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Malí, un país inestable

Durante la última década, Malí se ha convertido en uno de los problemas de seguridad más complejos de África. Antaño visto como un Estado relativamente estable, el país lleva inmerso en una continua violencia desde 2012, cuando tuvo lugar un alzamiento tuareg que derrotó al ejército, hecho que aprovecharon grupos yihadistas para secuestrar la rebelión y avanzar hacia el sur. Lo que antes había sido una zona turística se convirtió en uno de los principales focos de violencia del mundo.

Región del Sahel

LA REBELIÓN DE LOS TUAREG

Después de la descolonización europea de África, las antiguas diferencias étnicas y tribales se ensancharon más si cabe durante las independencias, Malí es un ejemplo claro de este fenómeno tras su tumultuosa independencia en 1960. Muchas de las minorías del Norte (tuareg) se sintieron incómodas por ser gobernadas por negros africanos del sur, esto propició dos grandes revueltas en 1963 y 1990. Anteriormente en la época de dominio colonial, el pueblo tuareg ya había protagonizado numerosas rebeliones contra los franceses, esto, junto a su dispersa población y nomadismo tradicional, hizo que se les privase de estado y se les subordinase a Mali, Argelia, Mauritania…

Sin embargo, el punto de inflexión se produjo en el 2012 cuando rebeldes tuareg organizaron una insurrección armada contra el gobierno central que destruyó al Ejército, proclamando la independencia de Azawad en el norte del país. Pero todavía un nuevo factor anidaba en el desierto tras décadas de insurrección fundamentalista de baja intensidad.

Un tuareg posa delante de la carcasa de un avión maliense derribado

El vacío de poder que provocaron los tuaregs hizo que los islamistas tomasen el control al derrotarles, iniciando posteriormente su avance hacia la capital, Bamako. Esto puso en alerta a Francia que vio amenazados sus intereses económicos y geopolíticos (el país galo dispone de importantes explotaciones de uranio en la frontera entre Níger y Malí), lo que la llevó a intervenir militarmente  con la autorización de la ONU en el marco de la Operación Serval.

El curso de la guerra cambia radicalmente, las desarrapadas fuerzas gubernamentales fueron rescatadas in extremis por la potente intervención francesa. Se rechazó el avance yihadista sobre Mopti y Sevare mediante la conjunción de la potencia de fuego de la aviación gala y sus fuerzas especiales. Tras esto, los rebeldes fueron perdiendo posiciones, hasta replegarse a las zonas rurales y montañosas  emprendiendo una larga guerra de guerrillas.

No es hasta el 2015 cuando las partes enfrentadas firman un precario acuerdo de paz. Este acuerdo lo subscriben el gobierno maliense, milicias progubernamentales  y los elementos no yihadistas de la rebelión tuareg, todos ellos grupos pertenecientes a etnias locales y con fuertes enemistades entre sí que estallan puntualmente.

Por todo ello, este acuerdo no detiene los enfrentamientos entre los diferentes bandos, ya que se confunde un levantamiento separatista con conflictos de carácter local y el sustrato yihadista que pervive.

Lo que hace aumentar enormemente la inseguridad del país,  y por tanto el trabajo de  organismos internacionales que tienen como  fin  evitar la eclosión del radicalismo y un vacío legal que favorezca las rutas migratorias.

Mapa de la situación de la rebelión tuareg

De hecho, la misión  de la ONU establecida en 2013, conocida como MINUSMA tiene el despliegue con  tasas más  bajas de la historia. Las Naciones Unidas tienen sobre el terreno una fuerza de 11.000 efectivos de  cuales se han producido 150 bajas desde 2013. Sólo en 2017 la ONU contó 220 ataques a sus empleados, más que 2015 y 2016 combinados.

Finalmente, en septiembre de 2017 gracias a un  alto el fuego las tensiones disminuyeron entre los principales bandos. Actualmente el gobierno de Malí y las milicias tuareg, a pesar de que persiguen intereses políticos diferentes (los tuareg han abandonado su deseo de independencia por el de una autonomía) realizan operaciones conjuntas contra los grupos yihadistas que asolan el país.

EL COMPLICADO OBJETIVO DE LA PAZ

El vasto desierto del país no es solo un caldo de cultivo para el yihadismo; también es una ruta comercial que lleva bienes de consumo al sur, drogas y migrantes hacia Europa. Eso explica en parte por qué el presidente de Francia, Emmanuel Macron, ya ha visitado Malí en dos ocasiones. Francia tiene desplegados unos 3.000 soldados en el Sahel combatiendo a yihadistas, la mayoría de los cuales se encuentran en Malí sufriendo bajas.

Tropas francesas patrullando en el Norte de Malí / Vía Long War Journal

Pero Francia no es el único país occidental que tiene un contingente de tropas en la región, la estabilidad del Sahel es un asunto de vital importancia a nivel mundial, tal y como muestran el número de misiones desplegadas.

Aparte de Francia, Estados Unidos tiene también  fuerzas especiales que actualmente combaten al yihadismo.

La Unión Europea mantiene una misión muy importante, ahora mismo liderada por España, que tiene como objetivo la formación de los ejércitos regionales en contraterrorismo.

