El 16 de abril de 1961, un día después de la fallida invasión de bahía de Cochinos por parte de la disidencia cubana, entrenada y financiada por EEUU, el Comandante en Jefe y Primer Ministro de Cuba, Fidel Castro, proclamaba el “carácter socialista y marxista de la Revolución”. El intervencionismo norteamericano solo precipitó la evolución político-ideológica del movimiento 26-J, que en 1959 había alcanzado el poder en la mayor de las Antillas y ya mostraba inclinaciones hacia el socialismo en su fase guerrillera -aunque estas aún eran inmaduras ideológicamente-.
Sesenta años después, el 16 de abril de 2021, Cuba se pone frente al espejo para refrendar la declaración de Fidel. Desde este viernes hasta el lunes 19, el Partido Comunista de Cuba (PCC), “vanguardia organizada de la nación” como afirma el Art. 5 de su renovada Constitución, decide en su VIII Congreso el futuro del país. El conclave es uno de los más importantes en la historia reciente, pues confluyen varios factores que hacen que lo aprobado en la cita vaya a condicionar de manera significativa el rumbo que toma Cuba en el corto y medio plazo.
Tiempo de los “los hijos de la revolución”
La apertura del Congreso ha corrido a cargo del Primer Secretario del PCC, Raúl Castro, quien en la exposición del Informe Central confirmó que abandonaría la dirección del Partido, compromiso que adquirió en el VI Congreso al afirmar que solo permanecería al frente del Partido durante dos ciclos congresuales. “En lo que a mí se refiere, concluye mi tarea como primer secretario del Partido Comunista con la satisfacción de haber cumplido y la confianza en el futuro de la patria, con la meditada convicción de no aceptar propuestas para mantenerme en los órganos superiores de la formación”. Pese a ello, Raúl puntualizó que continuaría “militando como un combatiente revolucionario más, dispuesto a aportar mi modesta contribución hasta el final de la vida”.
La Secretaría del Partido será asumida por Miguel Díaz-Canel, Presidente de Cuba desde 2019. Un relevo ordenado y pausado que, aunque esperado, no deja de ser uno de los focos de debate, pues por primera vez se encontrará al frente del Partido un dirigente de la nueva generación. Cuando los barbudos entraron triunfantes en La Habana, aquel 1 de enero de 1959, Díaz-Canel aún no había nacido. Desde entonces hasta ahora, el conjunto de las responsabilidades políticas han sido asumidas en su inmensa mayoría por dirigentes que protagonizaron el proceso revolucionario, pese a que en los últimos años la tendencia se ha ido revirtiendo. La salida de la Secretaria del PCC de Raúl representa el último paso de esa transición ordenada.
Díaz-Canel representa esa nueva generación de cuadros que no vivió la épica de Sierra Maestra y que debe afrontar las contradicciones y limitaciones del actual modelo cubano: la economía, el modelo político, la administración y su funcionamiento, la política de cuadros y estructura del partido… ejes todos ellos que centran las sesiones de debate que acaban de comenzar. No obstante, de fondo se encuentra la constante tensión entre continuidad y reforma. Una dicotomía que el PCC parece abordar de manera homogénea, pues tanto los delegados que han ofrecido declaraciones a la prensa, como Díaz-Canel o el propio periódico oficial Granma han coincidido en calificar la cita como “Congreso de continuidad histórica”.
Los grandes debates
El PCC afronta la titánica labor de “organizar y orientar los esfuerzos comunes en la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista” (Art. 5 CC) en un contexto de convulsión internacional, pérdida de influencia de sus aliados regionales y un agravado bloqueo económico. La nueva administración Biden ya ha señalado a La Habana que aflojar el bloqueo requiere de medidas en materia económica y social, condición que, de cumplirse las predicciones, se dará muy levemente en este Congreso. Raúl Castro tendió la mano a EEUU para “desarrollar un diálogo respetuoso, sin que se pretenda que para lograrlo que Cuba renuncie a los principios de la Revolución y el socialismo”.
