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Egipto: ¿El pueblo quiere la caída del régimen (de nuevo)?

Carles Grau Sivera | El Cairo

La noche del día 20 de setiembre fue de las que se creía que no volverían a verse en Egipto. Fue un viernes inesperado. Desde El Cairo, Suez, Alejandría, Damieta o Mansoura, centenares de ciudadanos salieron a las calles para lanzar los mismos mensajes que utilizaron para derrocar al expresidente egipcio Hosni Mubarak durante la revolución de 2011. En la capital, el escenario fue el mismo que entonces: la icónica plaza Tahrir (Liberación, en árabe) y sus alrededores. Las consignas que se escucharon, como “El pueblo quiere la caída del régimen”, se reciclaron y cambiaron el nombre de Mubarak por el del ex mariscal y actual presidente del país, Abdelfattah Al Sisi: “Vete, Sisi”, “Fuera, fuera”, coreaban los pocos jóvenes que se atrevieron a expresar pacíficamente su frustración y descontento con el gobierno. Pero la libertad de expresión en Egipto tiene precio y, hasta el momento, ya son casi 2.000 las personas arrestadas a raíz de los acontecimientos de la noche del viernes, según el Centro Egipcio para los Derechos Sociales y Económicos.

Las inusitadas protestas no se caracterizaron por el gran número de manifestantes. Al contrario, las protestas fueron poco concurridas. Lo más llamativo fue que los pocos que se atrevieron a dar la cara y a gritar eran muy jóvenes, pertenecientes a una generación posterior a la de 2011. Una generación con referentes. 

Número de arrestos en las últimas protestas y localización
Número de arrestos en las últimas protestas y localización

Sobre las 20 horas, unos pocos grupos de no más de diez jóvenes se esparcieron por las esquinas de las principales arterias del centro de El Cairo. Llamaban a la gente e intentaban aglutinar a decenas de personas para poder desfilar por las calles en pequeños grupos. La lógica detrás de la atomización de la protesta era dificultar la actuación de la policía. En El Cairo, hasta las dos de la madrugada, los carteles de Al Sisi, que inundan el país, fueron descolgados, pisoteados y rasgados. Mientras, el ‘rais’ volaba hacia Nueva York para atender a la 74 Asamblea General de las Naciones Unidas. 

La tensión no tardó en palparse en el centro de la capital, y pronto sonaron las sirenas y las ruedas de camiones blindados; empezaron las persecuciones policiales, los arrestos, los gases lacrimógenos y los disparos de balas de goma. 

Estas protestas se produjeron de manera casi simultánea en diferentes ciudades y se alargaron hasta altas horas de la madrugada, como es el caso de Suez, la única ciudad en todo Egipto que se atrevió a repetir la hazaña a la noche siguiente. 

La llamada a pedir la caída del régimen había tenido éxito. Los egipcios respondieron a una convocatoria que se produjo a principios de septiembre desde Barcelona, donde se encuentra en su autoexilio Mohamed Ali, un actor y contratista egipcio que se la tiene jurada al régimen y a su caudillo. Un hombre que alentó a su pueblo a rebelarse, pero para sus propios intereses.

Los secretos de Mohamed Alí

Hijo de un culturista cairota, actor, modelo, contratista, amante de los ferraris y de origen “humilde”, como él mismo dice, Mohamed Ali ha llevado una vida de lujo tras trabajar durante los últimos 15 años en el sector de la construcción en Egipto, un ámbito monopolizado por los militares. 

El actor y contratista egipcio Mohamed Alí
El actor y contratista egipcio Mohamed Alí

El pasado día 2 de septiembre, desde su residencia en Barcelona -donde tiene negocios y vive con su familia-, Ali empezó a colgar vídeos en redes sociales en los que acusaba al gobierno egipcio de corruptelas extravagantes y pedía a sus conciudadanos protestar contra el presidente Al Sisi. 

El Estado le debe dinero y Mohamed Ali no guarda secretos gratis. 

El contratista era dueño de la constructora Amlaak, que cooperó con la el Ejército para llevar a cabo los megaproyectos que tanto fascinan al ‘rais’ de Egipto: residencias y palacios en Alejandría, Al Alamein, o el barrio de Hilmiya de la capital. Todo esto, denuncia en sus vídeos, era para los oficiales de las fuerzas armadas, incluído el propio Al Sisi. Y corría a cargo del erario público. 

Ali quiere su dinero, exactamente 220 millones de libras egipcias (unos 12,4 millones de euros) que supuestamente el estado egipcio le debe por sus servicios en proyectos de construcción. Y el impago ha supuesto el fin de su silencio. El contratista convirtió su lucha personal en un asunto público y sacó a la luz los gastos descomunales que él mismo atestiguó. Lo relata en un vídeo titulado “Exponiendo la corrupción entre la cúpula militar y el Jefe de Estado de Egipto”.

Tras estas revelaciones, Ali pidió al ministro de Defensa egipcio, Mohamed Zaki, que arrestara a Al Sisi y aseguró que había recibido apoyo de militares y policías. Los secretos de Ali desencadenaron una oleada de vídeos y reacciones de -supuestamente- altos cargos militares, que aparecen ante la cámara enmascarados para preservar su anonimato; también de activistas como Wael Ghonim, uno de los rostros de la revolución de 2011. 

