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Chema Caballero (I): “En África habrá guerras mientras haya materias primas que nosotros queramos conseguir”

Chema Caballero para Jot Down

Chema Caballero ha dirigido uno de los programas más exitosos de rehabilitación de niños de soldado en Sierra Leona, país en el que residió durante más de una década y en el que vivió todo el desarrollo de este conflicto armado. Actualmente es coautor en el Blog  “África no es un País” de El País y colabora en la revista Mundo Negro, especializada en información de los países africanos.

– En 1992 llegas a Freetown en una situación de guerra, en principio ibas a estar dos años pero decides quedarte ¿Por qué?

El 1991 había empezado la guerra en Sierra Leona, yo llegué allí porque buscaban a una persona con un perfil especializado en Derechos Humanos, que es mi campo principal. La oficina de Naciones Unidas en este país tenía un proyecto con la Iglesia Católica para la formación de líderes, sobre todo jóvenes y mujeres, en mi área de especialización. Además, esa misma iniciativa también iba a realizar un estudio sobre la situación de los propios Derechos Humanos durante el conflicto que acababa de comenzar.

Después fui tomando parte en otras iniciativas y en 1998 comencé con el tema de los niños soldado.

En el primer momento mi función fue la de formar a líderes. Pero había que partir de que la gente no era consciente de lo que eran los Derechos Humanos y había que incidir en el porqué de su importancia. Realizábamos sobre todo seminarios y formaciones continuadas. Algunas veces  las personas acudían a los centros y en otras ocasiones era yo el que visitaba las aldeas para hacer seguimientos de la gente que participaba en el programa y así poder tener una perspectiva cercana sobre como era la situación en estas aldeas y cuales eran las principales violaciones de derechos humanos que se podían detectar ahí.

Nosotros estábamos en la zona este del país, el lugar en el que estuvo concentrada la guerra hasta el año 1995 y 1996; el resto del país vivió totalmente ajeno a esta realidad.

– A pesar de tu formación y de saber idiomas, has reconocido que al principio no “sabías como moverte” ¿Qué normas no escritas tuviste que aprender para poder involucrarte y comprender a las personas con las que trabajabas?

Lo primero fue el idioma. Aunque la lengua oficial de Sierra Leona es el inglés y se supone que yo lo hablaba bien tras haber estudiado en Reino Unido y Estados Unidos la gente no entendía lo que decía.

Yo tuve que hacer el primer esfuerzo. Tras un par de meses allí me di cuenta de que tenía que parar y aprender el idioma, el krio, la lengua franca que se habla en todo el país. Entonces me fui a vivir con un grupo de estudiantes y así fui aprendiendo. Poder comunicarme en krio me facilitó mucho el trabajo.

Aunque tu llegues con muchos conocimientos y lleves años preparándote, por ejemplo el tema de derechos humanos, ¿cómo transmites eso en una cultura tan distinta a la nuestra? En ese momento me di cuenta de que los Derechos Humanos es una cosa como muy occidental y hacía falta traducirlos a un idioma que la gente entendiese.

Por ejemplo, una vez hablando con un grupo de chavales sobre Derechos Humanos me comentaron que ellos sabían que los soldados de las tropas de paz, que eran nigerianos en aquel momento, estaban utilizando a niñas de entre 10 y 12 años para acostarse con ellas. Empezamos a trabajar en este tema para documentarlo y denunciarlo. Un día, no sé porque motivo se me vino a la mente, les pregunté por qué pensaban que aquello era una violación de los Derechos Humanos, su respuesta fue que aquellas tropas tenían dinero para hacerlo y ellos no. Aquellos chavales no identificaban en sí el hecho de que se acostasen con menores como un problema, si no la cuestión de que tuviesen dinero o no.

Me di cuenta de que había que hacer una formación mucho más profunda para traducir lo que son los derechos humanos a un contexto muy distinto del nuestro.

En el fondo el que tenía que hacer el esfuerzo de aprender la cultura y el idioma era yo. Fue un poco volverme un niño para aprender todo.

