La religión es un componente muy importante en los conflictos de Medio Oriente. Incidentes sectarios en un país repercuten en otro, con miembros de las distintas sectas tomando venganza por ello. Líbano no fue la excepción. Teniendo un componente religioso igual de diverso que el de Siria, la sociedad se polarizó de acuerdo a las posiciones que los diversos grupos religiosos tomaban respecto al conflicto.
¿Cuál fue el impacto social?
La oposición siria tuvo un apoyo casi nulo por parte de la sociedad libanesa en los compases iniciales de la guerra. Las simpatías incrementaron de manera ligera conforme el conflicto escaló. Este consistió principalmente en manifestaciones públicas contra el gobierno de Bashar al-Assad y un tráfico de armas a la frontera emprendido de forma independiente por algunos individuos.
La línea más delicada fue la del conflicto entre sunitas y chiitas. Hubo distintas manifestaciones en varias ciudades de Líbano. Este tipo de ánimos incrementó a partir de febrero de 2012, conforme la guerra se volvió más sectaria y aumentaron las masacres de esta índole. El levantamiento en Siria despertó sentimientos de solidaridad en Trípoli, donde existe un resentimiento considerable hacia la familia al-Assad. Los habitantes de esta urbe se han sentido más cercanos a ciudades como Hama y Homs, que a Beirut.
Emergieron milicias sectarias que establecieron escuadrones para proteger a los suyos. Proliferaron los retenes, que convirtieron las ciudades en cantones de las distintas sectas. El incremento del odio confesional causó que los líderes de las comunidades religiosas perdieran el control sobre estas. El sectarismo creció a base de ciclos de ataques y represalias. Frecuentemente ocurrían secuestros, asesinatos y bombardeos, que cobraron cuotas civiles mensuales. Muchas de las víctimas fueron mutiladas y abandonadas en los barrios enemigos como advertencia.
Los enfrentamientos entre sunitas y alauitas en Siria se tradujeron en choques entre los mismos en Líbano, pero no entre sunitas y chiitas. En algunos de estos participaron yihadistas retornados de Siria. Varios consideraban que agredir a los alauitas de ese pueblo era una forma de ajustar cuentas con el gobierno sirio. Aquí se vieron reflejadas muchas de las tensiones religiosas, que se intensificaron cuando se atacaron mezquitas sunitas anti Assad en Trípoli. Uno de los jeques de las mezquitas atacadas culpó a un grupo de alauitas locales que respaldaban a al-Assad, tomando represalias por apoyar la insurrección.
El 92% de los sunitas libaneses estuvieron en contra del gobierno de Bashar al-Assad, contra un 91% de los chiitas a favor. Varios de estos últimos fueron firmes en su apoyo a Hezbollah y tuvieron una percepción favorable de Irán.
Los chiitas en Líbano se ven a sí mismos como parte de una minoría regional, a la cual un posible cambio de régimen en Damasco perjudicaría. Por ende, consideraban la entrada de Hezbollah en Siria como una guerra preventiva. Un detalle interesante es que el número de chiíes libaneses disminuyó desde el estallido del conflicto. Temían que una posible conquista suní de Damasco les perjudicara en Líbano. Los alauitas libaneses tenían una posición similar. Vincularon su destino al de Bashar al-Assad, cuya caída habría sido perjudicial para ellos por ser una comunidad aislada y pequeña. Un líder de dicha secta en Líbano mencionaba al gobierno sirio como “el protector de las minorías en Medio Oriente”.
Los chiitas temían que el colapso de al-Assad trajera a un régimen islamista sunita o salafista, que se aliara con sus contrapartes libanesas. Su primer objetivo sería vengarse de Hezbollah. Incluso los chiíes críticos de al-Assad tenían esa preocupación. Otro miedo era volver a ser ciudadanos de segunda clase y perder sus derechos corporativos tras la guerra civil libanesa. El disgusto de los sunitas creció cuando Hezbollah decidió intervenir en Siria, añadido a los arrestos arbitrarios en Trípoli. Hubo una parte de los chiitas que también criticaron la entrada de Hezbollah en el conflicto, sospechando que eso fuera una provocación para los sunitas libaneses y se reavivaran viejas tensiones sectarias. Muchos temían que el gobierno de al-Assad volviera a invadir Líbano si ganaba la guerra.
Por su parte, los sunitas, especialmente los salafistas, proyectaron su lucha contra Hezbollah como un reflejo del combate de los rebeldes sirios contra el gobierno alauita. Se sentían listos para desafiar a Hezbollah en casa. Consideraban el conflicto como una oportunidad de liberarse de una hegemonía chiita respaldada por Irán.
