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El área del rublo: el fracaso de la integración económica en el espacio postsoviético tras la disolución de la URSS

El período posterior a la disolución de la Unión Soviética y la creación de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) no consiguió resolver inmediatamente la situación de profunda crisis económica que legó la etapa soviética. Más al contrario, las medidas de choque inspiradas por el ministro de Economía y Finanzas y posterior primer ministro Yégor Gaidar no hicieron sino ahondar aún más en la gravedad de los problemas económicos y sociales que aquejaban Rusia y el resto de las repúblicas exsoviéticas.

La transición económica iniciada con la disolución de la URSS vino acompañada por la resituación de los agentes económicos, políticos y sociales ante el nuevo e incierto escenario que se planteaba. Las consideraciones políticas y económicas se entremezclaron en esta etapa, viéndose además afectadas por los intereses y actuaciones de los grupos y sectores económicos que trataban de consolidar su posición de poder.

El presidente de la RSFS de Rusia, Yeltsin, llama a la población a oponerse al golpe de agosto 1991. Fuente: STRINGER / REUTERS

No puede decirse, en cambio, que los procesos de liberalización y la privatización se tradujeran acaso en una mitigación de los acuciantes problemas económicos y sociales. Con unas bases poco propicias para la implementación exitosa de un sistema económico de mercado y un entorno marcado por la ausencia de perspectivas claras a remolque de la inestabilidad política, no se dejarían notar los primeros signos de estabilización económica en Rusia hasta alcanzado el año 1994, aunque no podría esquivar la quiebra en 1998.

Fue mucho el terreno perdido. El entorno postsoviético no se libró de las consecuencias que en el plano económico acarreó la disolución de la Unión Soviética, dadas las incompatibilidades del nuevo planteamiento económico, frente al anterior diseño de especialización geográfica planificada. En este sentido, la relación de la Federación Rusa con el resto de las repúblicas exsoviéticas vino marcada por una acusada asimetría en su dependencia del “centro” ruso, habiendo de tener en cuenta por añadidura que las relaciones comerciales “naturales” no coincidían necesariamente con las capacidades productivas de las que se encontraban dotadas estas repúblicas, unas capacidades orientadas a la satisfacción de las metas de planificación en el período soviético.

En términos generales, lo que operaba era una relación de dependencia con respecto a Rusia y que se mantenía en el plano monetario merced al provisional espacio común que supuso lo que se dio en llamar el área del rublo, que todos los Estados CEI fueron finalmente abandonando -con más premura unos, obligados por las consecuencias de su fracaso los otros-.

El proceso de naufragio del espacio monetario compartido operó en dos direcciones: la referida asimetría en las relaciones entre Rusia y el resto de los países anteriormente soviéticos y la consecuente emisión de deuda y subvenciones rusas hacia ellas para revertir el desequilibrio de balanza comercial inevitablemente generado por las relaciones asimétricas.

Las razones del fracaso del área del rublo parecen hoy quedar claras, con la ventaja que brinda conocer el derrotero que finalmente tomaron los hechos. En definitiva, el proyecto estuvo abocado a naufragar desde su inicio por la razón última de la inexistencia de lo que podría llamarse un mercado común pleno y funcional. A pesar de todo hubo, en su momento, agrias polémicas sobre la conveniencia o no de mantener el proyecto de integración, en las que se entremezclaban consideraciones económicas y políticas. En esta línea, el Fondo Monetario Internacional ha sido criticado por su confusa posición.

Legado económico de la URSS y reformas de Gaidar

La expiración de la Unión Soviética evidenciaba en último término las fallas de un sistema económico lastrado por su grotesca orientación hacia el militarismo y la industria pesada, y poco atento a las necesidades reales de la población. Asimismo, se había evidenciado que se asentaba en un despilfarro de recursos enorme, fruto de la escasa productividad y los rendimientos laborales. Con su disolución, se planteaba la tarea de transformar la economía soviética en un sistema al arbitrio de las leyes del mercado.

Esta tarea fue en un principio llevada a cabo por Yégor Gaidar, en calidad de ministro de Economía y Finanzas (desde noviembre de 1991) y posteriormente de primer ministro (junio-diciembre de 1992). Gaidar fue sustituido por Víktor Chernomyrdin, un político vinculado a los intereses de la industria de extracción de gas y petróleo. Su posición se enmarcaba en el grupo que se dio a conocer genéricamente como industrialista. Los llamados industrialistas, a diferencia de los reformistas radicales, anteponían la protección de las actividades de la industria nacional. En otras palabras, tenían, un perfil algo más proteccionista, aunque con dos salvedades, puesto que sus postulados proteccionistas se orientaban particularmente hacia la industria, y además admitían, en términos generales, las reformas de corte clásicamente liberalizador impulsadas por Gaidar.

