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La ruptura de las relaciones sino-soviéticas: causas y consecuencias

La historia de la relación entre China y la Unión Soviética ha estado marcada por vaivenes, oscilando entre momentos de posiciones encontradas y situaciones en las que sus intereses comunes les han llevado a constituir alianzas de tipo tradicional o asociaciones estratégicas. 

En un primer momento, tras la proclamación de la República Popular China, Mao Zedong y Iósif Stalin decidieron establecer una alianza -si bien existían múltiples desavenencias entre ambos líderes- mediante la firma del Tratado de Amistad, Alianza y Asistencia Mutua de 1950. Asimismo, Moscú se convirtió en el principal aliado del Gran Timonel facilitando la trasferencia tecnológica, industrial y técnica, así como el envío de 10.000 especialistas a China para ayudar en la reconstrucción y modernización del país.

No obstante, tras la muerte de Stalin en 1953, las relaciones entre Beijing y Moscú experimentaron un progresivo declive. El principal detonante lo constituye la política soviética de desestalinización iniciada con el ascenso de Nikita Khrushchev. Las discrepancias comenzaron a manifestarse desde el XX Congreso del PCUS celebrado en 1956, en el que Khrushchev presentó un informe crítico antiestalinista que repercutió en todo el movimiento comunista internacional y provocó disidencias y autocríticas en países socialistas.

Pero fue con ocasión de las Conferencias Mundiales de Partidos Comunistas y Obreros, celebradas en 1957 y en 1960 cuando el PCCh y el PCUS manifestaron sus discrepancias de forma rotunda.

En la conferencia de noviembre de 1957 ya se hizo patente la controversia entre “revisionistas” y “dogmáticos” -términos que utilizaban Beijing y Moscú para desacreditarse, por su particular forma de entender el marxismo-. Frente a la pretensión soviética de que la guerra era evitable a través de la coexistencia pacífica con Estados Unidos, Mao defendía una política de firmeza y confrontación con el capitalismo, con la finalidad de conseguir el predominio del “viento del Este sobre el del Oeste”. Pese al crudo debate, en la Conferencia se aprobó de forma unánime la “Declaración de los partidos comunistas y obreros de los países socialistas” de 1957, estableciendo los fundamentos de las relaciones entre estos, fundadas en los principios del marxismo-leninismo.

Mao Zedong y Iósif Stalin en Moscú durante la celebración del 70º cumpleaños del líder soviético. Fuente: AP

A partir de ese momento, las desavenencias por ambas partes se sucedieron. El 1958 China comienza a diseñar su política, interior y exterior, bajo el principio de autosuficiencia, renunciando a la ayuda soviética para su programa de desarrollo económico, principio que también predicó en el ámbito militar, al alejarse de los métodos de los asesores soviéticos y actuando unilateralmente, sin consultar con la URSS, en la Segunda Crisis del Estrecho.

Por su parte, la Unión Soviética también endureció su política frente a China. Durante la crisis de Oriente Medio a finales de los cincuenta Khrushchev impulsó un intento de solución con potencias capitalistas, en el que China estaba excluida, admitiendo, sin embargo, a India y a Taiwán, hecho que molestó notablemente al gobierno chino. En 1959 suspendió el programa de colaboración nuclear con la República Popular e intentó, por otro lado, negociar con Estados Unidos un consenso para evitar la proliferación de tecnología nuclear para fines militares. Y ese mismo año practicó una política de acercamiento al gobierno indio en un momento de tensión extrema entre Beijing y Nueva Delhi. En 1960 los soviéticos dieron por finalizados todos los contratos firmados con China de construcción industrial y los proyectos de cooperación científica y técnica.

A comienzos de la década de los 60 la situación se complicó aún más. La rivalidad se manifestó en la Crisis de Albania y en la Crisis del Caribe, al defender Beijing y Moscú posiciones encontradas. El malestar chino se acentuó al añadirse a tales hechos una situación de serios problemas económicos provocados por el Gran Salto Adelante que desencadenó una hambruna y una crisis demográfica que trajo consigo una corriente de migraciones hacia territorio soviético.

En 1961 Albania, en una posición contraria a las directrices de Moscú, había adquirido autoridad y autonomía respecto al Kremlin, que decidió responder incrementando su presión sobre el país, lo que provocó que China se posicionara a favor de los albaneses, para contrarrestar la actuación soviética.