Los sentimientos públicos en Líbano mostraban un resentimiento de los suníes contra Bashar al-Assad. Conforme las masacres sectarias en Siria aumentaron, los sunitas libaneses pasaron de dar apoyo moral a los rebeldes a tomar acción en el país vecino. Aproximadamente entre ochocientos y mil palestinos y libaneses se unieron a grupos como al-Nusra e ISIS. Vieron la guerra como una oportunidad de restaurar el orgullo sunita y recuperar la influencia perdida frente a Hezbollah. Estaban envalentonados y buscaban venganza, mientras que los chiitas se sentían cada vez más expuestos, temiendo un aislamiento regional.
Los palestinos sunitas refugiados en Líbano dejaron de considerar a Hezbollah como el defensor de la causa anti israelí. Varios de sus jóvenes estuvieron acosados por este grupo, albergando resentimiento contra ellos por luchar al lado de al-Assad. Por eso el Frente al-Nusra ganó presencia en los campos de refugiados desde su creación. Sus objetivos fueron blancos chiitas y pro Assad. En dichos campos se expusieron posters de combatientes muertos en la guerra.
El conflicto sirio representó una oportunidad para los grupos radicales de existir y multiplicarse en Líbano. Esto los volvió difíciles de controlar y el país se volvió más vulnerable a los ataques terroristas. Estas agrupaciones decidieron luchar la guerra en Líbano, atacando a Hezbollah en su territorio. Otro factor que les favoreció fue que la percepción de que el Gran Muftí de Líbano se acercaba a dicho grupo.
También hubo una minoría de islamistas sunitas que apoyaron al gobierno de Bashar al-Assad, que poco a poco perdieron la simpatía de sus correligionarios. Varios fueron asesinados por ser considerados traidores.
La entrada de Hezbollah en Siria desató violencia intercomunal. Se enfrentaron sunitas y alauitas en Trípoli. También hubo emboscadas contra los yihadistas suníes libaneses que se unían al escenario sirio, así como contra los milicianos chiitas. Incrementaron los atentados en las zonas controladas por Hezbollah conforme este grupo acrecentó su presencia en Siria. También se atacaron mezquitas pro rebeldes en Trípoli.
Los cristianos al inicio estuvieron divididos parejamente en cuanto al apoyo y oposición al gobierno sirio. Esta balanza se alteró con el miedo a los grupos yihadistas, viendo en Hezbollah un posible protector de su comunidad. Una encuesta realizada en octubre de 2014 reveló que dos tercios de los cristianos creían esto, un mayor porcentaje que en sondeos anteriores: en febrero de 2014 el dato se situaba en el 53% y en junio de 2013 en el 39%. Ellos y los drusos se preocuparon por el flujo masivo de refugiados sirios. Percibían que estos podían terminar sentenciando su existencia. Se sintieron presionados por la lucha entre sunitas y chiitas. También vieron en el gobierno de Assad un posible aliado frente al acoso de los grupos salafistas yihadistas.
Los refugiados se asentaron por lo general en los barrios más pobres. Su presencia contribuyó a exacerbar las tensiones sectarias entre sunitas y alauitas en Trípoli. Se vio a los suníes libaneses y refugiados sirios con suspicacia desde que inició la guerra. Además, la entrada de refugiados alteró el balance en Líbano. Las sospechas contra los inmigrantes aumentaron tras la batalla de Arsal en 2014 y las subsecuentes ejecuciones de soldados libaneses. Se les tachó de simpatizantes o miembros de los grupos yihadistas.
La basura también se convirtió en un asunto sectario. Se cerró el principal vertedero en Beirut en julio de 2014. Se negoció una posible solución que estableciera un vertedero en las zonas sunitas, y otro en las zonas chiitas. Para los suníes se estableció en Akkar, donde se quemaron camiones de basura porque no aceptaban los residuos de los chiíes.
Conclusiones
Se pudo apreciar en el artículo que los miembros de las distintas sectas se identificaron con el bando de sus correligionarios en el país vecino con el mismo bando en Líbano. Así, la mayoría de los chiitas apoyó al gobierno de Bashar al-Assad y Hezbollah, mientras que los rebeldes tuvieron el apoyo de los sunitas. La regla para los cristianos es distinta. Al principio se ven divididos y no todos adoptan la misma posición que sus correligionarios en Siria, que siempre apoyaron al gobierno. Sin embargo, el terror a los grupos salafistas yihadistas termina por cambiar este balance.
Puede verse que el impacto es profundo. Los enfrentamientos entre los miembros de las diversas sectas así lo demuestran. Los mejores ejemplos son las peleas entre sunitas y alauitas.
También puede verse que Hezbollah supo jugar bien la carta de los salafistas, logrando así obtener el apoyo de varios cristianos.
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