Gaidar junto a Nechaev, ministro de Economía, y Chubais, a cargo de las privatizaciones. Fuente: foto de archivo

En efecto, Gaidar planteó dar un giro total a la economía soviética con una terapia de choque orientada hacia la completa conversión al capitalismo del sistema económico. Su plan se basó esencialmente en ambiciosos planes de privatización y en la liberalización de los precios, con la confianza de que, expuestas ante los mecanismos del mercado, las relaciones comerciales se encaminarían por sí solas hacia la racionalidad. En realidad, lo que ocurrió fue la aceleración del hundimiento de la situación en Rusia y las exrepúblicas soviéticas con mayor dependencia.

La aplicación de las medidas ejecutadas bajo la firma de Gaidar topó con la falta de unas condiciones económicas propicias para su implantación, así como con la persistencia de antiguos vicios. Para complicar más aún el asunto, agentes de la nomenklatura con información privilegiada y los círculos mafiosos trataban de obtener una nueva posición de privilegio ante la reconfiguración que se estaba produciendo, y resultaron ser los grandes privilegiados del proceso de privatización que operaba, en detrimento del común de los ciudadanos, que no podía adquirir una suficiente cantidad de participaciones en las empresas que pasaban a manos privadas como para disponer de una posición de soberanía en su manejo.

En cuanto a la liberalización de los precios, esta significaba, en la práctica y habida cuenta de las disfuncionalidades mencionadas, su inevitable subida. A este respecto cabe aclarar, sin embargo, que los precios de algunos productos básicos, así como los de la energía, se mantenían controlados. Para el resto operó un proceso de hiperinflación paralelo al hundimiento del rublo. Con todo, es llamativo que el desempleo apenas creciera en este período, estableciéndose alrededor del 7% para 1993. Los directivos preferían mantener abiertas las empresas a su cierre y poder beneficiarse de las ayudas estatales.

En lo referente a las relaciones de la Federación Rusa con el resto de las exrepúblicas, se basaban en la dependencia de estas con respecto al “centro” ruso. Esta dependencia era especialmente acusada en tanto que compartían la misma moneda, una situación bastante singular, pues conjugaba un proceso de desintegración política con un espacio monetario común. El mantenimiento del área del rublo bajo pretexto de evitar su colapso se demostraría fallido, puesto que solo se logró dilatar este desenlace, con el debilitamiento por el camino de la situación económica y de la posición financiera de los países. Finalmente, todos los Estados terminarían abandonando, antes o después, la zona rublo.

El área del rublo o los caminos inversos de la historia

El 9 noviembre de 1989 se echaba abajo el muro de Berlín. El bloque del Este se desintegraba y la tutela soviética se desvanecía. El día 28 de ese mismo mes, el Bundestag aprobó un plan de diez puntos para la reunificación de Alemania.

La Unión Soviética y Europa comenzaban a recorrer un mismo camino trazando sentidos opuestos. El 4 de marzo de 1990 se celebrarían elecciones para elegir a los representantes de un Congreso de Diputados Populares de la Federación Rusa, a imitación del organigrama legislativo de la URSS (Rusia carecía de instituciones legislativas propias), que debía nombrar a un Sóviet Supremo de la Federación, en un estadio decisivo dentro del proceso de desintegración política de la Unión Soviética.

Billete de 500 talonas, moneda-cupón lituana que circuló paralela al rublo soviético.

En el turbulento verano soviético de 1991, los sectores inmovilistas del PCUS y la KGB intentaban revertir por las armas la firma del tratado que iba a reconvertir a la Unión Soviética en una entidad política denominada Unión de Estados Soberanos, creación que respondía a un intento de equilibrista de Gorbachov por salvar a la URSS (parte de ella, al menos). De poco o nada sirvió sacar los tanques. El intento golpista fue detenido exitosamente, destacando la decisiva intervención de Yeltsin. Más bien, el resultado fue la profundización en el proceso, con la inmediata ilegalización del PCUS y la sustitución de la Unión Soviética por la Comunidad de Estados Independientes (CEI) en diciembre a manos de Yeltsin -junto a los presidentes ucraniano y bielorruso- y a espaldas de Gorbachov. En este cruce de caminos que supuso la entrada en los noventa, dos meses más tarde se firmaría el Tratado de Maastricht, uno de los textos fundacionales de la Unión Europea.

