Hace tan solo una semana, Juan Guaidó se juramentó como presidente interino de Venezuela: “Ante Dios Todopoderoso juro asumir formalmente las competencias del Ejecutivo nacional como el presidente encargado de Venezuela”.
La opositora Asamblea Nacional ha declarado a Nicolás Maduro “usurpador”, llamando al pueblo, a las fuerzas armadas y a la Comunidad Internacional en su socorro. La convocatoria del 23 de enero, sirvió como una prueba de fuego que mostró su capacidad de movilización.
Posteriormente, tanto EEUU como la OEA (Organización de Estados Americanos) reconocieron a Guaidó como presidente interino de Venezuela.
Sin embargo, el Tribunal Supremo de Justicia ha declarado nulo el nombramiento de la Asamblea Nacional de Gustavo Tarre como representante de Venezuela en la OEA. Además, ha declarado que deja sin efecto a la Asamblea Nacional y todas sus medidas por omisión y usurpación a toda autoridad.
Desde el día de la proclamación de Guaidó como presidente interino se han sucedido numerosos acontecimientos a nivel nacional e internacional. Tanto el gobierno como la oposición han sacado todas sus fuerzas a la calle en el que puede que sea el pulso final para definir el futuro de Venezuela y actores regionales e internacionales se han posicionado a favor de uno u otro bando, dejando claro la existencia de una profunda división global sobre la cuestión venezolana.
Ver más: Venezuela ante el mundo
Sin lugar a dudas esto genera un futuro incierto para el país ¿Qué debemos esperar de Venezuela en el futuro? Buscando una respuesta a esta pregunta, hemos encontrado otras tres que hacerle a nuestros colaboradores:
¿Qué futuro le espera a Nicolás Maduro?
Maduro resiste Por Nestor Prieto
Superada la embestida del 23 de enero la idea de tumbar al gobierno de Nicolás Maduro ha ido evaporándose. La oposición venezolana y EEUU cometen un error si subestiman la fuerza social que representa el chavismo, es innegable que en estos años de crisis estructural parte del apoyo popular se ha quedado en casa o ha pasado a la oposición, pero incluso entonces Nicolás Maduro habría conseguido movilizar casi siete millones de votantes según el Centro Nacional Electoral (CNE) para las presidenciales del 2018. Incluso asumiendo las poco fundadas acusaciones de fraude, es evidente que el chavismo goza de un apoyo que, aunque ha menguado tiene un núcleo duro y sólido difícil de erosionar.
En este contexto, el “desborde de las calles” anunciado por la oposición no es suficiente por sí mismo para acabar con el gobierno de Maduro. No ocurrió en las manifestaciones alentadas por Capriles, ni en las promovidas por la MUD, ni en las guarimbas del 2014 y 2017. Como en el golpe de Estado de 2002 y ahora en 2019, el factor fundamental para echar al chavismo del poder será el reconocimiento internacional, la economía y el ejército. Cómo se conjuguen estos tres factores pueden ser la clave del éxito o el fracaso de Guaidó.
La estrategia de reconocimiento a Guaidó está teniendo efectos agridulces, si bien es cierto que un gran número de países de América y Europa le han reconocido como Presidente, no han sido suficientes para conseguir victorias en organismos como la OEA o la ONU. La supervivencia de Maduro dependerá en buena medida de hasta qué punto Rusia y China estén dispuestas a entrar en escena, el apoyo de otros importantes inversores como Turquía o Sudáfrica sigue firme, por lo que el aislamiento no es ni mucho menos total. Algo que ya analizamos en este artículo.
La técnica escogida por los antichavistas es apostar por el estrangulamiento de la economía venezolana como medida de presión sobre el gobierno y factor movilizador de la ciudadanía y el ejército. Los embargos financieros, las sanciones y los bloqueos bancarios son una amenaza real para Maduro y la economía “de monocultivo”, con una inmensa mayoría de sus ingresos provenientes del petróleo. Las medidas anunciadas van sobre sectores concretos que harían tambalear las exportaciones venezolanas: sanciones a PDVSA y su filial en EEUU que buscarían congelar los ingresos petroleros y que las reservas monetarias sean gestionadas por Juan Guaidó.
