Por Alejandro López.
El asesinato en las cercanías de Teherán de Mohsen Fakhrizadeh, vía coche bomba con posterior tiroteo, ha supuesto un golpe para el país persa al derribar a uno de los padres del programa nuclear patrio. De absoluta relevancia sin duda tanto para el desarrollo tecnológico de Irán como para su futuro político. Con respecto a su desarrollo tecnológico este acontecimiento ha llegado en el contexto del salvoconducto que la retirada de Estados Unidos sobre el acuerdo nuclear Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA) le ha permitido desarrollar a Irán para un enriquecimiento nuclear con potenciales propósitos armamentísticos.
Mientras que a nivel político, la posición de Irán en la región y en el mundo queda supeditada a una agresión externa que puede requerir de una mayor o menor dureza del gobierno, pero que pone bajo la lupa del pueblo iraní cuál es la política exterior y la actuación de sus líderes en los próximos meses y años. Las decisiones, sean las que sean, serán puestas en tela de juicio desde el interior y el exterior si no son baremadas adecuadamente.
¿Está Irán en un escenario similar al del asesinato de Soleimani?
El de Fakhrizadeh no es el mismo caso que el del general Qasem Soleimani, asesinado por Estados Unidos en enero de 2020 durante una visita a Irak, ni por el calado ni por la respuesta que obtiene. Por un lado, el asesinato de Soleimani sí fue reconocido por la parte estadounidense y atañía a un perfil de primer nivel de la política iraní aunque su figura fuera militar como general y comandante de la Fuerza Quds de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica. Lo cual podría rebajar la presión sobre Irán en el escenario de finales de 2020 y principios de 2021 porque la escalada en enero de 2020 era inevitable. Una respuesta tibia por parte de Irán habría sido demoledora para su gobierno ante la evidencia del reconocimiento y del grado de relevancia del perfil.
Pero no todo es favorable para Irán. En enero de 2020 el ataque tuvo lugar en Irak, concretamente en un bombardeo sobre el Aeropuerto Internacional de Bagdad. El incidente, dentro de la gravedad, ocurrió en el extranjero, en un país como Irak, donde las milicias y la multitud de conflictos entre sectores de poder podrían dar una imagen de reducido control desde el gobierno central. Sin embargo, el científico Fakhrizadeh, que es más que un científico, ha sido asesinado en el corazón de Irán. No en el extranjero. Sino en las inmediaciones de Teherán. Esto contrapesa el factor anterior y mete mucha más presión a Irán para responder con una política exterior más asertiva porque no hacerlo podría dar la sensación de falta de seguridad interna y las consecuencias de ello recaen directamente sobre las autoridades. En parte, la gravedad de que esto suceda dentro de Irán, implica que si alguien hubiera reivindicado el ataque, la respuesta podría haber vuelto a resultar inevitable.
Por último cabe destacar el cambio del escenario internacional. Irán no ha ejercido una política más agresiva en 2020 que en 2019. Las medidas militares y diplomáticas dirigidas por Estados Unidos en 2020 contra Irán han respondido a una serie de objetivos muy dirigidos, como es la promoción de la criminalización de Hezbollah como “organización terrorista” en los múltiples acuerdos que Trump ha buscado, como entre Serbia y Kosovo. La retórica contra los hutíes yemeníes, también muy cercanos a Irán, ha crecido y amenaza con seguir el mismo camino. Pero precisamente uno de los momentos más decisivos para motivar los ataques es el incremento de la potencia iraní en la Península Arábiga con los sucesos coronados con el ataque sobre Abqaiq en 2019 –afectando gravemente a la capacidad petrolera de la empresa estatal saudí Aramco-. Pero durante 2020 no ha habido tal escalada proxy por parte de Irán y por tanto no se pueden contextualizar las acciones contra Irán en ningún contrapeso regional, más allá de la provocación de una nueva escalada.