Entre medias se había celebrado en diciembre de 1990 la Conferencia Intergubernamental para la Unión Monetaria, unión que debía culminar con el establecimiento de una moneda común para los países de la Comunidad Europea. Las posturas de los países participantes se dividían entre los que estaban conformes con los plazos propuestos para el establecimiento de la unión y los que insistían en profundizar en cada una de las fases. Tal era el caso de Reino Unido, Holanda y la Alemania recientemente reunificada. Esta última ponía especial énfasis en la necesidad de la convergencia económica entre los países para garantizar la viabilidad del proyecto. La unión debería asentarse en bases sólidas.

El proyecto europeo de unión monetaria se subsumía en el proceso más amplio de la integración política europea. En cambio, la desintegración de la URSS engendró una rara avis. Quince Estados independientes se vieron compartiendo la misma moneda, el rublo soviético. Un proceso de desintegración política culminaba así en un espacio monetario compartido. Dada la falta de coordinación política y la ausencia de un mercado común, parecería razonable pensar que la cuestión de la zona rublo se trató como un estadio transitorio. No fue así. Consideraciones políticas y económicas propiciaron su mantenimiento para varios de los países, mientras se pudo sostener.

La (corta) historia del área del rublo (1991-1993)

El período de vida del área del rublo se puede tomar desde septiembre de 1991, con el reconocimiento soviético de las primeras independencias (declaradas más de un año atrás, sin embargo), hasta diciembre de 1993, con la salida de sus últimos integrantes, a excepción de Tayikistán, que no introduciría su propia moneda hasta el año 1995.

La proclamación de la Ley sobre el Banco Central de la Federación Rusa y de la Ley sobre Bancos y Actividad Bancaria de diciembre de 1990 supusieron un primer paso hacia el quebranto de la unidad económica soviética. Mediante estas leyes se creaba un Banco Central de la Federación de Rusia, bajo los auspicios de Georgii Matyukhin que venía a sustituir al Gosbank, así como a asumir el control sobre todas las ramas de este último. La manera de actuar de este nuevo organismo cortó amarras con las disposiciones más prudentes del Gosbank, desechando las recomendaciones sobre mantenimiento de reservas, así como concediendo generosos créditos para la financiación de empresas rusas y del déficit fiscal.

Pero la guerra no se planteaba únicamente en el terreno monetario. El gobierno ruso adoptó una bondadosa política fiscal para con las empresas establecidas en su territorio. Esto llevó, sin embargo, al crecimiento del déficit, que hubo de ser sostenido precisamente con una mayor expansión monetaria. El Gosbank perdió en agosto de 1991 el control sobre el Banco Central de la Federación de Rusia, así como sobre los de los países bálticos, desgajados de la Unión Soviética.

Pero a la postre, la medida que desencadenaría los desajustes que terminaron desembocando en la crisis del área del rublo fue la liberalización de los precios, que afectó a todos los productos, salvo a varios bienes de primera necesidad y a la energía. Realmente, la liberalización de los precios suponía en la práctica su subida. El hecho de que las repúblicas “periféricas” compartieran moneda con el “centro” ruso agravó la hiperinflación en el resto de los Estados de la CEI. Esto ocurrió a causa de la dependencia comercial que sufrían las repúblicas con respecto a Rusia.

Países en los que el rublo era moneda de curso legal en julio de 1993. Mapa creado con MapChart

El mecanismo por el que estas importaban inflación rusa comenzaba con un desequilibrio en el saldo comercial, muy desfavorable. Esta relación asimétrica se traducía en un importante agujero en sus finanzas, sin opción de repararlo a través del ajuste de su tipo de cambio respecto al ruso (compartían la misma moneda). La única manera de evitar la quiebra consistía en la asistencia financiera rusa. El crédito ruso suponía una inyección monetaria que exacerbaba las tensiones financieras, además de un importante despilfarro de recursos por parte de Rusia. De facto, se trataba de ayudas a fondo perdido, ya que los países receptores se encontraban lejos de iniciar una estabilización que les permitiera comenzar a mejorar su posición deudora.

