“La conquista de la tierra, que por lo general consiste en arrebatársela a quienes tienen una tez de color distinto o narices ligeramente más chatas que las nuestras, no es nada agradable cuando se observa con atención”. (El Corazón de las Tinieblas, Joseph Conrad).
Sudán del Sur, la nación más joven del mundo se desangra entre conflictos, luchas de poder y ambiciones por el control de los recursos, ante la pasividad de una buena parte de la comunidad internacional. Asistimos impasibles a una catástrofe humanitaria de descomunales dimensiones de la que no se atisba una solución a corto o medio plazo, antes bien, se prevé una escalada del conflicto debido a la proliferación de nuevos grupos armados así como por la agitación de la diferencia étnica por parte de los principales actores en liza. A principios de 2018, las cifras del desastre humanitario eran las siguientes: dos millones y medio de refugiados sursudaneses en los países vecinos, 1.800.000 desplazados internos y 290.000 refugiados de los países vecinos dentro de Sudán del Sur (UNHCR, marzo 2018). Si a esto le sumamos el hecho de que la guerra que asola la región desde hace décadas ha convertido el país en uno de los más pobres del mundo y que este posee importantes reservas petrolíferas, tenemos todos los ingredientes para un cóctel de violencia, hambruna y desplazamiento masivo de población civil. Se ha provocado la crisis más importante de refugiados en África desde el genocidio en Ruanda de 1994. El presente artículo trata de llamar la atención sobre la situación que tiene lugar en esta región olvidada de África.
Sudán del Sur es la nación más joven del planeta cuya consolidación se ha forjado a sangre y fuego, a lo largo de un período casi ininterrumpido de más de 50 años de guerras con el vecino del norte, hasta que se configuró la independencia el 9 de julio de 2011.
El principal movimiento insurgente que luchó por la creación de este nuevo país fue el Movimiento Popular de Liberación de Sudán / Ejército Popular de Liberación de Sudán (SPLM-SPLA) liderado por el fallecido “padre de la patria” John Garang que fue el principal valedor del Acuerdo Global de Paz de 2005 y falleció en un accidente de helicóptero ese mismo año, en circunstancias aún no esclarecidas, cediendo el testigo a su lugarteniente Salva Kiir, que es el actual presidente de Sudán del Sur. La incipiente nación iniciaba así una nueva andadura como estado independiente, superando la infame herencia colonial británica que había unido el destino de dos territorios tan antagónicos y heterogéneos, aunque numerosos retos se vislumbraban en el futuro ya que sus 10 millones y medio de habitantes tienen el dudoso honor de ser uno de los pueblos más pobres del mundo, con una tasa de alfabetización de apenas el 25%, aunque paralelamente el país albergue importantes reservas de hidrocarburos en el subsuelo.
Tras la celebración del referéndum de independencia de enero de 2011 y su declaración posterior en julio del mismo año, el destino de Sudán del Sur ha estado regido por las figuras de su presidente Salva Kiir de etnia dinka y el vicepresidente Rieck Machar, perteneciente a la tribu de los nuer, enemigos acérrimos entre sí y en abierta competencia en la lucha por el poder y el control de los generosos recursos naturales que alberga el país. Para el teniente coronel Jesús Díez Alcalde, uno de los mejores analistas que ha dedicado varios trabajos a la situación de este país, es de hecho la designación de ambas figuras antagónicas como presidente y vicepresidente del país lo que lastra el futuro del país. Desaparecido el enemigo común árabe del norte, no tardó en aflorar la vieja rivalidad entre las etnias dinka y nuer, encarnadas en las figuras de Kiir y Machar. La puerta hacia el conflicto estaba abierta y este se desató en diciembre de 2013 aunque posteriormente, éste ha evolucionado y se ha extendido más allá de la rivalidad Kiir-Machar a todo una serie de disputas de carácter local y luchas por el poder entre comunidades, la posesión de las tierras y la gestión de los recursos, abriendo viejas heridas históricas no resueltas.
Como indicaba anteriormente, la guerra civil se desató en diciembre de 2013, después de que el presidente Kiir, de la etnia dinka, acusara a su anterior vicepresidente Rieck Machar de etnia nuer, de intentar un golpe de estado contra él. Desde entonces, las hostilidades desatadas entre sus respectivas fuerzas armadas Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán (SPLA) y el Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán – en la oposición (SPLA-IO) o simplemente ‘IO’ han provocado decenas de miles de muertos. Pese a que en Agosto de 2015 se llegó a un amago de acuerdo de paz, la guerra desde entonces ha derivado en toda una serie de disputas y conflictos entre comunidades e incluso dentro de esas propias comunidades. Se trata de un conflicto complejo y muy dinámico, en el que los diferentes intentos de llegar a la paz han fracasado y las dinámicas cambian constantemente.