Además los países occidentales  están pagando por una fuerza antiterrorista extraída de los ejércitos regionales, el G5 Sahel, que lo componen Chad, Burkina Faso, Níger, Mauritania y Malí. Sin olvidar la misión de la ONU MINUSMA ya mencionada que está siguiendo el programa DDR (desarme, desmovilización y rehabilitación).

El interés de occidente por la estabilidad de Malí contrasta con la actitud del presidente actual, Boubacar Keita, quien según varios analistas está más preocupado por las elecciones presidenciales de este año que por la violencia en la que está sumido su país. La imagen del presidente además está fuertemente dañada por las acusaciones de corrupción que apuntan directamente hacia él y su partido.

El Presidente de Malí Boubacar Keita / Vía Reuters

El ejército maliense tiene actualmente muy poca presencia en los pueblos del norte, muy susceptibles a la influencia de los grupos yihadistas aparte de las milicias locales de carácter tribal y los grupos separatistas. El desinterés del gobierno hacia el norte se podría explicar por el hecho de que el 90% de la población de Malí se encuentra en el sur, al igual que los sectores clave de la economía, dominada por la extracción de oro.

La falta de un gobierno competente se une además a la actuación del ejército maliense, cuyas intervenciones son en muchos casos brutales, lo que aprovechan los grupos armados para reclutar a las víctimas de los atropellos de las fuerzas gubernamentales.

Sin la ayuda de un gobierno eficaz, las misiones de pacificación se convierten en la pescadilla que se muerde la cola. Los soldados del Sahel G5 dedican más tiempo a la formación que a velar por la seguridad de su población, ya que su misión es temporal pues quieren dejar al mando a las fuerzas armadas autónomas. Lo que resulta casi imposible por el enfoque que tiene el gobierno y la sociedad maliense sobre el enorme desierto del Norte y sus pobladores, aparte del caos político y desgobiernos endémicos.

Queda claro que las fuerzas de paz no pueden sustituir a un gobierno competente. Los distintos grupos yihadistas tienen casi total libertad de movimiento en el país.  De hecho según fuentes de la ONU, a mediados de diciembre apenas una cuarta parte de los agentes estatales estaban en sus puestos en las  regiones del norte y centro, un dato demoledor que ejemplifica la ausencia total del Estado en el país.

LA DIFÍCIL LUCHA CONTRA EL YIHADISMO

En la última actualización del Consejo de Seguridad de la ONU el 26 de diciembre, el Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres declaró; “En el tercer trimestre de 2017, la situación de seguridad empeoró y los ataques contra MINUSMA  y las fuerzas de defensa y seguridad malienses aumentaron y se intensificaron”.

Multitud de expertos están señalando que se está entrando en una nueva fase del conflicto en el Sahel, los yihadistas parecen haber mejorado sus tácticas causando más bajas a las fuerzas de seguridad y de pacificación desplegadas. La guerra es más impredecible que en 2012 cuando los combates se centraban en las áreas urbanas, la lucha rural actual es un escenario claramente beneficioso para los grupos yihadistas, cuyas tácticas de insurgencia resultan más efectivas en ese terreno.

Se estima que en Malí hay más de 10.000 islamistas, convirtiéndose en uno de los principales santuarios a nivel mundial. Dicho número no tiene visos por disminuir, al menos en el corto plazo pues se dan múltiples condicionantes que ayudan a los grupos yihadistas a reclutar más soldados entre sus filas.

Abu al-Walid al-Sahrawi, líder del Estado Islámico en el Gran Sáhara

Según el ISS Africa (Institute for Security Studies) estos condicionantes  irían desde razones político-económicas hasta educativas y sociológicas.

Los trabajadores radicados en Malí denuncian una situación de dejadez del gobierno. Hay una total ausencia del Estado que no llega a los lugares más vulnerables donde no hay servicios básicos para la población como centros médicos, escuelas…

Unido a esto está el fenómeno de la creciente desertificación junto con el gran aumento demográfico de la región, lo cual acrecienta aún más los problemas estructurales del país.

La mitad de la población tiene menos de 16 años sumado a que la mujer promedio de Malí tiene seis hijos. Según Unicef, apenas un tercio de la población puede leer, una estadística triste que es poco probable que mejore a corto plazo, dado que cientos de escuelas se han cerrado debido a los combates. Los hombres jóvenes sin mucha educación u oportunidad de empleo son reclutas fáciles para el yihadismo.

A pesar de esto, las misiones internacionales prácticamente están aplicando un enfoque eminentemente securitario, la región necesita soluciones a largo plazo en forma de políticas de desarrollo.   Crear las condiciones necesarias para que la población no se vea empujada a los brazos del yihadismo debería de ser el objetivo último.  Crear un estado maliense inclusivo que englobe toda su diversidad, y por tanto reconocer los derechos del pueblo tuareg, sería un paso ambicioso hacia la estabilidad de la región.

Mientras los esfuerzos se sigan centrando en el aspecto militar, la inestabilidad será la tónica de la región, con el consiguiente riesgo de que se  produzca un efecto dominó en el patio trasero de Europa lo que derivará en una posible nueva oleada de refugiados sumado a un aumento exponencial de la inseguridad. Una situación que como sabemos Europa no está preparada para soportar.

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