En el ámbito económico, Cuba acaba de implementar la unificación monetaria y cambiaria, decisión que ha supuesto la desaparición de una de las dos monedas que estaban en circulación -el peso convertible CUC-; ha retirado los subsidios a varios productos y establecido políticas de fomento del empleo. Pero el endémico bloqueo y la pandemia lastran una economía que, en el último año, ha visto descender drásticamente el envío de remesas -perseguido duramente por Trump- y la llegada de turistas.
El grueso del debate gira en torno al grado de apertura y la amplitud de nuevas formas económicas, como el propio Castro expresaba en su Informe de la siguiente manera: “Se impone imprimir mayor dinamismo al proceso de actualización del modelo económico y social de modo que se propicie una adecuada combinación del carácter centralizado de la planificación con la autonomía y descentralización necesarias en las instancias intermedias y de base del sistema empresarial y los gobiernos locales”. En los últimos años Cuba ha facilitado la aparición de cuentapropistas en cada vez más sectores económicos, hecho también apuntado por Raúl Castro cuando apuesta por “flexibilizar e institucionalizar las formas de gestión no estatales”. Varios economistas señalan como “insuficiente esta apertura”, mientras que sectores del PCC ven con gran reticencia ese incipiente desarrollo de la empresa privada.
Los problemas a los que se enfrenta la economía cubana, que cayó en un 11% en 2020 aunque se espera una subida de entre el 6 y el 7% en 2021, no responden exclusivamente al COVID. La excesiva dependencia del turismo o la flexibilización del sector agrario -cuyo funcionamiento se señala como mejorable y juega un papel estratégico en el desarrollo de cualquier Estado- son dos de los aspectos que tratar en la Conceptualización del Modelo Económico y Social Cubano de Desarrollo Socialista, también a debate en el Congreso.
En lo interno, el peligro que busca sortearse es que el Partido único degenere en mecanismo de ascenso social. La dirección saliente ha puesto el foco en la necesidad de garantizar el continuismo político en los nuevos dirigente que pasen a formar parte de las estructuras del PCC, revisando su actual “política de cuadros”. También consideran necesario romper con el “conformismo” y lentitud del aparato burocrático, que también lleva tiempo siendo objeto de reformas que buscan “optimizar su funcionamiento”.
En lo social se encuentra otro reto principal, pues aunque desde el PCC afirman que “el apoyo a la Revolución ha permitido sortear los crecientes intentos de desestabilización”, apuntan a la existencia de una “guerra cultural e ideológica” que ha comenzado a darse en Cuba a través sobre todo de redes sociales y las fake news. Un desafío que debe afrontar la política comunicativa cubana, cuyas fórmulas clásicas se ven rebasadas por la inmediatez y flexibilidad de las redes sociales.
“No debe existir espacio para la ingenuidad a estas alturas, ni entusiasmo desmedido por las nuevas tecnologías sin asegurar la seguridad informática. La mentira y las noticias falsas ya no tienen límites; ponen a Cuba como una sociedad moribunda y que no tiene solución, para promover el estallido social. La contrarrevolución interna carece de liderazgo y estructura organizada y concentra su activismo en las redes sociales. Las calles, los parques y las plazas serán de los revolucionarios.” afirmó Raúl Castro en referencia clara al Movimiento San Isidro, que saltó a la escena pública en noviembre de 2020 utilizando precisamente como trampolín las redes sociales, y que fue rechazado desde su inicio por el gobierno que los definió como “show imperial”.
En todo caso, parte de estos movimientos protestas representan en muchos casos “legítimas reivindicaciones” del pueblo cubano según el Viceministro de Cultura, quien tras las protestas del Movimiento San Isidro de finales de año admitió que deben reunirse y estudiar con creadores y artistas la situación cultural del país. La capacidad de integrar los nuevos anhelos de la población local en un mundo capitalista cada vez más globalizado plantea un desafío para la isla; que continúa caminando en solitario hacia un horizonte socialista.
Del resultado de estos cuatro días de debate emanará el armazón ideológico y político con el que Cuba ha de afrontar los próximos cinco años, sin duda marcados por la crisis sanitaria y económica y por un volátil escenario geopolítico. La capacidad de adaptar y actualizar la línea del partido a la coyuntura nacional e internacional determinará el rumbo de la Revolución, cuyos hijos toman ahora las riendas del país.
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