Ante este escenario donde uno de los mayores consumidores de crudo amenaza con redirigir los ingresos al “nuevo gobierno”, la salida económica que le queda a Maduro es apostar por reforzar los vínculos con China y Rusia. Una apuesta que no es simple, pero sí posible. Un baño de petróleo a cambio de financiación que sustituyese a las inversiones de los países que no reconocen a Maduro.
Es por esto que el grado de involucración de China, Rusia y en menor medida del resto de aliados será clave. La maltrecha economía venezolana pende de un hilo y agravar la situación, estrategia que persiguen las sanciones, sólo podría ser paliado con la llegada de inversiones en mucho mayor nivel del anunciado.
El factor militar al que apela constantemente Guaidó y la oposición no es casual. Pasado el 23E una de las únicas salidas rápidas de Maduro del poder sería mediante un golpe de Estado que ya contaría con el reconocimiento internacional.
Es evidente que el ejército juega un papel clave en el chavismo. El propio Chávez viene de la institución militar, y ante una extrema polarización donde se han dado técnicas de guerrilla urbana, mantener al ejército leal ha sido siempre uno de los objetivos principales del gobierno.
En los últimos 20 años el ejército ha ido conquistado puestos claves en la administración, ha sido un colectivo bien remunerado y cuidado por el gobierno. Todo ello ha generado una cúpula militar leal en principios y hechos a Nicolás Maduro, no obstante, los militares no son impermeables a la situación, y la oposición trata de tensionar a los mandos intermedios con la amenaza de represalias combinado con un discurso de “no disparar al pueblo” y futura protección a quien les ayude gracias a la “Ley de Amnistía”.
Salvo casos muy puntuales y localizados, la Fuerza Armada se ha mantenido del lado de Maduro y el gobierno actúa rápidamente ante la sospecha de militares golpistas. No obstante, la oposición sigue centrando sus esfuerzos en minar este pilar del chavismo, pero parece difícil que sin un grupo de importante y organizado esta técnica prospere.
Futurologia Por Tomás Purroy
La futurología es siempre un arte incierto e imposible, por lo cual voy a limitarme a comentar una serie de escenarios para actual mandatario en este contexto que perfila una dualidad, con dos gobiernos, muy desiguales, aparentemente condenados a un choque de trenes:
1) Mantenimiento en el poder tras haber logrado acallar a la oposición, ya fuese mediante el paso del tiempo (con o sin diálogo), el exilio (autoimpuesto o forzado) o la prisión. La posición del gobierno de Nicolás Maduro seguiría siendo muy precaria, la comunidad internacional presionaría mucho más al país, siendo todavía más lejana la prometida mejora económica que nunca llega, lo cual a su vez espolearía futuros problemas internos. Dicha debilidad y situación de emergencia podría traducirse en más cambios dentro del gobierno, con la intención de solidificarse en el poder “profundizando en la revolución”.
2) Compromiso con la oposición y la comunidad internacional, celebrando unas nuevas elecciones presidenciales en las cuales se presenten todos los actores. Es la vía que se ha propuesto desde Europa con un ultimátum, más este escenario se rechaza tanto desde las filas gubernamentales como desde la oposición. El chavismo considera que ya ha ganado las presidenciales y que ningún extranjero puede forzarles a renunciar a su mandato. Por su parte, la oposición considera, al igual que el 20 de mayo, que cualquier elección dirigida por el gobierno chavista y el Consejo Nacional Electoral será fraudulenta, y ellos han elegido ya a un “presidente interino”.
En todo caso, de tener lugar y presentarse todos los actores, dado la actual situación, sería muy probable que la oposición venciese si fuese capaz de ir unida y presentar un proyecto. Esto parecía impensable hace unos meses, más la eclosión de la figura de Guaidó parece que ha dado lugar a algo parecido.
