano formado por Guatemala, Honduras y El Salvador. Trump amenazó con la imposición de fuertes aranceles si no se aceptaba el acuerdo comercial y migratorio, que inmediatamente puso en suspenso como baza en la negociación. El presidente mexicano, López Obrador, acabó aceptando hacerse cargo de la cuestión migratoria con el posicionamiento de un ‘muro militar’ en su frontera sur. Sin embargo, AMLO también anunció inversiones millonarias para la creación de infraestructura energética, desaladoras y urbanización públicas, así como la oposición a algunos proyectos mineros en Baja California, recuperando parte de la iniciativa genuinamente mexicana en la región.
Por último cabe señalar el interés de multitud de grupos empresariales por un mayor peso de California, con una reunificación entre la parte norteamericana y la mexicana. Ya sea mediante una independencia (véase el movimiento por el Calexit) o mediante una zona de libre comercio exclusiva con la parte mexicana, queda patente la gran importancia de California a nivel estratégico como sexta economía a nivel mundial, en caso de ser independientes. Las élites del norte se debaten entre el mantenimiento del statu quo, la independencia o la partición del estado americano en 3 ó 6 estados, para lograr una mayor influencia en el Senado. Por otro lado, desde la parte mexicana se oyen voces que hablan de una antigua oferta realizada por George Bush de 200.000 millones de dólares como contraprestación, en deuda soberana, para una posible anexión a EEUU. Independientemente, el temor que ha expresado Trump con respecto a los estados del norte de México va en dirección a proteger no solo la doctrina Monroe, revitalizada durante esta legislatura, sino también la influencia creciente de China en Latinoamérica. Esta urgencia geoestratégica se incrementó con el posible acercamiento del gobierno izquierdista mexicano, que además gobierna la región de Baja California, al proyecto comercial chino surgido al calor de la nueva Ruta de la Seda, y visto el fracaso reciente de EEUU para derrocar a los gobiernos de Venezuela y Nicaragua, sobre los que ha vuelto la presión tras el éxito en Bolivia.
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