El pasado 10 de enero no fue un día corriente para Mark Rutte. Tras una interinidad que había durado casi diez meses, ese día el primer ministro neerlandés formó un nuevo gobierno. Es el cuarto gabinete que preside en doce años, nuevamente integrado por varios partidos políticos. De esta forma, Rutte se consolida como uno de pocos líderes políticos europeos que más tiempo lleva en el poder a pesar de las dificultades que han predominado durante la última década.
De Mark Rutte, cuya figura genera una gran polarización, se pueden decir muchas cosas. Pero es innegable que en su faceta política se trata de un superviviente nato, capaz de resistir todo tipo de eventualidades. Desde que accedió al cargo de primer ministro, en el otoño de 2010, Rutte ha logrado mantenerse en el poder contra viento y marea frente a escándalos, crisis políticas, crisis económicas, etc. No solo hubo de lidiar con los efectos de la gran recesión que empezó en 2008, sino que además implementó una política de recortes presupuestarios que le valió no pocas críticas. En 2013 también tuvo que gestionar la abdicación de la reina Beatriz, que precisamente había llegado al trono en 1980 tras haber abdicado su madre, la reina Juliana.
Sus gabinetes siempre han estado participados por ministros pertenecientes a dos o incluso cuatro partidos, con un parlamento muy fragmentado que no siempre ha facilitado la gobernabilidad del país. Pero estas circunstancias nunca han sido un obstáculo serio para Rutte, que ha sabido erigirse como un hábil negociador capaz de hacer equilibrios en una u otra dirección. Cuando no le ha alcanzado la mayoría parlamentaria, Rutte no ha dudado en convocar elecciones o mantenerse con el gobierno en funciones hasta que los vientos soplasen a su favor. En esta dinámica muchas veces sus compañeros de gobierno han asumido el desgaste del poder mucho peor que el Partido de la Democracia y la Libertad (VVD), la formación conservadora en la que milita Rutte. Ese fue el caso de los laboristas, que en los comicios de 2017 cosecharon uno de sus peores resultados.
En el contexto europeo, son pocos los dirigentes políticos se mantienen en el poder tras tantos años, en un contexto en que las distintas crisis políticas y económicas asociadas a la recesión de 2008 han complicado seriamente la gobernabilidad. Rutte es la excepción, habiéndose hecho además un nombre por su línea de actuación en la Unión Europea. Una línea de actuación que ha generado tanto simpatías en algunos países como rechazo en otros. Si en naciones como Alemania, Austria o Finlandia ha encontrado apoyos a su política, la lista de agraviados por Rutte es larga y no atiende a razones ideológicas o geográficas: Portugal, España, Italia, Hungría, Polonia, Eslovenia, etc.
No se puede negar que los Países Bajos han capeado mejor que otros países las sucesivas crisis que han afectado a la Eurozona desde 2008, aunque ello no ha sido un camino de rosas. Desde su llegada al poder Rutte ha eliminado muchos subsidios económicos y programas de protección social, imponiendo un severo adelgazamiento al antaño modélico Estado de bienestar neerlandés. Ello se ha traducido en una contracción del nivel de vida de aquellos holandeses no pertenecientes a la clase media. La política de recortes presupuestarios también se ha hecho notar en el ámbito de la seguridad ciudadana, en un contexto que ha visto el despegue espectacular de las mafias en suelo neerlandés bajo el influjo del tráfico de drogas y los asesinatos.
El largo camino a los comicios
Fue precisamente un escándalo político de graves proporciones el que precipitó la convocatoria anticipada de elecciones para marzo de 2021. En el otoño de 2020 se conoció que durante años las autoridades neerlandesas habían estado dando un trato discriminatorio a familias de origen inmigrante en relación al cobro de subsidios. La retirada de ayudas sobre la base de supuestas irregularidades, y la consiguiente penalización por parte de Hacienda, llevó a muchos a la ruina. También generó mucha controversia otro escándalo, esta vez relacionado con las adopciones de menores de edad de origen extranjero. Una investigación arrojó que entre 1967 y 1998 numerosas adopciones de niños colombianos habrían estado salpicadas de irregularidades tales como raptos, presiones a las madres biológicas, pagos económicos, maltratos físicos o abusos sexuales.