Carrera contra el tiempo
Irán tiene capacidad para aprovechar este impasse en el control que se ejerce sobre su desarrollo nuclear pero no hay que entender esta carrera contra el tiempo como favorable a estos intereses nucleares sino profundizar en otros aspectos. El primero de ellos es la relación entre Israel y Estados Unidos, clásicamente siempre positiva pero con una clara mayor sintonía por el Partido Republicano en general y por Donald Trump en particular. El presidente estadounidense había sido uno de los mayores valedores para la causa israelí en Oriente Medio al aplastar los anhelos de mediación palestina con el Acuerdo del Siglo, el reconocimiento de Jerusalén como capital, la campaña internacional para el apoyo y reconocimiento de Israel –y Jerusalén- y el reconocimiento de los Altos del Golán sirios como parte soberana de Israel. Decisiones de primer nivel indudablemente.
A pesar de que una administración encabezada por Joe Biden trataría de rebajar el tono sobre Irán y apaciguar su influencia en Oriente Medio, sobre todo en el contexto de una retirada de Estados Unidos de la región, Israel ve posibilidades de mantener ese foco de máxima presión contra Irán gobierne quien gobierne la Casa Blanca si logra hacer descarrilar a los líderes persas durante este periodo transitorio. Por lo tanto, más allá de que Joe Biden pueda firmar un acuerdo nuclear nuevo o volver al JCPOA de 2015, es Israel quien tiene prisa por lograr una escalada con Irán que impida a ojos internacionales un apaciguamiento demócrata. Es Israel quien se encuentra en una carrera contra el tiempo para desquiciar a Teherán. A Irán le conviene la moderación hasta las elecciones presidenciales.
La mejor muestra es que durante toda la semana anterior al atentado contra Mohsen Fakhrizadeh se ha podido atisbar todo tipo de rumorología que apuntaba a la posibilidad de un suceso de estas características y una posible connivencia entre la Administración Trump e Israel con algún tipo de acción contra el programa nuclear iraní. A pesar de ello, los objetivos parecían ser infraestructuras materiales y no tanto recursos personales, y en cualquier caso el Mossad no ha reivindicado el ataque, por lo que Israel no es oficialmente parte implicada. El Mossad ya ha sido responsable del asesinato de varios científicos iraníes previamente. Sin embargo, Donald Trump mostró indirectamente su opinión al compartir en Twitter un comentario acusando al científico de “dirigir un programa militar secreto” y de “estar perseguido por el Mossad durante varios años”. El gobierno de Irán, con el Ministro de Exteriores, Mohammed Yavad Zarif, marcó el camino señalando directamente a Israel como responsable.
La conveniencia para Israel es evidente por la posibilidad de provocar una escalada y así lo consideran países cercanos a Irán como Turquía. El propio presidente Erdogan ha advertido sobre la inconveniencia para Irán de un ataque contra la parte israelí en algunas de las zonas donde tienen presencia como el Cáucaso, especialmente preocupado por su aliado Azerbaiyán. Israel desde el primer momento ha puesto en alerta a sus embajadas y personal diplomático en el extranjero ante las posibles represalias, dado que Irán ha acusado a Israel del ataque, lo cual bebe de asociaciones como la que facilita la hemeroteca de Netanyahu apuntando a Fakhrizadeh en 2018. El propio presidente Hassan Rouhani declaró tras el asesinato que “la nación persa es lo suficientemente sabia como para no caer en la trampa de Israel”. Es importante señalar que, a pesar de la gran relevancia del gobierno en la dirección que tomará el país, es el Líder Supremo, Khamenei, quien tiene en sus manos el mayor peso sobre la política exterior.