Para paliar estos desajustes, algunos de los países de la CEI optaron por introducir un sistema de cupones que circulaba paralelo al rublo (por ejemplo, Lituania, Ucrania y Azerbaiyán), aunque esta medida no resultó demasiado efectiva. En efecto, la dependencia de la ayuda rusa continuaba sin visos de cambio. Ante esta tesitura, en julio de 1992 se decretó el ajuste periódico de los depósitos bancarios entre los países de la CEI.

El golpe definitivo vino a finales de julio de 1993, con la decisión rusa de la inminente retirada de todos los billetes de rublo emitidos hasta entonces, para introducir una moneda nacional propia. El anuncio ruso provocó el caos y la desesperación en las repúblicas que todavía empleaban el rublo soviético. La población corrió a tratar de sacar sus ahorros para poder cambiar el dinero.

Este suceso fulminaría al espacio monetario compartido. Los primeros en abandonarlo habían sido, desde el verano de 1992, los tres Estados bálticos, deseosos de cortar amarras con Rusia. También Ucrania y Bielorrusia se retirarían en 1992, y Kirguistán lo había hecho dos meses antes de la retirada de billetes. El rublo soviético dejó de circular por el resto de los países de la CEI en lo que quedaba de 1993, con la única excepción de Tayikistán, que tardaría dos años más en introducir su propia moneda.

Los motivos de la caída del área del rublo

El problema principal radicó en la ausencia de un mercado realmente común que permitiera el establecimiento de unas relaciones económicas equilibradas entre la Federación Rusa y el resto de los países de la CEI.

El sistema económico planificado de “ordeno y mando” establecía unas necesidades que no se correspondían con los intercambios “naturales” a los que dirigiría finalmente un sistema económico orquestado por las reglas del mercado. Pero no acababan aquí los problemas que pueden identificarse. Como ya se ha señalado, en materia comercial, las exrepúblicas eran netamente dependientes comercialmente de Rusia, dado que no habían podido desarrollar una economía autónoma. En términos de balanza, esto suponía una constante salida de capitales hacia la Federación Rusa, contrarrestada por la constante emisión de deuda hacia estos países, una actuación que agudizaba las tensiones inflacionarias en los mismos.

Un mercado común, prerrequisito para el funcionamiento de un área monetaria compartida, requiere de la libre circulación de capitales y trabajadores. El de la circulación de trabajadores es, precisamente, uno de los mecanismos que podría reequilibrar la situación del área del rublo. Sin embargo, la ausencia de unas infraestructuras de transporte en condiciones impedía esta opción. Asimismo, la cuestión de la diferenciación étnica es otro factor que debe ser tenido aquí en cuenta a la hora de evaluar la movilidad de la fuerza de trabajo. Otro de los procedimientos mediante los que enderezar la situación es el establecimiento de una fiscalidad diferente.

Cola en una caja de ahorros en 1993. Fuente: Agencia TASS

Los defensores de mantener el espacio económico conjunto ponían el foco en los costes de transacción que conllevarían las operaciones comerciales tras la introducción de monedas nacionales que circularan en exclusividad por cada uno de los países de la CEI. Habida cuenta de la manifiesta insostenibilidad del sistema, este es un escenario que habría que encarar tarde o temprano.

Pero, sobre todo, este argumento resultaba poco convincente porque el mantenimiento de la zona rublo sí originaba unos costes perfectamente ponderables y visibles. Estos saltaban a la vista rápidamente para el caso de Rusia, a la que financiar la deuda de las repúblicas le suponía una carga particularmente gravosa en un contexto de profunda crisis económica y, aunque a cambio pudiera extender su influencia alrededor del entorno postsoviético, ya no era capaz de sostener indefinidamente un vasallaje que se había vuelto muy costoso. Con todo, esta no era la única ayuda rusa. Petróleo y energía se ofrecían a precios subvencionados, muy inferiores a los estándares internacionales, además de darse la opción de aplazar los pagos. Para las repúblicas periféricas, la constante ayuda actuaba a modo de flotador en el corto plazo. En contrapartida, agudizaba las tensiones inflacionarias, imposibilitaba la estabilización económica y soslayaba la urgencia de llevar a cabo reformas de calado.

Es cierto que se dieron algunos intentos de rediseñar las relaciones económicas, pero, en última instancia, con más buenas intenciones que contenido. En esencia, todo remitía a un problema de fondo, consistente en la falta de una comunión política (el caso más paradigmático sería el de la relación armenia-azerí) y objetivos comunes. Así como algunos rechazaban mantenerse en el espacio por las tensiones inflacionarias que ello provocaba en sus territorios (es el caso de los bálticos, que además hacían una lectura política de la situación y abandonaron con premura el área), otros juzgaban la política monetaria rusa restrictiva en demasía (caso de ucranianos y bielorrusos, que también se retirarían del espacio económico en 1992).