– Dentro de las propias comunidades locales también habría jerarquías…

Claro, no se puede hacer nada si no se pasa por los canales justos; hay que saber quienes son los jefes tradicionales, las personas que tienen el poder espiritual y conocer los consejos de hombres y mujeres en los que se decide todo. Toda esta jerarquía hay que respetarla.  

Además, tienen sus propios tiempos. Yo al principio me desesperaba mucho porque para hacer algo había que hablarlo, discutirlo y pensarlo durante horas; pero es que justo en aquel momento estábamos en una circunstancia de guerra.

Hay que conocer estos mecanismos si quieres que algo funcione. Eres tú el que tiene que seguir sus esquemas y moverte por sus propios canales de poder.

– ¿Cómo misionero priorizabas la labor social o la sacramental?

Yo siempre estuve más dedicado al trabajo de Derechos Humanos que al de una misión de la Iglesia tradicional. Aunque yo entiendo que todo es una forma de hacer presente el reino de Dios a través de la justicia y la paz.

¿De que manera trabajas en la defensa de los Derechos Humanos en Sierra Leona cuando estás rodeado por una guerra y tu propia vida está en peligro?

Estas cosas se piensan después, cuando estás allí dentro no le das mayor importancia. Sí, sabes que cuando toca correr hay que hacerlo y cuando hay que esconderse lo mismo, pero creo que la adrenalina de lo que estás haciendo es mucho más potente; piensas que tu labor allí es más importante que tu propia vida ya que en el fondo no eres gran cosa. Eso es lo que hace que sigas adelante y continúes trabajando, pero siempre  sin arriesgarte inútilmente.

Niño jugando con un paraguas, Freetown, 1996. Gervasio Sánchez.

– ¿Cómo se logra mantener la fe en medio del caos desatado en una guerra como la de Sierra Leona?

Es una cuestión difícil. Cuando estás viendo el horror de la guerra, la imagen es muy diferente a lo que hayas podido imaginar. Por mucho que sepa que voy a un país en una situación de conflicto no son los muertos lo que más impresiona, porque piensas: por lo menos el que se ha muerto descansa. Pero cuando ves todas las injusticias que conlleva la guerra: los desplazados, refugiados, mujeres y niñas violadas, amputados.

Cuando ves a toda la gente enriqueciéndose, en el caso de Sierra Leona con los diamantes y las explotaciones de madera… Entonces dices, ¿cómo podemos seguir hablando de un Dios amor, de un Dios padre cuando lo que estamos viendo es todo lo contrario? Pero también en esa impotencia te das cuenta de que eres un instrumento y tienes que hacer con tu vida que las cosas sean distintas para que ese reino de justicia, paz y amor se haga realidad en el presente.

– Con el paso de los años ¿qué perspetiva tienes ahora de todo los que viviste sobre el terreno?

Me costó mucho analizar eso. Hasta el 2010 que llegué a España no fui capaz de sacar fuera todo lo vivido. Cuando estás metido en toda la vorágine  no tienes tiempo e incluso no quieres reflexionar sobre lo que estás viviendo. Sigues adelante. Estás enfrentándote a situaciones tan peligrosas y viviendo situaciones tan duras casi todos los días que no paras.

En el momento en que te alejas y comienzas a pensar en las situaciones en las que te has visto metido y la violencia y las injusticias de las que he sido testigo es cuando realmente empieza a salir fuera. Todo esto ha dejado una huella y ha endurecido el corazón, el alma y el carácter. Queda una marca que es parte de mi propio ser, soy lo que soy con todo ese bagaje que llevo dentro.

– En Saint Michel, Lakka, comienzas el proyecto con niños soldados ¿De qué manera entras en contacto con ellos? ¿cómo consigues ganarte su confianza y su respeto?

Entré en ese proyecto porque me lo pidió Unicef. En aquel momento yo era el único extranjero que podía pasar de las líneas rebeldes para ver como estaba la situación en las aldeas de aquella zona. Conocía la situación de estos niños y comenzamos el proyecto en 1998. El centro era un antiguo hotel de cinco estrellas que estaba cerca de la playa.