Por otro lado, se puede reconocer que Irán no ve este momento geopolítico como una oportunidad para una carrera armamentística por la hegemonía en Oriente Medio. Recordemos que el único país de la región del que se reporta la posesión de armas nucleares es Israel y para encontrar un arsenal oficial en países cercanos habría que mirar hacia Pakistán o a una superpotencia como Rusia. Irán reconoce estas acciones más como una respuesta a la agresión estadounidense porque a su aliado israelí le conviene la política de máxima presión. El gobierno de Hassan Rouhani es uno de los partidarios más fuertes de la recuperación del acuerdo nuclear con Estados Unidos que, precisamente, caparía su capacidad desarrollista en este aspecto.
Además, Irán está aprovechando esta retirada unilateral estadounidense del acuerdo para presionar a los otros países firmantes del JCPOA –Rusia, China, Francia, Reino Unido y Alemania- para que reconozcan su compromiso con el mismo o lo darán por roto. Porque el refuerzo de los otros países occidentales sobre lo firmado con Irán implicaría un choque con las sanciones estadounidenses para las compañías que mantuvieran operaciones con Irán, especialmente con el corte sobre el sistema SWIFT de pagos internacional.
Irán, epicentro regional
Irán mantiene una creciente importancia geopolítica a la ya de por sí extensa red de alianzas con países en el eje religioso, étnico y cultural, así como con algunos elementos calificados de proxy. Esta red de influencias como potencia regional es muy potente, pero hay que añadir el factor diplomático al militar. Irán no está aislado porque además su hostilidad con Israel y las monarquías del Golfo Pérsico se ha visto resquebrajada por los choques internos en el bloque suní como se percibe en su mejoría de relaciones con Catar.
El papel de Irán ya estaba en alza desde la Guerra de Siria gracias a su puesto negociador con Rusia y Turquía en el formato de Astaná, que le permitió volver a tener un papel muy relevante en las dinámicas de la región al poder decidir parte de los movimientos que sucedían en Siria. Además, en 2020 se han incrementado las relaciones con Turquía de manera muy ventajosa para Irán por esa confluencia de intereses en la cuestión kurda, con sus operaciones en el Kurdistán iraquí para evitar que se consolide la existencia de un Estado kurdo independiente.
Precisamente la región del Kurdistán iraní, que es la más occidental geográficamente, se ha visto revalorizada en 2020 gracias a la gestión que Irán ha realizado con su apoyo a Azerbaiyán en la II Guerra de Nagorno-Karabaj. La comunidad azerí en Irán, solapada parcialmente con el área del Kurdistán iraní, realizó varias protestas durante dicha guerra. Así la postura iraní con respecto a Nagorno-Karabaj, que fue de respeto y reconocimiento de la “integridad territorial de Azerbaiyán”, ha potenciado sus relaciones con Azerbaiyán, desdibujando en la práctica sus posibles vínculos con Armenia. Y con ello, Irán ha fortificado diplomáticamente su apoyo a Turquía en otras áreas como Libia.
Una de las claves de los retos a los que se enfrentará la nueva administración iraní tras las elecciones de 2021 responde a los Acuerdos de Abraham por la normalización de relaciones entre Israel y los países árabes –con los que ya se demostró la colusión en intereses durante los primeros coletazos de la Guerra de Siria- como Emiratos Árabes y Bahréin, a los que se suma la normalización de relaciones con Marruecos. El caso de Sudán es especial al encontrarse inmerso en una transición con unas nuevas élites de perfil militar pro-emiratí que han abierto el país a Israel en mitad de un debate interno por las perspectivas. Irán, en este escenario, se ha mostrado en el bloque más fervientemente defensor de la causa palestina.