Un año después, fue la crisis del Caribe o la también denominada crisis de los misiles de Cuba la que encendió los áni mos. La instalación en suelo cubano de misiles soviéticos de alcance medio provocó una controversia con Estados Unidos, que respondió desplegando barcos y aviones de guerra con la finalidad de realizar un bloqueo aéreo y naval. En esta ocasión China respaldó a Khrushchev. No obstante, una vez finalizada la crisis, a través de la negociación entre Moscú y Washington, Beijing realizó duras críticas contra la actuación soviética.

En este estado de cosas, en 1963 se puede considerar producida la ruptura de las relaciones entre el PCCh y el PCUS, tras la firma de un tratado entre la URSS y Estados Unidos sobre pruebas nucleares y la Conferencia de los partidos comunistas celebrada en Moscú, en la que ambos partidos se intercambiaron duras acusaciones. Mao llegó incluso a afirmar que “en la URSS había sido restaurado el capitalismo” y que ésta se había tornado “social-imperialista”.

Soldados soviéticos y chinos días antes de producirse el Incidente de la Isla de Zhenbao. Fuente: AFP

A partir de ese momento, con el intercambio de Cartas que el PCCh y el PCUS realizaron, en las que oficializan el cisma entre ambos, la controversia alcanza un nivel político y doctrinal superior, al trasladarse la pugna de los Comités centrales de los Partidos por su distinta visión del movimiento comunista internacional, a un conflicto entre dos Estados, con intereses contrapuestos y divergencias en su política exterior. La rivalidad sino-soviética también se manifestó en el campo militar, produciéndose un conflicto fronterizo seis años después de la ruptura y una constante tensión bélica entre ambas potencias.

Estrategia en el ámbito ideológico

A partir de 1956 la política del PCUS con el fin de evitar en el futuro los abusos de un exacerbado culto a la personalidad, se inclinó hacia una clara desestalinización y de reivindicación de los métodos leninistas de dirección, centrados en los partidos y no en las personas. Khrushchev denunciaba expresamente los métodos utilizados por Stalin, los cuales consideraba que fueron un obstáculo en el camino del desarrollo soviético y en las relaciones internacionales.

China, sin embargo, no vio con buenos ojos esta corriente revisionista, ya que consideraban que, con el pretexto de eliminar el culto a la personalidad, Moscú había despreciado la importancia de la construcción soviética emprendida por Stalin, al no distinguir entre sus bondades y sus errores, hecho que implicaba ir contra la propia esencia del marxismo leninismo, y, lo que es peor, abría una brecha por la que se podía producir la restauración del capitalismo.

Otro aspecto que provocó malestar en China se refiere a la política de Khrushchev en las relaciones entre los Estados de la comunidad socialista. En concreto, su pretensión de aglutinarlos en torno a una dirección única, constituida por la Unión Soviética o, más exactamente, por el PCUS y sus máximos dirigentes, lo que implicaba una sumisión de los intereses nacionales de aquellos a la política soviética y una reafirmación de la posición hegemónica de la URSS.

Estrategia frente al bloque capitalista

Otro motivo de discrepancia entre Moscú y Beijing lo constituye su distinta visión ante la estrategia que un Estado socialista debe diseñar frente al capitalismo o al imperialismo.

Por un lado, Khrushchev no buscaba una crisis inmediata del capitalismo y aceptaba que los países capitalistas, y especialmente Estados Unidos, podían desempeñar un papel fundamental en el desarrollo, expansión y crecimiento de los Estados socialistas. En consecuencia, desplaza el centro de su política con aquellos, del terreno militar al político-económico, alejándose del principio imperante hasta entonces de la inevitabilidad de las guerras. La URSS admitía la posibilidad de conseguir un éxito propio en la aplicación del principio de coexistencia pacífica, que permitía considerar que la guerra con sus enemigos imperialistas, con Estados Unidos a la cabeza, era evitable.