Cuando todo estaba preparado fuimos a buscar a los niños, pero ¿cómo hacer que los niños llegaran al centro? En un momento del alto al fuego estuvimos negociando con algunos jefes rebeldes pero nos dimos cuenta de que eso era muy peligroso. Nosotros no podíamos ir en persona a un campamento rebelde a negociar y finalmente fueron las tropas de Naciones Unidas las que sacaban a los niños y niñas de los campamentos cuando había un desarme y los llevaban a nuestro centro. Una vez que llegaban necesitaban un periodo de adaptación.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que ellos no quieren ir, no saben a donde van. Además, donde se sienten seguros es el mundo en el que viven, que es violento. Un chaval con un fusil en la mano se siente seguro, poderoso; cuando le quitas el fusil se siente vulnerable y perdido. No sabe que va a ser de su vida.

Llegar a un centro como este donde no conoces a nadie crea una situación difícil para ellos. Durante unos quince días, aunque depende de cada niño, es necesario esperar a que se calmen, que se acomoden y decidan quedarse. En los primeros seis meses no se puede trabajar con ellos porque todavía siguen metidos en la estructura del grupo armado del que vienen. Es justo después de que han comprobado que están en un lugar seguro y van cogiendo confianza conmigo y con los trabajadores sociales cuando empiezan a hablar, a contar sus historias y a sacar fuera todo lo que han vivido. No es tanto que te digan: he matado, he violado o he mutilado, porque eso lo das por sentado; sin embargo es bueno que sean capaces de verbalizarlo. Pero hay mucho más y esto comienza cuando cuentan sus historias más personales. De repente un chaval empieza a contarte que estaba harto de la guerra y que quería morirse, pero que después se acordaba de su madre y no quería morir hasta que no volviese a verla.  En ese momento van saliendo sentimientos.

Estos niños han sido manipulados para convertirlos en soldados, les han entrenado, han consumido drogas e incluso se les ha obligado a matar a su propio padre en un rito de iniciación para entrar en el grupo. Todo el proceso de manipulación al que los sometieron al principio fue para convertirlos en máquinas de matar. 

Se utilizan mucho los menores soldado porque realmente son chavales que no razonan, que ven la guerra como un juego y que no son conscientes del peligro al que se enfrentan. A lo mejor un adulto cuando ve la masacre piensa, pero un niño obedece, sigue adelante.  Hay que tener en cuenta que con las drogas podían estar dos o tres días luchando sin ser realmente conscientes de lo que estaban haciendo. 

Cuando los sentimientos florecen, es el momento de ruptura y se puede empezar a trabajar con ellos. El ser humano que está debajo de esa máquina está surgiendo de nuevo y se puede comenzar un trabajo más personal con los niños y niñas para poder ayudarles a salir de ese mundo de violencia. Aunque todo también pasa por ofrecerles alternativas que los alejen de la violencia: estudios, formación profesional o montar su propio negocio.

Si no se le da una alternativa lo que esos niños hacen es volver al grupo armado, ya que con un arma en la mano por lo menos comen todos los días.

Chema Caballero con un grupo de exniños soldados rehabilitados. Gervasio Sánchez.

– ¿Cómo se ayuda a un menor que ha sido obligado a  robar, matar y a mutilar?

Lo fundamental es que hable, que saque fuera todo lo que ha vivido, que sea consciente de lo que ha hecho pero al mismo tiempo sin caer en la culpabilidad, ya que les han obligado.

Pero sí que hay que plantearle qué es lo que van hacer para intentar reparar el daño que han hecho, y la mejor forma es convertirse en un ciudadano que aporta a la sociedad a través del trabajo o del estudio.

– ¿Cómo se consigue que la sociedad acepte de nuevo a estos niños?

Nos costó mucho también trabajar con la sociedad, porque la gente ve a estos niños como verdugos y hay que decirles que son tan víctimas como ellos. Los menores han sido secuestrados, manipulados y obligados a hacer este tipo de cosas.

Nuestro centro fue atacado y estuvimos rodeados varios días ya que la gente de las aldeas de alrededor quería cargase a los niños. Para ellos estos menores eran los culpables de que hubiese muchas familias desplazadas, por ejemplo.

Fue una trabajo en el que hicimos campañas de radio, grupos de trabajo por los pueblos, grupos de debate. Fuimos casa por casa hablando con las personas para que viesen a los menores como lo que realmente son: víctimas. Esto costó mucho.