El principal actor es el gubernamental SPLA fundado en 1983 por el desaparecido John Garang. El principal actor opositor es el SPLA-IO liderado por Machar. Como ya vimos anteriormente, en ocasiones se encuentra apoyado por milicias como la White Army en el Norte de la provincia de Jonglei. La guerra civil iniciada en diciembre de 2013 tuvo una breve pausa gracias al acuerdo de paz de Agosto de 2015, firmado en Etiopía bajo los auspicios de Naciones Unidas. En 2016 se produce el retorno de Machar a Juba, capital del país, para tomar posesión del cargo de vicepresidente aunque inmediatamente se produce un nuevo estallido de violencia en el mes de julio que culmina con una nueva huída de Machar del país y su sustitución como vicepresidente por Taba Deng Gai.
En las filas del SPLA se han producido numerosas deserciones mientras que el SPLA-IO (Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán – en la oposición) se ha divido en dos, apoyando la facción del vicepresidente Taba Deng al gobierno de Kiir. En estos momentos, hasta 3 diferentes grupos reclaman para sí la herencia del SPLA: las fuerzas gubernamentales (SPLA), el SPLA-IO leal a Rieck Machar y el SPLA-IO (TD) leal a Taban Deng y apoyando a Kiir aunque como una entidad diferenciada. Todos estos grupos grupos reciben el apoyo de milicias: las de etnia dinka ‘Mathiang Anyoor’ (prácticamente integradas en el SPLA) y las de etnia nuer ‘White Army’ leales a Machar. –llamadas así por la costumbre nuer de embadurnarse el cuerpo con cenizas blancas para evitar las picaduras de mosquitos-.
Pero existen muchos otros actores armados, algunos de reciente aparición ya que el 10 de abril de 2018 aparecía el Frente Unido de Sudán del Sur (SS-UF). Liderado por el cesado alto cargo militar sursudanés Paul Malong, actualmente en el exilio en Kenya, acusado de cometer abusos y atrocidades contra la población civil y de estar detrás del control de la milicia Mathiang Anyoor antes de su deserción. Su sorpresiva irrupción en escena parece tener algo que ver con la intención de ocupar un sillón en las conversaciones de paz que se pretendía que tuvieran lugar a finales de abril en Addis Abeba, junto con otros 13 grupos de oposición al gobierno. Aunque en el anuncio de la creación de las SS-UF se hace expresa mención a que se trata de un grupo político, no es descartable que oculte otras ambiciones de tipo militar. Estas ambiciones serían vistas con buenos ojos por parte del principal grupo de oposición, el SPLA-IO dado que operaría en la región de Bahr el Ghazal Norte -feudo de Malong, ya que fue gobernador entre los años 2008 y 2014 hasta que fue nombrado jefe del ejército en enero de 2014- donde IO nunca ha tenido presencia.
Éstos y otros grupos armados y sus milicias asociadas fomentan un escenario de tácticas de guerrilla y “hit and run” sobre otro tipo de combate más convencional, estando formadas por combatientes indisciplinados que portan armas ligeras y tienen poca o nula instrucción militar y menos respeto por los derechos humanos básicos de la población civil. Se presume la existencia de hasta 40 nuevos grupos armados, en parte debido a la extensión del conflicto hacia las provincias de Ecuatoria y el norte de Alto Nilo. Algunos grupos incluso como la milicia ‘Shilluk Agwelek’ han combatido tanto para el SPLA como para el SPLA-IO, aunque su principal objetivo es la defensa y protección de las tierras de la etnia Shilluk (provincia de Alto Nilo). El grupo es leal al liderazgo de Johnson Olony, y actualmente está considerado como grupo opositor.
Existen otros grupos como el Frente de Salvación Nacional (National Salvation Front – NAS NSF) formado por antiguos combatientes del grupo de Machar, de la región de Ecuatoria, actualmente bajo las órdenes de Thomas Cirillo Swaka, antiguo alto cargo de logística de Kiir, al que ahora acusa de organizar un “ejército tribal” para exterminar a todas las etnias diferentes a la dinka. Grupos como los Murle o Bul Nuer permanecen leales al gobierno mientras otros de la región de Ecuatoria Oeste han firmado acuerdos de paz con la administración de Kiir como el Frente Patriótico del Pueblo de Sudán del Sur (South Sudan People´s Patriotic Front) o el Movimiento de Liberación Nacional de Sudán del Sur (South Sudan National Liberation Movement – SSNLM). Grupos paramilitares o de autodefensa como Gelweng (guardianes del ganado) en Bahr el Ghazal, White Army en Alto Nilo o Arrow Boys en Ecuatoria nacieron inicialmente como grupos armados para defender la comunidad, y se apoyan sobre estructuras locales.
El equilibro en la región es sumamente frágil y en nada ayudó la decisión de Kiir a principios de 2017, de ampliar el número de estados/provincias de 28 a 32 mediante un decreto presidencial, agitando las tensiones étnicas, lo que provocó nuevamente una oleada de deserciones en las facciones tradicionales SPLA / SPLA-IO para unirse a los nuevos grupos armados.
