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Bolivia vs Venezuela. Éxito y fracaso de la derecha hispanoamericana

Si algo me caracteriza como buen aragonés y habitante de un pequeño pueblo a los píes del Pirineo, es ser extremadamente cabezón. Durante el último lustro he defendido a capa y espada que la oposición venezolana, tanto la rupturista como la que no, cometía un error garrafal al renunciar a presentarse a las elecciones.

Dicha tesis parece haber sido confirmada por lo acontecido este año en Bolivia y en la propia Venezuela, por no hablar de ciertos antecedentes ya históricos como la Serbia de hace dos décadas o el Chile de hace tres. En el primero, la oposición se presentó a las elecciones y, tras salir los resultados desfavorables, no los reconoció y estalló una huelga general con masivas manifestaciones que terminarán derribando al gobierno de Milosevic al abandonarle las fuerzas armadas. En el caso chileno, la oposición, tras fracasar los intentos de derribar a la dictadura militar de Pinochet mediante la violencia por parte del Partido Comunista (Frente Patriótico Manuel Rodríguez) y comprobar que la violencia y la agitación simplemente reforzaban el relato de la dictadura, se presentó al plebiscito convocado por Pinochet levantando el NO a la continuidad del dictador, siendo el principio del cambio político.

Cada vez que formulo esta teoría para el caso venezolano, es vista con cierta simpatía desde los círculos pro-chavistas, ya que consideran que es una forma autolegitimarse tachando a la oposición anti-democrática, a la vez que les da la oportunidad de gobernar (lo que queda en ruinas) con cierta tranquilidad y mayorías sólidas por incomparecencia del adversario. No ha despertado el mismo cariño en la mayor parte de los opositores, que consideran que, ante un Consejo Nacional Electoral y un sistema controlados por el gobierno, no solo es inútil presentarse, sino un tremendo error que legitima la Asamblea Nacional Constituyente. Este dilema no es nuevo, de hecho, en los dos casos expuestos anteriormente fue objeto de intensa controversia.

Este 2019, en Bolivia, el presidente Evo Morales perdió un referéndum para ser reelegido, pero que logró presentarse a las presidenciales gracias al que la justicia consideró que tenía derecho. En las elecciones, tuvo enfrente a una oposición unida y fuerte. Los opositores lograron movilizarse, crear una alternativa de país y, cuando hubo un atisbo de duda sobre la limpieza de las elecciones cuyos resultados les eran negativos, arrollar al gobierno de forma imparable y rápida con el apoyo total de la policía y las fuerzas armadas.

Ciertamente no es en absoluto extrapolable la situación boliviana (menos las anteriores) con la venezolana. Principalmente porque el chavismo siempre ha dado un papel privilegiado a las fuerzas armadas y, salvo excepciones de bajo y medio rango, esta se mantiene leal. Sin embargo, de los casos anteriores, si que lanzo al aire las siguientes preguntas: ¿qué perdía la oposición presentando a un candidato, un proyecto y movilizando a su gente en una alternativa?, ¿qué ha ganado en este choque callejero, estudiantil, intentos ridículos de golpe militar y la creación de una presidencia de paja? Soy de la firme opinión que en la primera de las opciones pudieron haber desbancado a un chavismo acorralado por la crisis socioeconómica. Así lograron con la punta de los dedos de Capriles el palacio de Miraflores en 2012 y 2013, controlar buena parte de las alcaldías y estados y hacerse con la Asamblea Nacional en 2015. Es más, tras generar un proyecto, una ilusión de cambio y un impulso social en positivo, ¿quién sabe lo que hubiera podido pasar si los rumores de fraude se hubieran extendido en una noche electoral o sí simplemente los resultados hubieran sido positivos?

Sin embargo, a día de hoy, fracasadas las estrategias rupturistas en las que siguen encallados, el resultado ha sido: sacudir el árbol de las fuerzas armadas, limpiándolo de frutas opositoras en intentonas sin sentido que parecen autopurgas; se ha agravado la situación económica del país mediante sanciones y disturbios; se ha dilapidado a los siempre voluntariosos estudiantes frente a cualquier gobierno; ha implosionado, de nuevo, la constelación de partidos opositores entre el miedo a ser tachado de traidor… En resumen, se ha abandonado la realidad y construcción de una alternativa en favor de una rebelión ideal o una intervención salvadora del Gran Vecino del Norte, de sueños y delirios. Todo ello, mientras unos se quedan de forma precaria y buena parte de la población, especialmente sectores desafectos con el gobierno, emigran.

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