En Sierra Leona, Liberia o Uganda este tipo de programas han funcionado muy bien y se ha conseguido que la gente haya dado este paso; fueron capaces de aceptar a estos niños. Imagínate que llegas a una aldea y le dicen a una mujer que has encontrado a su hijo, que lleva un año en el centro de rehabilitación. Pero ¿qué va a decir esa familia? teniendo en cuenta que el el menor tuvo que matar a su propio padre. También los vecinos pensarán, si ese niño fue capaz de matar a su padre que no nos hará a nosotros, y esto es lógico.

Los niños necesitan la protección de la familias y las sociedades para reinsertarse. Al final la gran mayoría de los niños han sido aceptados por sus familias.  Y ahí es cuando se siente queridos, perdonados, aceptados  y se convierten en un ciudadano más. Esto facilita que pueda llevar una vida de normalidad, no olvidando lo que ha vivido, pero si aceptándolo.

– ¿Cuáles son las principales diferencias en la rehabilitación de niños y niñas soldados, que ademas han sido víctimas de violencia sexual?

Esa es la gran diferencia, porque como soldados las niñas y niños son entrenados y manipulados de la misma forma y participan igual en las acciones militares.

Se calcula que ahora mismo el 40% de los menores soldados son niñas, pero siempre tendemos a ver que es un varón el que tiene un arma en la mano, pero también hay porteadores, cocineros, esclavos sexuales…

Las niñas, ademas de ser soldados, en muchas ocasiones son esclavas sexuales, y ahí es donde está la gran diferencia. Puedes trabajar toda la cuestión relacionada con los niños soldado, pero la cuestión de la violencia sexual que han sufrido, es otra parte que hay que tratar.

A nosotros nos costó darnos cuenta, el programa de Sierra Leona fue pionero en la rehabilitación de niños y niñas soldado y después pudimos mejorarlo, pero al principio no nos enfocamos en este detalle y los tratábamos a todos por igual. Al final tuvimos que empezar a integrar terapias específicas para niñas con el fin de que ellas también sacasen fuera su parte de esclavas sexuales.  

El cuerpo de las mujeres se ha convertido en la última frontera de la guerra, como se suele decir.

– Por desgracia todavía existen muchos niños soldados en países como República Centroafricana ¿se están realizando verdadero esfuerzos por parte de la comunidad internacional para tratar de solucionar este problema?

No. Por desgracia en este tema la gente se mueve por modas. Cuando nosotros empezamos a trabajar con los niños soldados había mucho dinero porque la gente quería hacerse foto con ellos, estaba de moda. Hoy en día no se destinan tantos fondos. Para nosotros lo normal es que un niño estuviese entre seis meses y un año en un centro para que fuera rehabilitado. Actualmente los niños no pueden estar más de cuatro o seis semanas y algunos terminan volviendo a los grupos armados de donde salieron.

Creo que seguimos poniendo parches en este tema, porque la mayoría de los conflictos africanos, o casi todos, están ligados a las materias primas que le interesan a Occidente. Cuando me pregunta qué hay que hacer para que no haya niños soldados la respuesta es simple: que no haya guerras. En África habrá guerras mientras haya materias primas que nosotros queramos conseguir a precio de ganga.

¿Quiénes  son los verdaderos señores de la guerra? No son los que están sobre el terreno dando ordenes a estos niños. Lo señores de la guerra se sientan en Consejos de Ministros y en Consejos de Administración de grandes empresas y son los que deciden donde están las materias primas para explotarlas. Otro asunto es el negocio de las armas que se utilizan en estos conflictos y que son fabricadas en Occidente. Hay que tener en cuenta, por ejemplo, que España es el sexto o séptimo país exportador de armas de todo el mundo.  

Mientras siga existiendo este juego de intereses con las materias primas y el comercio de armas nunca se van a terminar las guerras en África. Hay gente que está haciéndose muy rica gracias a los conflictos armados.