El papel del FMI

La actuación del Fondo Monetario Internacional en el asesoramiento que habría de acompañar a la ayuda financiera para salir de la recesión no resulta del todo clara, pero los elementos con los que se ha podido contar parecen indicar que esta se encaminó en todo caso hacia la defensa del fracasado proyecto, postura que mantendrían incluso cuando los problemas y disfuncionalidades que planteaba sostener el sistema monetario resultaban más que evidentes.

Yendo por partes, todos los nuevos Estados en territorio soviético iniciaron a mediados de abril el proceso de inscripción como miembros del FMI, a excepción de Tayikistán. En paralelo, se empezaron a trazar los planes de estabilización para cada país. Los programas de ayuda irían llegando. Primero a Rusia, luego los de los Estados Bálticos. Todos los Estados CEI optaron por acceder a créditos del FMI, salvo Turkmenistán.

Por lo que se sabe, a tenor de lo que cuentan los propios especialistas del FMI, existían tres opciones de cara a la configuración económica del espacio postsoviético. Estas eran, a saber, la conformación de un espacio monetario compartido con un banco central (el Banco Central de la Federación Rusa) unificado que conformara las directrices y contase con la potestad de adoptar las principales medidas y decisiones, un área del rublo con instituciones monetarias paralelas, o la liquidación de cualquier tipo de proyecto monetario común.

Los analistas del FMI mantienen, en contra de la puesta en circulación de monedas nacionales, que existían dudas sobre la capacidad de los bancos centrales para operar de forma independiente. Lo cierto, sin embargo, es que ya estaban actuando de tal manera, puesto que además de funcionar paralelamente en igualdad de potestades con el Banco Central de la Federación Rusa, no existía ninguna coordinación entre ellos, con objetivos completamente distintos en función del territorio. Además de este argumento, se pone el acento en los potenciales beneficios de un espacio monetario compartido, y en la estabilidad macroeconómica. A la luz de los hechos, ambas consideraciones se revelaron fracasadas.

Michel Camdessus, director del Fondo Monetario Internacional, y Mikhail Gorbachov firman el Acuerdo de Asociación Especial en octubre de 1991. Fuente: FMI

La versión del FMI es que no tomó partido por ninguna de las opciones sobre la mesa, sino que se limitó a advertir acerca de las consecuencias de cada elección y a apoyar a los países en sus decisiones, asesorándoles en el proceso. Esta postura no casa del todo bien, sin embargo, con una noticia publicada por el periódico El País, fechada en el 23 de abril de 1992, bajo el titular “El Fondo Monetario aconseja mantener el rublo como moneda única en la URSS”. Según reza el texto: (…) el informe de primavera señala que “en estos momentos no está nada claro que se den las condiciones para introducir con éxito nuevas divisas. Por lo menos a corto plazo, el mantenimiento del rublo como moneda común (…) podría ayudar a salvaguardar el espacio económico común y asegurar el futuro de sus relaciones comerciales”. (…)

Cuando hubo constancia empírica de los deletéreos efectos de mantener el rublo como moneda propia del espacio postsoviético, las posturas en defensa de la introducción de monedas nacionales fueron vistas, alegó el FMI, como favorables a Rusia, mientras que una defensa del sostenimiento del proyecto se contemplaba como contraria. Con esta reflexión justificó el FMI su posicionamiento neutral. Resulta curioso que el propio Gaidar le reprochase, en calidad de director del Instituto para la Economía en Transición, haber actuado en función de consideraciones políticas, en lugar de tener en cuenta los razonamientos de índole económica, tanto más cuando quedó patente la insostenibilidad de la zona rublo.

Sea como fuere, el área monetaria cayó por su propio peso, con el detonante último del cambio de billetes introducido en 1993 por Rusia. Cabe preguntarse, claro está, si la zona rublo habría corrido la misma suerte con una concertación política mayor que hubiera garantizado la coordinación macroeconómica, centralizada en un único banco central, en oposición al caos de quince entidades compitiendo entre sí por la emisión de activos crediticios. Con todo, los objetivos parecían ser bien distintos, y el panorama económico demasiado susceptible a la discriminación que imponía la especialización geográfica heredada del sistema de planificación soviético.

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