La guerra además ha afectado de manera notable a las instalaciones petroleras lo que ha llevado a que grandes potencias como China o Estados Unidos sigan con gran interés el conflicto. De ambas, China es el principal cliente del petróleo de Sudán y Sudán del Sur, habiendo financiado tanto las refinerías como las infraestructuras de transporte. Es por ello que el gigante asiático trata de mantener una posición conciliadora con las partes en conflicto. Estados Unidos fue el principal valedor de la independencia del país africano, tal vez en un intento de frenar la creciente influencia china en toda la región y acceder así a las importantes reservas del joven país, circunstancia que a día de hoy aún no se ha producido. En ocasiones, el presidente Kiir ha acusado a Machar de recibir apoyo de Estados Unidos bajo la contrapartida de una vez alcanzado el poder, otorgar importantes concesiones de explotación a empresas norteamericanas. Por otro lado, a nadie se le escapa que las potencias regionales, a pesar de estar presentes en los foros que tratan de buscar una solución dialogada al conflicto, tienen intereses en el mismo. Sudán tal vez sea el que ejerce una mayor injerencia, a menudo acusado de apoyar a grupos de oposición para dividir y fragmentar aún más el espectro político para su beneficio, actualmente se dedica más a explotar la dependencia logística de Sudán del Sur en la explotación petrolífera para “controlar” la administración de Kiir. Países como Uganda, por otro lado, se han posicionado claramente del lado de Kiir.
Desde 2014, se han sucedido los intentos de llegar a acuerdos que pusieran fin a las hostilidades. El más reciente intento de llegar a una solución pacífica (COHA – Cesation of Hostilities Agreement) entró en vigor el 24 de diciembre de 2017, en el marco del foro de las “Conversaciones del Proceso de Revitalización” (IGAD – Intergovernmental Authority on Development) aunque a estas alturas, ya se han producido numerosas violaciones del mismo. La IGAD es la autoridad regional de la zona fundada en 1996 y actualmente formada por Sudán, Sudán del sur, Uganda, Eritrea, Kenia, Yibuti, Somalia y Etiopía. También se hace presente en la zona la presencia de Naciones Unidas a través de la Fuerza Provisional de Naciones Unidas para Abyei (UNISFA), con la tarea encomendada de monitorizar la desmilitarización y el control de paz en la zona disputada de Abyei y la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Sudán del Sur (UNMISS) para tareas humanitarias.
Si hay un factor determinante que ha servido para “engrasar” esta maquinaria de locura y horror no ha sido otro que el petróleo. Sudán del Sur no es sólo la nación más joven de África sino que además ostenta el dudoso honor de ser uno de los principales productores de petróleo del continente. De esta actividad económica, se benefician principalmente las élites dirigentes, incluso el vecino el norte y enemigo de Sudán ya que obtiene rentas del uso de los oleoductos que transportan el crudo hacia el norte pero no el pueblo sursudanés, que es víctima de las atrocidades cometidas por milicias y grupos armados. Un reciente informe de la entidad no gubernamental The Sentry “Fueling Atrocities. Oil and War in South Sudan” denuncia cómo la empresa petrolera estatal ‘Nile Petroleum Corporation’ (Nilepet) sirvió para la financiación de milicias y guerrillas que han cometido graves crímenes y atrocidades contra la población civil. El mismo documento indica cómo destacados oficiales de la administración utilizaron fondos de Nilepet para financiar las actividades de milicias del subgrupo “padang” dentro de la etnia “dinka” en el estado del Alto Nilo durante los años 2014-15. Dichas milicias, denominadas de manera colectiva como “Fuerza de Protección del Petróleo” o “Padang / Dinka White Army” (no confundir con las milicias opositoras de “Nuer White Army”) fueron formadas inicialmente para proteger los campos petrolíferos en Paloch, aunque posteriormente han evolucionado hasta conformarse como uno de los actores clave del conflicto, de manera especial durante la ofensiva gubernamental de 2017, combatiendo al grupo étnico rival “shilluk” recibiendo el apoyo directo del Servicio de Seguridad Nacional. Este grupo de milicias se ha caracterizado por llevar ataques contra la población de este grupo étnico, quemando poblaciones y atacando directamente a civiles en una suerte de genocidio a pequeña escala.
Como indicaba anteriormente, aunque Sudán del Sur posee ingentes reservas de petróleo, la única manera de explotarlas es a través de las refinerías situadas en el vecino del norte, para ser transportado posteriormente por medio de oleoductos hacia la ciudad ribereña del mar Rojo de Port Sudan, desde donde se comercializa y exporta. Por lo tanto, la dependencia a la República de Sudán es total.
En definitiva, Sudán del Sur afronta su quinto años de guerra civil sin vislumbrarse una solución inmediata, antes bien, la profundización del conflicto debido a la proliferación de nuevas guerrillas y grupos armados con intereses en ocupar una posición de ventaja en cualquier negociación que se produzca. Mientras tanto, la crisis de refugiados, desplazados internos, violaciones graves de derechos humanos y hambruna se agudiza ante la pasividad de la comunidad internacional. En las raíces del conflicto se encuentran oscuros intereses nacionales e internacionales en torno a los derechos de explotación de los bastos recursos petrolíferos que esconde el subsuelo sursudanés. Esta disputa de poder y por el control de los recursos se traduce en la agitación étnica promovida por parte de los principales actores en lucha, que han desembocado en una guerra fraticida con claros tintes de limpieza étnica.
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