Nikita Khrushchev y Mao Zedong en Beijing por motivo del 10º aniversario de la República Popular China. Fuente: Getty Images

El PCCh, por su parte, aseguraba que la República Popular China había seguido también la política de coexistencia pacífica con países de sistemas sociales diferentes mediante los Cinco Principios de Coexistencia Pacífica. No obstante, en su discurso, distinguía dos ámbitos a tener en cuenta. El primero de ellos, el de las relaciones entre los países con distintos sistemas sociales, respecto del cual no se opone a una cooperación no violenta. Y, el segundo, el de las relaciones entre las naciones oprimidas y las naciones opresoras; respecto de las cuales la coexistencia pacífica no debe extenderse jamás.

Mao, a diferencia de Khrushchev, defendía una política exterior en la que no tiene cabida la idea de guerra evitable: “Los comunistas preferirían siempre realizar la transición al socialismo por la vía pacífica. Sin embargo, ¿se puede? (…) No, de ninguna manera”. Su política exterior se aleja de una posición negociadora y se basa en el enfrentamiento, sin desechar el conflicto bélico. Por otro lado, ante la prudencia soviética al conflicto militar influido por el temor que le producía el alto grado de desarrollo nuclear alcanzado, Mao afirmaba que tal hecho no debe acobardar a los países comunistas, sino que estos deben destinar todos sus esfuerzos para consolidar el triunfo del comunismo frente al imperialismo.

Conclusiones

La ruptura de las relaciones sino-soviéticas fue, sin lugar a dudas, uno de los acontecimientos más importantes de la Guerra Fría. El distanciamiento entre Moscú y Beijing originó profundos cambios geopolíticos e ideológicos que acabaron influenciando las decisiones de los dirigentes de las grandes potencias. En líneas generales, se pueden identificar dos causas y consecuencias generales.

Por un lado, China no buscaba convertirse en un mero satélite de la Unión Soviética que debía seguir los dictados recibidos desde el Kremlin, objetivo que sí perseguía Khrushchev. Las élites chinas tenían muy presente la historia reciente, entre mediados del siglo XIX y la proclamación de la República Popular, que bajo ningún concepto querían repetir. Desde la Primera Guerra del Opio en 1838, el “Imperio del Centro” fue sometido por las aspiraciones expansionistas y económicas de Inglaterra, Portugal, Japón o la propia Rusia zarista. El calificado como “siglo de la humillación” caló muy hondo en el nuevo gobierno chino que ambicionaba recuperar el prestigio, fomentando unas políticas creadas en base a las características del país y no los intereses de otras potencias. Este anhelo se refleja a la perfección en las palabras de Mao el día de la proclamación de la República Popular: “Nuestra nación no será nunca más una nación humillada, nos hemos puesto en pie”.

En este contexto, con China aislada por occidente y la Unión Soviética, no le quedo otra opción a Mao que normalizar las relaciones con el exterior. Con este cometido, en 1972, por ejemplo, el Gran Timonel recibió en Beijing a Richard Nixon, presidente de Estados Unidos, y a Christopher Soames, Comisionado Europeo para las Relaciones Exteriores. Este acercamiento con el bloque enemigo le permitió a China, entre otras cosas, ocupar la silla permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en sustitución de la República de China, el reconocimiento de la política “Una sola China” por parte de Washington y la Comunidad Económica Europea o la firma de un acuerdo comercial con este último.

Por otro lado, tanto Mao como Khrushchev pretendían implantar una interpretación del marxismo según sus intereses y, desarrollando un perfil personalista, erigirse en líderes del comunismo internacional. Puede aplicarse en esta relación la frase atribuida a Confucio: “No hay lugar para dos soles en el cielo”. Esta pugna ideológica originó también la división dentro de la doctrina, que obligó al resto de Estados socialistas a inclinarse hacia un lado u otro. En esta carrera Moscú salió beneficiada, ya que solo Albania, Corea del Norte y Vietnam del Norte apoyaron abiertamente a China.

Asimismo, a finales de la década de los cincuenta, cuando la URSS tiene que afrontar las primeras crisis en Europa Oriental, el líder chino fomenta la visión maoísta para la construcción del socialismo. En un intento de distanciarse del modelo soviético y potenciar la economía a niveles de occidente, el Gran Timonel puso en marcha el Gran Salto Adelante, que, si bien acabó resultando en un fracaso, evidenció los planes del gobierno chino de querer llegar al comunismo antes que la URSS y demostrar al mundo las capacidades de China.

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