Desde Barcelona, alentó a sus conciudadanos a protestar contra el régimen el dia 20 de septiembre a las 20 horas, la misma hora en la que se disputaba el clásico egipcio del fútbol, que enfrentaba al Al Ahly y al Zamalek. Ambos se enfrentaban en la supercopa egipcia, lo que significaba que las calles estarían repletas de hinchas. Tras la llamada de Ali, la Federación Egipcia de Fútbol entró en pánico y decidió adelantar una hora el partido. Al mismo tiempo, los antidisturbios aguardaban en los lugares más concurridos de la capital, a la espera de lo que pudiera ocurrir al término del encuentro. 

Después de las protestas del pasado viernes y tras convocar una nueva tanda de manifestaciones contra Al Sisi el próximo viernes, Mohamed Ali teme por su propia vida y hace responsable a Pedro Sánchez de su seguridad. 

“Mi cuello depende de las autoridades españolas”, dijo Ali en un vídeo publicado en su cuenta de Twitter

Al Sisi responde

Ali dijo en otro de sus vídeos que altos cargos del Ejército contrataron sus servicios para construir un palacio presidencial en Alejandría para que la familia de Al Sisi pudiera pasar sus vacaciones de Eid (fiesta posterior al mes sagrado musulmán de Ramadán). El coste: 250 millones de libras egipcias (unos 14 millones de euros).

Aprovechando un foro para la juventud en Egipto, Al Sisi desestimó los consejos de sus asesores -como él mismo aseguró- y le dedicó unas palabras a Mohamed Ali que resonaron por todo el país.

“Sí, he construido palacios presidenciales, y voy a continuar haciéndolo. Estoy creando un nuevo estado; nada está registrado a mi nombre, está construido para Egipto”, dijo Al Sisi, dando validez a las afirmaciones de su enemigo público. 

Palacios que se levantan entre la miseria

Al Sisi reconoció que está utilizando los fondos públicos para construir palacios. Sean para Egipto o no, la realidad es que casi un tercio de la población egipcia vive bajo el umbral de pobreza, con solamente 736 libras egipcias mensuales (41 euros), según el último estudio publicado este año por la agencia de estadísticas estatal CAPMAS. 

Es más, el porcentaje de la población que vive en la pobreza ha aumentado en un 5% de 2015 a 2018. Según las cifras del Banco Mundial, el 60% de los egipcios, un país compuesto por 100 millones de almas, es pobre.

Carteles del presidente Abdel Fattah al-Sisi expuestos durante el referéndum de la reforma constitucional
 Mohamed al-Shahed / AFP / GETTY
Carteles del presidente Abdel Fattah al-Sisi expuestos durante el referéndum de la reforma constitucional
Mohamed al-Shahed / AFP / GETTY

Además, este último año los subsidios para la gasolina, el gas o la electricidad se han levantado. 

Para más inri, el pasado abril Al Sisi impulsó una reforma constitucional para otorgar más poderes a las fuerzas armadas, controlar el poder judicial y alargar su propio mandato hasta 2030. Estas enmiendas constitucionales se votaron en un referéndum por el que no se hizo campaña por el No, y en el que ganó el Sí a la reforma con un 88,8% de los votos (participación: 44,3%). La victoria de Al Sisi en el referéndum aniquiló las pocas esperanzas de una transición democrática en el país.

Egipto estaba hirviendo, pero no acababa de explotar. Las protestas del pasado viernes no fueron muy concurridas, pero sí muy importantes.

Protestar en la cuna de la civilización

Egipto lleva años oficialmente en estado de emergencia. Sus ciudadanos no salían a protestar desde 2016, cuando alrededor de 2.000 personas en la capital y Alejandría se manifestaron en contra de la decisión de Al Sisi de ceder el control de dos islas del Mar Rojo a Arabia Saudí. Una decisión de la que los egipcios aún no se han olvidado. Muchos de ellos califican al ex mariscal de ‘traidor’ y le acusan de ‘vender el país’. Los antidisturbios fueron los encargados de acallar a la población, que no aunó el coraje suficiente para volver a tomar las calles hasta la semana pasada. 

Manifestarse en el país de las pirámides no te garantiza, ni mucho menos, la integridad física. En 2013, tras el golpe de estado encabezado por Al Sisi que depuso a Mohamed Mursi, el por entonces mariscal quiso dejar claro que era implacable. Tras el golpe, miles de simpatizantes de Mursi, el primer y único presidente electo democráticamente en Egipto, se congregaron en la plaza Raba’a Al Adawiya. El resultado: alrededor de un millar de muertos a manos de las fuerzas de seguridad, según denuncian organizaciones de derechos humanos. 

Manifestantes protestan contra el presidente egipcio Abdel Fattah al-Sisi frente a la sede de la ONU en la ciudad de Nueva York. Crédito de la foto: Reuters
Manifestantes protestan contra el presidente egipcio Abdel Fattah al-Sisi frente a la sede de la ONU en la ciudad de Nueva York. Crédito de la foto: Reuters

A partir de entonces, se creó la ley de protestas, que establece que los ciudadanos egipcios tienen derecho a manifestarse, pero deben notificar a la policía tres días antes, como mínimo. No obstante, el artículo 10 de dicha ley otorga a las fuerzas de seguridad poder total y absoluto para cancelar o posponer la manifestación, cambiar la ubicación o modificar la actividad.

Al Sisi dejó claro cómo se trata a los disidentes y, actualmente, se calcula que el país ha encarcelado a más de 60.000 presos políticos desde que el ex mariscal llegó al poder. 

Los egipcios viven entre la ira y el miedo, alimentado por un lustro cargado de una represión aplastante. Pero ahora, Mohamed Ali ha abierto la caja de pandora y parece que la barricada egipcia se vuelve a levantar. 

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