3) Insurrección y/o intervención extranjera. De tener eco las palabras de los opositores en los cuarteles y/o de considerar ciertos miembros de la comunidad internacional que la situación merece apoyar más directamente a uno de los bandos, la situación tomaría un cariz muy diferente. Podría ser que uno de los bandos se impusiera rápidamente o que la situación se enquistara en un doloroso conflicto civil de mayor o menor duración.
El gobierno cuenta a día de hoy con la aparente lealtad de las fuerzas armadas, más su gran problema es su aislamiento regional, ya que sus aliados (Rusia, China, Turquía…) están muy alejados geográficamente. La situación de la oposición es exactamente la opuesta.
¿Es posible una intervención militar por parte de Estados Unidos?
Estados Unidos tiene un largo historial de intervenciones militares en Latinoamérica, la existencia de la doctrina Monroe y su máxima “América para los americanos” ha sido una constante en el continente desde hace dos siglos. En un breve repaso histórico encontramos que los últimos ejemplos de una intervención militar directa en las Américas por parte de Estados Unidos son la invasión de Granada durante 1983 o la ocupación de Panamá en 1989, hace ya tres décadas.
Es cierto que durante el periodo de la Guerra Fría fue mucho más habitual financiar golpes de Estado y grupos opositores para el derrocamiento de gobiernos autoritarios y/o de tendencia izquierdista, pero a la hora de analizar si es posible una intervención militar o no, nuestro principal indicador de tensión lo encontraremos en el panorama internacional puesto que los cambios en este podrían llegar a provocar una política mucho más agresiva y directa por parte de Estados Unidos, quien parece encontrarse en mitad de un proceso de realineamiento geopolítico entrando en lo que se denomina la “Great Power Competition” y abandonando la guerra contra el terror que predominó desde los atentados del 11 de Septiembre.
Sin embargo, el reciente nombramiento por parte del Secretario de Estado, Mike Pompeo, de Elliot Abrams como encargado estadounidense para la gestión de los esfuerzos entorno a la crisis venezolana, hacen pensar que la agenda se asemejara más a la histórica Contra nicaragüense o a lo sumo a una intervención al estilo libio, centrada en la supremacía aérea y los bombardeos contra posiciones del gobierno, si estallara un conflicto militar en el país.
No. Por Àngel Marrades.
Es poco probable que Estados Unidos vaya arriesgar a poner botas sobre el país andino, sus particularidades geográficas hacen muy complicada una intervención militar, desde sus selvas, pantanos a zonas montañosas, aunque cercano la logística en este sentido también complicaría el mantenimiento de una fuerza estadounidense sobre un terreno muy propicia a la guerra de guerrillas. Además el fortalecimiento los últimos años de los lazos entre militares y civiles a través de la unidad cívico-militar asegura una amplia defensa de guerrillas tanto en el campo como en la ciudad, lo cual podría levantar muchos dolores de cabeza a un ejército preparado para la guerra moderna y que busca evitar bajas civiles pues precisamente necesita el apoyo de estos. A pesar de que tengamos ejemplos de otras intervenciones de Estados Unidos en la región nunca fue sobre país tan poblado y en el que hubiera que tomar tantos puntos para controlarlo (a diferencia de Haití u Honduras).
