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Bolsonaro, tocado pero no hundido

Por Néstor Prieto

Jair Bolsonaro afronta los días más complicados de su mandato desde que asumió la presidencia de Brasil en enero de 2019. A la crisis generada por el COVID-19, que le ha debilitado notablemente, se suma el terremoto político de la dimisión de Sergio Moro.

Crisis sanitaria y política

La gestión de la “gripecilla”, como denominó al COVID-19, enfrentó al mandatario no solo con expertos y oposición, sino también con gobernadores y otros grupos afines, “¿Va a morir gente por el virus? Sí, va a morir. Pero ahora no podemos crear este clima de histeria. Perjudica a la economía”. En estos términos Bolsonaro mostró su rechazo a las medidas de confinamiento, que calificó como “absurdas”. Pese a ello, Congreso, Senado, Gobernadores, Municipios e incluso su Ministro de Sanidad desoyeron la línea del presidente y aplicaron medidas restrictivas.

Bolsonaro con mascarilla durante una rueda de prensa

De facto, pese a que Bolsonaro negaba esa línea de actuación el conjunto de las instituciones del Estado las aplicaba de forma paralela; incluso la propia Justicia obligó a retirar la campaña “Brasil no puede parar”. La erosión del poder del presidente se hizo patente y llegó al seno del gobierno, donde Bolsonaro y el Ministro de Sanidad, Luiz Henrique Mandetta, protagonizaron un pulso político que se saldó con la destitución de este último el 16 de abril.

Para ampliar: La gestión del COVID-19 en Brasil

Desde entonces, con la misma virulencia con la que Bolsonaro ha sufrido ataques de intelectuales, científicos y oposición (pidiendo su dimisión incluso su expartido) por su estrategia ante la pandemia, el presidente ha alentado la movilización social contra el aislamiento y las instituciones que lo ejecutan. Una jugada arriesgada que ha unido a sectores de la oposición y antiguos aliados del presidente en la crítica a una gestión “irresponsable” y con derivas “dictatoriales” por su crítica al resto de poderes del Estado. En total 20 de los 27 gobernadores han firmado una “Carta abierta en defensa de la democracia” por los ataques que Bolsonaro y manifestantes vierten sobre los presidentes del Congreso y Senado, cámaras que han aprobado nuevas medidas de distanciamiento social y protección económica.

Moro abandona el ministerio por falta de autonomía

La delicada situación del presidente se agravó con la dimisión el viernes 24 de abril de Sergio Moro, pilar clave en el ejecutivo brasileño.

Juez anticorrupción y principal instructor del caso Lava Jato, la macro-operación anticorrupción que terminó encarcelando a Lula da Silva, se convirtió en “superministro” concentrando en sus manos las funciones de los antiguos Ministerios de Justicia, Trabajo y Seguridad Pública. Pero más allá de su amplio abanico competencial, el exministro representaba la “lucha contra la corrupción” que enarboló Bolsonaro en su campaña electoral. Junto con la violencia, un factor clave para su victoria sobre el PT, que ahora queda sensiblemente dañado.

Para ampliar: Claves para entender la victoria de Bolsonaro

Sergio Moro se despide tras la rueda de prensa donde anuncia su dimisión

La ruptura entre ambos se debe a la decisión de Bolsonaro de cambiar a cargos de la cúpula policial y judicial por miembros más afines. La destitución de Mauricio Valeixo al frente de la Policía Federal fue el detonante definitivo.

En rueda de prensa tras su dimisión, Sergio Moro acusó a Bolsonaro de intentar “interferir” en algunas investigaciones, algo que ni siquiera los rojos del PT, como se les denomina despectivamente, habían hecho. “¿Se imaginan si, durante [la operación] Lava Jato, la entonces presidenta Dilma y el expresidente Luiz [Lula] hubieran llamado a las autoridades para obtener información?”, dijo Moro. Quien justificó su decisión en el respeto a la división de poderes y su independencia, “no tengo cómo mantener los compromisos que asumí, sin condiciones de trabajo, sin tener cómo preservar la autonomía de la Policía”.

No se hizo esperar la respuesta del presidente, quien escoltado por 19 de sus 21 ministros, negó haber interferido en el trabajo de la Policía Federal, aunque sí admitió estar buscando “un interlocutor” con el que poder conocer los detalles de algunas investigaciones. “Quiero un comisario con el que pueda interactuar. ¿Por qué no?”. Declaraciones que desataron una cascada de críticas de todo el espectro político; los expresidentes Lula y Cardoso, el Colegio de Abogados de Brasil y antiguos alcaldes y gobernadores que le apoyaron en campaña pidieron que abandone la presidencia.

Las declaraciones de Moro han permitido al fiscal general de Brasil, Augusto Aras, solicitar a la Corte Suprema la apertura de una investigación contra Bolsonaro para averiguar si el mandatario cometió delitos de falsedad ideológica, coacción, prevaricación u obstrucción a la Justicia, entre otros.

Desde que asumió la presidencia se han registrado 24 peticiones de dimisión, pero por el momento ninguna de ellas prosperará. Lo largo y tortuoso del proceso de impeachment y la necesidad de mayorías sólidas en las cámaras aleja la posibilidad de un juicio político, al menos por el momento.

Pese a todo, no parece cercana la salida de Bolsonaro, quien se mantiene con una aprobación de alrededor de 30 puntos y mantiene intactos sus apoyos de importantes sectores de la todopoderosa iglesia evangélica brasileña y terratenientes. En total, el presidente cuenta con un voto anclado de entorno al 20% según distintos estudios. Una base de votantes sólida y altamente “fanatizados” que no dudaría en movilizar si fuese necesario.

En el Congreso, tras la pérdida de apoyos de varios miembros, Bolsonaro ha emprendido una política de alianzas con los diputados del denominado Centrão, partidos y agrupaciones sin ideología específica que buscan cercanía con el gobierno, habiendo sido apoyo bisagra para ejecutivos de distinto color. Lo que le asegura por ahora, aunque con pocas garantías de estabilidad, una mayoría con la que rechazar parte de los envites de la oposición.

Bolsonaro se encuentra aislado y herido, pero con capacidad de aguante a corto y medio plazo salvo que se profundice la crisis en su núcleo duro, que ya ha intervenido en varias ocasiones para rebajar el incendiario tono del mandatario. La nefasta gestión del COVID-19 y la capacidad de aglutinar un frente “anti-Bolsonaro” son los grandes filones de la oposición para acabar con el presidente. A fin de cuentas, será la propia gestión de Bolsonaro la que dará munición a sus detractores o le permitirá continuar (al menos hasta el fin del mandato) en la presidencia.  

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