A todo esto se sumaba irrupción del Covid-19 durante el otoño de 2020 que acabaría llevando a la implementación de las primeras restricciones a la movilidad que conocía el país en décadas. Se da la circunstancia de que los Países Bajos habían tenido una situación mucho más calmada mientras en naciones como Reino Unido, España o Italia el virus hacía estragos. Muchos holandeses continuaron haciendo vida relativamente normal como si el país fuera ajeno a la pandemia mundial. Tras el final del verano comenzaron a multiplicarse los casos de Coronavirus por todo el país y la situación sanitaria se agravó. No faltaron entonces quienes acusaron al gobierno neerlandés de haberse dormido en los laureles y no prepararse adecuadamente para esta eventualidad.
En este contexto enrarecido la familia real holandesa también puso su granito de arena con otro escándalo. Durante el mes de octubre, cuando los brotes de Coronavirus escaparon del control de las autoridades, el matrimonio real y sus hijas se fueron de vacaciones a la mansión que poseen en Grecia. Cuando el viaje fue conocido por el público holandés no se hicieron esperar las reacciones adversas. Ante el aluvión de críticas que estalló, el rey Guillermo Alejandro y la reina Máxima optaron por regresar a La Haya y pidieron disculpas mediante un vídeo institucional.
Con una legislatura agotada, el gobierno Rutte dimitió en bloque y se convocaron elecciones generales para mediados de marzo de 2021. Ante semejante panorama cualquier observador externo habría pensado entonces que el desgaste que atravesaba el gobierno neerlandés se haría notar en las urnas. Pero los votantes de Rutte revalidaron su confianza en el primer ministro, cuya formación obtuvo un 21,9% del voto popular, unos resultados similares a los de 2017. La principal novedad que han traído estos comicios ha sido la atomización del parlamento neerlandés, donde ahora tienen presencia hasta diecisiete partidos políticos (muchos de ellos formaciones minoritarias).
Un panorama difícil
Un parlamento tan dividido no contribuye a facilitar las negociaciones para formar gobiernos de coalición, menos aun cuando intervienen más de dos formaciones. Hasta un total de 271 días ha habido que esperar para la constitución del nuevo gabinete. Paradójicamente, el cuarto Gobierno Rutte está constituido por los mismos partidos que el anterior gabinete: los neoliberales del VVD, los liberal-progresistas de D66, los demócrata-cristianos del CDA y la Unión Cristiana (CU). La novedad viene por el cambio de carteras, con la liberal-progresista Sigrid Kaag como nueva ministra de Finanzas. Su nombramiento, en detrimento del neoliberal Wopke Hoekstra, ha sido interpretado como un posible fin de la política de austeridad que había venido imperando.
El panorama económico no se presenta fácil para el nuevo gabinete. La pandemia ya había afectado negativamente a la economía neerlandesa, pues las restricciones que ha venido imponiendo el gobierno han supuesto el cierre intermitente de comercios y negocios. El 2022 ha empezado con un incremento de la inflación en el país del 6,4% —la mayor subida de la inflación en 40 años—. Las previsiones son que esta dinámica se mantenga durante el resto del año, lo que afectará seriamente al poder adquisitivo de muchos neerlandeses. Bienes básicos como la alimentación o la electricidad han experimentado un importante encarecimiento durante los últimos meses. Por el momento el gobierno neerlandés ha anunciado que se da unas semanas hasta valorar qué medidas adopta.
La seguridad ciudadana es otro de los frentes abiertos a los que se enfrenta el nuevo gobierno. En los últimos tiempos las actividades del crimen organizado se han incrementado hasta convertirse en un auténtico problema de orden público. Los Países Bajos fueron la primera nación europea que legalizó el consumo de drogas como la marihuana, lo que en su momento se consideró como una medida innovadora. Pero varias décadas después los detractores de esta decisión han crecido tanto como el margen de actuación del crimen organizado. De la elaboración y el tráfico de drogas a gran escala se ha pasado a los asesinatos en la calle a plena luz del día. El asesinato del periodista Peter R. de Vries en julio de 2021 evidenció hasta qué punto el crimen organizado escapaba al control de las autoridades neerlandesas.
Este es el estado de cosas que se presenta para el cuarto gobierno de Rutte, un gabinete de perfil continuista para viejos problemas y nuevos desafíos. A pesar de las dificultades y del panorama complejo que se atisba en el horizonte, el primer ministro neerlandés cuenta con algo a su favor. Por muchas crisis que haya vivido y por mucho desgaste que acumule, lo cierto es que en todos estos años no se ha articulado una alternativa política al liderazgo de Mark Rutte. Muy al contrario, las últimas elecciones generales revelaron que la oposición se encuentra atomizada hasta unos niveles nunca vistos. Y no parece que a corto plazo esta dinámica vaya a cambiar.
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