Turquía y sus aliados han visto sus posturas cada día más cercanas a las iraníes, sobre todo por la causa kurda. Emiratos Árabes formaba parte de ese grupo de monarquías del Golfo que enfrentaban a Irán en el momento de mayor confluencia regional anti-iraní, previo al JCPOA. Sin embargo, la ruptura con Catar primero, que empujó a los cataríes a los brazos turcos e iraníes, y el desvío de intereses con Arabia Saudí después, con un cambio de visión estratégica menos agresivo y que se ha ejemplificado en Yemen; ha llevado a Emiratos Árabes a ser el principal contrapeso a Irán y, sobre todo, a Turquía en la región. Incluso se ha producido la firma de acuerdos en cooperación militar entre Emiratos Árabes y Grecia en noviembre de 2020 por este nuevo frentismo anti-turco. Irán representa ese republicanismo islámico sostenido por procesos democráticos que defiende la corriente dominante en este momento en Turquía, aunque las dinámicas políticas trascienden este concepto teórico.
La relevancia para Irán de esta ruptura se encuentra en que Arabia Saudí ha acercado posturas con Catar en diciembre de 2020, durante las negociaciones en Kuwait para acabar con la crisis catarí, de cuya resolución Emiratos Árabes quedaría fuera. Por otra parte, Estados Unidos ha presionado fuertemente a Arabia Saudí para que se una al grupo de países que establezca relaciones diplomáticas con Israel, ya que funcionaría como acicate regional para otros muchos países menores. La respuesta saudí ha sido mantenida durante meses con cierta dureza sobre su negativa a reconocer Israel mientras no se garantice la existencia de un Estado palestino, aunque ha mostrado predisposición a un aperturismo económico y su disposición a que Israel sea un actor importante en el futuro de la región. La cuestión aleja a Arabia y sus aliados de Emiratos Árabes, pero la resolución de la crisis de Catar es una gran oportunidad para Irán. No para neutralizar a Arabia Saudí, que seguirá siendo rival, sino para neutralizar la gran hostilidad vivida en el pasado. Más posibilidades habría aún para Irán si Arabia Saudí terminara de decidir sobre una salida de Yemen, aunque en 2020 los choques se han vivido también entre las fuerzas pro-saudíes y las pro-emiratíes.
La situación de Arabia Saudí está en el aire, pero es un escenario al que tendrá que hacer frente el nuevo gobierno de Irán. Oriente Medio vive en un conflicto constante pero Donald Trump no ha ayudado a calmar las aguas ya que sus retiradas han sido desordenadas y su mayor presión a Irán sigue los intereses israelíes. Israel seguirá siendo el gran actor de la región que no quiere ese pivote tan fuerte de Estados Unidos hacia Asia-Pacífico porque tiene intereses en que alguien confronte a Irán. Sin Estados Unidos en la región, Irán puede desplegar mejor sus capacidades en Oriente Medio.
El juego por la influencia en Irak
Irak es uno de los países clave en toda la dinámica regional pro-iraní o anti-iraní. Este eje está opacado actualmente por otras batallas intra-suníes o por la hegemonía regional en diversos focos bélicos, con alianzas variopintas. Pero Irak, que se había visto parcialmente subsumida en la Guerra de Siria por la presencia de ISIS, vive un desbordamiento de seguridad por parte de las milicias calificadas de “pro-iraníes” pero que superan esa categoría y representan más un vacío de poder regional, con cercanía a Irán pero escapando de su control.
El movimiento de milicias iraquíes es genuino y local en gran parte. Sin embargo, Irán ha fortalecido con su influencia la respuesta iraquí contra Estados Unidos. Y la salida de Estados Unidos creó un agujero en Siria que permitió un resurgimiento de los choques sirios, turcos y kurdo-sirios. Ese vacío en Irak, catalizado con los bombardeos estadounidenses que asesinaron a Qasem Soleimani, ha encendido a las mencionadas milicias contra los diplomáticos occidentales, especialmente en la Zona Verde de Bagdad.
La salida estadounidense de Irak también ha sido acelerada por Donald Trump, como en Afganistán y Somalia, pudiendo favorecer que Irak e Irán dispongan de una cercanía que, históricamente, no han tenido en las últimas décadas. La influencia regional sobre Irak entraría en juego. Veremos de qué manera podría llegar a afectar a la política iraní.