Aun en el caso de que Estados Unidos se decidiera por una campaña homologable a la Libia, con ataque aéreos, hay que tener en cuenta las consecuencias en un marco que es muy distinto; en primer lugar la muerte de Maduro no dejaría un vacío de poder como sí lo hizo la de Gadafi, porque el ejército venezolano es mucho más profesional, tiene mayor cohesión doctrinal e ideológica, no se sustenta en alianzas tribales y porque el aparato chavista cuenta con sucesores posibles como Diosdado Cabello. En segundo lugar las consecuencias de la Guerra de Libia no tenían un efecto directo para Estados Unidos sino sobre la Unión Europea, en Venezuela sería muy distinto pues lo refugiados irían en masa hacia Estados Unidos. Por lo que Estados Unidos tendría que cargar con una crisis migratoria que además afectaría a sus aliados (Colombia, Brasil), resintiendo las relaciones, y viéndose obligado a solidarizarse tanto por las culpas de la guerra como por la necesidad de apoyo en Venezuela. En tercer lugar Venezuela tendría aliados como Cuba o Nicaragua. Todo ello conlleva una campaña que costosa y larga, lo cual hará replantearse muy detenidamente a Estados Unidos una posible intervención. Otras consecuencias muy graves también serían un saqueo del arsenal armamentístico venezolano que se dispersaría por la región levantando una oleada de violencia al caer en manos de grupos guerrilleros como el ELN, grupos paramilitares o capos del narcotráfico. Por último una grave consecuencia sería una posible intervención de Rusia o China en el patio trasero cuando se está desarrollando precisamente una competición entre los grandes poderes que obliga a Estados Unidos a ser cauteloso.
¿Estamos a las puertas de una guerra civil en Venezuela?
A pesar de la gran polarización que sufre el país, con continuas llamadas por parte de la oposición tanto a un alzamiento militar como a una intervención internacional, y los grandes intereses internacionales que despierta la situación de Venezuela, resulta altamente improbable que por el momento pueda producirse una guerra civil en el país. El principal argumento en favor de esta teoría es el hecho de que la cúpula militar está apoyando sin fisuras aparentes a Nicolás Maduro, ahora bien, esta situación puede cambiar.
Por el momento no se ha alcanzado un nivel de violencia que haga que el ejército o la comunidad internacional se planteen una intervención activa. La esperanza de que el conflicto pueda resolverse de manera pacífica pervive entre la mayoría de actores . Me refiero, por supuesto, a las continuas llamadas al diálogo de países como México o Uruguay, y de la reiterada voluntad de hablar con la oposición que el propio Nicolás Maduro ha manifestado en varias ocasiones.
Queda por ver además el apoyo real que tiene Juan Guaidó entre la población venezolana con la convocatoria de manifestaciones multitudinarias por todo el país ¿Saldrán los chavistas en masa a la calle? ¿Se producirán enfrentamientos que degeneren en fuertes disturbios? Tendremos la respuesta la semana que viene.
De esta manera, se antoja un tanto precipitado hablar de guerra civil a corto plazo. Aunque no hay que perder de vista los acontecimientos que se desarrollen en las próximas jornadas, las cuales pueden marcar lo que sucederá en un futuro, si se toma el camino del diálogo o el camino de las armas, de momento todo está por jugarse.
La autoproclamación de Juan Guiadó como presidente interino de Venezuela ha removido aún más las aguas de un país polarizado y dividido. El pasado 23 de enero la oposición enseñó músculo en las numerosas manifestaciones que se celebraron por todo el país y demostraron que cada vez están más y mejor organizados. La tensión existente entre chavistas y opositores puede ir en aumento con el paso de las semanas, produciéndose enfrentamientos violentos que desencadenen en una guerra civil. Además, la difícil situación económica que vive el país, amenazada con un embargo de petróleo, podría acelerar este escenario.
También se pueden producir divisiones en las altas esferas militares del país que originen deserciones dentro del Ejército Nacional Bolivariano de Venezuela y de la Policía Nacional Bolivariana y que finalmente acaben apoyando a los opositores en la confrontación con el gobierno de Maduro. Juan Guiadó ya anunció una ley de amnistía para los militares que “colaboren en la restitución de la democracia” que podría acabar convenciendo a los indecisos.
Asimismo, los intereses de las potencias mundiales en Venezuela les llevaría a apoyar a uno u otro bando en una hipotética guerra civil. Estados Unidos con su “todas las opciones están sobre la mesa” podría financiar, armar y/o entrenar a los opositores como ya ha hecho en casos anteriores y países como Francia, Reino Unido, Colombia o Brasil podrían colaborar con el Tío Sam en su misión de echar al sucesor de Chávez del poder.
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