Por ejemplo en el caso de Sierra Leona y los diamantes de sangre está clarísimo, pero puede ser el caso del petróleo en Sudán del Sur, el coltán en la República Democrática del Congo, los diamantes, oro y uranio de la República Centroafricana. Al final quien saca esta materias primas son empresas occidentales.

– Cuando testificaste en La Haya en el juicio de Charles Taylor ¿Qué sensación te produjo ver en el banquillo a uno de los responsables de todo el horror que tú también presenciaste ¿cómo fue esa experiencia?

Yo había estado trabajando con el Tribunal Especial desde el principio, centrándome sobre todo en la cuestión de los niños soldados. Me pidieron que fuese al juicio como perito y en el momento no lo pensé mucho. El día que entré en la sala del Tribunal tenía justo en frente a Charles Taylor, la primera persona que reconocí. Un escalofrío terrible me recorrió el cuerpo, porque era uno de los principales culpables de todo lo que había vivido durante los últimos diez o doce años en Sierra Leona y Liberia, y estaba justo ahí. Sobre todo sentí rabia, frustración e impotencia.

Mi testimonio fue transmitido en directo en Sierra Leona y además traducido al krio, y lo repitieron en la radio también. Cuando volví, recuerdo que una señora, Mammy Fatu, me agradeció que hubiese contado lo que había pasado allí, pero me dijo que ella no conocía a ese Charles Taylor, que nunca lo había visto y que él nunca le había hecho nada. En cambio, “Pabola que está ahí enfrente vendiendo sal, es el que se llevo a mi hijo, en aquel tiempo era comandante y cuando murió y trajeron de vuelta el cuerpo, me dijo que si lloraba era una traidora. Yo solo quiero llorar a mi hijo, no quiero que le hagan nada a Pabola, solo quiero que me pida perdón y me deje llorar a mi hijo en paz”

A mí se me cayó el alma a los pies. Yo había ido a la Haya pensado en contribuir a la justicia del país, y esa señora con toda su simpleza te desmonta todo esto.

Charles Taylor en el juicio. Fuente: El País.

– A pesar de que Taylor fue el primer jefe de estado e ejercicio en ser condenado ¿las víctimas sienten que se les ha hecho justicia?

No. Se esperaba que la comisión de la verdad y la reconciliación, que era el segundo elemento con el que contaban los Tratados de Paz de Sierra Leona hiciese el trabajo de reconciliación en el país, pero no fue así.

Esta comisión publicó un documento muy bueno sobre las causas del conflicto y todo su desarrollo, pero en el campo de la reconciliación no hizo bien su trabajo. No invirtió ni dinero ni tiempo para que los verdugos pidiesen perdón a las víctimas. No se crearon las condiciones para que ese paso hacia la reconciliación se diese.

Hubo cosas bien hechas, pero la mayoría de las personas tienen la sensación de que no se les ha hecho justicia.

Al final la sociedad estaba cansada de la guerra, habían sufrido mucho y todos querían conseguir la paz, En los últimos años yo estuve trabajando en Sierra Leona con temas de paz y reconciliación con los jóvenes a través del deporte, por ejemplo, o la educación porque me di cuenta de que la gente estaba esperando a ver si llegaba el turno de la venganza.

Creo que muchas personas no tuvieron la oportunidad de confrontar a sus agresores, tener una explicación o incluso poder perdonar. Estamos acostumbrados a que las guerras terminen cuando se firma el Tratado de Paz, pero no puede haber paz sin justicia. Son dos elementos que van siempre unidos.

– ¿Cuáles son las condiciones básicas que permiten a una sociedad como la de Liberia o Sierra Leona no volver a caer en los enfrentamientos? ¿Se han cumplido?

Las grandes diferencias sociales, la falta de oportunidades para los jóvenes y la gran tasa de desempleo no favorecen a la paz social. La cuestión de que la educación continúe siendo un privilegio, hace que muchas de las condiciones que había en el comienzo de las guerras de Liberia o Sierra Leona en los ochenta o los noventa sigan estando presentes.

Es cierto que la gente está cansada del conflicto y no ha habido ningún líder que tense la situación, pero algunos desacuerdos sociales terminan en manifestaciones muy violentas con muertos y eso nos indica que ahí hay algo que no se ha solucionado, porque sigue faltando justicia.

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