El futuro político de Irán
Parte de la relevancia del caso de Fakhrizadeh reside también en que no es el primer científico del programa nuclear iraní que es asesinado, muchos por parte del Mossad israelí, como se ha mencionado. Las tensiones con Israel se han agudizado, y así se les ha acusado desde Irán. Por su parte, dentro de esa salida de Oriente Medio que está realizando Estados Unidos, Donald Trump no terminaba de cerrar el proceso que sí está realizando en otros países por la conveniencia puntual de una presión mayor sobre Irán. La salida de Siria, Irak o Afganistán –con potenciales vacíos interesantes- permite a Estados Unidos continuar pivotando hacia Asia, pero la concentración de beligerancia sobre Irán –especialmente durante la presencia de John Bolton en la Administración Trump como consejero de Seguridad Nacional-, si no fueran para dejar en una posición más complicada a una futura Administración Biden, servirían para desgastar internamente a la línea moderada iraní que termina su mandato en 2021.
La línea política dirigida por el presidente iraní, Hassan Rouhaní, representaba unas líneas moderadas favorables a la negociación y normalización de relaciones con Occidente para evitar las sanciones. Pero existen diversas cuestiones, como las comentadas previamente sobre Israel, Irak, Estados Unidos y las guerras proxies en Siria y Yemen, que hace que los candidatos más agresivos –los llamados principalistas- ganen peso en la carrera electoral.
De hecho, la línea principalista ha movido sus fichas en noviembre y diciembre de 2020 para proponer una política exterior más dura, aprovechando la agresividad del marco en el que se ha visto inmerso Irán. El Parlamento aprobó en primera votación el “Plan de Acción Estratégica para el Levantamiento de las Sanciones y la Protección de los Intereses de la Nación Iraní” que buscaba reducir aún más los compromisos de Irán con el JCPOA, dada la salida en la práctica de Occidente del acuerdo, hasta situar sus obligaciones en los niveles del Tratado de No Proliferación nuclear –incrementando los niveles de uranio altamente enriquecido-. Y si los firmantes del JCPOA no se comprometen a retomar el cumplimiento del acuerdo, Irán abandonaría el protocolo adicional del Tratado de No Proliferación nuclear definitivamente. Por un lado esta legislación supondría un órdago consistente para obligar al nuevo orden occidental de Biden y la Europa post-Brexit a desandar todo el camino recorrido tras cuatro años de Administración Trump o atenerse a una política mucho más desarrollista de la industria militar y nuclear iraní. Por otro lado, la línea principalista se valdría de esta propuesta para marcar la vía que el país podría seguir en su reorganización estratégica, preparando el terreno para el nuevo periodo presidencial que se abre en 2021.
La tendencia política hace pensar que quien ocupe el gobierno de Irán tras las elecciones de 2021, ya que Hassan Rouhani no puede presentarse al haber cumplido sus dos mandatos presidenciales, será una persona con un perfil más duro. Además deberá recoger los retos en política exterior comentados anteriormente sobre las perspectivas del país por lograr la influencia como potencia regional. Un perfil ligado a las relaciones exteriores sería considerable en consonancia con la línea que permita el Líder Supremo Khamenei. Por lo tanto la línea continuista no parece viable sin Rouhani, ya sea más o menos moderado quien le suceda. Tampoco parece realista que logre recuperar el gobierno una figura del entorno del expresidente Mahmud Ahmadineyad –o él mismo- por las limitaciones de sus candidaturas, apostando por perfiles duros pero no tan abiertamente rupturistas.
De hecho, según las respuestas que ha dado y tendrá que seguir dando Irán a los retos geopolíticos, ya que afectan directamente a la situación interna del país, se verá si el país decide ampliar su asertividad en Oriente Medio y demostrar ante la región que se defienden los intereses de la Revolución Islámica.
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